viernes, 13 de diciembre de 2013

Caída interior. La poesía de Roberto Juarroz



Cuando un poeta escribe al margen de las modas y de las corrientes literarias, cuando no busca el aplauso complaciente de una crítica acostumbrada a los marbetes simplificadores, cuando no tiene prisas en publicar un primer libro que le sirva de carta de presentación sino que prefiere exigirse a sí mismo la búsqueda de una voz propia, cuando entiende la creación como una entrega absoluta a un ámbito en el que buscar las respuestas que den sentido a las grandes interrogantes de nuestra existencia, se produce un milagro solo al alcance de los más grandes: la coherencia de una apuesta poética sistematizada en el poema inicial del primer libro, a la que se mantendrá fiel a lo largo de toda su producción.
El argentino Roberto Juarroz (1925-1995), quien concibe la poesía como un proceso de indagación en el ser, presenta una obra esencialmente unitaria tanto por la utilización de unos símbolos, de unos temas y de un estilo similares –creados con un rigor extremo- como por el hecho de que todos sus libros mantienen el título de Poesía vertical, al que tan solo añade el ordinal correspondiente. Desde 1958 hasta 1994 se sucedieron trece poemarios, a los que habría que añadir una Decimocuarta poesía vertical, de carácter póstumo, y una Quinzième poésie vertical bilingüe.
La poesía juarrociana nace de la duda, de la interrogación constante ante la realidad –entre la que se encuentran el lenguaje y la propia identidad del ser-, en una búsqueda continua del ser motivada por la desconfianza ante ella. Por ello prescinde de lo anecdótico, de lo accesorio, de todo lo que rodea al yo poético. Esto es, hay que “desbautizar el mundo” o, lo que es lo mismo, “desrepresentar”, con lo que todos los conceptos dados como ciertos y seguros desaparecen. Una vez realizada semejante operación, lo que se encuentra es la nada. Ante tal constatación, decide profundizar en la palabra, que es donde reside toda verdad, sin que esto signifique que se olvide del ser, pues penetrar en la palabra supone indisolublemente ahondar en el ser, que es inestable y poliédrico.
Este es el gran acierto del poeta nacido en Coronel Dorrego: convertir la poesía en una búsqueda ontológica, en la que la palabra es el punto de partida. De este modo consigue fundir sin estridencias metapoesía y ontología en el poema, concebido como la única área donde el hombre puede preguntarse por el mundo que lo rodea y buscar las claves que le dan sentido…, aunque esta búsqueda sea siempre inconclusa. A diferencia de la filosofía, la poesía, al ser el espacio donde la palabra no se encuentra sometida a la rigidez del concepto, le ofrece la libertad de hacer añicos la lógica, los conceptos, las divisiones y las categorías. Algunas de las herramientas más eficaces para semejante tarea son la imagen, el símbolo, que revela el abismo del que nace la creación al no tener el sustento del concepto y de las verdades tejidas en torno a él, y el fragmento.
En suma, Juarroz, un clásico imprescindible que se adelanta al siglo XXI mucho antes de que apareciese esta antología en Cátedra, con un riguroso prólogo y un impecable aparato crítico de Diego Sánchez Aguilar, crea una poesía de un profundo aliento filosófico que pretende mirar, a través de la creación, más allá de la realidad cotidiana para profundizar en el ser, que se convierte en el eje capaz de unir metapoesía, poesía filosófica y poesía ontológica.

(Publicado en Cuadernos del Sur, 1 de diciembre de 2012, p. 6)

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