"Un aplauso interior" es el título del prólogo que he escrito para el libro que se está gestando a partir de la iniciativa de apoyo a nuestros sanitarios llevada a cabo entre marzo y abril: #PoemasEnCuarentena. Puesto que teníamos la intención de que el libro estuviera listo para este atípico inicio de curso y ante la preocupante situación que volvemos a vivir -queda comprobado que el ser humano no es capaz de aprender de las situaciones de crisis-, quiero compartir con todos vosotros las páginas que escribí a finales de junio y primeros de julio, en las que callo más de lo que digo -no olvido ni la finalidad de la iniciativa ni la del libro ni, por supuesto, la dimensión educativa de un proyecto en el que también ha participado del alumnado del IES Antonio María Calero-.
La práctica totalidad del prólogo vio la luz a mediados de agosto en una modesta publicación de la Asociación Cultural Santa Bárbara, de cuya directiva forma parte Julio López, "En honor a nuestra Feria y Fiestas". Ahora lo comparto con todos vosotros, con el deseo de que el libro vea la luz pronto y de que los fondos que se recauden puedan ser invertidos en la lucha contra el Covid-19 (gracias al Ayuntamiento de Pozoblanco y a la gerencia del Área Sanitaria Norte de Córdoba por hacerlo posible).
UN APLAUSO INTERIOR
Escribo estas páginas cuando muchas personas piensan que el coronavirus ha
desaparecido de nuestras vidas y empiezan a planear o disfrutar de unas
vacaciones en la playa o en una casa rural, a reunirse de manera muy relajada con
amigos en barbacoas privadas o en la ficticia inmunidad de las terrazas. Son
las consecuencias lícitas de haber fabricado una imagen demasiado amable de la
pandemia y de la innata complejidad del ser humano. Junto a estas, vemos a
diario una serie de efectos ilegítimos y, por tanto, denunciables y
sancionables, que empezaron a aflorar en la primera fase de desescalada, una
extensa y dolorosa lista de comportamientos egoístas, incívicos, irresponsables
y destructivos de una minoría demasiado numerosa que insulta a cada uno de los
más de 28 000 muertos, a los profesionales que cuidan de nosotros y trabajan
por nuestra seguridad, a quienes altruistamente dan lo mejor de sí mismos para
ayudar a los demás (tejiendo mascarillas, imprimiendo viseras de protección,
asistiendo a los más vulnerables, entregando parte de su suelto sin pregonarlo,
donando sangre…) y a los que respetan unas normas pensadas para protegernos a
todos. Tal vez, si se hubiese
transmitido una visión menos edulcorada, más crítica y ajustada a la realidad
de lo que hemos vivido entre los meses de marzo y mayo, la situación actual sería
distinta.
Creo, sinceramente, que los himnos colectivos, las fáciles consignas de
autoayuda, los balcones convertidos en escenario y el anestesiante empleo de la
expresión “nueva normalidad” han jugado un papel importantísimo en la
construcción de esta visión suavizada del trágico momento que vivimos,
contribuyendo a que no seamos conscientes de la gravedad del mismo y a que
mucha gente no comprenda que, a nivel global, la pandemia se está acelerando y
está alcanzando nuevos máximos de muertes y contagios a diario; pero, al mismo
tiempo, han servido para reducir los efectos negativos que el confinamiento puede
generar en el ánimo de las personas al protegernos con una fingida y frágil
sensación de seguridad, de compañía y de compromiso cívico, y, además, la
salida a los balcones ha permitido empatizar más con los vecinos y
solidarizarnos, sintiéndonos parte de un proyecto global –aunque, en ocasiones,
se hayan convertido en improvisado “Bouleterion”
promovido por el odio y la crispación que inundan las redes sociales-.
Pese a reconocer sus beneficios terapéuticos –yo también he construido
arcoíris con mis hijas-, descreo de las letanías y de los mantras que buscan
acotar la incertidumbre y la desazón, confinando el miedo ante lo desconocido y
lo imprevisto, y prefiero zambullirme en la duda para conocerme, para entender la
sociedad en que vivo y para sondear los misterios de nuestra existencia,
nuestras contradicciones y nuestras grietas. No obstante, como ser poliédrico
que soy, tengo un puñado de certezas: soy un funcionario que defiende la
sanidad pública y que, desde que cotiza a Muface, siempre ha elegido la
Seguridad Social como entidad médica; un
ciudadano convencido de que los dos pilares fundamentales sobre los que ha de
sustentarse cualquier sociedad que quiera mirar al futuro con garantías son una
educación pública y una sanidad pública de calidad; un hombre que agradece la
vida que se le ofrece e intenta disfrutar de cada instante, sabiendo que el
camino será breve…
Dicho esto, mi aplauso, como el de muchos, ha sido un aplauso interior, sobrio,
hondo, confiado, lleno de gratitud hacia los trabajadores de la sanidad pública
y hacia aquellos que realizan trabajos esenciales y nos cuidan, pero también un
aplauso herido por cada muerte –nos hemos acostumbrado a la frialdad de las
estadísticas y hemos asumido como positivas unas cifras diarias de muertos que
escandalizan- y, por ello, sin exhibición ni suntuosidad. Las palmas suenan
distinto en la desnudez de la piel.
Con estas contradicciones internas nace #PoemasEnCuarentena, una iniciativa
en la que durante 69 días la poesía se ha sumado a los aplausos que han
inundado de gratitud, de vida, de esperanza, de solidaridad y de reconocimiento
nuestros balcones.
Todo comenzó el 28 de marzo, cuando Julio López, jefe de la sección de informática
del Área Sanitaria Norte de Córdoba, me telefoneó. Curiosamente, y como si de
una secreta sinergia se tratase, dos días antes leí, a través del muro de
Facebook del poeta Álvaro Valverde, la noticia publicada por el periódico
cacereño Hoy sobre la situación de
las unidades de cuidados intensivos y el trabajo de Basilio Sánchez, jefe de la UCI del complejo hospitalario de Cáceres y uno
de mis dos poetas de cabecera. Nada más leer sus palabras, a la admiración que
siento hacia el escritor y hacia la persona se sumó mi admiración y mi respeto hacia
el médico, y nacieron estos versos:
Admiro al hombre que ha heredado un nogal
y ofrece a los demás hombres su sombra
con la palabra exacta hecha murmullo,
como cuidado intensivo del cuerpo
y cuidado paliativo del alma.
Sentía la necesidad de mandarle mi apoyo
y mi abrazo y cometí el atrevimiento de hacerlo por correo electrónico. Su
respuesta, que obviamente queda en el ámbito de lo privado, me llegó el
domingo, un par de horas antes de la llamada de Julio.
Apenas hicieron falta unos segundos para que Julio y yo nos entendiésemos. Había
que transmitirles fuerza y ánimo a los profesionales sanitarios, que sintieran
el tacto solidario, confiado y cálido de la mano de la poesía en el hombro
durante las semanas más duras de la pandemia. Debo reconocer que, aunque estoy
convencido de que las personas le damos valor a lo realmente importante cuando
nos enfrentamos a una situación de crisis, me estremeció la conversación. Me
conmovió que, justo en el momento en que los hospitales estaban al borde del
colapso, desde el Área Sanitaria Norte de Córdoba se acordaran de la poesía
como compañera de viaje, capaz de mover el ánimo, de servir de aliento cuando
faltan las fuerzas, de cauterizar las heridas, de inaugurar caminos de
esperanza, de crear lazos entre las personas...
Invitaríamos a todos los escritores y escritoras de Los Pedroches y del
Valle del Guadiato con, al menos, un libro publicado para que se sumaran a esta
travesía y les pediríamos que crearan un haiku para transmitir energía,
aliento, amparo y sostén. Esos eran los únicos requisitos formales y temáticos.
El haiku es una estrofa japonesa compuesta tan solo por tres versos de cinco,
siete y cinco sílabas, normalmente sin título ni rima, que nace de la
contemplación de los pequeños detalles e intenta detener un instante en
apariencia intrascendente, pero que encierra un prodigio capaz de activar el
pensamiento, todo con una palabra sencilla, sin artificios.
Cada día se difundiría uno de estos breves poemas a través de un canal de comunicación interno entre los
sanitarios, en el cual aparecen mensajes anónimos de ciudadanos y consejos de
compañeros psicólogos, y a través de la página de Facebook del Área Sanitaria
Norte de Córdoba, justo después de los aplausos que llenaban los balcones a las
ocho de la tarde. De este modo, y estableciendo un curioso juego de espejos
cervantino, los profesionales del ASNC agradecían y devolvían el calor del
aplauso recibido mediante el haiku que un escritor o escritora de la provincia
les había ofrecido como presente de gratitud, apoyo y reconocimiento. Así, se
lo hice saber a todos los escritores y escritoras que conozco del norte de la
provincia, que, en su inmensa mayoría, se sumaron a la iniciativa. A todos
ellos les doy las gracias por su colaboración.
Las redes sociales, los medios de comunicación provinciales y
el boca a boca le dieron a esta modesta aventura un eco no pensado y, ante el
interés de varios poetas del resto de nuestra provincia de sumarse a la
iniciativa, decidimos redefinir horizontes y fronteras (como dejó escrito un
gran poeta y amigo). Contacté con todos aquellos con que comparto redes sociales
o tengo su teléfono o correo electrónico. La respuesta superó todas las
expectativas y, a pesar de algunas ausencias -permítanme que, por respeto y
amistad, me reserve las razones de aquellos que me lo han hecho saber- ha
quedado una radiografía muy interesante del estado de salud que goza la poesía
en nuestra provincia. Vaya desde aquí mi gratitud a todos y cada uno de los que
se han sumado desinteresadamente a este proyecto.
Pero como uno, además de escritor es profesor, no me olvidé del potencial didáctico
que encierra la escritura creativa y de que es una herramienta privilegiada para
trabajar las emociones del alumnado e intentar mitigar los efectos del
confinamiento. Así, a mis compañeros del departamento de Lengua Castellana y
Literatura del IES Antonio María Calero les propuse trabajar con nuestro
alumnado los haikus durante algunos días de confinamiento y teletrabajo.
Gracias desde aquí a todos ellos por su implicación y, por supuesto, a los más
de 250 alumnos y alumnas que se han atrevido a escribir un breve poema -de
ellos, se han seleccionado un centenar que han inundado el canal interno de
comunicación del Área Sanitaria Norte de Córdoba y que ahora ven la luz en
forma de libro-. Mi más sincero agradecimiento a ellos y mi deseo de que encuentren cobijo
en la literatura y de que esta actividad les haya servido para afianzar su
compromiso cívico y su responsabilidad.
Asimismo, es justo agradecer a Julio López su trabajo y su
confianza en mí, y a Juanlu Dorado y a Pilar Cámara, de bluebird comunicación, el
exquisito diseño de las tarjetas que han circulado por las redes sociales. Con
ellos esta aventura ha sido mucho más fácil.
Aunque #PoemasEnCuarentena ha sido un grano mínimo, como las diecisiete
sílabas de la estrofa que nos ha servido de vehículo de comunicación, creo que
hemos conseguido el objetivo inicial, al tiempo que hemos intentado concienciar
a los más jóvenes de la gravedad del momento actual, de la responsabilidad que
como ciudadanos tenemos con el resto de la sociedad y de que, por tanto, de
nuestras acciones depende la salud de todos.
Solo me queda pedir al lector –y
espero que no lo perciba como indiscreción- que, más allá del gesto solidario
de adquirir este libro, se detenga durante un par de minutos y haga un profundo
y sincero ejercicio de conocimiento interior, que piense realmente en la
responsabilidad que genera vivir en sociedad, en su compromiso con el resto de ciudadanos
y en el civismo de sus acciones cotidianas. Más allá del uso de la mascarilla,
del distanciamiento social o de la cuarentena, serán las medidas personales e
intransferibles que se desprendan de dicha reflexión, ante las que no caben
regulación normativa, las que nos protegerán y permitirán reducir el número de
contagios, evitando el temido colapso del sistema de salud y, por tanto,
permitiendo un tratamiento lo más adecuado posible a los pacientes, reduciendo,
así, el doloroso número de muertes. El Covid-19 no ha desaparecido. Tenemos que
aprender a convivir con él y a ser paraguas unos de otros.
Esta debería ser una de las
lecciones aprendidas de esta crisis, de la que se debe volver otro, distinto. Ahora
que parece apagarse la confianza en la esperanza y en la necesidad de que un
nueva luz alumbre un mundo que se desmorona, quiero seguir creyendo que debemos
aprovechar este momento para cambiar nuestra forma de relacionarnos con el
resto del planeta.
Sin más, me despido deseando que este
aplauso interior, este apoyo y reconocimiento a nuestros profesionales de la
sanidad pública, se repita cada día, lejos de himnos colectivos y de adornos
superfluos, como un compromiso íntimo y una confianza en el bien común. Que la
gratitud a ellos –y a todos los trabajadores esenciales- sirva también para
honrar a nuestros muertos y cuidar a nuestros vivos.
Pozoblanco, 4 de julio de 2020.
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