Miguel Albero, conocido hasta ahora por dos novelas -Principiantes y Ya queda menos-, por el libro de cuentos Cruces y por el ensayo Enfermos
del libro, debuta a los 44 años en poesía, y lo hace de la mano de un
heterónimo, Roberto Bunín (1950-2009), un enfermo terminal de cáncer que,
durante su estancia hospitalaria, escribe un manuscrito titulado Sobre todo nada y se lo envía a un amigo
con la intención de que sea publicado. Se trata, pues, de un libro duro,
descarnado, visceral, que indaga en la realidad más amarga de un yo sin más
horizonte que el dolor constante e inaguantable y la muerte. Esta certeza final
lo lleva a afirmar, convencido de que vivir así no es vivir, que “matar a un
perro malherido / No es un acto de crueldad, / La crueldad es no hacerlo” y a
dudar de la existencia de Dios (“Ni está, / (Resta sólo el surco del crucifijo
que hubo en la pared), / Ni se le espera.”). De este modo, en los poemas no
tienen cabida los eufemismos ni los terapéuticos consuelos del alma; en ellos
la muerte se revela en toda su atrocidad fagocitadota y se convierte en el frío
horizonte que tiene delante el personaje desde el primer verso, que comienza
con el adjetivo “enterrado”. Así el discurso desemboca en un total nihilismo
(“Es curioso, tener que esperar / El fin de una vida para albergar creencias, /
Poder disfrutar de la certeza / Cuando sólo resta una, / Tener fe cuando ya no
sirve para nada.”) que golpea con brutalidad en el vientre del lector, quien
puede considerar inasumible la crudeza de un relato agónico, no exento de
cierta grandeza trágica, en tanto y en cuanto el personaje está avocado desde
el principio al fatal desenlace (“Cuatro tomas de temperatura, / Tres turnos de
enfermeras, / Una visita del médico, / Un cambio de muda, / Veinticuatro horas
menos.”).
En este legado último Bunín emplea una palabra directa, despojada
de adornos superfluos, y busca en el verso libre la verosimilitud de la
confesión en voz baja de quien asume sin aspavientos que ya no espera nada de
la vida (“Mañana cambiarán tartamudos las sábanas / Incluso si están limpias, /
Vestidos de verde ellos sin alas, / Eficaces, fríos, sonrientes. / Y así,
gracias a su determinación remunerada, / Mañana ya habrá otro enfermo también
tumbado”). Esta condición implica que su relato esté salpicado de un agudo y
perspicaz sentido del humor (el poema titulado “Humor” comienza así: “Lo tengo,
/ Es el único de los órganos vitales que me resta, / Estoy considerando donarlo
para cuanto esto termine”), que le hace, incluso, reírse de sí mismo (“Carcajada
tras mirarme en el espejo […] / El recuerdo de esos pelos en la calva
desafiando su suerte, / Qué aspecto tan ridículo, qué desvarío”), con un
hiriente humor negro, cargado de ironía y con ciertos toques satíricos (“Al mal
que ya acarreas / Se suma el adquirido, / Y así, lo que no consiguen los
médicos / Con la aplicación estricta / de sus protocolos sabios, / Lo suplen
sabiamente los microbios / Y al cabo son ellos, generosos / Como el amoniaco
pintado de azul, / Quienes te proveen / De la enfermedad terminal que te
faltaba.)”
Con esta interesante carta de presentación, que le ha valido
el XXI Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma, Albero ha conseguido poetizar una
experiencia que, desgraciadamente, cada día se nos revela más cotidiana.
Autor: Miguel Albero
Título: Sobre todo nada
Editorial: Visor
Año: 2011
(Publicado en "Cuadernos del Sur", 2 de marzo de 2013, p. 6)
No hay comentarios:
Publicar un comentario