miércoles, 14 de diciembre de 2016
Alberto Díaz-Villaseñor escala mis "Vértices"
Ayer, 13 de diciembre, Alberto Díaz-Villaseñor escribió en su columna "No me digas..." acerca de Vértices. Gracias.
No hubiera dicho nadie que lo conozca que Francisco Onieva sea hombre de vértices, al contrario, se nos muestra Onieva asiduamente sin aristas, pulido el romo borde de los límites de las cosas, desbastado de ángulos agudos, acogedor en sonrisas interminables y afectos. Pero este ya enorme poeta de nuestra provincia vuelve a ganar premio (¿cuántos van ya, Paco?), premio importante, que desde Adonáis a Cáceres le lleva --a través de relatos y prosas en incursión brillante-- hasta este último poemario que desgrano de tinta a latido y que no hace mucho recogió el premio rotundo e inapelable del Jaime Gil de Biedma. Y lo titula Onieva, este libro que se nos desliza como ardiente escarcha desde el alma masculina de la paternidad hasta los pies que se hunden en la tierra de lo hermoso y lo real, nada menos que como Vértices. Y entonces, cuando lo ojeas y lo hojeas, te lo explicas, y, luego, cuando miras sus páginas como una ventana abierta hacia la humanidad y al pálpito asombrado del hombre ante el misterio de la descendencia, entonces es cuando ya no ojeas ni hojeas, entonces es cuando bebes en la crátera azul de la dicha del hombre, y te embriagas.
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