Raúl Alonso rompe una década de silencio con la publicación
de su cuarto poemario, Temporal de lo
eterno (La Bella Varsovia ,
2014), un libro escrito desde la sensación de provisionalidad y de extrañeza
generada por el hecho de haber vivido diez años lejos de Córdoba. Terminado al regresar
a su ciudad natal, los cincuenta y cinco poemas recogen, en palabras del propio
Alonso, “todas las sensaciones, contemplaciones y experiencias de esta década
de exilio”, entre ellas el paso de la juventud a la madurez y el desencanto
ante la crisis espiritual y económica que sacude nuestros cimientos, aunque sin
olvidar, en ningún momento, la indagación en los pilares espirituales del ser
humano.
De este modo, son numerosas las conexiones, tanto temáticas
como formales, con su producción anterior: el tono reflexivo y contemplativo,
la sencillez expresiva, la sensualidad, cierto minimalismo, la concepción
trascendente de la existencia, el sincretismo entre cristianismo y budismo, el
gusto por las asonancias –distribuidas ya sea en estrofas como el romance
endecha (“Todo me desasiste”), el romance heroico (“Agitaban pañuelos” o “En la
laguna”), la cuarteta heptasilábica (“Y volaron los pájaros”) o el terceto (“Y
enmudece” o “Aunque el amor es uno”), ya sea combinadas con una mayor libertad
(“Doble orilla”, “Lisboa” o “El amado olvido”), pero casi siempre con una
inclinación por rimar los versos pares (“Se viste de desierto” o “El temporal
persiste”)-, la preferencia por un léxico de connotaciones apocalípticas, el deseo
de conocer la realidad poliédrica e inabarcable, para lo que es necesaria una
previa apertura al otro, que, por definición, ha de ser siempre diferente –una necesidad
que se traduce en la exigencia de amarlo- o la concepción del poeta como un “bodhisattva”,
un ser comprometido en la reducción del sufrimiento del ser humano convencido
de que, para salvar la descomposición moral de la sociedad actual, hay que
regenerar la interioridad del individuo.
Y es, precisamente, la constatación de tal ruina deontológica la que justifica un título que, aunque inspirado en la antitética oposición de San Juan dela Cruz
entre los adjetivos “temporal” y “eterno”, adquiere un nuevo significado en
virtud del valor metafórico presente en dos sustantivos que se derraman sobre
todo el conjunto bajo la forma de una lluvia que ensucia y, al mismo tiempo,
lava y salva al hombre, una lluvia que destruye y que crea una realidad nueva.
Y es, precisamente, la constatación de tal ruina deontológica la que justifica un título que, aunque inspirado en la antitética oposición de San Juan de
Autor: Raúl Alonso
Título: Temporal de lo eterno
Editorial: La Bella Varsovia
Año: 2014
(Publicado en Cuadernos del Sur, 11 de octubre de 2014, p. 6)
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