La obra de Teno,
caracterizada por una primigenia espiritualidad telúrica, idéntica a la que el
propio Aurelio irradiaba, recrea, como la de ningún otro creador de Los
Pedroches, una realidad mítica de poderosa energía, que brota de las grietas de
la tierra que le enseñó a respirar, de la autenticidad de una mirada inquieta y
reveladora y de la necesidad imperiosa de la fusión de materiales y emociones.
No en vano, el artista nacido en El Soldado es capaz de establecer un fructífero diálogo con la madera, el
metal, la piedra y los minerales nobles, confiriéndoles una nueva existencia.
Cada golpe sobre ellos busca la forma simple de la que nace el misterio y hace
saltar innumerables esquirlas que son en sí mismas la luz de un universo
trágico y místico que, desde las entrañas de una tierra indómita y agreste,
vuela por encima de nuestras existencias en una irrenunciable tendencia a lo extraordinario.
Teno no solo nos
ha dejado como testimonio del hombre visceral que forjó las águilas,
las princesas incas, los toros, los gallos o los monjes, sino que ha llegado a
convertirse en un auténtico cincelador de paisajes con sus quijotes, con sus titanes,
con su arcángel y, cómo no, con la reconstrucción del propio monasterio de
Pedrique, ese espacio nutricio que él ha sabido arrebatar al abandono y al
paso del tiempo, convirtiéndolo en estudio y enclave privilegiado donde
encontrar la serenidad y el equilibrio. Aurelio ha perseguido en estas producciones
ciclópeas la verticalidad de un cielo hecho a medida del hombre que crea bajo
él y ha conseguido integrarlas de un modo magistral y armónico en la
naturaleza, de la que han pasado a formar parte, como un elemento más, por la
inmortal mano del artista.
Su muerte
supone, pues, la desaparición del creador más universal de Los Pedroches que, aparte de establecer un diálogo misterioso y alucinante con los materiales
de sus creaciones hasta insuflarles una nueva vida, ha
conseguido moldear cualquier paisaje, ya sea urbano o rural, y, lo que parece
aún más sorprendente, nuestra propia mirada sobre el mismo, actuando como la
lámpara que nos guía a través de la oscuridad hacia una realidad que nos supera
y ante la que solo podemos asomarnos con la cautela del hombre que camina por
las huellas que dejan testimonio de otro hombre capaz de mirar más allá del
límite que alcanza nuestro ojo.
Un hermoso homenaje a un extraordinario artista. Felicidades. Comparto esta nueva aventura de tu blog y me solidarizo con ella. saludos de José Antonio Sáez.
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