Manuel Rico (Madrid, 1952) es autor de seis libros de poesía: Poco importa romper con las alondras (1980), El vuelo liberado (1986), Papeles incendiados (1991), El muro transparente (1992), Quebrada luz (1997), La densidad de los espejos (1991), Donde nunca hubo ángeles (2003), Las viejas estaciones invernales (2006), Fugitiva ciudad (2012) y Los días extraños (2015). De su poesía han aparecido las antologías Monólogo del entreacto, 100 poemas (2007), Versiones del invierno (2007) y Lugares propicios (2015).
Asimismo, ha publicado once novelas, entre las cuales destacan El lento adiós de los tranvías (1992), Una mirada oblicua (1995), Los días de Eisenhower (2002), Trenes en la niebla (2005) y Un extraño viajero (2016); varios ensayos; múltiples ediciones críticas, y numerosos artículos. Ejerce la crítica literaria en Babelia desde 1997 y dirige la colección de poesía Bartleby Editores desde 1999. Desde 2015 preside la Asociación Colegial de Escritores (ACE).
Comprometido con la justicia social, militó en el Partido Comunista y fue diputado en la primera legislatura de la Asamblea de Madrid, incorporándose al PSOE en 1995.
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En la “Poética” escrita para la Antología de la poesía española publicada por Gerardo Diego en 1931, Antonio Machado definió la poesía como “la palabra esencial en el tiempo”. Más allá de la aparente obviedad, la expresión machadiana encierra un enigma difícil de sondear. Consciente de ello, el poeta sevillano, de la mano de Juan de Mairena, la perfila al sentenciar que “la poesía es el diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo”. La materia a partir de la que el poeta crea es, por tanto, su propia interioridad y las coordenadas espacio-temporales en las que tiene lugar su existencia y de las que no puede abstraerse; por tanto, todo escritor ha de tener conciencia del tiempo histórico que le ha tocado vivir y ha de establecer una compleja relación dialógica con él.
El poeta, narrador y crítico literario Manuel Rico bien lo sabe y, de hecho, su poesía nace de la mirada crítica hacia la realidad, en un ejercicio continuo de observación y de indagación en los principios que determinan la relación del yo con el entorno. No obstante, prefiere matizar y no referirse a la poesía de manera abstracta, sino a su concreción, el poema, un artefacto construido con el lenguaje que debe dejar constancia del tiempo histórico del poeta, pero que, al mismo tiempo, dinamita los límites espacio-temporales para adquirir nuevos significados y producir una honda emoción en el lector o, en palabras del autor, intenta “atrapar el tiempo, reelaborarlo mediante la palabra, y entregárselo a los lectores para que a su vez lo gocen y lo reinterpreten de acuerdo con su propia experiencia”.
El tiempo se convierte, de este modo, en el eje central de toda la poesía de Rico, como él mismo declara con el título de su más reciente antología Tiempo salvado del tiempo (Antología 1980-2018), editada con mimo por la editorial madrileña El sastre de Apollinaire dentro de su colección Poesía. En ella se compendian casi cuarenta años de creación destilados en cincuenta y cuatro poemas pertenecientes a los diez libros publicados más dos de otro aún inédito. El volumen se completa con un interesantísimo prólogo de la filóloga y escritora Fanny Rubio, que lleva por título “Confidencia en la casa de la memoria de Manuel Rico”, y con un acertado epílogo del propio autor: “El sentido del poema”.
Este epílogo, convenientemente situado para no dificultar la lectura, es una legítima declaración de intenciones que puede servir de cuaderno de bitácora al lector curioso para revisitar la obra del escritor madrileño. En él Rico afirma que el tiempo es un constucto que el hombre percibe a través de los “objetos, de lugares, de sueños, de deseos, de frustraciones, de incertidumbres, de sentimientos, de estados de conciencia” y, por tanto, “solo existe cuando la palabra, sobre el papel en blanco, nos lo hace visible”.
Como en cualquier selección, el poeta elige aquellos textos en los que se reconoce con mayor claridad. No en vano, de su primer libro, Poco importa romper con la alondras (Madrid, Endymion, 1980), tan solo se incluye un poema y, según él mismo declara, se encuentra reescrito en su práctica totalidad. Ya en su segundo poemario, El vuelo liberado (Madrid, Endymion, 1986), percibido el agotamiento del culturalismo, reivindica la memoria íntima, que no puede entenderse sin una memoria colectiva, con lo que el poema deviene en testimonio de “experiencias vividas en los tiempos últimos de la dictadura”. Este mismo eje articula Papeles inciertos (San Sebastián, Kutxa, 1990; Premio Ciudad de Irún). En El muro transparente (Madrid, Libertarias, 1992), en cambio, gana “espacio la reflexión metapoética, la búsqueda, a través de la palabra, de un ‘estado de conciencia’ respecto a la realidad”. En Quebrada luz (Ferrol, 1996; Premio Esquío), con el que se cierra una etapa inicial, profundiza en lo metapoético e insiste en los “vínculos con la memoria, con la capacidad de evocación de todo poema”.
La madurez llega con La densidad de los espejos (Huelva, Diputación Provincial, 1997; Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez) y, sobre todo, con Donde nunca hubo ángeles (Madrid, Visor, 2003), en los cuales el autor incorpora la historia al texto poético, “filtrada por mi historia, metabolizada por mi experiencia y por mi memoria y sometida a una labor de rescate mediante el lenguaje”. Dicho libro inaugura un camino que transitará con acierto en De viejas estaciones invernales (2006) y, muy especialmente, en sus dos poemarios más destacados: Fugitiva ciudad (Madrid, Hiperión, 2012; Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández) y Los días extraños (Granada, Valparaíso, 2015). En palabras de Fanny Rubio, la poesía de Manuel Rico “aloja una memoria poética en su doble función presidida por un lenguaje narrativo que aporta realidad exterior, relativa a lugares y seres imborrables de su biografía, y realidad imaginaria, que remite a su tiempo personal y a su mundo de imágenes borrosas que le llegan del fondo del espejo de la infancia”.
El poeta, pues, utiliza un lenguaje eminentemente narrativo, en el que el lirismo contenido aflora a través de una eficaz adjetivación y de unas imágenes sencillas en su rotundidad y en su sugerencia. El empleo de un cuidado verso blanco se adapta al pretendido tono narrativo que, en los poemas más intensos, deviene en confesión a media voz y adopta un delicado y sutil tono elegíaco al evocar la infancia, la juventud, los familiares y amigos ya fallecidos. De este modo, consigue fundir la memoria y la experiencia personales con el testimonio de un espacio y de un tiempo concretos, ya sea la injusticia de la sociedad de la infancia y de la juventud del poeta o las inevitables grietas de hoy. Y lo hace sin fáciles edulcoraciones, escudriñando las diversas fisuras con una palabra precisa y exacta, libre de dogmatismos y de certezas miopes, íntegra y solidaria, capaz de construir puentes.
Título: Tiempo salvado del tiempo
Editorial: El sastre de Apollinaire
Año: 2020
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