Cuando percibe la inmediatez de la muerte, Silvia, quien guarda el
enigmático silencio de las mujeres de los cuadros de Hopper, siente la
necesidad de aferrarse a la vida, a la que tan solo puede pedirle tiempo. El
mismo tiempo que de niña vendía en un improvisado puesto dentro su habitación a
cambio de caramelos o billetes para el circo. Rebasada la frontera de los 50, y
tras haber perdido a su pareja en un accidente, le diagnostican un cáncer de
pecho en fase terminal. Ante semejante golpe, reacciona con cierta rebeldía. No
se conforma con morir, sino que apuesta por vivir. Vende todas sus posesiones y
se aloja en un hotel de Mar de Plata, en una habitación con vistas al mar. Allí
inicia un viaje introspectivo con la serenidad de quien sabe que está ajustando
cuentas con la vida. Y es, precisamente, en este inesperado momento cuando surge
el amor entre ella y Javier, un joven fotógrafo que cuida del pequeño Julio.
Con ellos redescubre la felicidad y se reinventa a sí misma a través del amor y
del cuerpo.
Esta es la trama de La
vendedora de tiempo, primera novela de la escritora Ioana Gruia. Escrita
con una prosa cuidada y precisa, la narración busca la sugerencia y convierte
la emoción en el pilar que la sostiene, consiguiendo hacer cómplice al lector,
a quien le habla como se le habla a un amigo, a media voz, para confesarle que
tan solo el amor da sentido a la vida y llegar, junto a él, a la conclusión de que
únicamente el amor nos sobrevive.
(Publicado en
Cuadernos del Sur, 14 de diciembre de 2013, p. 7)
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