El musgo y las campanas, el más reciente poemario de
Alejandro López Andrada, abre el catálogo de un nuevo sello editorial,
CatorceBis, dirigido por el también poeta Carlos Vaquerizo (Sevilla, 1978). El
sugerente nombre de este proyecto, que dará cobijo a autores de la talla, entre
otros, de Jesús Munárriz, Manuel Moya, María Sanz o Fernando Ortiz, remite al
número de versos de la estrofa por antonomasia, el soneto.
El volumen,
articulado en cuatro partes –“Atrio”, “Prosas ocres”, “Fragmentos del verano” y
“Las sombras vespertinas”- ofrece el lado más íntimo y personal del poeta
nacido en Villanueva del Duque; de hecho, la mayoría de los textos ha ido
viendo la luz en el muro del autor en Facebook al hilo de las sensaciones y
momentos que los han motivado. Pese a que la utilización del lenguaje y la
extensión de los mismos no sea lo establecido al uso en la citada plataforma
social, esta influye en su estructura, especialmente en el caso de las prosas.
En este sentido, la condición de “diario público” o álbum compartido no es
obstáculo para que el autor intente dotar de unidad a esta serie de fragmentos
de su propia interioridad, compartida en la red, al seleccionarlos y ordenarlos,
con vistas a la publicación, pues responden a un impulso común y a una misma
concepción de la poesía y del mundo. Así, el presente libro entronca
directamente con Entre zarzas y asfalto.
El poeta, un hombre
que ha tenido que marcharse de su pueblo natal ante la falta de trabajo
-circunstancia que ya sufrió entre 1986 y 1988-, pasea por la capital
cordobesa, donde vivió durante sus años de estudiante de Magisterio, y escribe
al hilo de los pequeños detalles en los que repara durante su caminar diario. A
ese núcleo se unen los recuerdos del pasado y/o las sensaciones experimentadas
en los regresos vacacionales a las raíces, que se amalgaman en un todo
imposible de disociar.
“Atrio”, que
funciona a modo de patio abierto situado a la entrada, marca el tono y el punto
de vista del conjunto: la sensación de
desarraigo. Este desarraigo, presente en poemarios como Novilunio en Allozo, Álbum de
apátrida o Los pájaros del frío, se
canaliza a través del sentimiento de melancolía y el tono elegíaco característicos
de su poesía, y no de la denuncia social –como hiciera en El jardín vertical o en Los
perros de la eternidad-. El volumen puede leerse, por tanto, como una
metáfora del éxodo rural: “Abandoné el temblor de mis raíces./Piso los surcos/y
oigo a mis espaldas/la mansa eternidad de la pobreza/que antaño vi a mi lado.”
En las veintidós “Prosas
ocres”, este paseante se muestra desubicado en una ciudad que, pese a sus
bondades, se revela hostil en algunos momentos. Por ello, busca refugio en los
espacios en que la naturaleza asoma en forma de parque o se muestra plena, como
en los Sotos de la Albolafia. Las composiciones más emotivas de este bloque son
las cuatro inspiradas en su madre, quien “sigue ahí, con la cabeza llena de
aleteos de golondrinas”: “Fe materna”, “Lágrimas”, “Victoria Andrada, madre” y “Noventa
y cuatro años”. Junto a ellas, conviene señalar las dedicadas a su mujer y a
sus hijas (“Paqui”, “Rocío” y “María Victoria”), escritas todas desde la
sensación de despedida que marca un inevitable aliento melancólico.
En los doce poemas
de “Fragmentos del verano”, la añoranza y el recuerdo de su pueblo se intensifican.
Aparecen, así, los dos temas fundamentales de toda su producción poética: la naturaleza y el
paraíso perdido de la infancia. El amor por la naturaleza es una pulsión
vital; la infancia, por su parte, un paraíso, un territorio literario en el que
se van difuminando los recuerdos, impregnando la poesía de nostalgia, hasta que
la evocación lo invade todo. Especialmente
significativos son “La vereda” y el proustiano “La galleta”. En el primero, se
calza las zapatillas del padre muerto; en el segundo, evoca a su madre joven.
En
los trece poemas que componen “Las sombras vespertinas” aparece el otro gran
tema de su obra: la ausencia y
la muerte, e, íntimamente relacionado, la recuperación de los seres queridos a
través de la memoria. La despedida de sus hijas alimenta “Ellas”; la ausencia
del padre, en cambio, deja “El puente del Río Kwai” y “Borrasca”.
Celebremos,
en definitiva, la valentía de Carlos Vaquerizo al apostar por la poesía en este
nuevo proyecto editorial, al cual deseamos una larga y fértil existencia, y que
sea un escritor cordobés como López Andrada quien inaugure este sueño
editorial.
Autor: Alejandro López Andrada
Título: El musgo y las campanas
Editorial: CatorceBis
Año: 2018
(Publicado en Cuadernos del Sur, 16 de junio de 2018, p. 6)
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