domingo, 31 de enero de 2021

"El reloj de Mallory", de Hernández Sevillano: llegar al límite



El deseo de llegar al límite, de cruzar la frontera entre lo conocido y lo ignoto, de explorar lo inaccesible, es consustancial al ser humano y a la escritura. Vivir es llegar a la cima del Everest. Escribir es llegar a su cima y regresar para dar testimonio de su naturaleza majestuosa e imponente -aunque hoy los montañistas que sueñan con una fotografía para compartir en las redes sociales lo hayan convertido en un circo-. 

La desaparición de George Mallory y Andrew Irvine en junio de 1924 durante su intento de alcanzar el ficticio techo del mundo es uno de los grandes enigmas de las conquistas humanas y se ha convertido en todo un símbolo. Fueron vistos por última vez a más de 8500 metros de altitud, en la arista noreste. Ahora bien, ¿lograron llegar a la cima veintinueve años antes que Hillary y Tensing? 

El sorprendente hallazgo en 1999 del cuerpo momificado del montañero conocido como “el poeta de las montañas” por sus tentativas con la poesía reavivó la polémica y multiplicó el misterio. Entre los objetos encontrados junto al cuerpo, convertido en parte de una roca, se hallaba un reloj sin manecillas, metáfora de la eternidad y de la plenitud del instante. Sobre esta sugerente imagen, David Hernández Sevillano (Segovia, 1977) construye El reloj de Mallory, que le ha valido el XVIII Premio Emilio Alarcos.

El conjunto se articula en dos partes: “El poeta de las montañas”, compuesta por quince poemas; y “Mapas antiguos”, por diecinueve. En la primera, la imagen del reloj hallado junto al cadáver momificado es el hilo conductor de unos poemas entre los que sobresalen “El poeta”, “Currículum vitae”, “Quienes no”, “Nuestros antepasados”, “Lluvia de estrellas”, El poeta de las montañas” o el que da título al libro.

En “Mapas antiguos”, por su parte, a partir de la imagen de los monstruos que se dibujaban en los límites del mundo conocido, aborda el amor como instrumento de autoconocimiento. Así, en en el poema que titula la sección afirma: “Como aquellos cartógrafos antiguos, /  también dibujé monstruos en las zonas / de ti y de mí que aún me dan pavor”. Junto a él, destacamos “Instrucciones para hacerte reír” o el que cierra el volumen, “Campamento base”, donde afirma: “Y sabré que la vida o el dolor / son iguales que este fuego / que sacude y arrasa, /que trasforma y asciende”. 

Hernández Sevillano, pues, consigue sin alardes efectistas una poesía clara, de altura e intensidad, que nace de lo cotidiano y que hace del amor, de la felicidad, de la plenitud y de la celebración del instante materia literaria.



Autor: David Hernández Sevillano 
Título: El reloj de Mallory
Editorial: Visor
Año: 2020



(Publicado en Cuadernos del Sur, 16 de enero de 2021, p. 10)



viernes, 29 de enero de 2021

'Lejos de casa', de Emily Roberts: la extrañeza de lo propio


Lejos de casa (Tres hermanas, 2020) es el primer libro de cuentos de Emily Roberts (Ávila, 1991), tras dos poemarios -Animal de huida (Ediciones Oblicuas, 2013) y Regalar el exilio (Harpo Libros, 2016)- y una novela, La Tramontana (La isla de Siltolá, 2016). 

De los diez relatos que forman el volumen, cuatro han aparecido publicados con anterioridad en distintas revistas y libros colectivos, habiendo sido dos de ellos finalistas del Certamen de Relato Breve Cosecha Eñe (2015) y del XXX Premio Ana María Matute (2018). La identidad, los miedos, el éxodo íntimo, el cansancio, la crisis, el cáncer, los sueños, las expectativas frustradas, la tibia humedad de los pisos de alquiler, las relaciones raquíticas, las asignaturas pendientes, las matrículas improvisadas, las convalidaciones erróneas, las vacaciones efímeras, el hastío de lo cotidiano, las derrotas íntimas, la frágil y momentánea resurrección y la belleza hiriente de la existencia articulan estas diez historias protagonizadas por mujeres poliédricas y fragmentadas que han cruzado o se acercan al umbral de los 30, que se sienten extrañas en su propia tierra, en su propio cuerpo, en su propia memoria y en su propia voluntad, y sobreviven en un mundo hostil que, pese a todo, es concebido como un regalo digno de ser vivido.

Con una sintaxis clara y concisa, Roberts sondea las contradicciones de estos personajes fractales y frágiles, que conmueven por la quebradiza entereza con que aparecen definidos, y crea un fresco impresionista de nuestra sociedad, con inteligencia y sensibilidad, con sentido crítico y con un lirismo contenido que nace de lo cotidiano y, aparentemente, trivial, para acabar golpeando al lector con la escueta contundencia de la palabra despojada, concreta y directa.


Autora: Emily Roberts
Título: Lejos de casa
Editorial: Tres hermanas
Año: 2020



(Publicado en Cuadernos del Sur, 16 de enero de 2021, p. 10)

lunes, 25 de enero de 2021

'10 de septiembre de 2010', en "Un poema cada semana"

El pasado 10 de enero, Antonio Martín Flores, compañero de Filosofía en el IES López de Arenas de Marchena y amigo querido, publicó esta magnífica aproximación a mi poema "10 de septiembre de 2010", que leo como homenaje al blog que él nos regala desde hace ya diez años.


Aquí podéis leer sus palabras.


Y aquí tenéis el vídeo grabado para la ocasión por la adolescente de 13 años que protagonizó la anécdota de la cual nació este poema hace también diez años.



miércoles, 20 de enero de 2021

Homenaje a Pedro Roso

Hace unos días, un amigo me enviaba un ejemplar del libro en el que participamos muchos amigos y discípulos de Pedro Roso. Debido al cierre perimetral de los municipios andaluces no pude estar en el homenaje que se le rindió el pasado 29 de noviembre, dentro del marco de la última edición de Cosmopoética.

Comparto con vosotros el poema escrito ex profeso. Curiosamente el volumen se acabó titulado como el blog de este amigo y maestro que tanto significa para la poesía cordobesa: Casa de paso.


CAFÉ DE PASO


Sostienes el temblor del mundo con tu mano izquierda

mientras tomamos un café

y el tiempo finge persistencia y alcances.

Y es que la poesía para ti siempre ha sido

un pacto de distancias y emociones

para construir una casa de paso

con dos puertas y un pasillo diáfano,

un patio para la amistad y el diálogo

donde cabemos todos.

Tu sonrisa, de irónica ternura,

y tu palabra honesta y transitiva,

que es raíz y es cadena, 

muestran fragmentos y constelaciones

para ir de la certidumbre a la duda

y encontrar una forma de mirar el alrededor

que nos enseñe a desconocernos.


Nos despedimos. 

En esta despedida, como en todas, permanece un principio.

Un no ha dado tiempo para más.

Y la frágil certeza de que el temblor se entiende solo desde el temblor.  


Francisco Onieva


jueves, 14 de enero de 2021

"¡Váyase usted a la mierda! ¡A la mierda!"

Muchos ignorantes quizá recuerden a Fernando Fernán Gómez por este exabrupto y no sepan que escribió la obra teatral Las bicicletas son para el verano o la novela El viaje a ninguna parte, por las que merece un lugar propio en nuestra literatura más reciente. Además, dirigió decenas de largometrajes, entre ellos la adaptación de esta novela, y protagonizó películas emblemáticas de nuestro cine como La mitad del cielo, Belle Époque, Así en el cielo como en la tierra, El abuelo, Todo sobre mi madre o La lengua de las mariposas, entre otras.  

¡Qué falta hace hoy olvidar lo políticamente correcto y llamar a las cosas por su nombre! Siento vergüenza de los políticos irresponsables, inmaduros, cobardes y mediocres que nos desgobiernan, fiel reflejo de una sociedad que los merece. No de todos, obviamente, sino solo de aquellos que cumplen con este cuádruple requisito y que, desgraciadamente, proliferan en todos los niveles de organización política, desde los ayuntamientos a las Cortes, pasando por las ineficaces comunidades autónomas.

Vividores profesionales, que apenas han cotizado a la Seguridad Social y que sueñan con medrar a costa del dinero de la mayor parte de los ciudadanos, de un puesto en una empresa pública o de las prebendas que las grandes empresas ofrecen a sus benefactores a cambio de pequeños detalles que asfixian a la masa de pagadores medios que sostiene el andamiaje de este país (ya sea en la factura de la luz, en el precio de los carburantes o en los abusos de las compañías de telefonía, por poner solo tres ejemplos). Para ello, se han especializado en no asumir responsabilidades, en utilizar un lenguaje anestesiado y anestesiante, higienizado y esterilizante, en emplear un doble rasero para medir sus actuaciones o las del adversario, en gestionar el miedo de la masa, en avivar la crispación y la confrontación.  

En semejante estrategia, cada vez es más frecuente el lavado de manos. Como docente, he sufrido y sufro esta medida estrella que nuestra sacrosanta Consejería ha utilizado para garantizar un regreso seguro a las aulas en septiembre. Y, hay que reconocerlo, no les ha salido nada mal hasta ahora, pues los docentes servimos de rastreadores gratuitos y los centros educativos de guarderías para que la maquinaria capitalista no se detenga. Poco o nada importa la salud del alumnado y, menos aún, la del profesorado -y, por contacto estrecho, la de sus familiares-. 

Sin embargo, como buenos gallos de corral, estos políticos, cuando han creído que la cosa estaba controlada, han sacado pecho o han hecho un concurso para ver quién mea más lejos y han pedido autonomía para gestionar una crisis para la que, según ellos, estaban preparados, pese a que, día a día, se demuestra que les ha venido grande. Así ha transcurrido el verano y el otoño. Y nadie ha querido tomar decisiones que les pueda costar un puñado de votos (ni siquiera el alcalde de un pueblo pequeño). En este tiempo de tranquilidad relativa, se ha hablado muy a la ligera del compromiso y la ejemplaridad de la sociedad (no olvidemos que lo único que se nos pidió en marzo y lo que ahora reclaman es que nos encierren para que no salgamos de casa, porque no somos capaces de seguir con responsabilidad y civismo las indicaciones que se nos da), del mismo modo que, cuando han saltado las alarmas, se ha atacado a algunos sectores de irresponsables, con tal de no asumir la parte de culpa que cualquier político tiene por las manifestaciones hechas y por las decisiones tomadas. Como buen futbolista, la culpa siempre al árbitro. 

Ha sido una tremenda irresponsabilidad vender una imagen amable de la pandemia, pintar arcoíris de colores y, con un frágil discurso aprendido en un curso rápido de coaching, repetir como una letanía que esto lo salvaremos entre todos y que, sin duda, saldremos más fuertes y mejores de la crisis (desgraciadamente, estamos perdiendo una posibilidad de oro para replantearnos nuestra forma de estar en el mundo; la apelación al consumismo navideño ha sido una triste prueba de esta agonía), pero más irresponsable aún ha sido vendernos la idea de que había que salvar la Navidad -no creo que a nadie en su sano juicio le sorprenda lo que está pasando y lo que nos espera en las próximas semanas- y la consiguiente relajación de todas las medidas tomadas en noviembre y diciembre. En apenas tres semanas se han tirado por el desagüe todos los esfuerzos que una parte de la población ha hecho (repito, una parte de la población, pues no voy a falsear la realidad ni a vender irreales goles colectivos de una serie de dibujos animados japoneses... no, señores, pues son demasiados muertos y enfermos los que están pagando los excesos e insolidaridad de muchos).

No ha habido narices de mantener el cierre perimetral de los municipios, ni siquiera de las comunidades (salvo alguna excepción), en Navidad. El virus ha circulado libremente por todos los rincones de la geografía y sus efectos están siendo devastadores en aquellas zonas en las que hasta ahora el Covid había tenido menos impacto. Vivo en Pozoblanco, y Los Pedroches hasta la semana anterior a las fiestas era una de las regiones de Andalucía menos afectadas. Ahora mismo, sin embargo, estamos disparados. Las causas de este aumento son muchas y muy dolorosas de analizar. Desde las actuaciones individuales a las de las administraciones locales, sin olvidar las de los gobiernos autonómicos, que han permitido un trasiego de personas sin control.  

Esos mismos políticos exigen al Gobierno que decrete un confinamiento total y vaticinan lo que la mayoría sabíamos que iba a pasar desde que ellos decidieron relajar las medidas. Todo lo que sea, con tal de no admitir su parte de culpa, cuando debería ser tan sencillo como decir: "señores y señoras, lo siento. La hemos cagado. Les pido perdón. Intentaremos corregir los errores, de los que soy consciente. Les prometo trabajo, transparencia, honestidad y compromiso".

Y que trabajen de una puta vez todas las administraciones públicas, con independencia del color político, por el bienestar y la salud de los ciudadanos. 


domingo, 3 de enero de 2021

Un vuelo esperanzador: "La mariposa en el buzón", de Manuel Molina González


Con La mariposa en el buzón, Manuel Molina González (Priego de Córdoba, 1966) completa una trilogía japonesa junto a Haikus del olivar (2013) y Volverás abril. Senryus (2017). Autor de varias obras acerca de la Segunda República, en especial sobre Niceto Alcalá-Zamora, y colaborador de diferentes periódicos de Jaén y del suplemento Cuadernos del Sur, ha participado en diversas exposiciones, revistas y encuentros de poesía visual y ha publicado, además de los libros de inspiración nipona citados, el poemario Días de perros (2018); los libros de relatos Cuentos y leyendas de Cazorla (2003), en colaboración con Juan Antonio Bueno, y Manual para subcampeones (2006); el volumen de prosas poéticas, Impresiones del olivar (2018), y el proyecto El olivo a tiempo sabe, donde funde poesía, pintura y flamenco (2019).

Conocedor de la tradición japonesa y de las innovaciones que el género ha sufrido desde principios del siglo XX hasta la actualidad, nuestro poeta se mueve con comodidad y sin contradicciones entre la ortodoxia y las nuevas propuestas orientales, americanas y europeas, y explora las posibilidades expresivas de un género que, más allá de los tres versos de cinco, siete y cinco sílabas, es una forma mirar, de entender el mundo  y de darle cauce expresivo a través de una palabra sencilla y despojada, sin artificios.

Así, la mirada ensimismada y reflexiva del poeta se detiene en la pequeñez de lo que lo rodea y pretende capturar el instante. Su contemplación sucede desde un estado de melancolía y de  aceptación de la transitoriedad, pero también de gratitud y de celebración. Esto le permite descubrir lo extraordinario de lo cotidiano en un momento irrepetible que provoca una emoción y que, aunque sea insignificante en apariencia, encierra un sentido digno de ser cantado. No obstante, este ortodoxo canto del afuera se combina sin estridencias con el devenir de un yo y de un tú que, inevitablemente, conforman un nosotros.  

Como reza en el subtítulo y el autor confiesa en una nota final, el volumen es una selección de 111 haikus, escritos a lo largo de los últimos cinco años, principalmente entre 2017 y 2019, mientras “pasaba las mañanas y/o tardes en los pasillos de un hospital, acompañando a un familiar que cada 21 días debía recibir tratamiento […] Han sido muchas horas continuadas de silencios, de butacas desgastadas, de pasillos saturados o fríamente vacíos, de luces artificiales, de máquinas expendedoras, de largos momentos para reflexionar; un inevitable orillamiento de la escritura hacia la necesidad, a la vez que compañía impagable.” 

Desde la soledad y el silencio de ese ámbito, que es origen y término, el autor intuye el verdadero sentido de la vida y acude a la escritura, en principio, como una herramienta terapéutica que le permite bucear en su interioridad y sondear las dudas que lo conforman, con lo que, inmediatamente, deviene en instrumento de conocimiento y de comunicación, al estar en todo momento abierto a la otredad. En este proceso radica el sentido del citado subtítulo cabalístico, “111 haikus”: el uno es la singularidad y el tres la totalidad, la plenitud, con lo que, a pesar de la dificultad, hay un mensaje de esperanza; el 111 sería, pues, el sustento, los que nos enraíza y nos lleva a resistir ante la adversidad.

La curiosa arquitectura del libro se apuntala en tres partes asimétricas precedidas cada una por un breve fragmento en prosa, impregnado de la filosofía zen, en el que dialogan un sensei y un haijin, a través de los cuales el autor expone su visión del mundo y su concepción del género. Cada una de estas estampas, que se cierra con un haiku y su traducción al japonés, están seguidas de una serie variable de haikus. 

“La creación y su largo trecho” va seguido de 18 piezas de tono metaliterario, en los cuales Molina González explicita su concepción tanto del género como del proceso creativo. Por su parte, “La naturaleza, aquí y tal vez ahora” está seguida de otras 39 en los que la infancia, el instante y la adversidad se mezclan en el momento presente, conformando la parte más canónica de un volumen al que se refiere Carlos Santos, quien firma un prólogo titulado “Para quedarse”,  como un “olivar en verso donde grajillas, mariposas, gayumbas, gatos, perros, higueras despeinadas y libélulas conviven con abismos, silencios, ausencias, olvidos, vacíos, soledades, ruinas, féretros y fantasmas en un remanso de páginas, pinceles, amistades, canciones y buzones, libros, cervezas, vinos y gomas de borrar.” En cambio, “El barrio, la vida, que aún sobrevive celebrando los días” celebra la vida, el instante, la plenitud del momento, impregnado de una profunda gratitud, a pesar de la adversidad, a lo largo de 48 composiciones.

Esta idea se refuerza con la estremecedora historia que cierra el volumen, la del boxeador Shuzo Taguchi, quien estuvo siete años en el corredor de la muerte, cuya última voluntad fue el material necesario para escribir un haiku.  

El vuelo esperanzador de esta mariposa muestra a un poeta que conoce bien el haiku y sus misterios, que se pregunta a sí mismo sobre la vida, la muerte, el amor, el paso del tiempo o la infancia, sin pretender respuestas, insinuando al lector en solo diecisiete sílabas.


Autor: Manuel Molina González
Título: La mariposa en el buzón 
Editorial: Ediciones Algorfa
Año: 2020



(Publicado en Cuadernos del Sur, 26 de diciembre de 2020, p. 10)