domingo, 18 de junio de 2017

Cirlot visto por Rivero Taravillo


Coincidiendo con el centenario del nacimiento de Juan Eduardo Cirlot (Barcelona, 1916-1973), la Fundación José Manuel Lara y la Fundación Cajasol editan la biografía Cirlot. Ser y no ser de un poeta único, con la que el escritor, traductor y crítico sevillano Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963) ha conseguido el Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías.
Cirlot es un autor aún desconocido para el lector común, pese al reconocimiento y la admiración de gran parte de la crítica y de un número cada vez más significativo de poetas que ven en su singular apuesta poética, ajena a las principales corrientes vertebradoras de la poesía del siglo pasado, una de las más valiosas y originales, capaz de proyectarse hacia el futuro.
Utilizando un epistolario desconocido en gran parte y abundante material inédito, y ahondando en los propios textos del poeta barcelonés, Rivero Taravillo consigue crear una atípica biografía con la que aspira a reflejar el carácter complejo de un poeta singular que, debido precisamente a su singularidad, ha quedado al margen de todos los mapas poéticos elaborados.
Hijo de militares, tras cursar bachillerato con los jesuitas y correspondencia mercantil y contabilidad, trabajó como aprendiz en una agencia de aduanas, primero, para, después de varios empleos, ser contable del Banco Hispanoamericano. De modo paralelo a estas actividades puramente nutricias, sintió la necesidad de dar cauce a sus inquietudes artísticas. Así, además estudiar piano y composición, en 1936 empezó a escribir versos. Al cumplir la mayoría de edad, fue movilizado por el ejército republicano; pero, apenas un año más tarde, se cambió de bando y, tras una breve estancia en un campo de concentración, terminó luchando en las filas golpistas. Una vez acabada la contienda, tuvo que hacer, paradójicamente, el servicio militar en Zaragoza, donde entabló relaciones con diversos intelectuales y descubrió el surrealismo. De vuelta a su ciudad natal, en 1943, retomó su empleo en el Banco Hispanoamericano -antes de adentrarse en el mundo editorial y trabajar en la editorial Gustavo Gili-, participó activamente en diversas tertulias literarias y círculos artísticos de sello vanguardista, estableciendo lazos con múltiples creadores, entre los que destacan los integrantes del grupo Dau al Set, y publicó sus primeros poemas en diversas revistas.
Desde este momento, se suceden, a un ritmo frenético, las publicaciones: Árbol agónico, El canto de la vida muerta, Canto de la vida y Susan Lenox, el primero de sus poemas inspirados por la visión de una obra cinematográfica, publicado en 1947, el mismo año en que contrae matrimonio con Gloria. En estas obras iniciales ya tenemos presentes los temas y obsesiones propiamente cirlotianos, así como algunos de sus logros formales y la peculiar formar de difundir su poesía: ediciones de autor, en casi su totalidad, con tiradas muy reducidas.
1949, el año en que nace su primera hija, Lourdes, será una fecha crucial en su trayectoria literaria, pues, además de publicar el Diccionario de los ismos, conoce personalmente a Breton y a Schneider. Si el primero supone la fascinación por el surrealismo, el segundo encarna el descubrimiento de la simbología tradicional, que le permitirá adentrarse en el mundo de las correspondencias, utilizando el símbolo como principal herramienta para intuir una realidad oculta, para cristalizar los fantasmas interiores de un hombre poliédrico y para renombrar la realidad. Fruto de este interés, escribirá dos décadas más tarde su obra más conocida internacionalmente: Diccionario de símbolos (1968).
Otra fecha altamente significativa es 1955, año de nacimiento de su segunda hija, Victoria. Al acercarse a la frontera de los 40, su obra crece exponencialmente y, tomando como punto de partida el surrealismo y el simbolismo, llega, como él mismo dice, “el gran descubrimiento de mi vida poética”: la poesía permutatoria.
En 1960 visita Carcasona -años después volverá con su mujer-, inicia una serie de viajes a París, donde se reúne con Breton y los surrealistas, y acude a la Bienal de Venecia. Tras cinco años volcado en la crítica de arte, regresa a la poesía con Regina tenebrarum, Las oraciones oscuras y, muy especialmente, el ciclo Bronwyn (1967-1971), uno de los mayores logros de la poesía en lengua española de la segunda mitad del XX, una obra que anticipa varios de los caminos por los que está discurriendo la lírica de principios del siglo XXI. Se trata de dieciséis cuadernos que conforman un largo poema místico, de raíz erótica, necesariamente fragmentario, dedicados a la protagonista de El señor de la guerra. Las homofonías, las aliteraciones, el adelgazamiento del verso, la ruptura de la sintaxis y de la frase, la agramaticalidad, el uso constante de las repeticiones, la experimentación con diversos tipos de rima, la técnica del collage, el retorcimiento de la sintaxis… llevan el lenguaje al límite, sometiéndolo a un continuo ejercicio de tensión.
De entre sus últimas publicaciones, siempre en reducidas ediciones de autor, destacamos Los poemas de Cartago, Cosmogonía y, sobre todo, sus Cuarenta y cuatro sonetos de amor, donde experimenta formalmente con esta estrofa clásica para conseguir la mayor intensidad y concentración posibles.
Pese al reconocimiento y el respeto de muchos de sus coetáneos, no será hasta 1969 cuando Juan Pedro Quiñorero y la Editora Nacional planteen una edición de su obra más reciente, principalmente la del ciclo Bronwyn, en una editorial que llegue a las librerías. La edición de Poesía 1966-1972, a cargo de Leopoldo Azancot, se publicó finalmente un año después de la muerte del poeta, crítico de arte y compositor catalán.
En silencio, se marchó el más vanguardista de nuestros poetas, cuya poesía, insólita y radicalmente distinta, nace de un profundo conocimiento tanto de nuestra tradición como de otras tradiciones inexploradas hasta el momento. Un creador único, para quien el poema era una forma de exploración de las propias grietas. No en vano, toda su obra brota de un continuo sentimiento de extranjería, lo que le lleva a sentirse al margen de la sociedad. Tal conflicto desemboca en el nihilismo, en la insatisfacción radical y en una enconada reacción contra el mundo que le ha tocado vivir, ante el que se estrellan continuamente sus aspiraciones, convirtiéndose la poesía en un medio de evasión.
De este modo, vida y obra conforman una misma realidad en él. Un hombre proteico. Nihilista. Trabajador incansable. Cinéfilo. Lector voraz. De movimientos impetuosos. De carácter vehemente. Apasionado de la arqueología y de la historia. Entusiasta de las más insólitas religiones, culturas o mitologías. Interesado por la numismática. Fanático de las espadas. Filogermánico y amante de la cultura hebrea… Un escritor vertiginoso. Visionario y metafísico. Vanguardista y tradicional. Ortodoxo y heterodoxo…
Un personaje imposible de encasillar, que no deja impasible a nadie, en cuyas contradicciones radica la fascinación que ejerce sobre sus seguidores y cuyos versos son descargas que estallan en el lector, quien, tras el asombro inicial, se siente irremediablemente perdido en un laberinto con vistas al abismo y reconoce en Cirlot a un auténtico renovador de la poesía en lengua española, referente inevitable para cualquier poeta de hoy.


Autor: Antonio Rivero Taravillo.
Título: Cirlot. Ser y no ser de un poeta único
Editorial: Fundación Lara. 
Año: 2016.

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