miércoles, 5 de mayo de 2021

Mirar adentro y conectar con uno mismo

 


El concepto de cuarentena, entendida como instrumento de conocimiento y de regeneración a partir de la repetición de una misma actividad durante cuarenta días, y su conexión con la propia edad del poeta, esa frontera en la que parece obligado hacer balance de dudas y de temblores, son el eje de ordenadas a partir del cual José García Obrero traza su cuarto libro, Tocar arcilla al fondo (La Isla de Siltolá, 2021). 

Las connotaciones de este término en las diferentes tradiciones místicas son coincidentes. Cuarenta días necesitó Buda para librarse completamente de los límites ilusorios del alrededor y comprender la existencia; cuarenta días estuvo orando Moisés en el Monte Sinaí para ser merecedor de las doce tablas; cuarenta días duró el retiro de Jesús en el desierto antes de ser tentado por Satán... 

Lo mismo sucede con el simbolismo del número 40. El 4 representa la realidad sensible, lo concreto, mientras que el 0 es el infinito, lo desconocido. Al unir ambos números se consigue la fusión entre lo que se percibe por los sentidos y lo que nos supera, entre lo manifestado y lo oculto. El nuevo número simboliza, pues, la totalidad y es utilizado como imagen de un tránsito creativo que desvela las múltiples posibilidades escondidas en una persona. No en vano, el diluvio universal, del que nacería un nuevo orden, duró cuarenta días, el tiempo que transcurrió entre la resurrección de Jesús y su ascensión; del mismo modo, siguiendo la tradición islámica, Mahoma tuvo su primera revelación a los cuarenta años, edad en la que, de acuerdo con el Talmud, el ser humano pasa a un nivel de sabiduría superior. 

Según la cábala este número representa los cuatro lados del mundo y cada lado contiene las diez “sefirot”o atributos a través de los cuales el infinito se revela a sí mimo. Por ello, no creo que sea casualidad que García Obrero estructure el volumen en cuatro partes -las mismas en las que se dividen los cuatro Vedas-: “Flor”, construida a partir de la nostalgia de los veranos de la infancia en un pueblo de Córdoba; “Sed”, en la cual la mirada, el silencio y la respiración se acompasan al hilo de las palabras que, como mantra o letanía, intentan acomodar nuestro pensamiento; “Ceniza”, la parte nuclear, donde se aborda la duda de la escritura, que nace cuando “se enciende el pensamiento como un fósforo”; y “Sombra”, en la que afloran las penumbras, las grietas y las contradicciones interiores.

Todas las secciones están compuestas por diez poemas, excepto “Sed”, integrada por siete. Al fracturar la esperada estructura cabalística, el poeta centra el foco de atención en la belleza de lo imperfecto, la grieta de la que brota una poesía en la que la mirada de asombro ante el alrededor es crucial (“es tu mirada al fondo la que arde como una pira funeraria; / todo el paisaje se desploma cada vez que abres los párpados”), y con la que, a partir de un profundo simbolismo, se busca lo primigenio, lo germinal. Así, la memoria, la raíz, el desarraigo y la preocupación por el lenguaje se convierten en los temas nucleares de unos poemas sin concesiones ni fuegos de artificio, que buscan el equilibro entre lo intelectual y el subconsciente, entre lo racional y lo irracional, con la única ayuda del lenguaje, que aspira a iluminar distintos ángulos de unas mismas obsesiones.

Tras La piel es periferia (Visor, 2017; Premio Ciudad de Burgos), José García Obrero vuelve a demostrar que conoce bien la textura del metro, las puertas entreabiertas del misterio (“es tu mirada al fondo la que arde como una pira funeraria; / todo el paisaje se desploma cada vez que abres los párpados”), la extrañeza de lo cotidiano (“cierra el balcón para escuchar adentro / cómo una gota cae / y se desborda el mundo”), la clausura de la herida (“Por eso la clausura cotidiana / deja en el aire surcos de ceniza / mientras crece tu raíz en otro suelo”) y los mimbres de la incertidumbre (“toda certeza el viento la deshace”). 

Con todo ello trama la arquitectura de unos poemas que nos llevan a replantearnos nuestra vida desde una mirada interior y a recuperar un contacto íntimo con la propia esencia, metiendo, así, el dedo en la llaga de una sociedad que, afanada en conocer mejor lo que nos rodea, olvida mirar adentro. La lectura de este libro supone, pues, un viaje a nuestras fosas abisales para intuir nuestras contradicciones, inseguridades, miedos y límites, para volver a conectar con lo más elemental y para sentir la plenitud de escuchar lo que transcurre dentro. Sin prisas.

Autor: José García Obrero
Título: Tocar arcilla al fondo
Editorial: La Isla de Siltolá
Año: 2021


(Publicado en Cuadernos del Sur, 24 de abril de 2021, p. 10)


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