Aparecido en octubre pasado, El cuarto del siroco está recibiendo,
desde el mismo momento de su publicación, el aplauso unánime de la crítica. El
décimo poemario de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959), que ha visto la luz cuatro
años después de Más allá, Tánger y de
dos antologías de su obra poética, está concebido de modo heterogéneo, como el
propio autor reconoce en la “Notas, agradecimientos y dedicatorias”: “los
poemas que componen este libro han sido escritos en lo que va de siglo, al
mismo tiempo que, por ejemplo, Plasencias
o Más allá, Tánger. Poema a poema,
cabe precisar. Tal vez sea este mi libro menos unitario. De hecho, la
ordenación es, en general, cronológica.” Pese al largo período de escritura y
reescritura, los setenta y cinco poemas –un número bastante más extenso de lo
que suele ser habitual en él- no se resienten y tienen una profunda unidad
tonal, de pensamiento y de estilo, conseguida con un lento proceso de sucesivas
relecturas y correcciones.
A partir de la imagen de una estancia que,
según cuenta Leonardo Sciascia, existía en las casas patricias sicilianas, en
la cual las familias se refugiaban de la violencia de este viento procedente
del norte de África (“Un lugar recogido, a modo de refugio,/en el que cobijarse/del
triste pensamiento de la muerte”), el poeta placentino construye toda una
metáfora de la poesía y, por qué no, de una poética construida con humildad y
honestidad a lo largo de más de tres décadas, desde aquel inaugural Territorio: una poesía reflexiva, nacida
de la contemplación, que busca entender el mundo y los desajustes que lo
componen, al tiempo que celebra y goza de la belleza, aunque sea efímera, de los
pequeños instantes, en los que se revela la dimensión de toda existencia.
Ahora bien, este cuarto no es definido en
ningún momento como un espacio cerrado. Aunque es un refugio contra la
intemperie, está construido y necesita del afuera para existir, siendo, por
tanto, un ámbito múltiple, en el que se funden interior y exterior.
Así, los principales ejes temáticos sobre los
que se articula este diario poético, de inevitable tono confesional, en el que
los poemas nacen del devenir diario y diverso que conforman el propio ser, son
la fugacidad de la vida, la muerte, la melancolía, la memoria, la elegía a
algunos amigos muertos –Ángel Campos Pámpano, Santiago Castelo o Fernando Pérez
González-, que “nos viven” y conforman parte de nuestras señas de identidad, y
la celebración de la existencia, bien sea a través de la visión gozosa de la
naturaleza bien a través de la evocación de los paraísos perdidos de la
infancia y de la juventud.
El rigor en la construcción y la exigencia de
un escritor consciente de su oficio llevan a un discurso depurado tanto en la
perspectiva y en la temática como en la arquitectura lingüística y formal de
cada poema y del libro. Una magistral muestra de esta sobria contención,
lograda mediante una palabra precisa y transparente, que aspira a la sencillez,
es el poema “La poesía”, donde afirma: “la poesía/que hoy solo se me antoja/tan
sencilla/como el gesto de alguien/que da un vaso de agua/a quien padece sed.”
Y en ese gesto mínimo radica la esencia de estos
poemas honestos que buscan permanecer a través de la precisión y de la
sencillez, emocionar al lector y acompañarlo en la construcción de una estancia
donde cabe el hombre y lo que lo rodea, que es concebido como un regalo que se
debe disfrutar. Poemas que sacian la sed.
(Publicado en Cuadernos del Sur, 9 de febrero de 2019, p. 6)
Autor: Álvaro Valverde
Título: El cuarto del siroco
Editorial: Tusquets
Año: 2018
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