Un hombre lee, relee, tantea versos, desecha palabras, aquilata instantes o intenta conciliar el sueño cuando “un sonido bronco, profundo, áspero / venido de tierras eslavas” cruza el cielo de una ciudad de provincias con enigmática puntualidad y rompe el silencio de medianoche. Son apenas unos segundos, hasta que “el ruido del motor se pierde / de forma gradual, hacia el sur”. Quizás la primera vez, el hombre dejase la lectura o la escritura y se acercase a la ventana; o tal vez se quedase en la cama sobrepasado y en vela, buscando refugio en el cuerpo amado (“mientras pongo mis labios a salvo en los tuyos”). En ningún caso encontraría respuesta alguna. No comprendería nada, pero el sonido lo estremecería. Noche a noche el estruendo se volvería rutinario y pasaría a ser un signo más de septiembre, ese momento del año en el cual regresamos a los hábitos y costumbres, fingiendo una concepción cíclica del tiempo que nos permita hacer más habitable nuestro fragmento de mundo (“Septiembre. Vuelta al comienzo, / a insistir sobre las pisadas, / sobre las costumbres / como si no supiésemos hacer otra cosa”).
El enigma se repitió durante dos meses, hasta que la Subdelegación del Gobierno de dicha capital desveló el misterio: el responsable era un viejo avión ucraniano de carga, un Antonov AN-12 de 51 años que, con sus cuatro motores de hélice, hacía la ruta desde Derby (Reino Unido) a Tetúan (Marruecos) a una velocidad de 450 km/h, sin sobrepasar los 7000 metros de altura; sin embargo, el asombro provocado por el sonido quedó en la cabeza del hombre.
Esta posmoderna redefinición del mito de Sísifo, que marcó el tránsito del verano al otoño de 2014, sirvió de cauce a los nuevos poemas de Antonio Luis Ginés, quien, con Antonov, editado por Bartleby Editores, ha roto un silencio poético de más de siete años. Tras Aprendiz (La Isla de Siltolá, 2013), el autor cordobés regresa a Bartleby, donde publicó Picados suaves sobre el agua en el año 2008. Estos tres libros forman una trilogía de madurez y ponen bocarriba las cartas de una apuesta estética al margen de los círculos mediáticos y de poder, caracterizada por la honestidad y sencillez de un discurso que ahonda en la propia interioridad con un lenguaje cuidado y parco, con la intención de mover al lector a la reflexión a partir de la emoción y de la sugerencia.
En ese instante en el que la quietud exterior se rompe y el interior tiembla, resuenan versos, emociones, sensaciones, recuerdos que se funden con el sonido áspero de los cuatro motores turbohélice, estableciendo una líquida frontera entre el interior y el exterior, entre el yo y el alrededor, en un fértil redeficinión de fronteras. La escueta sonoridad del nombre del avión que da título al libro, su fuselaje y su misteriosa carga se convierten en una imagen de la creación, pero también de la propia interioridad del poeta. Así, en “Deja”, uno de los mejores poemas del conjunto, afirma: “Deja de escribir de tu hijo, de tu madre, de tu pareja […] Y avanza, desnúdate, saca a bailar los miedos / los delitos, que se cubra tu nombre / de preguntas. Tú eres el punto / donde se tensan los hilos / de tu hija, tu padre, tu pareja”. La magnífica portada de Rafael Jiménez Reyes hecha con plastilina sobre una fotografía del autor apoya semejante afirmación.
A partir de las sensaciones y del recuerdo de la misteriosa nave que atravesaba el cielo de medianoche (“Pienso entonces en todos los años / que puedo salvar de la quema. / Y este frío, por fin, pegado a la piel, / evaporando todo el calor / que aún nos queda dentro”), el poeta escribe sobre lo que le preocupa y conforma el núcleo de su poética: el paso del tiempo, la naturaleza, la memoria, el amor,… la vida, en fin, destilada en los mínimos instantes que le confieren sentido a nuestras existencias (“Tan solo nos pertenece este segundo”).
Y aquí juega un papel crucial la mirada escrutadora de quien confía en el lenguaje no solo como instrumento de comunicación sino también como medio de autoconocimiento y de reconstrucción de la subjetividad. El poeta, que intuye una realidad superior con la que intenta conectar a través de la palabra y de un replanteamiento de la imagen, contempla lo que lo rodea y aguarda para capturar distintos instantes a partir de los cuales aprehender la sintaxis del mundo y, al mismo tiempo, las raíces del propio yo, produciéndose el salto de lo cotidiano a lo universal en tanto y en cuanto se logra escribir “de lo sencillo como si fuera un acontecimiento”.
Con estos mimbres Ginés consigue un libro honesto en su desnudez, de una profunda solidez, que nos confirma la altura de un poeta que descree de los juegos pirotécnicos y que apuesta por la precisión, la contención, la sencillez y la sugerencia, dando poemas memorables como “Petición”, “Hipótesis del eje”, “Conocerse”, “Medidas”, “Reunión”, “Tubos de colores”, “La luz de la vela”, “Elevación”, “Puntos en la pizarra”, “Rotar”, “Cielo único”, “Deja” o “Bosques de Polonia”, además de algún olvido.
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