“Cuando siento no escribo”, afirmaba con rotundidad Bécquer
en la segunda de las Cartas literarias a
una mujer para dejar constancia de que se escribe a partir del recuerdo de
lo sentido (o “memoria viva”, como lo define el poeta sevillano) y no de la
experiencia directa de los sentimientos. Desde entonces, no son pocos los
críticos y escritores que han hecho suyas, con diferentes matices, dichas
palabras. Sin embargo, poemarios como La
sentencia, de Santiago Castelo, revelan lo erróneo de tal pensamiento o, por
decirlo de un modo más suave, suponen la excepción que toda regla contiene, en
la medida en que consiguen crear arte a partir de los escombros del propio ser.
Para ello, el poeta se sumerge en su dolor, en su sufrimiento, en su enfermedad,
sin tiempo para distanciarse de ellos y consigue trascender la experiencia
personal, convirtiéndola en una verdad universal. El resultado es sentimiento y
poesía fusionados, en estado puro, sin cortapisas. Y es esta condición la que
provoca que el libro, pese a la serenidad del dolor aceptado, golpee con una
contundencia inusitada a un lector que, una vez lo cierre, ya no volverá a ser
el mismo.
El poemario, que consiguió el XXV Premio Internacional de
Poesía Jaime Gil de Biedma por “aclamación”, en palabras de Gonzalo Santonja,
supone, según reza en la contraportada, “el broche de oro a la obra poética” de
José Miguel Santiago Castelo (Granja de Torrehermosa, 1948 – Madrid, 2015), quien
falleció un par de semanas antes de conocer el fallo, y refuerza, sin duda
alguna, el prestigio de uno de los galardones más importantes de nuestro
panorama poético.
Se trata de un libro contundente y estremecedor, que
sobrecoge aún más al conocer las circunstancias vitales del poeta extremeño. Concebido
como la crónica de una enfermedad, de una lucha por la vida, arranca con el poema
que da título al conjunto y actúa como un golpe directo al ánimo del lector, al
igual que las palabras del médico que le anuncian que padece cáncer (“Sonó la
palabra. Seca y rotunda lo mismo que / un disparo”). Esta es la terrible
palabra que articula todo el discurso sin aparecer una sola vez. Nada más
escucharla, toda su existencia pasa por delante de sus ojos, como fotogramas
mal montados de una historia íntima: “toda la vida en un instante: la niñez en
el pueblo; el viaje a Madrid; / los primeros amores.” Es así como la vida y la
percepción que el sujeto tiene de ella cambian radicalmente: “Se acabaron las
citas, las agendas. / De pronto nada sirve de un día para otro. / Ni tú mismo mandas.
/ Es tu propio organismo, tu luz y tu ceguera.”
Una vez aceptada la realidad, se suceden las pruebas a las
que el enfermo debe someterse, las sesiones de quimioterapia, el deterioro del
propio cuerpo (“El cuerpo es un castillo en continuo derrumbe”), que lo lleva,
incluso, a no reconocerse físicamente (“Veo mis manos. ¿Pero estas son mis
manos?”), las mejorías transitorias, el dolor instalado en el costado, las
recaídas… En estos instantes, la memoria se convierte en un salvavidas al que
aferrarse y, así, se suceden los poemas elegíacos dedicados a los amigos que
marcharon antes que él, los recuerdos de la infancia y la adolescencia o el
amor a su tierra natal, Extremadura; y todo con la característica variedad
métrica del autor. Verso libre, romancillos, décimas o sonetos se funden
creando una sutil polifonía de emociones y sensaciones.
Pese al dolor que atraviesa cada verso hay un sosiego y una
resignación de honda raíz religiosa que no está reñido con el ansia de seguir
viviendo. De esta singular tensión nacen unos poemas despojados y definitivos,
de una fuerza e intensidad singulares, capaces de transmitir una innegable
serenidad y, al mismo tiempo, desgarrar el alma. Castelo, al notar que la vida
se le escapa, decide ajustar cuentas con la vida y con uno mismo y se despide
de manera sosegada, con lo que La
sentencia supone, como se recoge en la nota preliminar anónima, el “testamento
poético y vital de quien contempla con serenidad su paulatina extinción y
quiere dejar constancia de los días vividos, de los días gozados y llorados y
también de los días que ansía vivir”. Un testamento escrito, como no puede ser
de otra manera, desde la perspectiva de quien se sabe ya en la otra orilla
(título de la composición que cierra el volumen): “Viviré en los encinares /
cuando solo sea memoria, / cuando me borre la historia / y mis versos sean
cantares… / Por encinas y olivares / irá vagando mi alma / y al atardecer en
calma / de la clara primavera / oiréis mi nombre en la era / y en el rumor de
la palma.”
Autor: Santiago Castelo
Título: La sentencia
Editorial: Visor
Año: 2015
(Publicado en Cuadernos del Sur, 3 de junio de 2017, p. 6)
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