La
concesión de un accésit del prestigioso premio Adonáis a Enemigo íntimo en 1959, y su publicación al año siguiente en la
mítica colección intonsa de Rialp, supusieron el pistoletazo de salida a uno de
los escritores más prolíficos, reconocidos y reconocibles de la segunda mitad
del siglo XX. Cuando apenas queda un año para que se cumpla el quincuagésimo aniversario
de la salida de las prensas de un libro considerado casi de culto por los
lectores más inconformistas del afamado autor cordobés nacido en Brazatortas, sus
perfiles se delinean con mayor nitidez y justicia, en la medida en que el
conjunto, más allá de haber perdido actualidad, ha ganado en consistencia; no
en vano, ha sido reeditado en tres ocasiones –en 1992 por Ediciones La Palma,
en 1999 por Planeta y en 2012 por Vitrubio-, con buena acogida por parte de
público y de crítica.
Pese a la
brevedad de su obra poética, no me parece arriesgado definir a Antonio Gala
como poeta, pues el temblor, el ritmo, la emoción, la plasticidad y la
sensualidad de sus poemas impregna toda una producción literaria que, en
palabras de José Infante, es “múltiple,
brillante y decididamente poética”, pues “la poesía es la nuez alrededor de la
cual ha ido construyendo todos y cada uno de sus libros, la que está en el
centro de su cosmovisión y de la forma de transmitirla a los demás.” En este sentido, debemos afirmar que el resto de su
producción no puede ni debe entenderse sin su poesía, germen y andamiaje de un
universo creativo propio, como él mismo declara entre líneas, con su característica
lucidez: “Todo es poyesis, todo es creación dócil. Una creación que, como un
líquido, toma la forma del recipiente en que se vierte, y es tal forma lo que
diferencia unas artes de otras. Quizá la más difícil de todas, la más alta
–también la más humilde-, sea la poesía: una manera de creación que estriba en
la cristalización del líquido vertido, o en su evaporación, que lo convierte en
un gas teñidor de su entorno. (…) La poesía puede muy poco más que ser sentida,
que ser participada o compartida. Porque no reside en la rima ni en el ritmo,
ni siquiera en las palabras, sino en el estremecimiento que suscitan: es lo que
está en el beso y no es el beso.”
Aunque
incomprensiblemente oscurecida por su producción teatral, periodística,
novelística y guionística, es en este género donde el creador vuela más alto,
en plena libertad y en total comunión consigo mismo, con la palabra y con las
grietas en las cuales se incardina su existencia. Sin embargo, y pese a la
corriente de reivindicación actual, sus versos aún no gozan de la valoración
que se merecen por parte de amplios sectores de la crítica. En esta injusta
apreciación tal vez influya el hecho de que hayan permanecido inéditos, en gran
parte, por su pudor para compartirlos con los demás, al considerar este acto
como una suerte de “estriptis emocional”.
Pese a que
el que el propio Gala, acudiendo al tópico de la “excusatio”, lo defina como un
libro de poemas de la adolescencia, “de una adolescencia más reflexiva,
desalentada por la búsqueda afanosa de la que no está ajena cierta divinidad”,
lo cierto es que en su “opera prima”
aparece el poeta de cuerpo entero, en
plenitud identitaria, un orfebre inconformista que busca la belleza a través
del lenguaje y que, mediante un profundo proceso de introspección, ahonda en
sus propias fisuras para abordar temas como el amor, la muerte, el ansia de
plenitud, el desamor o la soledad. Tal vez, en semejante afirmación subyazca el
hecho de que esta obra nació de una profunda crisis personal. El joven poeta
establece una lucha íntima para definirse que lo lleva a abandonar, cuando
tenía muy cerca la posibilidad de aprobarlas, las oposiciones de abogado del
Estado, a las que se había visto abocado más por complacer a su padre que por
auténtica convicción. Como consecuencia de la convulsión interna experimentada,
decide retirarse a la vida monástica en la Cartuja de Jerez de la Frontera y
acudir a la palabra escrita como instrumento de introspección y
autoconocimiento. Fruto de esta estancia, surge una obra de hondas raíces
grecolatinas, escrita al margen de las tendencias dominantes en la época,
aunque se aprecie en ella la huella del grupo Cántico, entroncada con cierta
tendencia al barroquismo, que, en ningún
momento, se encuentra reñida con el tono meditativo y recogido del poema.
A lo largo
de los veinte poemas, escritos en cuidados versos blancos –heptasílabos y
endecasílabos-, se despliega toda una geografía del amor. El amor es un anhelo
irrenunciable del ser humano. Pese a su condición incomprensible e
inexplicable, se conforma como una vía de entrada en uno mismo (“quiere el
amante a sí reconocerse/en el amor, igual que en un espejo,/sin saber que él es
otro espejo en manos/de otro amante, que a sí mismo se busca.”), convirtiéndose
en un acto de purificación, un sacrificio, para lo cual necesita de una víctima
propiciatoria: el mismo amante. Ante el amor nada puede, no hay voluntad
posible contra él, con lo que el amante queda a merced del amado, transformado
en deseo y enemigo: “Bien sabes, enemigo/mío, que no soy yo el ardiente
crimen/que cometo. Tú has sido quien me impuso/el puñal y la mano,/que no
logran rendirse a tu implacable/amor”.
De este
modo, se aproximan los conceptos de amor y muerte, coordenadas cartesianas de
un hombre (“la vida y el amor transcurren juntos/o son quizá una
sola/enfermedad mortal”) que, en su desesperación, los identifica: “Y dónde
estás, entonces,/amor, tú, muerte, tú, Enemigo íntimo.” El amante arde en
deseos y, en ausencia del amado, se siente exiliado “de aquel reino,/inmediato
y distante, donde es todo/ claridad: no respuesta/sino entregada ausencia de
preguntas.” La ausencia, pues, provoca una herida profunda que lo lleva a una
suerte de autoinmolación en la medida en que el amor deviene búsqueda continua,
no hallazgo: “Buscarte y no encontrarte, mi enemigo/íntimo es el amor”. Solo
así se entiende que el deseo de unidad en el amado sea la mayor aspiración posible,
a la que consagra sus desvelos: “seremos uno” porque “antes éramos uno y todo
quiere/la unidad”. Y es, precisamente, en este camino de busca cuando el amor,
que es condena, se convierte en redención e implica la resurrección del amante:
“al final de una savia prolongada/una pausada sangre,/brota la espiga, desde/la
simiente enterrada.”
Dicho esto,
creo que Enemigo íntimo, aunque no
esté a la altura de El poema de Tobías
desangelado, es su libro más atractivo. Semejante afirmación, aunque
motivada en parte por la intimidad y confianza sobre la que se sustenta la
relación entre lector y obra, está cimentada en los propios valores literarios
–tanto de estilo y de tono como de manejo del léxico y del metro, sin olvidar
el uso inteligente de la imagen- y en el hecho de que en él se contienen muchas
de las líneas de fuga a partir de las cuales el escritor cordobés construye el
resto de su obra dramática, narrativa y, cómo no, poética.
(Publicado en Cuadernos del Sur, el 3 de noviembre de 2018, p. 10)
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