Ser y tiempo es el heideggeriano título de la más
reciente antología de Emilio Prados (Málaga, 1899-Ciudad de México, 1962). El
ambicioso volumen, publicado por la Fundación Málaga dentro de su colección Las
4 estaciones, reivindica la altura de un poeta mucho más conocido como impresor
y fundador, junto a Manuel Altolaguirre, de la mítica revista Litoral.
La edición
y selección de textos corre a cargo del escritor y profesor de la Universidad
de Málaga Francisco Morales Lomas, quien, además, firma un extensísimo y riguroso
prólogo de casi 160 páginas, a lo largo de las cuales se desvelan con acierto
las claves de la poesía pradiana, mostrando la auténtica dimensión de una voz singular
entre sus coetáneos, y por ello mismo incomprendida. Convencido de que no es
posible entender al autor sin comprender al hombre y el tiempo en que este
vivió, el crítico andaluz funde las coordenadas histórico-biográficas y
literarias, haciendo un recorrido paralelo por ambas, con solidez y exhaustividad,
y divide en tres etapas su producción: una primera de evidente influencia
vanguardista (1925-1928), una segunda de obligado carácter político (1932-1938)
y una tercera de indudable aliento metafísico (1939-1962).
En un
primer momento, los versos de Prados están muy influidos por las vanguardias
–especialmente por el surrealismo-, pero también por la poesía neopopularista,
con una fuerte presencia de referentes naturales, tras los cuales, pese a la
tendencia generacional del uso abusivo de la imagen, se intuye tanto la
apertura del yo poético a la otredad como la intención de mirar dentro de él
para sondear las contradicciones interiores.
Pese a que
los libros más representativos de este período tal vez sean Tiempo (1925) y Vuelta (1927),
cuyas malas críticas lo llevaron a no publicar nada durante casi una década, los
dos más significativos son El misterio
del agua -escrito entre 1926 y 1927, aunque no viese la luz hasta 1954, en
la mítica antología publicada por la editorial Losada en Buenos Aires- y Cuerpo perseguido -escrito entre 1927 y
1928 pero publicado en 1940, como primera parte de Memoria del olvido-. En ellos se presenta un yo poético que, en un
éxtasis casi místico, sale de sí mismo para penetrar en la esencia de lo que le
rodea. De este modo, el discurso de Prados inicia un heterodoxo camino donde
confluyen la tradición mística, el surrealismo y las nuevas corrientes de
pensamiento que colocaban el foco de atención preferente en el ser humano, preludiando,
así, el enorme poeta que se mostrará a partir del exilio.
Durante la
República y la guerra civil, el poeta malagueño, de ideología comunista, fue
uno de los intelectuales más comprometidos con la causa republicana y participó
activamente en la defensa de Madrid -de hecho, su compromiso es anterior al de
Alberti, pues ya en 1929 publica un poema como “¡Alerta!”-. Su poesía, como la
de la inmensa mayoría de sus contemporáneos, cambia tanto temática como
formalmente, al ser concebida como un instrumento al servicio de la revolución
social, razón por la cual adopta estructuras rítmicas propias de los metros
populares -sobre todo del romance- y estructuras lingüísticas que tienden a la
inmediatez denotativa y a la austeridad. Las obras más representativas de este momento
son Calendario incompleto del pan y el
pescado, donde aparecen campesinos, pescadores y niños que sufren las
injusticias sociales de la época, y Llanto
de octubre, cuyo explícito subtítulo es “Durante la represión y bajo la
censura posterior al levantamiento del año 1934”. Sin embargo, sus obras más
interesantes son La voz cautiva,
cuatro poemas escritos entre 1933 y 1934 en los que junto a la denuncia social
aparece un lenguaje surrealista, y Cancionero
menor para los combatientes, donde el tono enfático de los romances anteriores
desaparece para redescubrir la naturaleza y hallar en sus elementos el dolor y
la desesperación.
Tras llegar
a México en febrero de 1939 a bordo del barco holandés Veendam, junto a otros
intelectuales como José Bergamín, su poesía evolucionará de manera inevitable al
mirar decididamente hacia su interioridad. Desde este momento, el pensamiento
metafísico y el diálogo establecido con los lenguajes de su época se convierten
en los pilares de una de las voces más importantes de la poesía del siglo XX,
que, partiendo de la convicción de que la poesía debe ser un territorio de
encuentro con el otro, ahonda en temas como la identidad, el sentimiento de
búsqueda, el misterio de la existencia, la añoranza y melancolía, cierto
ensimismamiento espiritual, la soledad, el cuerpo o el deseo de infinitud.
Algunas de
sus obras más significativas son Mínima
muerte (1944), sutil penetración, tras asumir la meditación como vía para
el conocimiento del mundo, en una realidad más allá de la realidad; Jardín cerrado (1946), una extensa
confesión en la que se produce una fértil interacción entre naturaleza y yo
poético para, a partir de ahí, dar paso a una reflexión serena sobre los
grandes interrogantes que articulan la existencia; Río natural (1957), que profundiza en la búsqueda de respuestas a la
existencia, para lo que el yo se fusiona de manera total con la naturaleza a
través de la imagen del río; y La piedra
escrita (1961), una obra casi mística en la cual este yo aspira a la
infinitud a través de la comunión con el afuera.
Pero, tal
vez, sus tres obras más importantes sean: Signos
del ser (1962), un intenso poema dedicado a la memoria de su madre por
parte de un yo poético que deviene en mirada que, tras interiorizar el cuerpo,
intenta comprender el mundo a través de un lenguaje profundamente simbólico, difícil
de comunicar, que aspira a la condensación y a la síntesis conceptual y
poética; Transparencias (1962), donde
despoja el lenguaje de todo lo accesorio para, a partir de ahí, nombrar la
realidad de un modo nuevo y, por tanto, crearla, convirtiendo, de este modo, a
la palabra, pese a su profundidad y oscuridad, en conocimiento del mundo y de
uno mismo; y Cita sin límites (1965),
libro póstumo escrito a los 63 años, en tan solo dos meses, bajo la certeza de la
inminencia de la muerte, cumbre de una poesía mística en la que el yo sale de
sí mismo para fundirse con la naturaleza y con el ser humano, dejando su huella
en todo aquello que es exterior e interior, con lo que conforma una unidad
total a través de la palabra desnuda y directa, que es la semilla que cae en el
surco y germina, a pesar de su insuficiencia para expresar sentimiento y
pensamiento.
Como no
podría ser de otra manera, debo cerrar estas líneas celebrando la aparición de
un libro necesario, que pone de relieve la auténtica dimensión de Emilio Prados;
y lo hago citando a Jorge Guillén, quien reconoció la novedad de una apuesta
poética a la que calificó como “la más singular de las escritas a lo largo del
siglo XX”, que, además, hoy se revela como una fértil vía de exploración para
la poesía del siglo XXI.
(Publicado en Cuadernos del Sur, 12 de enero de 2019, p. 7)
Autor: Emilio Prados.
Título: Ser y tiempo
Editorial: Las 4 estaciones
Título: Ser y tiempo
Editorial: Las 4 estaciones
Año: 2018
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