Doce años después de Peces en la tierra (Vandalia, 2010), antología en la cual reunió a las poetas de la Generación del 27, Pepa Merlo (Granada, 1969) amplía la nómina de creadoras y abre el arco temporal de publicación, presentando una exhaustiva radiografía de la poesía escrita por mujeres a lo largo de la primera mitad del XX en Con un traje de luna (Vandalia, 2022). Esta nueva selección mantiene la intención reivindicativa, al tiempo que muestra unas pinceladas de la obra de las antologadas, que no puede ni debe ser entendida al margen del contexto histórico y social de la España de la época.
Si en aquella ocasión la profesora de la Universidad de Granada hacía un guiño al poemario de Margarita Ferreras, ahora toma un verso de Concha Méndez para insistir, mediante una bella y sugerente imagen, en la figura de la mujer a la sombra del hombre, sin luz propia, brillando como un simple reflejo, lo que la lleva a vivir transida de un inevitable sentimiento de no pertenencia: “Luz inexistente, con apariencia de realidad, luz de luna. Luz prestada, ficticia, apenas reverberación. El astro desconocido, cuya imagen es la proyección de un reflejo que marca las distintas fases lunares dependiendo de la mayor o menor iluminación que robe al sol: nueva, creciente, llena, menguante. El astro poderoso capaz de influir en las mareas, en el crecimiento de las plantas, en el comportamiento de los animales y, sin embargo, su presencia o ausencia depende de una claridad que no le pertenece”.
Si en aquella primera entrega el criterio seguido comprendía poemarios publicados hasta 1936; ahora, la investigadora amplía el límite cronológico a toda la primera mitad de siglo XX, dando cabida a seis nuevas autoras -Mercedes Pinto, Ángela Figuera Aymerich, Maruja Falena, Ana María Martínez Sagi, Dolores Arana y Alfonsa de la Torre- que, aunque compartieron espacios y vivencias con el grupo del 27, publicaron sus primeros libros tras la guerra, y a nuevos poemarios de las ya presentes en Peces en la tierra. Paralelamente, se han suprimido otras como Margarita Nelken, Clementina Arderiu, Josefina Bolinaga y Esther López Valencia, pues “poco más podía aportarse a la selección allí recogida”.
De este modo, entre las veinticuatro mujeres recogidas en el presente volumen, encontramos voces tan reconocidas como las de Concha Méndez, Rosa Chacel, Carmen Conde, Josefina de la Torre, Ernestina de Champourcin o Elisabeth Mulder, junto a otras como las de Casilda de Antón del Olmet, Gloria de la Prada, Pilar de Valderrama, Lucía Sánchez Saornil, María Luisa Muñoz de Buendía, Cristina de Arteaga, María Cegarra, María Teresa Roca de Togores, Marina Romero, Josefina Romo Arregui, Dolores Cartarineu y Margarita Ferreras.
Tras analizar la conformación del constructo “mujer” y detenerse en algunas de las estrategias usadas por esta a lo largo de la historia para conquistar un espacio masculino -anonimia, pseudónimo...-, Merlo aborda el recelo del hombre ante semejante conquista, ya a finales del siglo XVIII, antes de demostrar cómo ese miedo “pareció mitigarse durante la primera treintena del siglo XX, con el apoyo de la Institución Libre de Enseñanza y de instituciones como la Residencia de Señoritas o el Lyceum Club”, creándose, por primera vez en nuestra literatura, una generación de artistas masculinos y femeninos que compartieron espacios en igualdad.
Sin embargo, tras la guerra civil y la reivindicación de la necesidad de “reconquistar el hogar”, bandera de la Sección Femenina de Falange, estos nombres propios femeninos fueron borrados, “engullidas por el silencio de un hogar sin cuarto propio, temerosas, calladas otras a golpe de represalia, exiliadas las que más”.
Exilio, represión y silencio son las evidencias de la “involución” que supuso el final de la Segunda República y la llegada de la dictadura, que obligó a las mujeres a tener que renunciar a su identidad y volver a utilizar nombres masculinos -escondiéndose, incluso, bajo el nombre del marido- para salir de la casa.
Tras el prólogo, una exhaustiva bibliografía precede la selección de poetas, de las que se nos ofrecen unos interesantes apuntes biobibliográficos antes de la cuidada selección de poemas, en número variable, que permite al lector hacerse una idea cabal de la altura e intensidad de la obra de cada una de ellas.
Entre las veinticuatro voces hay múltiples hilos que las acercan, aunque en algunos casos no se conocieran, porque todas viven en un mismo momento histórico y en unas circunstancias políticas, sociales y culturales similares, que las llevan a compartir editoriales, antologías, revistas, lecturas, proyectos culturales… e, incluso, a crear lazos afectivos entre ellas, tejiendo una red de apoyo y ayuda.
Este diálogo sin precedentes en nuestra literatura y en nuestra historia une, pues, a escritoras, pero también a políticas, pedagogas, pintoras, escenógrafas, que se saben parte de una misma genealogía. Además, consigue ir más allá de ellas al alcanzarse una convivencia en igualdad con sus coetáneos, por lo que deben ser estudiadas como parte de un mismo momento literario y no como un simple anexo a la llamada generación del 27.
Lejos de ser una meta alcanzada, Con un traje de luna es una obra en marcha, como demuestra el apéndice en el cual se recogen otras diez poetas -Ana Inés Bonnin, María Alfaro, Chona Madera, Ester de Andreis, Concha Zardoya, Susana March, Trina Mercader, Luz Pozo, Mercedes Chamorro y María Beneyto- que, seguro, darán para nuevas entregas que se siguen revelando necesarias.
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