domingo, 20 de enero de 2019

Emilio Prados, un poeta heterodoxo




Ser y tiempo es el heideggeriano título de la más reciente antología de Emilio Prados (Málaga, 1899-Ciudad de México, 1962). El ambicioso volumen, publicado por la Fundación Málaga dentro de su colección Las 4 estaciones, reivindica la altura de un poeta mucho más conocido como impresor y fundador, junto a Manuel Altolaguirre, de la mítica revista Litoral.
La edición y selección de textos corre a cargo del escritor y profesor de la Universidad de Málaga Francisco Morales Lomas, quien, además, firma un extensísimo y riguroso prólogo de casi 160 páginas, a lo largo de las cuales se desvelan con acierto las claves de la poesía pradiana, mostrando la auténtica dimensión de una voz singular entre sus coetáneos, y por ello mismo incomprendida. Convencido de que no es posible entender al autor sin comprender al hombre y el tiempo en que este vivió, el crítico andaluz funde las coordenadas histórico-biográficas y literarias, haciendo un recorrido paralelo por ambas, con solidez y exhaustividad, y divide en tres etapas su producción: una primera de evidente influencia vanguardista (1925-1928), una segunda de obligado carácter político (1932-1938) y una tercera de indudable aliento metafísico (1939-1962).
En un primer momento, los versos de Prados están muy influidos por las vanguardias –especialmente por el surrealismo-, pero también por la poesía neopopularista, con una fuerte presencia de referentes naturales, tras los cuales, pese a la tendencia generacional del uso abusivo de la imagen, se intuye tanto la apertura del yo poético a la otredad como la intención de mirar dentro de él para sondear las contradicciones interiores.
Pese a que los libros más representativos de este período tal vez sean Tiempo (1925) y Vuelta (1927), cuyas malas críticas lo llevaron a no publicar nada durante casi una década, los dos más significativos son El misterio del agua -escrito entre 1926 y 1927, aunque no viese la luz hasta 1954, en la mítica antología publicada por la editorial Losada en Buenos Aires- y Cuerpo perseguido -escrito entre 1927 y 1928 pero publicado en 1940, como primera parte de Memoria del olvido-. En ellos se presenta un yo poético que, en un éxtasis casi místico, sale de sí mismo para penetrar en la esencia de lo que le rodea. De este modo, el discurso de Prados inicia un heterodoxo camino donde confluyen la tradición mística, el surrealismo y las nuevas corrientes de pensamiento que colocaban el foco de atención preferente en el ser humano, preludiando, así, el enorme poeta que se mostrará a partir del exilio.
Durante la República y la guerra civil, el poeta malagueño, de ideología comunista, fue uno de los intelectuales más comprometidos con la causa republicana y participó activamente en la defensa de Madrid -de hecho, su compromiso es anterior al de Alberti, pues ya en 1929 publica un poema como “¡Alerta!”-. Su poesía, como la de la inmensa mayoría de sus contemporáneos, cambia tanto temática como formalmente, al ser concebida como un instrumento al servicio de la revolución social, razón por la cual adopta estructuras rítmicas propias de los metros populares -sobre todo del romance- y estructuras lingüísticas que tienden a la inmediatez denotativa y a la austeridad. Las obras más representativas de este momento son Calendario incompleto del pan y el pescado, donde aparecen campesinos, pescadores y niños que sufren las injusticias sociales de la época, y Llanto de octubre, cuyo explícito subtítulo es “Durante la represión y bajo la censura posterior al levantamiento del año 1934”. Sin embargo, sus obras más interesantes son La voz cautiva, cuatro poemas escritos entre 1933 y 1934 en los que junto a la denuncia social aparece un lenguaje surrealista, y Cancionero menor para los combatientes, donde el tono enfático de los romances anteriores desaparece para redescubrir la naturaleza y hallar en sus elementos el dolor y la desesperación.
Tras llegar a México en febrero de 1939 a bordo del barco holandés Veendam, junto a otros intelectuales como José Bergamín, su poesía evolucionará de manera inevitable al mirar decididamente hacia su interioridad. Desde este momento, el pensamiento metafísico y el diálogo establecido con los lenguajes de su época se convierten en los pilares de una de las voces más importantes de la poesía del siglo XX, que, partiendo de la convicción de que la poesía debe ser un territorio de encuentro con el otro, ahonda en temas como la identidad, el sentimiento de búsqueda, el misterio de la existencia, la añoranza y melancolía, cierto ensimismamiento espiritual, la soledad, el cuerpo o el deseo de infinitud.
Algunas de sus obras más significativas son Mínima muerte (1944), sutil penetración, tras asumir la meditación como vía para el conocimiento del mundo, en una realidad más allá de la realidad; Jardín cerrado (1946), una extensa confesión en la que se produce una fértil interacción entre naturaleza y yo poético para, a partir de ahí, dar paso a una reflexión serena sobre los grandes interrogantes que articulan la existencia; Río natural (1957), que profundiza en la búsqueda de respuestas a la existencia, para lo que el yo se fusiona de manera total con la naturaleza a través de la imagen del río; y La piedra escrita (1961), una obra casi mística en la cual este yo aspira a la infinitud a través de la comunión con el afuera.
Pero, tal vez, sus tres obras más importantes sean: Signos del ser (1962), un intenso poema dedicado a la memoria de su madre por parte de un yo poético que deviene en mirada que, tras interiorizar el cuerpo, intenta comprender el mundo a través de un lenguaje profundamente simbólico, difícil de comunicar, que aspira a la condensación y a la síntesis conceptual y poética; Transparencias (1962), donde despoja el lenguaje de todo lo accesorio para, a partir de ahí, nombrar la realidad de un modo nuevo y, por tanto, crearla, convirtiendo, de este modo, a la palabra, pese a su profundidad y oscuridad, en conocimiento del mundo y de uno mismo; y Cita sin límites (1965), libro póstumo escrito a los 63 años, en tan solo dos meses, bajo la certeza de la inminencia de la muerte, cumbre de una poesía mística en la que el yo sale de sí mismo para fundirse con la naturaleza y con el ser humano, dejando su huella en todo aquello que es exterior e interior, con lo que conforma una unidad total a través de la palabra desnuda y directa, que es la semilla que cae en el surco y germina, a pesar de su insuficiencia para expresar sentimiento y pensamiento.
Como no podría ser de otra manera, debo cerrar estas líneas celebrando la aparición de un libro necesario, que pone de relieve la auténtica dimensión de Emilio Prados; y lo hago citando a Jorge Guillén, quien reconoció la novedad de una apuesta poética a la que calificó como “la más singular de las escritas a lo largo del siglo XX”, que, además, hoy se revela como una fértil vía de exploración para la poesía del siglo XXI.

(Publicado en Cuadernos del Sur, 12 de enero de 2019, p. 7)

Autor: Emilio Prados. 
Título: Ser y tiempo
Editorial: Las 4 estaciones
Año: 2018

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