Con La mariposa en el buzón, Manuel Molina González (Priego de Córdoba, 1966) completa una trilogía japonesa junto a Haikus del olivar (2013) y Volverás abril. Senryus (2017). Autor de varias obras acerca de la Segunda República, en especial sobre Niceto Alcalá-Zamora, y colaborador de diferentes periódicos de Jaén y del suplemento Cuadernos del Sur, ha participado en diversas exposiciones, revistas y encuentros de poesía visual y ha publicado, además de los libros de inspiración nipona citados, el poemario Días de perros (2018); los libros de relatos Cuentos y leyendas de Cazorla (2003), en colaboración con Juan Antonio Bueno, y Manual para subcampeones (2006); el volumen de prosas poéticas, Impresiones del olivar (2018), y el proyecto El olivo a tiempo sabe, donde funde poesía, pintura y flamenco (2019).
Conocedor de la tradición japonesa y de las innovaciones que el género ha sufrido desde principios del siglo XX hasta la actualidad, nuestro poeta se mueve con comodidad y sin contradicciones entre la ortodoxia y las nuevas propuestas orientales, americanas y europeas, y explora las posibilidades expresivas de un género que, más allá de los tres versos de cinco, siete y cinco sílabas, es una forma mirar, de entender el mundo y de darle cauce expresivo a través de una palabra sencilla y despojada, sin artificios.
Así, la mirada ensimismada y reflexiva del poeta se detiene en la pequeñez de lo que lo rodea y pretende capturar el instante. Su contemplación sucede desde un estado de melancolía y de aceptación de la transitoriedad, pero también de gratitud y de celebración. Esto le permite descubrir lo extraordinario de lo cotidiano en un momento irrepetible que provoca una emoción y que, aunque sea insignificante en apariencia, encierra un sentido digno de ser cantado. No obstante, este ortodoxo canto del afuera se combina sin estridencias con el devenir de un yo y de un tú que, inevitablemente, conforman un nosotros.
Como reza en el subtítulo y el autor confiesa en una nota final, el volumen es una selección de 111 haikus, escritos a lo largo de los últimos cinco años, principalmente entre 2017 y 2019, mientras “pasaba las mañanas y/o tardes en los pasillos de un hospital, acompañando a un familiar que cada 21 días debía recibir tratamiento […] Han sido muchas horas continuadas de silencios, de butacas desgastadas, de pasillos saturados o fríamente vacíos, de luces artificiales, de máquinas expendedoras, de largos momentos para reflexionar; un inevitable orillamiento de la escritura hacia la necesidad, a la vez que compañía impagable.”
Desde la soledad y el silencio de ese ámbito, que es origen y término, el autor intuye el verdadero sentido de la vida y acude a la escritura, en principio, como una herramienta terapéutica que le permite bucear en su interioridad y sondear las dudas que lo conforman, con lo que, inmediatamente, deviene en instrumento de conocimiento y de comunicación, al estar en todo momento abierto a la otredad. En este proceso radica el sentido del citado subtítulo cabalístico, “111 haikus”: el uno es la singularidad y el tres la totalidad, la plenitud, con lo que, a pesar de la dificultad, hay un mensaje de esperanza; el 111 sería, pues, el sustento, los que nos enraíza y nos lleva a resistir ante la adversidad.
La curiosa arquitectura del libro se apuntala en tres partes asimétricas precedidas cada una por un breve fragmento en prosa, impregnado de la filosofía zen, en el que dialogan un sensei y un haijin, a través de los cuales el autor expone su visión del mundo y su concepción del género. Cada una de estas estampas, que se cierra con un haiku y su traducción al japonés, están seguidas de una serie variable de haikus.
“La creación y su largo trecho” va seguido de 18 piezas de tono metaliterario, en los cuales Molina González explicita su concepción tanto del género como del proceso creativo. Por su parte, “La naturaleza, aquí y tal vez ahora” está seguida de otras 39 en los que la infancia, el instante y la adversidad se mezclan en el momento presente, conformando la parte más canónica de un volumen al que se refiere Carlos Santos, quien firma un prólogo titulado “Para quedarse”, como un “olivar en verso donde grajillas, mariposas, gayumbas, gatos, perros, higueras despeinadas y libélulas conviven con abismos, silencios, ausencias, olvidos, vacíos, soledades, ruinas, féretros y fantasmas en un remanso de páginas, pinceles, amistades, canciones y buzones, libros, cervezas, vinos y gomas de borrar.” En cambio, “El barrio, la vida, que aún sobrevive celebrando los días” celebra la vida, el instante, la plenitud del momento, impregnado de una profunda gratitud, a pesar de la adversidad, a lo largo de 48 composiciones.
Esta idea se refuerza con la estremecedora historia que cierra el volumen, la del boxeador Shuzo Taguchi, quien estuvo siete años en el corredor de la muerte, cuya última voluntad fue el material necesario para escribir un haiku.
El vuelo esperanzador de esta mariposa muestra a un poeta que conoce bien el haiku y sus misterios, que se pregunta a sí mismo sobre la vida, la muerte, el amor, el paso del tiempo o la infancia, sin pretender respuestas, insinuando al lector en solo diecisiete sílabas.
Título: La mariposa en el buzón
Editorial: Ediciones Algorfa
Año: 2020
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