Su labor como político y líder
intelectual de la independencia cubana, así como sus escritos periodísticos,
han oscurecido la producción poética de José Martí. A este olvido ha
contribuido también el hecho de que, en vida, tan solo publicase dos breves
poemarios que pasaron casi desapercibidos en la época: Ismaelillo (1882), una obra plenamente modernista aparecida seis
años antes que Azul de Rubén Darío, y
Versos sencillos (1891). De toda su
producción inédita destaca Versos libres,
superación de la encorsetada apuesta modernista que, callando más de lo que
dice, plantea una poesía más trascendente, capaz de bucear en la realidad concreta
en la que el yo poético vive. Y aquí
radica la novedad que Martí -conocedor de nuestra tradición y de la literatura
clásica, pero también de los poetas norteamericanos, franceses, ingleses y
alemanes coetáneos- aporta a la lírica hispánica. Consciente de la necesidad de
renovar una poesía anclada en una retórica manida, los poemas del poeta habanero,
nacidos de una angustia existencial íntima, tienen la intención de provocar
extrañeza en el lector, para lo que recurre al uso del verso blanco, a una
sintaxis distorsionada -fruto de la complejidad emocional del yo poético y de
la dificultad de reducirla a palabras-, al uso de imágenes carentes de
coherencia racional, a la sorprendente desconexión temática entre las partes
del poema y a las inesperadas inflexiones coloquiales.
La antología Música tenaz (Renacimiento, 2013), título tomado de un verso de Martí, es una buena
ocasión para acercarse a un poeta aún no suficientemente valorado.
(Publicado en Cuadernos del Sur, 21 de diciembre de 2013, p. 7)
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