viernes, 20 de diciembre de 2013

"Antonio Rodríguez de León. En tierra de nadie"



Hace más de tres años, el 9 de junio de 2010, dentro de las II Jornadas de Historia Local de Villanueva del Duque, pronuncié una conferencia sobre un personaje olvidado, Antonio Rodríguez de León, escritor y Gobernador Civil de Córdoba en el momento del Golpe de Estado de 1936. Visto el uso que se estaba haciendo de la misma en alguna web, decidí publicar, bajo el título de "Un villaduqueño olvidado: Antonio Rodríguez de León", un resumen en el número 13 de la revista Cuzna. Meses después surgió la posibilidad de editarla íntegra dentro de una de las colecciones de la Diputación de Córdoba. Ahora el libro es una realidad. Os dejo el artículo que preparé sobre este interesante personaje para el Libro de Feria de Villanueva del Duque de 2010.


Durante la necesaria tarea de documentación previa a la escritura de un libro de relatos ambientados en la guerra civil, en el que ando inmerso desde diciembre de 2006, cobró cuerpo para mí Antonio Rodríguez de León y López de Heredia, nacido el 19 de marzo de 1896 en Villanueva del Duque, en el número 11 de la Plaza de la Iglesia, hijo de Antonio y Enriqueta. Hasta aquel momento tan sólo tenía unas vagas nociones de la actuación que llevó a cabo en la tristemente célebre jornada del 18 de julio de 1936. Al ahondar en él, me sorprendió el retrato maniqueo que la historia presentaba. Siempre he desconfiado de los trazos absolutos y en una única dirección. La complejidad humana es mayor que una línea recta y tanto en las marcas sinuosas que la conforman como en el itinerario entre los dos puntos desconocidos que une es donde radica el misterio y la belleza de la misma. 
Sin lugar a dudas, el error que cometió, el mismo que miles de españoles, fue no saber reaccionar ante la situación desencadenada tras el golpe de Estado. El sometimiento estricto a las órdenes del Gobierno y la obsesión de velar por el orden público le atenazaron y le llevaron a equivocarse en el único momento en que no debía equivocarse; por lo que nunca será un héroe. La historia se lo ha hecho pagar con creces; pero, de ahí a afirmar que fuese un traidor media un abismo. Todavía hoy me resisto a pensarlo y he intentado demostrar que era un republicano convencido, como se aprecia no sólo en algunas de las ideas desarrolladas en sus escritos, sino también en la gestión llevada a cabo como Gobernador Civil en Ciudad Real y Córdoba. 
Conforme he ido descubriéndolo, el gris de la mediocridad con que el olvido lo ha presentado se ha convertido en el cálido contacto de la empatía. Los prejuicios históricos sedimentados se han desmontado al conocer a un poeta, dramaturgo y novelista que, sin ser de primera línea, presenta una trayectoria, cuando menos, interesante, y a un periodista que se convirtió en referencia indiscutible de la crítica teatral española durante más de dos décadas y que acabó devorando al escritor... 

martes, 17 de diciembre de 2013

"La vendedora de tiempo"

Cuando percibe la inmediatez de la muerte, Silvia, quien guarda el enigmático silencio de las mujeres de los cuadros de Hopper, siente la necesidad de aferrarse a la vida, a la que tan solo puede pedirle tiempo. El mismo tiempo que de niña vendía en un improvisado puesto dentro su habitación a cambio de caramelos o billetes para el circo. Rebasada la frontera de los 50, y tras haber perdido a su pareja en un accidente, le diagnostican un cáncer de pecho en fase terminal. Ante semejante golpe, reacciona con cierta rebeldía. No se conforma con morir, sino que apuesta por vivir. Vende todas sus posesiones y se aloja en un hotel de Mar de Plata, en una habitación con vistas al mar. Allí inicia un viaje introspectivo con la serenidad de quien sabe que está ajustando cuentas con la vida. Y es, precisamente, en este inesperado momento cuando surge el amor entre ella y Javier, un joven fotógrafo que cuida del pequeño Julio. Con ellos redescubre la felicidad y se reinventa a sí misma a través del amor y del cuerpo.
Esta es la trama de La vendedora de tiempo, primera novela de la escritora Ioana Gruia. Escrita con una prosa cuidada y precisa, la narración busca la sugerencia y convierte la emoción en el pilar que la sostiene, consiguiendo hacer cómplice al lector, a quien le habla como se le habla a un amigo, a media voz, para confesarle que tan solo el amor da sentido a la vida y llegar, junto a él, a la conclusión de que únicamente el amor nos sobrevive.

(Publicado en Cuadernos del Sur, 14 de diciembre de 2013, p. 7)

viernes, 13 de diciembre de 2013

Caída interior. La poesía de Roberto Juarroz



Cuando un poeta escribe al margen de las modas y de las corrientes literarias, cuando no busca el aplauso complaciente de una crítica acostumbrada a los marbetes simplificadores, cuando no tiene prisas en publicar un primer libro que le sirva de carta de presentación sino que prefiere exigirse a sí mismo la búsqueda de una voz propia, cuando entiende la creación como una entrega absoluta a un ámbito en el que buscar las respuestas que den sentido a las grandes interrogantes de nuestra existencia, se produce un milagro solo al alcance de los más grandes: la coherencia de una apuesta poética sistematizada en el poema inicial del primer libro, a la que se mantendrá fiel a lo largo de toda su producción.
El argentino Roberto Juarroz (1925-1995), quien concibe la poesía como un proceso de indagación en el ser, presenta una obra esencialmente unitaria tanto por la utilización de unos símbolos, de unos temas y de un estilo similares –creados con un rigor extremo- como por el hecho de que todos sus libros mantienen el título de Poesía vertical, al que tan solo añade el ordinal correspondiente. Desde 1958 hasta 1994 se sucedieron trece poemarios, a los que habría que añadir una Decimocuarta poesía vertical, de carácter póstumo, y una Quinzième poésie vertical bilingüe.
La poesía juarrociana nace de la duda, de la interrogación constante ante la realidad –entre la que se encuentran el lenguaje y la propia identidad del ser-, en una búsqueda continua del ser motivada por la desconfianza ante ella. Por ello prescinde de lo anecdótico, de lo accesorio, de todo lo que rodea al yo poético. Esto es, hay que “desbautizar el mundo” o, lo que es lo mismo, “desrepresentar”, con lo que todos los conceptos dados como ciertos y seguros desaparecen. Una vez realizada semejante operación, lo que se encuentra es la nada. Ante tal constatación, decide profundizar en la palabra, que es donde reside toda verdad, sin que esto signifique que se olvide del ser, pues penetrar en la palabra supone indisolublemente ahondar en el ser, que es inestable y poliédrico.
Este es el gran acierto del poeta nacido en Coronel Dorrego: convertir la poesía en una búsqueda ontológica, en la que la palabra es el punto de partida. De este modo consigue fundir sin estridencias metapoesía y ontología en el poema, concebido como la única área donde el hombre puede preguntarse por el mundo que lo rodea y buscar las claves que le dan sentido…, aunque esta búsqueda sea siempre inconclusa. A diferencia de la filosofía, la poesía, al ser el espacio donde la palabra no se encuentra sometida a la rigidez del concepto, le ofrece la libertad de hacer añicos la lógica, los conceptos, las divisiones y las categorías. Algunas de las herramientas más eficaces para semejante tarea son la imagen, el símbolo, que revela el abismo del que nace la creación al no tener el sustento del concepto y de las verdades tejidas en torno a él, y el fragmento.
En suma, Juarroz, un clásico imprescindible que se adelanta al siglo XXI mucho antes de que apareciese esta antología en Cátedra, con un riguroso prólogo y un impecable aparato crítico de Diego Sánchez Aguilar, crea una poesía de un profundo aliento filosófico que pretende mirar, a través de la creación, más allá de la realidad cotidiana para profundizar en el ser, que se convierte en el eje capaz de unir metapoesía, poesía filosófica y poesía ontológica.

(Publicado en Cuadernos del Sur, 1 de diciembre de 2012, p. 6)

miércoles, 4 de diciembre de 2013

"Los violines hambrientos"


En el marco del X Festival Internacional de Poesía de Costa Rica se publicó la antología Anatomía poética (2001-2011), de Joaquín Pérez Azaústre. De Las Ollerías, libro con el que consiguió el Premio Loewe, rescato este poema en prosa.


LOS VIOLINES HAMBRIENTOS

Los violines hambrientos. Tocaremos la aurora con su pan de equipaje, su maleza de cuarzo. Heredarás mi caja de herramientas, los dibujos parlantes al abrir la camisa. En la palma del dolor laminando el silencio. Perderás como ayer, pero no es importante: mantén la gracia, el don gratinado del cielo, su rabia pulmonar. No permitas qeu nadie condicione tu gesto. No hay caudal sin mutismo. Al final de la barra los mineros comercian con su propia fortuna. El palacio de cobre con su foso de humo, almadén sin escoltas oficiales de cal, el oficio privado de perduración: descansaré a la sombra, y limpiaré tu voz de su propio equilibrio.

(de Joaquín Pérez Azaústre, Anatomía humana (2001-2011), San José de Costa Rica, Fundación Casa de la Poesía, 2011)