Duermevela es el territorio fronterizo en el que confluyen realidad y ensoñación. Y es, precisamente, en ese estado efímero y frágil donde debe situarse el yo poético al explorar, a través de la palabra, su identidad mediante la interpretación de las señales ofrecidas por el fragmento de mundo que conforma su existencia y con las que él se topa más por azar que atendiendo a un plan de búsqueda preconcebido (“es mejor acercarse al papel sin planos ni estrategias, aguardar a que él mismo nos revele su secreto […] hasta que la mano empiece a derramarse”). La escritura, así pues, es una suerte de revelación que ha de dar testimonio de los cambios experimentados por un sujeto, para lo que debe profundizarse en los sueños y en los miedos. Y en esto, Eduardo García no se deja arrastrar por tópicos heredados del romanticismo y de las vanguardias y prefiere evitar la arquetípica oposición entre inspiración y trabajo, abogando por una suma de fuerzas. Las intuiciones existen, y es también labor del poeta trabajar con ellas –al igual que con la palabra- con conciencia de artesano, hasta crear, con paciencia y oficio, un artefacto misterioso y complejo capaz de generar una emoción en el lector.
Sobre estos
principios, el poeta cordobés nacido en São Paulo articula su más reciente
poemario, distinguido con el trigésimo quinto Premio Internacional de Poesía
Ciudad Autónoma de Melilla, que supone la vuelta a las novedades de poesía seis
años después de La vida nueva (Visor,
2008; premios Fray Luis de León y Nacional de la Crítica ). Sin embargo,
este lapso de tiempo no ha sido un erial; además del reciente libro de
aforismos Las islas sumergidas
(Cuadernos del Vigía, 2014), han aparecido tres antologías de su obra poética: Las acrobacias del deseo (2009), Casa en el árbol (2011) y Antología pessoal (2011), esta última en
edición bilingüe español-portugués.
Los treinta
y cuatro poemas que componen Duermevela,
y que se distribuyen en cuatro secciones pretendidamente asimétricas
(“Encuentros”, “Rituales”, “Duermevela” y “Pasadizos”) más un contundente poema
introductorio de carácter metapoético titulado “La palabra”, suponen un
ahondamiento en el “realismo visionario”, como el propio García se refiere a una
apuesta poética, en la que, partiendo del mundo cotidiano y reconocible, se
adentra en las intuiciones y en las ensoñaciones para explorar un territorio
interior marcado por la fragmentariedad, por la incertidumbre y, como no puede
ser menos en quien es hijo de su tiempo, por la anulación del concepto de futuro,
dinamitado por un sistema productivo generador de desigualdades e injusticias
sociales. De este modo quiebra el concepto de libro unitario y plantea un
discurso fragmentario, como ya hizo en La
vida nueva, aunque en esta ocasión dé un paso más.
Los poemas, por
tanto, son escritos desde diversos puntos de vista y desde diversos registros,
con la intención de reflejar el carácter poliédrico tanto del propio yo como de
lo que lo rodea. Así, los que conforman “Encuentros” y “Rituales” tienen un
marcado tono narrativo; la diferencia radica en que, mientras que en aquellos
el foco de atención se centra en la realidad circundante –“Cuerpo de bruma”, “Eco”,
“Canción de la espera” o “Mis manos”-, en estos se ahonda en la interioridad a
partir de dicha realidad exterior para explorarla desde todos los ángulos posibles
-“Albada”, “Ritual del periódico” o “Tiranía de la sombra”-. Por su parte, en la
sección que da título al conjunto, el poeta transita, fiel a la intención de
incorporar nuevos registros a su escritura, el poema breve, caracterizado por
la aparente sencillez, por la desnudez y por la sugerencia de la palabra
precisa. Entre estas once composiciones se encuentran aciertos dignos de
recordar como “Pájaro y páramo”, “SOS” o “Clamor”, al cual pertenecen los
siguientes versos: “Mas frente al hospital arde en los chopos / rebelión de los
pájaros, clamor. / A orillas de la muerte / improvisa la tarde un arrecife”. En
cambio, la última sección, de un carácter netamente visionario, está compuesta
por seis poemas de largo aliento escritos en un versículo bastante musical
heredado del 27, y que, por eso mismo, se articula a través de cadenas de
heptasílabos y endecasílabos, fundamentalmente.
Se trata, en definitiva, de un poemario en el cual el autor se ofrece en toda su autenticidad, pues en la escritura “no hay reserva que valga, es preciso escribir con las manos tendidas al vacío, como un ciego se interna en la espesura”; por eso tiene que “precipitarse al pozo” consciente de que llegará a “escuchar solo el eco de una piedra”. Y es el eco que queda al cerrar el volumen lo que corrobora la afirmación que el poeta hace en el poema inicial: “con la palabra no hay trampa ni cartón, ni es prodigio al alcance del simple ilusionista, / todo sucede en el cuadrilátero de la página, pero no hay árbitro, ni campana que dé fin al combate, / el contrincante se aloja en nuestros huesos.”
Se trata, en definitiva, de un poemario en el cual el autor se ofrece en toda su autenticidad, pues en la escritura “no hay reserva que valga, es preciso escribir con las manos tendidas al vacío, como un ciego se interna en la espesura”; por eso tiene que “precipitarse al pozo” consciente de que llegará a “escuchar solo el eco de una piedra”. Y es el eco que queda al cerrar el volumen lo que corrobora la afirmación que el poeta hace en el poema inicial: “con la palabra no hay trampa ni cartón, ni es prodigio al alcance del simple ilusionista, / todo sucede en el cuadrilátero de la página, pero no hay árbitro, ni campana que dé fin al combate, / el contrincante se aloja en nuestros huesos.”
Autor:
Eduardo García
Título:
Duermevela
Editorial:
Visor
Año: 2014
(Publicado en Cuadernos del Sur, 4 de octubre de 2014, p. 6)
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