Coincidiendo con el
centenario del nacimiento de Juan Eduardo Cirlot (Barcelona, 1916-1973), la
Fundación José Manuel Lara y la Fundación Cajasol editan la biografía Cirlot. Ser y no ser de un poeta único,
con la que el escritor, traductor y crítico sevillano Antonio Rivero Taravillo
(Melilla, 1963) ha conseguido el Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías.
Cirlot es un autor
aún desconocido para el lector común, pese al reconocimiento y la admiración de
gran parte de la crítica y de un número cada vez más significativo de poetas
que ven en su singular apuesta poética, ajena a las principales corrientes
vertebradoras de la poesía del siglo pasado, una de las más valiosas y
originales, capaz de proyectarse hacia el futuro.
Utilizando un
epistolario desconocido en gran parte y abundante material inédito, y ahondando
en los propios textos del poeta barcelonés, Rivero Taravillo consigue crear una
atípica biografía con la que aspira a reflejar el carácter complejo de un poeta
singular que, debido precisamente a su singularidad, ha quedado al margen de
todos los mapas poéticos elaborados.
Hijo de militares,
tras cursar bachillerato con los jesuitas y correspondencia mercantil y
contabilidad, trabajó como aprendiz en una agencia de aduanas, primero, para,
después de varios empleos, ser contable del Banco Hispanoamericano. De modo
paralelo a estas actividades puramente nutricias, sintió la necesidad de dar
cauce a sus inquietudes artísticas. Así, además estudiar piano y composición,
en 1936 empezó a escribir versos. Al cumplir la mayoría de edad, fue movilizado
por el ejército republicano; pero, apenas un año más tarde, se cambió de bando
y, tras una breve estancia en un campo de concentración, terminó luchando en las
filas golpistas. Una vez acabada la contienda, tuvo que hacer, paradójicamente,
el servicio militar en Zaragoza, donde entabló relaciones con diversos
intelectuales y descubrió el surrealismo. De vuelta a su ciudad natal, en 1943,
retomó su empleo en el Banco Hispanoamericano -antes de adentrarse en el mundo
editorial y trabajar en la editorial Gustavo Gili-, participó activamente en
diversas tertulias literarias y círculos artísticos de sello vanguardista,
estableciendo lazos con múltiples creadores, entre los que destacan los
integrantes del grupo Dau al Set, y
publicó sus primeros poemas en diversas revistas.
Desde este momento,
se suceden, a un ritmo frenético, las publicaciones: Árbol agónico, El canto de la vida muerta, Canto de la vida y Susan Lenox,
el primero de sus poemas inspirados por la visión de una obra cinematográfica,
publicado en 1947, el mismo año en que contrae matrimonio con Gloria. En estas
obras iniciales ya tenemos presentes los temas y obsesiones propiamente
cirlotianos, así como algunos de sus logros formales y la peculiar formar de
difundir su poesía: ediciones de autor, en casi su totalidad, con tiradas muy
reducidas.
1949, el año en que
nace su primera hija, Lourdes, será una fecha crucial en su trayectoria
literaria, pues, además de publicar el Diccionario
de los ismos, conoce personalmente a Breton y a Schneider. Si el primero
supone la fascinación por el surrealismo, el segundo encarna el descubrimiento
de la simbología tradicional, que le permitirá adentrarse en el mundo de las
correspondencias, utilizando el símbolo como principal herramienta para intuir
una realidad oculta, para cristalizar los fantasmas interiores de un
hombre poliédrico y para renombrar la realidad. Fruto de este interés, escribirá dos décadas más tarde su
obra más conocida internacionalmente: Diccionario
de símbolos (1968).
Otra fecha altamente
significativa es 1955, año de nacimiento de su segunda hija, Victoria. Al
acercarse a la frontera de los 40, su obra crece exponencialmente y, tomando
como punto de partida el surrealismo y el simbolismo, llega, como él mismo
dice, “el gran descubrimiento de mi vida poética”: la poesía permutatoria.
En 1960 visita
Carcasona -años después volverá con su mujer-, inicia una serie de viajes a
París, donde se reúne con Breton y los surrealistas, y acude a la Bienal de
Venecia. Tras cinco años volcado en la crítica de arte, regresa a la poesía con
Regina tenebrarum, Las oraciones oscuras y, muy
especialmente, el ciclo Bronwyn (1967-1971), uno de los mayores logros de la poesía
en lengua española de la segunda mitad del XX, una obra que anticipa varios de
los caminos por los que está discurriendo la lírica de principios del siglo
XXI. Se trata de dieciséis cuadernos que conforman un largo poema místico, de
raíz erótica, necesariamente fragmentario, dedicados a la protagonista de El señor de la guerra. Las homofonías,
las aliteraciones, el adelgazamiento del verso, la ruptura de la sintaxis y de
la frase, la agramaticalidad, el uso constante de las repeticiones, la
experimentación con diversos tipos de rima, la técnica del collage, el retorcimiento de la sintaxis… llevan el lenguaje al
límite, sometiéndolo a un continuo ejercicio de tensión.
De entre sus últimas
publicaciones, siempre en reducidas ediciones de autor, destacamos Los poemas de Cartago, Cosmogonía y,
sobre todo, sus Cuarenta y cuatro sonetos
de amor, donde experimenta formalmente con esta estrofa clásica para
conseguir la mayor intensidad y concentración posibles.
Pese al
reconocimiento y el respeto de muchos de sus coetáneos, no será hasta 1969
cuando Juan Pedro Quiñorero y la Editora Nacional planteen una edición de su
obra más reciente, principalmente la del ciclo Bronwyn, en una editorial que
llegue a las librerías. La edición de Poesía
1966-1972, a cargo de Leopoldo Azancot, se publicó finalmente un año
después de la muerte del poeta, crítico de arte y compositor catalán.
En silencio, se
marchó el más vanguardista de nuestros poetas, cuya poesía, insólita y
radicalmente distinta, nace de un profundo conocimiento tanto de nuestra
tradición como de otras tradiciones inexploradas hasta el momento. Un creador
único, para quien el poema era una forma de exploración de las propias grietas.
No en vano, toda su obra brota de un continuo sentimiento de extranjería, lo que
le lleva a sentirse al margen de la sociedad. Tal conflicto desemboca en el
nihilismo, en la insatisfacción radical y en una enconada reacción contra el
mundo que le ha tocado vivir, ante el que se estrellan continuamente sus
aspiraciones, convirtiéndose la poesía en un medio de evasión.
De este modo, vida y obra conforman una misma realidad en él. Un
hombre proteico. Nihilista. Trabajador incansable. Cinéfilo. Lector voraz. De
movimientos impetuosos. De carácter vehemente. Apasionado de la arqueología y
de la historia. Entusiasta de las más insólitas religiones, culturas o
mitologías. Interesado por la numismática. Fanático de las espadas.
Filogermánico y amante de la cultura hebrea… Un escritor vertiginoso.
Visionario y metafísico. Vanguardista y tradicional. Ortodoxo y heterodoxo…
Un personaje imposible de encasillar, que no deja impasible a nadie,
en cuyas contradicciones radica la fascinación que ejerce sobre sus seguidores
y cuyos versos son descargas que estallan en el lector, quien, tras el asombro
inicial, se siente irremediablemente perdido en un laberinto con vistas al
abismo y reconoce en Cirlot a un auténtico renovador de la poesía en lengua
española, referente inevitable para cualquier poeta de hoy.
Autor: Antonio Rivero Taravillo.
Título: Cirlot. Ser
y no ser de un poeta único
Editorial:
Fundación Lara.