El pasado viernes leí este poema en el acto de graduación de Segundo de Bachillerato. Fue un regalo poder hacerlo. Gracias a los compañeros que organizaron el acto (en especial a Miguel Ángel Torrico y Lola Pena) y que me permitieron ponerle la beca a mi hija, aunque nunca le haya dado clase. Fue un momento inolvidable.
10 de septiembre de 2010.
¿Les recuerda a algo esta fecha? "10 de septiembre de 2010" es el título del poema que voy a leer. Pertenece a mi libro Vértices y lo escribí a raíz de las sensaciones experimentadas el día en que mi hija, como todos nuestros hijos, a los que hoy homenajeamos, empezó infantil. Recuerdo perfectamente a muchos de los jóvenes que estáis ahí sentados, en el patio de infantil del Colegio Público Virgen de Luna mientras las maestras pasaban lista y entrabais a clase.
En el poema confluyen dos experiencias: por un ado, la incertidumbre experimentada ese día como padre ante la nueva etapa que se abría; por otro, la sensación que, como profesor, viví cuando regresé al insituto y me encerré en un aula vacía (aún no se había reformado el centro y los departamentos eran minúsculos) para gastar neuronas con las tediosas programaciones.
Un aula sin alumnos es un oxímoron. Vosotros conseguís que nosotros, los profesores y profesoras, intentemos obsequiaros con lo mejor de nosotros por si os sirve de algo en vuestra vida. Vosotros engrandeceis nuestra profesión. Vosotros, hijas e hijos, como digo en otro poema de Vértices "xois la única patria en la que vale la pena creer". Sobre todo, en estos días en que, a diario, mueren asesinados niños y niñas por una franja de tierra.
10 DE SEPRIEMBRE DE 2010
Un joven profesor entra en el aula,
descuelga los percheros donde se orea el frío
y mira cómo un rastro de luz resbala sobre los pupitres sin nombre
y cubiertos de polvo.
Sin explicarse cómo ni por qué,
se desbordan los límites de un paisaje incompleto
y cíclico,
mientras él pone en orden experiencias y pensamientos.
Después se acerca a una ventana.
El sol entre los álamos
le trae a la memoria las estrellas
encima de las olas, el salitre
y los ojos de su hija al descubrir el mar,
la misma niña que hoy le ha hecho sentir, de nuevo,
los nervios del primer día de clase.
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