Despedida. Poema en tiempos del virus es el último poemario del poeta, novelista, ensayista, traductor y crítico de arte neerlandés Cees Nooteboom (La Haya, 1933), una de las voces más reconocidas de la actual poesía europea, habitual en las quinielas del Premio Nobel.
Traducido por Isabel-Clara Lorda Vidal, el libro está concebido como un solo poema estructurado en tres movimientos, cada uno compuesto por once fragmentos -tanto unos como otros están titulados, lacónicamente, con números romanos-, y supone un nuevo intento de conciliar el ser y la apariencia en una búsqueda continua de la propia identidad.
En este proceso de construcción austero y sustancial juega un papel crucial la mirada, que, en un irrenunciable juego de perspectivas, oscila entre el exterior y el interior. Esta mirada esencial, que agradece todo lo recibido, implica una palabra frugal y contenida, dando lugar a un hermetismo nacido de lo cotidiano que busca, a través de la sugerencia de la imagen precisa, reflexionar acerca de la esencia de las cosas y del silencio y retiro necesarios para el autoconocimiento.
El germen de este libro de plenitud está, como el propio autor confiesa en el prólogo inicial, en un jardín, con la descripción de unas plantas mediterráneas, pero, inmediatamente, la memoria fractura las coordenadas espacio-temporales y vuela hacia las cicatrices de la guerra -la muerte de su padre y la reducción a escombros de su casa en La Haya a causa de los bombardeos- y la desolación de los años siguientes. En la segunda sección, el poeta ahonda tanto en la memoria como en la nostalgia y el sentimiento de pérdida producido a nivel mundial con la aparición del coronavirus, el derrumbamiento del mundo tal como era concebido hasta el momento y la incertidumbre y el miedo como principios que rigen la vida cotidiana de las personas. En la tercera, en cambio, se plantea, a través de la imagen del mar, que es concebido como origen y término, el eterno dilema de nuestra frágil existencia.
El conjunto, adquiere, de este modo, cierto tono testamentario. El yo poético siente la cercanía del final de un viaje geográfico, físico y existencial: “aquí me despido de mí mismo / y lentamente me trasmuto en / nadie”.
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