Veinticinco
años después de la aparición del cuaderno
Bares y noches en la Colección Máquina de sueños, del Ateneo Obrero de
Gijón, Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959) ha conseguido moldear una voz
propia, fácilmente reconocible, que cuenta con la veneración de un gran sector
del público, siendo uno de los poetas actuales más seguidos en las redes
sociales, y con el respeto de un buen sector de la crítica y de los compañeros.
Sin
embargo, los inicios de este mal llamado poeta tardío –publica su primer
poemario, La condición urbana, a los
treinta y seis años en la editorial sevillana Renacimiento- no fueron fáciles.
En este sentido, es justo destacar la perspicacia de uno de los grandes
editores de este país, Abelardo Linares, quien confió en él desde el primer
momento y ha publicado siete de sus once poemarios, además de la célebre
antología La ciudad (Antología poética
1985-2008), -cuya segunda edición, ampliada, vio la luz en 2014-, su poesía
completa Seguro que esta historia te suena.
Poesía completa (1985-2005) -que ha alcanzado una segunda edición en 2012 y
una tercera en 2015- y múltiples reediciones, entre las que destaca el
heteróclito volumen en prosa Diario de K.
Confirman
la excelente acogida de su obra por parte del público la aparición de otras dos
antologías -Pequeños incidentes
(Antología poética), con prólogo de Luis García Montero, aparecida en 2016
en Visor, y El amor, ese viejo neón,
editada en 2017 por Aguilar- y de su más reciente poemario, Mientras me alejo, con prólogo de Luis
Alberto de Cuenca, en Visor.
Ahora La
isla de Siltolá decide recoger algunos de sus poemas más significativos bajo el
título de Los cien mejores poemas de
Karmelo C. Iribarren. El mérito principal del presente volumen, aparte de la
exquisita edición a la que nos tiene acostumbrados Javier Sánchez Menéndez, es
que ofrece el itinerario lector de un crítico sólido y reputado como José Luis
Morante, quien, además, firma un extenso y sólido prólogo.
En sus
tres primeros poemarios -La condición
urbana (1995), Serie B (1998) y Desde el fondo de la barra (1999)- el
poeta delinea con trazos gruesos los rasgos de un yo poético que le ha valido
ser considerado como uno de los últimos poetas malditos: un hombre callado y
descreído, escéptico y misterioso, entre cuyos múltiples oficios se encontraba
el de tabernero que escribía en los tiempos muertos, y que, tras asomarse al
abismo del alcohol, comprendió que la vida, pese a todo, merece la pena.
Sin
olvidar la noche, la contemplación de la realidad urbana a un lado y otro de la
barra, el desencanto, el alcoholismo y diversos temas y motivos del cine negro,
como una inevitable atracción por ciertas mujeres fatal, en La frontera y otros poemas, el discurso se
vuelve más reflexivo y adquiere conciencia de la temporalidad. Con todo, no
será hasta Otra ciudad, otra vida
(2011) cuando el poeta descubra que el verdadero paisaje no es la realidad,
sino la recreación que la memoria y el desencanto hacen de esta, con lo que el
poema se convierte en el instrumento idóneo para explorar la propia identidad.
Así pues,
la indagación en la intimidad y la temporalidad se convierten en el eje de
rotación de Las luces interiores. Frente
a la hostilidad del afuera aparece el espacio interior de la casa, cuyas luces
dan calor y sentido a la existencia. El desencanto y el amor a la vida, la
dureza y la ternura, la desolación y la esperanza, la soledad y el amor…
incardinan la existencia. Esta certeza
supone una revisión de las relaciones con el entorno y revela aristas desconocidas.
En la
misma línea continúan Haciendo planes
y Mientras me alejo. En ellos, junto
al escepticismo, teñido de cierto humor, hay sitio para la ternura de una
mirada pesimista y desarraigada que, a pesar de las cicatrices que la vida ha
ido dejando en ella, encuentra cobijo en el amor; al mismo tiempo, la palabra se
depura y adquiere mayor sobriedad y laconismo, poniendo el foco de atención en
las sensaciones de un hombre que observa cansado el mundo, y entrelaza
vivencias personales, entre las cuales se encuentran las lecturas, con lo que
lo metaliterario pasa a formar parte de lo diario. Frente a la intemperie, el
poema, que nace de los naufragios y de las islas de toda travesía, muestra pequeños
instantes como una forma de eternidad momentánea.
El gran
hallazgo de la poesía del donostiarra es la autenticidad que le confiere el
hecho de ser escrita desde el centro de su propia vida. Aunque libro a libro haya
ganado en contención, sugerencia y hallazgos, convirtiéndolo en un hábil
maestro de las distancias cortas y consiguiendo una singular intensidad que,
además de activar el pensamiento del lector, deja constancia de lo que sucede a
su alrededor, su lenguaje sigue siendo directo e incisivo, descreído y sobrio,
preciso y descarnado, y encuentra en la ironía y el distanciamiento un instrumento
eficaz para desmontar la previsibilidad del poema y ganarse la complicidad del
lector sin alardes estériles.
Autor: Karmelo C. Iribarren
(Publicado en Cuadernos del Sur, 30 de marzo de 2019, p. 10)
Título: Los cien mejores poemas de...
Editorial: La isla de Siltolá
Año: 2018
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