La editorial Visor inaugura una nueva colección, Isla Negra, dedicada a la narrativa y lo hace con dos joyas: Retrato del artista cachorro, un libro de cuentos del poeta galés Dylan Thomas (1914-1953), y La peste escarlata, una apocalíptica novela del norteamericano Jack London (1876-1916). El primero es traducido por el poeta cordobés José Luis Rey y cuenta con un esclarecedor prólogo de Aeronwy Thomas, hija del escritor; la traducción del segundo corre a cargo de Jesús Isaías Gómez López, quien firma un extenso y exhaustivo prólogo.
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Dylan Thomas, aunque sea más conocido por su poesía exuberante, musical y simbólica, escribió desde sus inicios una prosa cuidada, de exquisita cadencia y vibrante. Los diez relatos que conforman el único volumen de cuentos que publicó en vida bucean en sus raíces y muestran al lector tanto las tierras galesas de su infancia y adolescencia como las personas que poblaron esa geografía física y emocional. De este modo, rescata un mundo rural perdido habitado por unos personajes singulares, trazados con agudeza, precisión y fraternidad, que se mueven entre el fracaso y la supervivencia, entre la memoria y el olvido, entre la extrañeza y la cotidianidad.
El humanismo de su mirada rezuma también un fino humor que, sin perder la serenidad y la elegancia, roza lo paródico a la hora de abordar temas como la muerte, el amor, la soledad y las contradicciones del adolescente y del joven escritor. En este sentido, como afirma Aeronwy Thomas, el título “identifica al artista, al escritor consciente de su oficio, destinado a una existencia solitaria por razón de dicho oficio, con la idea del «perro cachorro», con Dylan haciendo de las suyas, con trastadas y peleas de chiquillo, y como un adolescente bebedor y ligón”.
Aunque el libro no vio la luz hasta abril de 1940, los primeros relatos fueron compuestos antes de los veintiún años -“Una visita a casa del abuelo”, “Los melocotones” y “Un sábado tórrido”- y el resto antes del estallido de la guerra. Casi todas las historias -si exceptuamos las dos que se sitúan en la casa de campo de los Williams: “Los melocotones” y “Una visita a casa del abuelo”- transcurren en el pueblo costero de Swansea y en ellas se aborda su etapa escolar, los conflictos de la adolescencia y sus inicios laborales como periodista. No en vano, el propio autor las calificó como “historias para una autobiografía en las provincias” o “relatos sobre la vida en Swansea y sobre la adolescencia en las noches provincianas”.
“Como cachorros” es uno de los relatos más oscuros del volumen, en el que tres jóvenes se encuentran bajo los arcos de un puente de ferrocarril, desde donde ven la vida pasar: la llama de un mechero al encender un cigarrillo es el detonante de una confesión en la que se dan la mano la muerte y la vida, el amor y la desdicha, para revelar el absurdo de la existencia.
Similar recurso narrativo se emplea en “¿Quién te gustaría que estuviera con nosotros?”, donde el protagonista y el narrador pasean por la playa y se dirigen hacia una roca. Tras delinear magistralmente las contradicciones de ambos, la narración termina con los dos sentados en la roca mientras la marea sube y unas siluetas les hacen gestos a lo lejos para llamar su atención.
En “La vieja Garbo”, por su parte, el joven inocente de los primeros cuentos se ha convertido en un tierno granuja que, con el «sombrero nuevo ladeado» y el cigarrillo sujeto en la comisura de los labios, imita al viejo reportero al que acompaña.
“Un sábado tórrido”, en cambio, cuenta cómo un joven se enamora durante una noche de borrachera, pero desaprovecha la oportunidad de acostarse con la chica porque, cuando regresa del baño, se pierde. Tras este fracaso íntimo, sale a la calle y se refugia en la frágil luz de una farola.
La mirada del creador, la configuración de un espacio literario propio, el humor -que, desde este momento, será una clara línea divisoria entre su poesía y su prosa-, los diálogos brillantes y vivos y las pequeñas vidas de unos personajes sencillos lo convierten en un cuentista excepcional, cuyas composiciones, transparentes y directas, brotan de los acontecimientos mínimos que conforman la poliédrica identidad de un hombre a ratos inseguro, despistado, curioso, divertido, incisivo, turbador, obsceno, infantil, frágil, carnal, rebelde y vitalista, que busca la vida y la descubre en toda su plenitud y en todo su desorden, en toda su vorágine y en toda su calma.
Jack London, por su parte, escribió La peste escarlata en 1910, aunque no se publicase hasta 1912, por entregas, en la revista Magazine London. Se trata de una novela corta de tono posapocalíptico en la que algunos han querido ver una profecía de la actual pandemia provocada por el covid-19.
Situada en el lejano año 2073, la novela aborda las consecuencias de una peste originada en Inglaterra, que supone el fin de la civilización: la peste escarlata o muerte roja, cuyas víctimas, que mueren unos treinta minutos después de aparecer los primeros síntomas, se vuelven de un color rojo intenso, especialmente en la cara, al tiempo que se les adormecen las extremidades inferiores.
La inusitada rapidez con que se propaga la enfermedad le recuerda al hombre su fragilidad y llena el horizonte de incertidumbre, miedo y caos, provocando una descorazonadora pérdida de confianza en la ciencia y en el progreso. El ser humano tan solo puede asistir atónito, confuso y aturdido al derribo de las instituciones, de la convivencia, del lenguaje, del arte, de los valores…
En semejante situación de desamparo, el autor plantea una vuelta al estado natural, a una vida primigenia, en soledad, caracterizada por la aspereza y la dureza, la indefensión y la orfandad. Así, en un mundo prácticamente despoblado, en el cual sobrevivirán los que mejor se adapten al medio, apenas quedan unas pequeñas tribus entre las cuales no hay contacto. Estos supervivientes, entre lo que hay un pequeño clan formado por un abuelo y sus nietos, se sienten amenazados por otras especies animales que han recuperado el territorio que el ser humano les había robado.
Los nietos, cuyo nivel intelectual y competencia lingüística son muy limitados, le piden al abuelo que les hable acerca de la peste. La historia, pues, adopta la estructura del relato de su vida: su trabajo como profesor antes de la pandemia, el miedo ante el vertiginoso avance de la misma, la visión de la primera víctima durante una clase, el pánico generado en el campus universitario, el rechazo de su familia al regresar a casa ante el temor de que estuviese infectado, la imposibilidad de encontrar una cura por la muerte de los científicos y médicos que investigaban los “gérmenes”, el caos y la barbarie provocados en la ciudad -los habitantes se sublevan, llegando a matarse entre sí, con tal de conseguir lo necesario para sobrevivir-, su huida sin rumbo hacia el norte con otras personas, su vida en soledad durante tres años con un poni y dos perros, el regreso a San Francisco en busca de otras personas, el descubrimiento sobrecogedor de que toda la sociedad había quedado reducida a unas tribus que vivían sin contacto entre ellas...
En el interesante estudio preliminar, Gómez López relaciona esta novela con el resto de la literatura pandémica: Bradbury, Huxley o Poe, y considera que el de London es el planteamiento más certero, porque plantea la victoria de la naturaleza sobre la ciencia.
Se trata, pues, más allá de la conexión que pueda tener con la crisis sanitaria que vivimos a consecuencia del covid-19, de una historia que atrapa al lector, con un estilo directo y con unas acertadas descripciones, aparentemente objetivas y cientificistas, que trasladan al lector a una época en que la naturaleza impone su ritmo y el ser humano lucha por sobrevivir en una naturaleza extrema, como una criatura más en un medio hostil.
(Publicado en Cuadernos del Sur, en Diario Córdoba, 26 de marzo de 2022, p. 4)
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