lunes, 28 de diciembre de 2020

El tiempo y sus múltiples hilos



María Isabel Luque Muñoz (Villa del Río, 1954) publica El tiempo tras las horas. Una visión cuántica, con un cuidado y elegante diseño por parte de la editorial cordobesa Cántico. Se trata del tercer poemario de esta maestra jubilada, tras No nos neguemos a la ternura (Antígona, 1993) y Lo que habita en mí (Utopía, 2017), por los que ha sido reconocida con el premio de poesía Mujerarte.

Las citas iniciales de San Agustín y de Richard Feynman y los poemas que actúan tanto de prólogo, “Ese instante”, como de epílogo “Compañeros de viaje”, sitúan al lector ante el tema central del conjunto: el tiempo y sus múltiples hilos temáticos, algunos de los cuales, según reza en la contraportada, son: “la inquietud por la caducidad de la existencia, lo que queda de nosotros, lo que permanece y la alteridad que pervive en nuestros deseos y anhelos”.

Todo ello se articula mediante cuatro secciones: “Los márgenes de la memoria”, compuesta por quince poemas en los que aparece la infancia (“Una lluvia antigua”) y su paisaje perdido (“Entre árboles y juncos”), los recuerdos (“La vida en un recuerdo”), la memoria (“A veces”) o el regreso al pueblo natal (“Las viejas calles”); “Espacio y tiempo”, diez composiciones de corte metafísico en los que la poeta reflexiona sobre el tiempo, y entre los que destaca el nuclear “Se me fueron los días”, en el cual confiesa descarnadamente que “se me fueron los días de todas las semanas, / los meses y los años / que llenaron mi vida de historias sencillas / -el amor y los hijos ocupando su espacio-. / Y la penumbra de mis oquedades solitarias / quedaron a la espera de grandes y arrebatadas / contiendas personales”; en las ocho piezas de “Contrición”, por su parte, aunque muestra su arrepentimiento por haber obrado de manera equivocada y el propósito de actuar en consecuencia lo que quede de existencia, no hay reproche (“Y no es un reproche, ni siquiera una queja. / Es que el tiempo pasó antes / de saber que vivir es efímero”); y “Espejos”, quince teselas donde, asumida esta dolorosa contradicción, se siente parte de una cadena de mujeres que acude a la palabra para ahondar en su condición femenina, en su complejidad, en sus grietas y en sus anhelos. 

Estamos, pues, ante un libro con múltiples tanteos y varios hallazgos, que muestra a una poeta con un gran bagaje lector y con conciencia de oficio, que, sin duda, nos ofrecerá nuevos libros en próximos años.

Autora: María Isabel Luque Muñoz 
Título: El tiempo tras las horas
Editorial: Editorial Cántico 
Año: 2020



(Publicado en Cuadernos del Sur, 12 de diciembre de 2020, p. 10)

sábado, 19 de diciembre de 2020

Obra en marcha: "El uso del radar en mar abierto", de Martín López Vega


Coincidiendo con los veinticinco años de la aparición de su primer poemario, Martín López-Vega ha reunido su “poesía completa” bajo el título de El uso del radar en mar abierto. Poesía 1992-2019 (La Bella Varsovia, 2019). De estos veintisiete años de escritura, según reza en el subtítulo, ha seleccionado aquellos poemas que aún hoy le “interpelan”, por lo que, según confiesa en nota final, “a partir de ahora consideraré este mi único libro (o precisamente por eso), me lo he planteado como un libro nuevo, y he elegido y trabajado los poemas del mismo modo”. 

Dicho esto, bajo Café Luxembourg, título provisional que tuvo Travesías, selecciona tan solo veintiún poemas de sus tres primeros poemarios - Objetos robados (SPPA, 1994), Travesías (Renacimiento, 1996) y La emboscada (DVD, 1999)-, los cuales, según él mismo, “tienen mucho de ejercicio”, por lo que encuentra “ahora la mayoría de sus poemas llenos de torpezas, reiteraciones y pedanterías varias”.  Sin embargo, en ellos se vislumbran algunos pilares de su poética: la mezcla de cotidianidad y cultura, la sobria narratividad cargada de un sutil lirismo, la acertada selección léxica y el tono confesional de los poemas amorosos. 

De los dos volúmenes publicados en 2002, Mácula (DVD, 2002) y Árbol desconocido (Visor, 2002; Premio Emilio Alarcos), por su parte, rescata tan solo diez poemas del primero, que marca un punto de inflexión en su evolución: ante la constatación del agotamiento del discurso de la poesía de la experiencia, decide buscar nuevas formas de expresión poética utilizando una primera persona para  sondear el misterio de la vida, del tiempo, del mundo y de la poliédrica relación establecida con él. 

En este camino de renovación se insertan, asimismo, Elegías romanas (La Veleta, 2004), Gajos (Pre-Textos, 2007), Extracción de la piedra de la locura (DVD, 2006) y Yo, etc..  En el primero, una serie de poemas dedicados a distintos espacios de la ciudad de Roma, se intensifica el tono elegíaco, al tiempo que presenta la cultura y el viaje como eje de coordenadas del sujeto poético. En el segundo, al hilo del viaje, del arte y de la celebración del momento plantea un poema más conciso y directo, con una palabra más despojada. En el tercero, con el que consiguió el Premio de Poesía Hermanos Argensola, en cambio, acude a referentes como el Poema de Gilgamesh o la Divina comedia para plantear, siguiendo con el motivo del viaje, la búsqueda de la realidad tangible y el regreso al origen, a nuestro ADN, para el que son imprescindibles la herida provocada por el camino y la duda, único sostén ante la intemperie del trayecto. Los poemas agrupados bajo el ortegiano título Yo, etc. nunca han aparecido como libro, sino a través de diferentes publicaciones periódicas, de antologías y del blog homónimo- y ofrecen el retrato intimista de una primera persona y de quienes conforman su geografía interior.

Y así llegamos a sus tres libros mayores, en los que encontramos al poeta en plenitud: Adulto extranjero (DVD, 2010), La eterna cualquier cosa (Pre-Textos, 2014) y Gótico cantábrico (La Bella Varsovia, 2017), en los que la palabra bucea descaradamente en la memoria sentimental del yo y el poema deviene más metafísico para hablar del aquí y del ahora, celebrando el instante, la amistad, la familia y el amor, al tiempo que excava con precisión las raíces del universo rural de la infancia y continúa indagando en la identidad cultural del individuo como vía para explorar su compleja y poliédrica interioridad y su relación con el mundo. Se cierra el volumen con ocho inéditos agrupados bajo el título Calle de la vida, que muestran al poeta asturiano en una espléndida madurez y refuerzan la idea de obra en marcha.

Con esta poesía reunida, Martín López-Vega, uno de los poetas más fecundos e inconformistas de entre los nacidos en los años 70,  nos invita a releer su trayectoria poética desde la perspectiva actual del escritor-lector-traductor-crítico. Solo nos queda disfrutar de una travesía para la que son necesarias ciertas nociones sobre el uso del radar en mar abierto. 


Autor: Martín  López Vega
Título: El uso del radar en mar abierto
Editorial: La Bella Varsovia 
Año: 2019



(Publicado en Cuadernos del Sur, 12 de diciembre de 2020, p. 11)


jueves, 10 de diciembre de 2020

"Ahora que es tarde", de José Luis Morante, un itinerario pactado



Con un diseño y un cuidado exquisitos, La Garúa, una de las editoriales independientes de referencia, publica Ahora que es tarde, una extensa selección de la obra poética del escritor y crítico abulense José Luis Morante (El Bohodón, 1956), afincado en Rivas-Vaciamadrid desde 1989, con la que celebra tres décadas de entrega a la poesía, a la mirada paciente y a la palabra reflexiva.  

Autor de una extensa y sólida obra crítica -suyas son tres ediciones críticas imprescindibles editadas por Cátedra: Arquitecturas de la memoria, de Joan Margarit (2007), Ropa de calle, de Luis García Montero (2011) e Hilo de oro, de Eloy Sánchez Rosillo (2014), entre otras  ediciones y prólogos como los de la poesía de Karmelo C. Iribarren, de Javier Sánchez Menéndez o de los aforismos de Juan Ramón Jiménez, por citar solo algunos de sus más recientes trabajos, a los que habría que añadir infinidad de reseñas aparecidas en diferentes periódicos y revistas, además de la actualización de su blog Puentes de papel- y literaria, que incluye un diario, un libro de entrevistas, dos libros de aforismos -Mejores días (2009) y Motivos personales (2015)- y otros dos de haikus –Nubes ( 2013) y A punto de ver (2019)-, Morante ha publicado ocho poemarios: Rotonda con estatuas (Madrid, 1990), Enemigo leal (Sevilla, Ángaro, 1992),   Población activa (Gijón, Ateneo Obrero, 1994), Causas y efectos (Sevilla, 1997; Premio Luis Cernuda), Un país lejano (Barcelona, DVD Ediciones, 1998), Largo recorrido (Madrid, Rialp, 2001; Premio Internacional de Poesía san Juan de la Cruz), La noche en blanco (Barcelona, DVD Ediciones, 2005, Premio Hermanos Argensola) y Ninguna parte (Sevilla, Ediciones de la Isla de Siltolá, 2013). 

Esta singladura poética ha sido recogida previamente en otras dos antologías: Mapa de ruta, (Antología poética, 1990-2010), con prólogo del también poeta Josep Maria Rodríguez, aparecida en 2010 en la mítica colección Maillot Amarillo de la Diputación de Granada, y Pulsaciones, con prólogo de la poeta y editora Rosario Troncoso, aparecida en Takara Editorial, en 2017. No obstante, la presente selección encierra un valor singular más allá de su carácter celebrativo y de la belleza formal de una edición magistral, que hace que el lector disfrute del volumen desde el mismo instante en que lo sostiene entre las manos y se demora en los detalles y en la textura, y es que la selección de los poemas corre a cargo del propio José Luis Morante, con lo que no solo nos ofrece un selfi de su poesía, sino también un mapa conceptual sobre su propuesta ético-estética a fecha de hoy. Además, cuenta con un acertadísimo prólogo del poeta Antonio Jiménez Millán titulado “José Luis Morante: poesía y reflexión”, donde analiza su obra a partir de tres ejes fundamentales -la evolución del sujeto poético y la presencia de la otredad, los enlaces con la tradición literaria y la importancia de la metáfora del viaje-, y con once poemas de un nuevo libro, Nadar en seco, con lo que se refuerza el carácter de obra en marcha, concebida como un proceso continuo de búsqueda. 

En estas tres décadas, la poesía de este artesano, que ha sabido ir configurando una voz propia perfectamente reconocible con tesón y esfuerzo, teniendo siempre presente el concepto de tradición y sondeando en la lectura de los otros el camino de dicha configuración, ha evolucionado desde los moldes de la experiencia hasta una poesía más despojada y desnuda, más reflexiva y sugerente, más contenida y escéptica, más concisa y sentenciosa, que ahonda en lo cotidiano como fuente de inspiración y busca el hallazgo de los pequeños prodigios, de las pequeñas revelaciones que conforman la propia identidad, para establecer un fructífero diálogo con el lector. 

Este discurso comprometido, en tanto y en cuanto se abre a la alteridad y dialoga con el otro, se construye sobre la arquitectura de un impecable verso blanco (especialmente pentasílabos, heptasílabos y endecasílabos, aunque cada vez más explore el alejandrino), de una selección léxica diáfana y precisa y de una construcción de imágenes nítidas.

El resultado es una obra de una profunda coherencia y solidez, que el propio Morante escancia en estos 100 poemas que componen Ahora que es tarde, a través de los cuales pacta un itinerario con el lector que quiera descubrir su obra o revisitarla.


Autor: José Luis Morante
Título: Ahora que es tarde
Editorial: La Garúa Editorial
Año: 2020



(Publicado en Cuadernos del Sur, 28 de noviembre de 2020, p. 11)


sábado, 21 de noviembre de 2020

Poemas idiotas, de Velázquez Juárez

 


Apenas un año después de publicar Sea un arma, donde se recogía una muestra de la poesía visual y de los aforismos de Ismael Velázquez Juárez (Iztapalapa, Distrito Federal, México, 1960), Ediciones Liliputienses vuelve a apostar por el poeta mexicano y edita en España su sexto poemario, Poemas idiotas, publicado en 2019, en Bolivia, por la editorial Electrodependiente.

Bajo un título cargado de ironía, que se mueve entre la provocación y la “captatio benevolentiae”, y que, más allá de la falsa modestia, encierra toda una declaración de intenciones, Velázquez Juárez ofrece 73 poemas sin título, más o menos breves, escritos en metros cortos y aparentemente sencillos, nacidos de las pequeñas anécdotas cotidianas que son trascendidas por el descaro y el desparpajo de quien ve la vida con el escepticismo necesario para buscar un sentido a nuestra torpe e inútil existencia. Y aquí radica la fecunda idiotez de estos poemas.

Concebida la poesía como un instrumento de conocimiento que más allá de buscar respuestas ahonda en las preguntas que nos definen  –como se plantea en el rotundo poema que abre el conjunto, en el cual un hombre excava un túnel sin intención de encontrar salida alguna-, los poemas, en apariencia simples, parten de situaciones triviales para, a través del poder de la palabra directa y despojada, poner el dedo en la llaga de los problemas que preocupan al autor: la incomunicación de la sociedad actual (“un hombre sentado / quieto y mudo / al que le pican / las abejas / lo lame un perro / se le posan las moscas / y se deja cubrir tranquilamente / no es un hombre / es una silla”), el hastío (“¿por qué dios / no nos hizo capaces / de dormir de pie / en mitad de cualquier lugar / a mitad de cualquier cosa / a cualquier hora / justo como hacen los caballos / cuando se aburren del mundo?”), el amor (“tocan / a la puerta / otra vez / no eres tú / salgo por la ventana / y toco / ahora yo / la puerta / nadie abre / otra vez no estás tú / entro por la ventana / y me siento / espero”), la soledad (“que tú vuelvas / y yo no me dé cuenta / ni esa noche / ni al día siguiente / ni al siguiente del siguiente / y siga mi vida / como si nunca te volviera a ver”), la vejez (“envejecer es recordar / lo que no quieres / y olvidar lo que te importa”), la muerte (“cambiar un foco / no requiere / casi nada / otro foco / como alguien / que nace / y se sabe / que es otro / que muere”), la ausencia o dejadez de Dios (“o déjame usar / el tuyo / (me refiero a tu silencio tan omnipotente) / para calmarme / y no pensar / que pudiste / estar ahí / todo el tiempo / pero eras sordo”), la incertidumbre (“los monstruos / no existen / tampoco / somos nosotros / ni los otros / y eso / es triste”) o la propia poesía, como el poema que da título a este volumen sólido y homogéneo que muestra a un poeta en plena madurez creativa: “un / poema / de verdad / es como / un asesino / nunca / se muestra / solo / un poema idiota / lo hace”.

 

Autor: Ismael Velázquez Juárez
Título: Poemas idiotas
Editorial: Ediciones Liliputienses
Año: 2020



(Publicado en Cuadernos del Sur, 7 de noviembre de 2020, p. 8)

jueves, 19 de noviembre de 2020

La mística corporal de Javier Lostalé

 



En La luz de lo perdido. Antología poética 1976-2020 (Chamán Ediciones, 2020) se condensan cuarenta y cinco años de entrega a la poesía por parte de Javier Lostalé (Madrid, 1942). Se trata de la tercera selección de su obra poética –tras Rosa y tormenta (Cálamo, 2011) y Azul relente (Renacimiento, 2014), además del libro-disco Tiempo en lunación (Ars Poética, 2019). La edición corre a cargo de Esther Peñas, quien firma un conveniente prólogo y una más que esclarecedora entrevista que actúa de epílogo. El título, que sintetiza todo el universo creativo de un poeta que escribe desde la grieta de una pérdida, la de amor, con la intención de restaurarla, está tomado de un verso del poema “Dale la mano” de Jimmy, Jimmy.

Este el hilo conductor de una obra escasa e intensa que, alejada de grupos generacionales y de modas pasajeras, se ha ido construyendo a lo largo de los ocho poemarios recogidos en el presente volumen: Jimmy, Jimmy (1976), Figura en el paseo marítimo (Hiperión, 1981), La rosa inclinada (Rialp, 1995; Premio de Poesía Juan de Baños), Hondo es el resplandor (1998), La estación azul (Calambur, 2004; Premio Francisco de Quevedo), Tormenta transparente (Calambur, 2010), El pulso de las nubes (Pre-Textos, 2014) y Cielo (Vandalia, 2018; Premio Jorge Guillén), a los que habría que sumar el ensayo poético Quien lee vive más (Polibea, 2013) y tres poemas inéditos.

Jimmy, Jimmy es un canto celebrativo del cuerpo masculino y de entrega a un tú capaz de dar sentido a la existencia de un yo que vive de manera conflictiva la tensión del deseo y encuentra la plenitud en el instante sin tiempo en el cual se une al amado. Esta exaltación se transforma en soledad en Figura en el paseo marítimo, donde, ante la brevedad del amor, el yo poético pretende restaurar la ausencia del amado a través de una palabra encendida, iniciando así un proceso de autoconocimiento en el que tantea los enigmas de la existencia y las oscuras simas interiores.

Tras un silencio de catorce años, Lostalé publica uno de sus títulos capitales, La rosa inclinada, en el que, a partir de la imagen de la rosa, que siguiendo a Juan Ramón Jiménez es símbolo de la perfección y de lo efímero, aborda temas como el paso del tiempo, la soledad, la belleza y la plenitud. Sobre estas mismas coordenadas existenciales construye Hondo es el resplandor, con el que inaugura una poesía de tono metafísico y de gran intensidad expresiva, y La estación azul, donde reúne una serie de textos en prosa aparecidos en ABC entre 1998 y 2001, que vio la luz en su poesía reunida La rosa inclinada (Calambur, 2002).

Tormenta transparente, tal vez su libro más conseguido, supone una indagación en la esencia del ser a partir del contacto amoroso con el otro. Aunque su tono sea más sombrío, inicia una búsqueda de la transparencia y de la esencialidad que continuará en sus dos poemarios siguientes y en los tres poemas inéditos que se recogen para la ocasión –si exceptuamos Quien lee vive más, un conjunto de textos breves en prosa en los que el autor muestra su entusiasmo por la lectura y su pasión por los libros-. A partir del oxímoron del título se teje toda una arquitectura del amor, entendido como anhelo, en la que se mezcla lo inalcanzable, la construcción de la propia identidad desde el amante, la pérdida como origen o el deseo incandescente. En El pulso de las nubes, por su parte, destaca el tono de renuncia que se desprende de la aceptación de la vida, que se sabe vivida con intensidad y plenitud, y de la certeza de una muerte que es asumida con serenidad, al tiempo que plantea el amor como trascendencia y salvación. Este proceso de elevación casi mística se materializa en su parco e inabarcable Cielo, en el cual el poeta se encuentra abandonado de sí mismo, lleno de dicha, una vez conseguida una paz interior que le hace vivir pleno y mirar al mundo con gratitud.

Semejante evolución poética desde Jimmy, Jimmy a Cielo se sustenta sobre tres pilares básicos: las imágenes surrealistas de Aleixandre, la poética del deseo de Cernuda y el aliento místico de Rilke, todo con un lenguaje cuidado e intenso que se ha ido decantando, buscando la sencillez, para dibujar la cartografía sentimental de un yo que intenta construir el amor a través de la ausencia, colocando el cuerpo y la sensualidad en un lugar primordial en tanto y en cuanto son capaces de detener el tiempo y de producir la elevación de quien vive en plenitud y da gracias por ello.

 

Autor: Javier Lostalé
Título: La luz de lo perdido
Editorial: Chamán Ediciones
Año: 2020



(Publicado en Cuadernos del Sur, 7 de noviembre de 2020, p. 9)

viernes, 6 de noviembre de 2020

El amor como cobijo, puente y trinchera. "Gente que busca su bandera", de Braulio Ortiz Poole


Hoy asistimos impasibles a la normalización del odio y la crispación como estrategia para anular la capacidad crítica del individuo por parte de algunos medios de comunicación y políticos populistas que han visto en las redes sociales, donde miles de personas anónimas encuentran el altavoz necesario para sacar a la luz todas sus miserias y sus frustraciones, el ámbito perfecto para tal fin. Frente a ello, el respeto, la tolerancia y la solidaridad se vuelven más necesarios que nunca. Como ciudadanos, debemos recordar que cualquier sociedad que excluya es un fracaso colectivo y, por ello, tenemos la obligación de construir una casa plural y libre de prejuicios, donde quepamos todos, pues la diferencia es un factor de enriquecimiento y un motivo de orgullo, con lo cual no debe asustarnos.

Ya Clara Campoamor concibió la política como espacio de encuentro –no olvidemos que el ser humano es político desde el momento en que convive con otros en abrigos o cuevas-. A partir de su legado, el poeta y periodista Braulio Ortiz Poole (Sevilla, 1974) construye Gente que busca su bandera, editado exquisitamente por la editorial sevillana Maclein y Parker, dentro de su colección Mirto Poesía. Así, en el poema nuclear “Una casa para la templanza”, dedicado a la escritora y política madrileña, define la poesía y el pensamiento como “Una casa sin muros, / sin ladrillo que aísle de los otros, / concebida hacia afuera, / con voluntad de huerto o voz de salmo, / de siembra o de plegaria”.

Tras ahondar en sus tres poemarios anteriores –Defensa del pirómano, Hombre sin descendencia y Cuarentena- en la propia interioridad con la intención de entenderse a sí mismo y el mundo que le ha tocado vivir, el poeta sevillano cambia el punto de vista para mirar desde el exterior hacia adentro, pasando de lo individual a lo colectivo. Al darse cuenta de que el otro actúa como espejo en el cual reconocerse e identificar las mismas heridas y grietas, abre su discurso a la alteridad desde la propia individualidad. En este sentido, Ortiz Poole centra su atención en las personas que viven al margen, fuera de la norma, y que, por ello, son marcados como “diferentes” por una sociedad que mira con recelo cualquier forma de disidencia e intenta anularla. El libro es, pues, concebido como un acto de reconocimiento y de gratitud hacia “los que dudan”, “los que cruzan una línea incómoda”, “los que abren un camino diferente”. 

Algunas de estas personas que han buscado su bandera, a las que el poeta se dirige utilizando una cernudiana segunda persona, son Leonard Matlovich, militar condecorado en Vietnam que fue expulsado del ejército cuando hizo pública su homosexualidad; Viktor Korchnói, ajedrecista exiliado de la Unión Soviética; la sufragista británica Emiy Wilding Davison y la actriz Norma Jeane Mortenson, más conocida como Marilyn Monroe; la estrella de cine Frances E. Farmer, que se apagó en el abismo de los psiquiátricos; Eddie Slovik, desertor del ejército estadounidense que fue ejecutado por ello; la bailarina Mary Wigman; el escritor y activista afroamericano James Baldwin; la artista transexual Lili Elbe o el poeta Vicente Aleixandre.

La bandera que todos ellos han buscado, más allá de un trozo de tela sobre el que poder identificar un sentimiento de pertenencia a una colectividad, actúa como metáfora de los anhelos, de los deseos, de los sueños y de la lucha para conseguirlos. No en vano, el también poeta Alejandro Simón Partal, quien firma un magnífico prólogo, las define como “banderas que no señalan, sino abrigan”, con lo que el libro, siguiendo al poeta de Estepona, se convierte en “un tratado de amor al género humano”, en el que el amor es cobijo frente a la intemperie, puente hacia el otro y trinchera desde la que resistir ante las fallas sobre las que se levanta la sociedad en que vivimos.

Y toda esta armazón ética se resuelve con una palabra concisa y precisa, más parca y despojada que en anteriores ocasiones, que roza lo minimalista –sobre todo en el “Epílogo”-, y que busca mover al lector desde la emoción, dando como resultado una poesía intimista y reflexiva, que se abre al otro y que deviene celebración.

 

Autor: Braulio Ortiz Poole
Título: Gente que busca su bandera
Editorial: Maclein y Parker
Año: 2020



(Publicado en Cuadernos del Sur, 17 de octubre de 2020, p. 10)

 


viernes, 16 de octubre de 2020

"Aflicción y equilibrio", de Carlos Alcorta: Elegía y canto a la vida



ELEGÍA Y CANTO A LA VIDA

Con una palabra desnuda y directa, Carlos Alcorta (Torrelavega, 1959) construye en Aflicción y equilibrio (Calambur Editorial, 2020) una casa de vida a partir de la enfermedad y la muerte del padre (“Me propuse escribir este poema  / como quien construye la casa natural / de la vida”),  que se erige en la figura capital de un poemario concebido como un diálogo entre este y el hijo, ya sea en presencia o en ausencia (“Entre nosotros nada ha cambiado. En la mente / de un niño la muerte, más que un enigma, / es un mendrugo de pan que obstruye la garganta.”). 

Los veintiún poemas, escritos en acertados versos blancos –con los encabalgamientos característicos del autor-, son de una extensión considerable –suelen sobrepasar los cien versos- y en ellos se impone un tono reflexivo, en el que la meditación y el lirismo parco y contenido se dan la mano para provocar una honda emoción en el lector. Esta emoción nace no solo de la autenticidad de lo vivido, sino, sobre todo, del empleo de una palabra honesta, sencilla y acertada, de una mirada incardinada en el terreno de la duda (“pero he intentado siempre reflejar / en las páginas mis propios conflictos, / sin buscar amparo fuera de mí.”) y de la capacidad de esta para oscilar entre el exterior y el interior y conseguir, así, universalizar la experiencia poetizada, logrando que el lector identifique sus propios muertos con el padre. 

De este modo, el poeta escudriña el mundo que lo rodea, con sus contradicciones y su belleza, con sus injusticias y sus prodigios, para buscar la trascendencia a partir de lo cotidiano y, en apariencia, trivial: “Se balancea inquieto de adelante hacia atrás, / como un remero, con la mascarilla / de oxígeno encajada en su anguloso / rostro que antes fue más redondeado / -aunque nunca tuviera las mejillas rollizas-/ buscando una postura que le permita / respirar mejor. Cuando al fin se tranquiliza”.

Trascendida la anécdota, Alcorta plantea un proceso de indagación introspectiva por medio de la escritura, con lo que vida y poesía se unen de manera indisoluble: “Quiero ser –pensaba– no parecer, por eso he buscado sentido / a la vida a través de las palabras”. Estas palabras encierran su eficiencia lírica en su desnudez y en su franqueza: “quiero hablar claro, sin las tretas de la literatura; / sin palabras, solo con el silencio”. Este es el único camino para hablar de sí mismo sin imposturas, sin máscaras (“Para mí, basta ya de hipocresía / fue un estorbo al que terminé / habituándome”) y convertir la poesía en una tabla de salvación que le permita enfrentarse a la adversidad y soportar “la sordidez de una vida mediocre y rutinaria”.

Pero esta palabra siempre ha de estar abierta al otro (“¿Puede la poesía defender / la neutralidad y mostrarse indiferente / ante las catástrofes cotidianas?”), con lo que su discurso se llena de una profunda humanidad que estremece en la medida en que aflora de la manera más natural posible en los momentos más terribles y duros: “Tú buscas en nosotros un cielo que no existe. / Yo busco en ti, madre, para enfrentarme / a lo desconocido, el calor de tu mano, / esos hospitalarios abrazos que disipan / temores, como cuando era un niño, / y me reconcilian con el mundo”. 

Esta es la argamasa con la que se ha edificado Aflicción y equilibrio, un libro desprovisto de adornos vacuos, cuya intensidad radica en la parquedad, en la sencillez, en la precisión de un vocabulario encendido y reflexivo, vibrante y sosegado, con el que traza un discurso elegíaco que, al mismo tiempo, es un canto a la vida (“Entonces ignoraba que pasar / de puntillas por la realidad / era una forma de estar muerto” o “El temor a la muerte da sentido a la vida”) y una invitación a disfrutarla en plenitud, como queda condensado en los dos versos con los cuales cierra el poema final, que da título al volumen: “Hacer vida es aprender a morir. / Pasada la aflicción, empieza el equilibrio”.

Autor: Carlos Alcorta
Título: Aflicción y equilibrio 
Editorial: Calambur
Año: 2020



(Publicado en Cuadernos del Sur, 3 de octubre de 2020, p. 6)



sábado, 10 de octubre de 2020

La experimentación de Thomas Wolfe

LA EXPERIMENTACIÓN CONSTANTE DE THOMAS WOLFE, UN CUENTISTA INABARCABLE


Una breve pero brillante trayectoria

A pesar de su breve existencia -murió 18 días antes de cumplir los 38 años-, Thomas Clayton Wolfe, nacido en Asheville (Carolina del Norte) en 1900, es uno de los grandes tesoros de la literatura norteamericana contemporánea con tan solo cuatro novelas y cincuenta y ocho cuentos, a los que habría que sumar un puñado de poemas y obras dramáticas.

Tras estudiar dramaturgia en la Universidad de Harvard, en 1923 se instaló en Nueva York, donde durante siete años dio clases en la Universidad de Nueva York –interrumpidos por un viaje nutricio a Europa en 1926-.

En 1929 publicó su primera novela El ángel que nos mira, con gran repercusión en su país y en Reino Unido. Luego, fueron apareciendo múltiples relatos -tres de manera exenta y otros en revistas, catorce de ellos recogidos en From death to morning- y el metaliterario Historia de una novela (1936). En 1938 vio la luz su segunda novela, Del tiempo y el río, que lo consagró como uno de los novelistas más importantes de EEUU. 

En julio enfermó de neumonía y le detectaron tuberculosis, que le afectó al cerebro, muriendo en Baltimore (Maryland). Póstumamente, se editaron las novelas The web and the rock (1939) y You can't go home again (1940), además de una colección de cuentos, varios publicados en vida, titulada The hills beyond (1941).

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Aunque El editor de libros (Genius) haya llevado a la gran pantalla su amistad con el editor Maxwell Perkins y la importancia de este en la poda de Del tiempo y el río, Thomas Wolfe sigue siendo un desconocido para un amplio sector de lectores –más aún en España, donde solo teníamos editadas sus dos primeras novelas y quince relatos-, siendo considerado un autor de culto por su compleja personalidad y por su relación con el alcohol; por su muerte prematura; por su afán inconformista que lo lleva a construir una obra muy personal e inclasificable, con un estilo exuberante que contrastaba con la prosa concisa de la mayoría de sus contemporáneos, y por la capacidad de asumir más riesgos narrativos que los demás. No en vano, Faulkner lo  consideró el escritor más brillante de su generación, por encima de él mismo, de “Dos Passos, Caldwell y Hemingway”, definiéndolo como “el fracaso más espléndido”, “no por lo que ha conseguido, sino porque fue el que se atrevió a llegar más lejos" al aprovechar “toda la experiencia que era capaz de observar e imaginar y ponerla en un libro, en la cabeza de un alfiler.”

Este narrador incomparable e inclasificable se muestra de cuerpo entero en sus relatos. La editorial Páginas de Espuma publica un volumen con sus 58 cuentos, de los que 43 aparecen por primera vez en español, entre ellos las cinco “nouvelles” o novelas cortas publicadas por Periférica (El niño perdido, Una puerta que nunca encontré, Especulación, Hermana muerte y El viejo Rivers), que en el presente volumen reciben los títulos de: “La muerte, ese hermano orgulloso”, “No hay puerta”, “Boom Town, la ciudad del boom inmobiliario”, “El muchacho perdido” y “El viejo Rivers”. 

La cuidada edición de Cuentos, cuya traducción corre a cargo de Amelia Pérez de Villar, sigue la edición estadounidense de Francis E. Skipp, The Complete Short Stories (Simon and Schuster, 1987), en la cual se organizan todos las narraciones en orden cronológico, desde “Un ángel en el porche” (1929) hasta “La carta española” (1987). Aunque se publiquen en un amplio arco temporal, su escritura se concentra en apenas 10 años. Algunos de estos relatos fueron fragmentos eliminados de sus novelas con la intención de aligerarlas y se publicaron de modo exento o en revistas entre 1929 y 1938, siendo recopilados catorce de ellos en From death to morning (1935); otros, en cambio, vieron la luz de manera póstuma en diferentes recopilaciones hasta llegar a la citada edición de Skipp.

En palabras de la traductora “sus cuentos reunidos constituyen un corpus titánico que contiene un universo titánico. Inabarcable (palabra que él utiliza tantas veces), infinito, puro, virgen, salvaje y extraordinariamente personal.” 

La vida y la obra del narrador nacido en Asheville están hechas de la misma materia y ambas se funden en estas narraciones breves. En ellas, el autor pone el foco de atención no solo en las coordenadas espacio-temporales en que vivió (refleja la cultura y las costumbres de la sociedad americana del primer tercio del siglo XX), sino también en su propia vida, escribiendo en todo momento desde sí mismo y desde la inmediatez de lo que lo rodea, de donde toma múltiples argumentos, consiguiendo un estilo peculiar, precursor del género de autoficción tan en boga hoy. 

Según Pérez de Villar, el hilo conductor de la colección es “esa América que es casi un personaje mitológico, madre acogedora y padre cruel, origen y progreso, cuna y tumba”, que aparece tratada desde múltiples prismas, con una estructura narrativa imbricada en la tradición literaria de su país: sus orígenes primigenios y la entrada en la modernidad, las primeras colonias y la llegada al Pacífico, las grandes urbes y la América profunda, los puertos de la costa este y el ferrocarril como espina dorsal de una vasta geografía, la ciudad y la naturaleza agreste e inconmensurable, la convivencia entre blancos y negros y el racismo, la identidad americana y su búsqueda, la guerra civil y la primera guerra mundial, el crack del 29 y el ascenso del nazismo, el mundo literario y las obsesiones del escritor, las injusticias sociales y las contradicciones de la sociedad norteamericana, la soledad y el desamor, el rechazo a lo diferente y la hipocresía del puritanismo, el mundo del hampa y la alta sociedad,  las aspiraciones y las contradicciones de la clase media… 

De modo paralelo a este fresco de la América de su época, destaca el intento de Wolfe de fundar un lenguaje inédito que sirva para narrar la historia de un país nuevo y para describirlo en toda su vastedad y en toda su complejidad. Así, son muy interesantes las construcciones lingüísticas empleadas por los personajes, cargadas de lirismo e intensidad, con las que pretende reflejar el imaginario del momento que le tocó vivir. 

Esta continua insatisfacción lo lleva a una experimentación constante con estilos y técnicas narrativas, que encuentra en el cuento el ámbito privilegiado para jugar con la perspectiva, con la voz narrativa, con la importancia axial de las descripciones, con los ritmos narrativos, con la elipsis de sucesos y acciones prescindibles, con los tiempos narrativos, con los giros narrativos bruscos, con las jugosas digresiones… dando como resultado un estilo muy personal, inclasificable, de gran intensidad y belleza, que ha influido decisivamente en narradores posteriores como Sinclair Lewis, Jack Kerouac, Ray Bradbury o Phillip Roth y que muestra una vigencia y actualidad asombrosas para el lector actual.


Autor: Thomas Wolfe
Título: Cuentos
Editorial:Páginas de espuma
Año: 2020



(Publicado en Cuadernos del Sur, 3 de octubre de 2020, p. 5)

martes, 15 de septiembre de 2020

"Un aplauso interior", el libro de #PoemasEnCuarentena

"Un aplauso interior" es el título del prólogo que he escrito para el libro que se está gestando a partir de la iniciativa de apoyo a nuestros sanitarios llevada a cabo entre marzo y abril: #PoemasEnCuarentena. Puesto que teníamos la intención de que el libro estuviera listo para este atípico inicio de curso y ante la preocupante situación que volvemos a vivir -queda comprobado que el ser humano no es capaz de aprender de las situaciones de crisis-, quiero compartir con todos vosotros las páginas que escribí a finales de junio y primeros de julio, en las que callo más de lo que digo -no olvido ni la finalidad de la iniciativa ni la del libro ni, por supuesto, la dimensión educativa de un proyecto en el que también ha participado del alumnado del IES Antonio María Calero-. 

La práctica totalidad del prólogo vio la luz a mediados de agosto en una modesta publicación de la Asociación Cultural Santa Bárbara, de cuya directiva forma parte Julio López, "En honor a nuestra Feria y Fiestas". Ahora lo comparto con todos vosotros, con el deseo de que el libro vea la luz pronto y de que los fondos que se recauden puedan ser invertidos en la lucha contra el Covid-19 (gracias al Ayuntamiento de Pozoblanco y a la gerencia del Área Sanitaria Norte de Córdoba por hacerlo posible). 


 

UN APLAUSO INTERIOR

Escribo estas páginas cuando muchas personas piensan que el coronavirus ha desaparecido de nuestras vidas y empiezan a planear o disfrutar de unas vacaciones en la playa o en una casa rural, a reunirse de manera muy relajada con amigos en barbacoas privadas o en la ficticia inmunidad de las terrazas. Son las consecuencias lícitas de haber fabricado una imagen demasiado amable de la pandemia y de la innata complejidad del ser humano. Junto a estas, vemos a diario una serie de efectos ilegítimos y, por tanto, denunciables y sancionables, que empezaron a aflorar en la primera fase de desescalada, una extensa y dolorosa lista de comportamientos egoístas, incívicos, irresponsables y destructivos de una minoría demasiado numerosa que insulta a cada uno de los más de 28 000 muertos, a los profesionales que cuidan de nosotros y trabajan por nuestra seguridad, a quienes altruistamente dan lo mejor de sí mismos para ayudar a los demás (tejiendo mascarillas, imprimiendo viseras de protección, asistiendo a los más vulnerables, entregando parte de su suelto sin pregonarlo, donando sangre…) y a los que respetan unas normas pensadas para protegernos a todos.  Tal vez, si se hubiese transmitido una visión menos edulcorada, más crítica y ajustada a la realidad de lo que hemos vivido entre los meses de marzo y mayo, la situación actual sería distinta.

Creo, sinceramente, que los himnos colectivos, las fáciles consignas de autoayuda, los balcones convertidos en escenario y el anestesiante empleo de la expresión “nueva normalidad” han jugado un papel importantísimo en la construcción de esta visión suavizada del trágico momento que vivimos, contribuyendo a que no seamos conscientes de la gravedad del mismo y a que mucha gente no comprenda que, a nivel global, la pandemia se está acelerando y está alcanzando nuevos máximos de muertes y contagios a diario; pero, al mismo tiempo, han servido para reducir los efectos negativos que el confinamiento puede generar en el ánimo de las personas al protegernos con una fingida y frágil sensación de seguridad, de compañía y de compromiso cívico, y, además, la salida a los balcones ha permitido empatizar más con los vecinos y solidarizarnos, sintiéndonos parte de un proyecto global –aunque, en ocasiones,  se hayan convertido en improvisado “Bouleterion” promovido por el odio y la crispación que inundan las redes sociales-.  

Pese a reconocer sus beneficios terapéuticos –yo también he construido arcoíris con mis hijas-, descreo de las letanías y de los mantras que buscan acotar la incertidumbre y la desazón, confinando el miedo ante lo desconocido y lo imprevisto, y prefiero zambullirme en la duda para conocerme, para entender la sociedad en que vivo y para sondear los misterios de nuestra existencia, nuestras contradicciones y nuestras grietas. No obstante, como ser poliédrico que soy, tengo un puñado de certezas: soy un funcionario que defiende la sanidad pública y que, desde que cotiza a Muface, siempre ha elegido la Seguridad Social como entidad médica;  un ciudadano convencido de que los dos pilares fundamentales sobre los que ha de sustentarse cualquier sociedad que quiera mirar al futuro con garantías son una educación pública y una sanidad pública de calidad; un hombre que agradece la vida que se le ofrece e intenta disfrutar de cada instante, sabiendo que el camino será breve…

Dicho esto, mi aplauso, como el de muchos, ha sido un aplauso interior, sobrio, hondo, confiado, lleno de gratitud hacia los trabajadores de la sanidad pública y hacia aquellos que realizan trabajos esenciales y nos cuidan, pero también un aplauso herido por cada muerte –nos hemos acostumbrado a la frialdad de las estadísticas y hemos asumido como positivas unas cifras diarias de muertos que escandalizan- y, por ello, sin exhibición ni suntuosidad. Las palmas suenan distinto en la desnudez de la piel.

Con estas contradicciones internas nace #PoemasEnCuarentena, una iniciativa en la que durante 69 días la poesía se ha sumado a los aplausos que han inundado de gratitud, de vida, de esperanza, de solidaridad y de reconocimiento nuestros balcones.

Todo comenzó el 28 de marzo, cuando Julio López, jefe de la sección de informática del Área Sanitaria Norte de Córdoba, me telefoneó. Curiosamente, y como si de una secreta sinergia se tratase, dos días antes leí, a través del muro de Facebook del poeta Álvaro Valverde, la noticia publicada por el periódico cacereño Hoy sobre la situación de las unidades de cuidados intensivos y el trabajo de Basilio Sánchez, jefe de la UCI del complejo hospitalario de Cáceres y uno de mis dos poetas de cabecera. Nada más leer sus palabras, a la admiración que siento hacia el escritor y hacia la persona se sumó mi admiración y mi respeto hacia el médico, y nacieron estos versos:

Admiro al hombre que ha heredado un nogal

y ofrece a los demás hombres su sombra

con la palabra exacta hecha murmullo,

como cuidado intensivo del cuerpo

y cuidado paliativo del alma.

Sentía la necesidad de mandarle mi apoyo y mi abrazo y cometí el atrevimiento de hacerlo por correo electrónico. Su respuesta, que obviamente queda en el ámbito de lo privado, me llegó el domingo, un par de horas antes de la llamada de Julio.

Apenas hicieron falta unos segundos para que Julio y yo nos entendiésemos. Había que transmitirles fuerza y ánimo a los profesionales sanitarios, que sintieran el tacto solidario, confiado y cálido de la mano de la poesía en el hombro durante las semanas más duras de la pandemia. Debo reconocer que, aunque estoy convencido de que las personas le damos valor a lo realmente importante cuando nos enfrentamos a una situación de crisis, me estremeció la conversación. Me conmovió que, justo en el momento en que los hospitales estaban al borde del colapso, desde el Área Sanitaria Norte de Córdoba se acordaran de la poesía como compañera de viaje, capaz de mover el ánimo, de servir de aliento cuando faltan las fuerzas, de cauterizar las heridas, de inaugurar caminos de esperanza, de crear lazos entre las personas...

Invitaríamos a todos los escritores y escritoras de Los Pedroches y del Valle del Guadiato con, al menos, un libro publicado para que se sumaran a esta travesía y les pediríamos que crearan un haiku para transmitir energía, aliento, amparo y sostén. Esos eran los únicos requisitos formales y temáticos. El haiku es una estrofa japonesa compuesta tan solo por tres versos de cinco, siete y cinco sílabas, normalmente sin título ni rima, que nace de la contemplación de los pequeños detalles e intenta detener un instante en apariencia intrascendente, pero que encierra un prodigio capaz de activar el pensamiento, todo con una palabra sencilla, sin artificios.

Cada día se difundiría uno de estos breves poemas a través de un canal de comunicación interno entre los sanitarios, en el cual aparecen mensajes anónimos de ciudadanos y consejos de compañeros psicólogos, y a través de la página de Facebook del Área Sanitaria Norte de Córdoba, justo después de los aplausos que llenaban los balcones a las ocho de la tarde. De este modo, y estableciendo un curioso juego de espejos cervantino, los profesionales del ASNC agradecían y devolvían el calor del aplauso recibido mediante el haiku que un escritor o escritora de la provincia les había ofrecido como presente de gratitud, apoyo y reconocimiento. Así, se lo hice saber a todos los escritores y escritoras que conozco del norte de la provincia, que, en su inmensa mayoría, se sumaron a la iniciativa. A todos ellos les doy las gracias por su colaboración.

Las redes sociales, los medios de comunicación provinciales y el boca a boca le dieron a esta modesta aventura un eco no pensado y, ante el interés de varios poetas del resto de nuestra provincia de sumarse a la iniciativa, decidimos redefinir horizontes y fronteras (como dejó escrito un gran poeta y amigo). Contacté con todos aquellos con que comparto redes sociales o tengo su teléfono o correo electrónico. La respuesta superó todas las expectativas y, a pesar de algunas ausencias -permítanme que, por respeto y amistad, me reserve las razones de aquellos que me lo han hecho saber- ha quedado una radiografía muy interesante del estado de salud que goza la poesía en nuestra provincia. Vaya desde aquí mi gratitud a todos y cada uno de los que se han sumado desinteresadamente a este proyecto.

Pero como uno, además de escritor es profesor, no me olvidé del potencial didáctico que encierra la escritura creativa y de que es una herramienta privilegiada para trabajar las emociones del alumnado e intentar mitigar los efectos del confinamiento. Así, a mis compañeros del departamento de Lengua Castellana y Literatura del IES Antonio María Calero les propuse trabajar con nuestro alumnado los haikus durante algunos días de confinamiento y teletrabajo. Gracias desde aquí a todos ellos por su implicación y, por supuesto, a los más de 250 alumnos y alumnas que se han atrevido a escribir un breve poema -de ellos, se han seleccionado un centenar que han inundado el canal interno de comunicación del Área Sanitaria Norte de Córdoba y que ahora ven la luz en forma de libro-. Mi más sincero agradecimiento a ellos y mi deseo de que encuentren cobijo en la literatura y de que esta actividad les haya servido para afianzar su compromiso cívico y su responsabilidad.

Asimismo, es justo agradecer a Julio López su trabajo y su confianza en mí, y a Juanlu Dorado y a Pilar Cámara, de bluebird comunicación, el exquisito diseño de las tarjetas que han circulado por las redes sociales. Con ellos esta aventura ha sido mucho más fácil.

Aunque #PoemasEnCuarentena ha sido un grano mínimo, como las diecisiete sílabas de la estrofa que nos ha servido de vehículo de comunicación, creo que hemos conseguido el objetivo inicial, al tiempo que hemos intentado concienciar a los más jóvenes de la gravedad del momento actual, de la responsabilidad que como ciudadanos tenemos con el resto de la sociedad y de que, por tanto, de nuestras acciones depende la salud de todos.

            Solo me queda pedir al lector –y espero que no lo perciba como indiscreción- que, más allá del gesto solidario de adquirir este libro, se detenga durante un par de minutos y haga un profundo y sincero ejercicio de conocimiento interior, que piense realmente en la responsabilidad que genera vivir en sociedad, en su compromiso con el resto de ciudadanos y en el civismo de sus acciones cotidianas. Más allá del uso de la mascarilla, del distanciamiento social o de la cuarentena, serán las medidas personales e intransferibles que se desprendan de dicha reflexión, ante las que no caben regulación normativa, las que nos protegerán y permitirán reducir el número de contagios, evitando el temido colapso del sistema de salud y, por tanto, permitiendo un tratamiento lo más adecuado posible a los pacientes, reduciendo, así, el doloroso número de muertes. El Covid-19 no ha desaparecido. Tenemos que aprender a convivir con él y a ser paraguas unos de otros.

            Esta debería ser una de las lecciones aprendidas de esta crisis, de la que se debe volver otro, distinto. Ahora que parece apagarse la confianza en la esperanza y en la necesidad de que un nueva luz alumbre un mundo que se desmorona, quiero seguir creyendo que debemos aprovechar este momento para cambiar nuestra forma de relacionarnos con el resto del planeta.

            Sin más, me despido deseando que este aplauso interior, este apoyo y reconocimiento a nuestros profesionales de la sanidad pública, se repita cada día, lejos de himnos colectivos y de adornos superfluos, como un compromiso íntimo y una confianza en el bien común. Que la gratitud a ellos –y a todos los trabajadores esenciales- sirva también para honrar a nuestros muertos y cuidar a nuestros vivos.

Pozoblanco, 4 de julio de 2020.