Escribir una obra maestra como Frankenstein con tan solo dieciocho años y estar casada con uno de los grandes poetas románticos ingleses ha eclipsado el resto de la producción literaria de Mary Shelley (Londres, 1797-1851), quien, además de novelista, fue ensayista, dramaturga, biógrafa y, sobre todo, poeta. Sin embargo, su poesía, repartida entre sus diarios y diferentes revistas de la época, quedó en gran parte inédita en vida, siendo apenas conocida en su propio país. Ahora, la editorial Visor publica por primera vez en castellano estos Poemas en una cuidada y pulcra edición bilingüe que corre a cargo de la también poeta Victoria León, traductora, entre otros, de autores como Oscar Wilde, R.L. Stevenson, Arthur Conan Doyle, Alfred Tennyson o Rudyard Kipling. León afirma, en la interesante “Nota a la traducción”, que ha pretendido ofrecer “una versión en la que el objetivo primordial fuera armonizar la fidelidad al espíritu de cada texto original con su eficacia como poema en la lengua de llegada”. Y creemos que lo consigue con creces.
Aunque Mary Godwin cultivó la poesía desde niña, el grueso de su producción se concentra entre 1820 y 1830, pues los poemas anteriores se perdieron durante su fuga con Percy Bysshe Shelley, en 1814. En este sentido, la inmensa mayoría de los poemas recogidos en el presente volumen se escribieron tras la muerte de Shelley en el absurdo naufragio sucedido en la bahía de La Spezia en 1822, un mes antes de cumplir los treinta años, y nos muestran una mujer de una extraordinaria sensibilidad, enamorada y viuda, que se mueve entre el dolor, la soledad, la memoria, el deseo, el inconformismo y la rebeldía ante un destino cruel. A esto se suman las múltiples vicisitudes que azotaron anteriormente su trágica existencia: el rechazo social tras regresar a Inglaterra embarazada de Shelley, la muerte de su hija, las deudas, el matrimonio con el poeta tras el suicidio de su primera esposa o el fallecimiento de otros dos hijos.
Sin lugar a dudas, la composición más significativa del conjunto es la que lo abre, “El elegido”, un extenso poema en el cual la poeta recuerda los días felices vividos junto a Percy antes de evocar su pérdida (“El que elegí. El mío. El que tuve y perdí / bajo un rojo crepúsculo del último verano”) y confesar la situación de abandono y desamparo en que queda (“Con él me abandonaron la vida y la esperanza”), aferrándose a su único hijo vivo como salvavidas, consciente del abismo en el que discurrirá su vida por más que se niegue a aceptarlo.
Otros poemas que comparten eje de abscisas son "Al leer los versos de Wordsworth sobre el castillo de Peele", donde la poeta vuelca sus sentimientos sobre una naturaleza que la desborda y ante la que siente la pequeñez humana; “Ausencia”, en el cual el llanto se convierte en un desnudo lamento ; “Un canto fúnebre”, dolorosa recreación de la imagen del barco que se lanza al mar y naufraga; “Cuando yo me haya ido, esta arpa que suena”, acerca del efímero bálsamo que es la poesía; “Olvidaré tus ojos cargados de ternura”, sobre la imposibilidad de olvidar a su amado; “Tristemente arrastrados por las olas”, donde muestra su deseo de reunirse con él; “Igual que una estrella surgiste en mi vida”, reivindicación de la necesidad del duelo y de la memoria; o el conmovedor “Ven a verme en mis sueños, amor mío”, en el que la poeta deja aflorar su deseo más íntimo de volver a estar junto a su difunto esposo, aunque sea en sueños.
A pesar de esta existencia atormentada, en sus versos late la mujer rebelde, inconformista y revolucionaria, hija del filósofo William Godwin -el autor de Justicia política- y de la pensadora Mary Wollstonecraft -pionera del feminismo con La vindicación de los derechos de la mujer-, que encuentra en Italia la libertad (“El sol sigue brillando, hermosa Italia”) y defiende la necesidad del librepensamiento en la elegante sátira titulada “Oda a la ignorancia”.
Y todo esto lo consigue sin las pirotecnias verbales tan gratas a la mayoría de los poetas románticos ingleses, especialmente a su amigo Lord Byron y a su marido. Mary Shelley escribe desde la palabra despojada en su dolor y en su verdad, que brota como un suspiro ahogado contra la almohada durante las largas noches en vela y que, en su esencia, se revela solidaria y compasiva, lo que la conecta con otras poetas como Elizabeth Barrett, Caroline Clive, Jane Taylor o Letitia Elizabeth Landon.
Este libro supone, pues, una oportunidad para descubrir la intensidad de una poesía que orbita en torno a un dolor que lo inunda todo, volviéndose obsesivo, y que da forma a un abismo en el que la poeta busca agarrarse con fuerza a la libertad y a ese hijo huérfano de padre. Este dolor ha sido masticado en silencio y destilado hasta que ha encontrado cauce a través de unas palabras precisas y naturales, capaces de nombrarlo con una serenidad vivida y con una solidez constructiva que emociona tanto en las composiciones más breves como en las más extensas.
Autora: Mary Shelley
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