lunes, 28 de abril de 2014

Silencio creador. Hugo Mujica

Cuando la palabra, manoseada hasta la saciedad por no pocos escritores, redescubre el mundo natural y el silencio como actitud necesaria para mirarlo e intentar desentrañar el misterio que conforma la propia interioridad, fragmentaria e irregular, y las conexiones del yo con la parcela de existencia en que vive y con la que establece una relación dialéctica, tiene lugar el milagro de la poesía de Hugo Mujica. El poeta bonaerense apuesta por la sencillez expresiva y por la precisión lingüística, creando una poesía sutil, en la que se combina a partes iguales lo vivencial con la intención de trascender la realidad inmediata, y en la que la desnudez y, por consiguiente, la sugerencia se convierten en principio y término. El vacío se impone, pues, en la página y lo blanco llena la mayor parte de la misma al tiempo que la palabra se sitúa, en una peculiar disposición gráfica, en la parte inferior, como si el poema necesitase, para ser leído, de un detenerse previo del tiempo y de nuestra mente. Así, el lector, después de ese vacío creador, se encuentra con una poesía de gran perfección técnica, que mima la palabra y la cadencia del metro, capaz de provocar una profunda emoción, pero sin olvidar que debe ahondarse en un pensamiento.
Y este feliz encuentro es la intersección de la que nace Cuando todo calla, obra ganadora del XII Premio Casa de América de Poesía Americana, el último poemario de Hugo Mujica (Buenos Aires, 1942), un poeta insólito, alejado de las etiquetas simplificadoras y de las modas que, libro a libro, se ha convertido en una de las voces imprescindibles de nuestra lírica.

Autor: Hugo Mujica
Título: Cuando todo calla
Editorial: Visor
Año: 2013

(Publicado en Cuadernos del Sur, 26 de abril de 2014, p. 7)

martes, 22 de abril de 2014

De hipocorísticos

No deja de sorprenderme la cantidad de personas que se refieren a Gabriel García Márquez como Gabo, como si se hubiesen tomado más de una caña juntos. Bajo la aparente amistad o familiaridad se esconde el ego y la ostentación, aunque no se haya leído ninguna obra suya. La sorpresa se acentúa cuando leo u oigo el hipocorístico en los medios de comunicación; si lo que pretenden es acercar al autor al lector deberían empezar por dar otro enfoque a la información.
Con motivo de su desaparición, reproduzco el inicio de El amor en los tiempos del cólera, que, junto a El coronel no tiene quien le escriba, me parece su obra más lograda y habitable.




"Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.
Encontró el cadáver cubierto con una manta en el catre de campaña donde había dormido siempre, cerca de un taburete con la cubeta que había servido para vaporizar el veneno. En el suelo, amarrado de la pata del catre, estaba el cuerpo tendido de un gran danés negro de pecho nevado, y junto a él estaban las muletas. El cuarto sofocante y abigarrado que hacía al mismo tiempo de alcoba y laboratorio, empezaba a iluminarse apenas con el resplandor del amanecer en la ventana abierta, pero era luz bastante para reconocer de inmediato la autoridad de la muerte. Las otras ventanas, así como cualquier resquicio de la habitación, estaban amordazadas con trapos o selladas con cartones negros, y eso aumentaba su densidad opresiva. Había un mesón atiborrado de frascos y pomos sin rótulos, y dos cubetas de peltre descascarado bajo un foco ordinario cubierto de papel rojo. La tercera cubeta, la del líquido fijador, era la que estaba junto al cadáver. Había revistas y periódicos viejos por todas partes, pilas de negativos en placas de vidrio, muebles rotos, pero todo estaba preservado del polvo por una mano diligente. Aunque el aire de la ventana había purificado el ámbito, aún quedaba para quien supiera identificarlo el rescoldo tibio de los amores sin ventura de las almendras amargas. El doctor Juvenal Urbino había pensado más de una vez, sin ánimo premonitorio, que aquel no era un lugar propicio para morir en gracia de Dios. Pero con el tiempo terminó por suponer que su desorden obedecía tal vez a una determinación cifrada de la Divina Providencia.
Un comisario de policía se había adelantado con un estudiante de medicina muy joven que hacía su práctica forense en el dispensario municipal, y eran ellos quienes habían ventilado la habitación y cubierto el cadáver mientras llegaba el doctor Urbino. Ambos lo saludaron con una solemnidad que esa vez tenía más de condolencia que de veneración, pues nadie ignoraba el grado de su amistad con Jeremiah de Saint-Amour. El maestro eminente estrechó la mano de ambos, como lo hacía desde siempre con cada uno de sus alumnos antes de empezar la clase diaria de clínica general, y luego agarró el borde de la manta con las yemas del índice y el pulgar, como si fuera una flor, y descubrió el cadáver palmo a palmo con una parsimonia sacramental. Estaba desnudo por completo, tieso y torcido, con los ojos abiertos y el cuerpo azul, y como cincuenta años más viejo que la noche anterior. Tenía las pupilas diáfanas, la barba y los cabellos amarillentos, y el vientre atravesado por una cicatriz antigua cosida con nudos de enfardelar. Su torso y sus brazos tenían una envergadura de galeote por el trabajo de las muletas, pero sus piernas inermes parecían de huérfano. El doctor Juvenal Urbino lo contempló un instante con el corazón adolorido como muy pocas veces en los largos años de su contienda estéril contra la muerte."

jueves, 10 de abril de 2014

"Delante de un prado una vaca", de Fabio Morábito



POESÍA REFLEXIVA Y COTIDIANA

La editorial Visor, dentro de su colección Palabra de Honor, trae al lector español el último libro de Fabio Morábito (Alejandría, 1955), Delante de un prado una vaca, publicado en México por Ediciones Era en el año 2011. Se trata del cuarto poemario del ensayista, traductor, narrador y poeta mexicano, de orígenes italianos, quien, pese a la brevedad de su obra poética (Lotes baldíos -1985, Premio Carlos Pellicer-, De lunes todo el año -1991, Premio Aguascalientes- y Alguien de lava -2002-), es considerado una de las voces más importantes de la poesía hispánica.
El volumen que nos ocupa, cuyo título está tomado del primer verso del poema que cierra el conjunto, está estructurado en cinco secciones compuestas por algo más de medio centenar de poemas concebidos de modo fragmentario y entre los que se establece una serie de conexiones que lo articulan como un todo orgánico aparentemente sencillo y natural, en el que el yo poético le habla con familiaridad a un tú con el que establece una relación empática. Así, la poesía es concebida como un diálogo con el otro y, al mismo tiempo, con uno mismo.
Esta sensación de cercanía viene dada no solo por la palabra limpia y precisa, capaz de mostrar la desnudez de las emociones con la intención de desmontar los prejuicios del lector y hacer que se tambalee su percepción de la realidad, sino también por la sutil mirada de Morábito, que le permite captar los pequeños detalles cotidianos, esos que para el resto pasan desapercibidos. Pero tal captación no queda en la simple anécdota, sino que el poeta la trasciende, transformando, por tanto, lo mirado en pensamiento.
Estamos, pues, ante una poesía de fuerte aliento reflexivo que hunde sus raíces en lo cotidiano, considerado como puerta a través de la cual asomarse a una realidad superior que desborda al sujeto poético, incapaz de comprenderla en su inmensidad y que, por tanto, encuentra en el merodeo la llave para aproximarse a las relaciones que lo conectan con el mundo.
La incertidumbre y la consiguiente sensación de indefensión en la que se incardina el yo poético, que descree de cualquier axioma que pretenda reducir la vida a una simple amalgama de estériles variables, se convierten, por tanto, en los principios sobre los que se construye un libro que supone un ahondamiento en los mismos temas y símbolos de siempre, si bien en esta nueva entrega el poeta prefiere avanzar en la exploración de un tono más prosaico y narrativo, al tiempo que se detiene en la paternidad, sin olvidar el humor y la parodia como instrumentos a través de los cuales sondear la propia interioridad (“Solo el peligro del temblor redime estas palabras. / Solo porque una falla existe en nuestra vidas / se aguanta a quien escribe”).
 
Autor: Fabio Morábito
Título: Delante de un prado una vaca
Editorial: Visor
Año: 2013
(Publicado en Cuadernos del Sur, 29 de marzo de 2014, p. 6)

lunes, 7 de abril de 2014

"Contra aquellos que nos gobiernan", de Tolstoi



RECUPERAR LA ALDEA

Con más de setenta años, León Tolstoi (1828-1910) escribe Contra aquellos que nos gobiernan, una obra que, pese a ser el ensayo político más importante del escritor ruso, es poco conocida en nuestro país. Ahora, traducida por Aníbal Peña y editada por Errata naturae, llega a nuestras librerías este hito del pensamiento político moderno que analiza las claves de una crisis política, económica y de valores que hoy, con cíclica irregularidad, se repite. A lo largo de algo más de cien páginas, Tolstoi realiza una lúcida crítica contra el capitalismo, sistema productivo generado a partir de la injusticia y la desigualdad, y contra el marxismo, frágil alternativa por sus “nociones confusas”. Contra ambos modelos, que comparten la idea de un progreso ilimitado sostenido en el consumo y en la devastación del mundo natural, propone la necesidad de un decrecimiento –y no tanto la higiénica falacia del desarrollo sostenible- y de una vuelta al abrazo primero del hombre con la naturaleza. Pero la crítica va más allá de los sistemas productivos y se extiende a la esfera política, pues todos los Estados suponen un alejamiento de esta convivencia armónica con el mundo natural. Y aquí vuelca las tintas contra la ineptitud y los excesos de la clase política y de todos aquellos que mantienen, de un modo u otro, unas leyes concebidas para favorecer el estatus de los más poderosos. Contra ellos propone, adelantado el pensamiento de emblemas como Mahatma Gandhi o Martin Luther King, una resistencia no violenta, muestra de la dignidad de aquellos que no comparten semejantes desmanes, generadores de injusticia social.

Autor: León Tolstoi
Título: Contra aquellos que nos gobiernan
Editorial: Errata naturae
Año: 2013

(Publicado en Cuadernos del Sur, 15 de marzo de 2014, p. 6)

viernes, 4 de abril de 2014

Manuel Machado, poeta decadente

Dentro de su atractiva colección de rayas multicolores, la editorial sevillana Renacimiento recupera la obra poética de Manuel Machado a través de la antología Yo, poeta decadente. La selección, a cargo de Abelardo Linares, está precedida por un interesante prólogo de Felipe Benítez Reyes, quien sostiene que la pose de poeta decadente del mayor de los Machado obedece, más que a un profundo convencimiento ético y estético cercano a los poetas malditos franceses, a un exceso propio de la juventud. La exaltación del alcohol, de la noche, de las mujeres y de los ambientes marginales tendrá fecha de caducidad con el matrimonio (“Yo, poeta decadente, / español del siglo veinte, / que los toros he elogiado, / y cantado / las golfas y el aguardiente... / y la noche de Madrid, / y los rincones impuros, / y los vicios más oscuros / de estos bisnietos del Cid”). Esta actitud ante la vida justificará el tono descreído y de cierta indolencia que recorrerá toda su creación.
A pesar de unos inicios más que prometedores con Alma (1898-1900) y Caprichos (1900-1905) -donde la sensualidad modernista se combina con la influencia de la copla y una perspicaz reflexión en torno al amor, la soledad y la muerte-, su trayectoria es irregular y en ella cabe destacar El mal poema (1909) -inspirado en la bohemia transitoria-,  Cante hondo (1912) -retorno al folclore andaluz-, Ars moriendi (1922) –adelgazamiento del simbolismo y meditación acerca de la muerte- y  Phoenix. Nuevas canciones (1936) -volumen heterogéneo en que  renacen de sus cenizas los temas y estilos transitados en sus mejores libros-. Después, su obra queda reducida a una serie de poemas menores y circunstanciales.
A pesar de los altibajos, Manuel supone una trayectoria singular en la poesía del siglo XX, que ha logrado conjugar de un modo sutil un tono netamente popular con una delicada poesía culta que huye de la solemnidad y apuesta por la ironía –tanto en el tono del poema como en la concepción de la creación poética- para llegar a una poesía menos engolada. De este modo, el poeta sevillano es dueño de una voz que, pese a los decaimientos y pese a no haber creado escuela tras la guerra, ha despertado la admiración de buena parte de los poetas más importantes del siglo XX.


Autor: Manuel Machado
Título: Yo, poeta decadente
Editorial: Renacimiento
Año: 2013

(Publicado en Cuadernos del Sur, 22 de marzo de 2014, p. 7)

miércoles, 2 de abril de 2014

Discurso pronunciado durante el acto de entrega del Premio Solienses 2014


Si pincháis en la imagen, podéis acceder al audio de todos los
discursos pronunciados durante la entrega del premio


Buenos días. Debo comenzar con una de las palabras más erosionadas por el uso, pero es la única que tengo para expresar el sentimiento de estimación y correspondencia al que estoy obligado en un día como hoy: “gracias”. Cómo no, a todos los asistentes al acto que nos reúne, por darle sentido con su presencia, a Manuel Torres y al Excmo. Ayto. de Dos Torres por albergar la entrega de este premio. Mi más sincera gratitud a mis dos compañeros de viaje, que hoy también deben ser protagonistas: Félix A. Moreno Ruiz y Juan Ferrero; ha sido un placer y un honor compartir esta aventura con vosotros y una parte de este arado os pertenece.  Por supuesto, querría mostrar mi agradecimiento al jurado que, en esta ocasión, ha decidido que la suerte me sonría a mí, y a Blas Sánchez Dueñas, por sus palabras, en las que me cuesta encontrarme. No quisiera dejar de reconocer públicamente el trabajo desinteresado de los artesanos de Ofiarpe, creadores de este símbolo de la literatura de Los Pedroches que acabo de recibir: gracias al noriego Patricio Moreno –maestro del hierro y responsable del diseño de la pieza-, al jarote Juan Luis López Vacas –moldeador de la madera- y al colodro Eduardo Ruiz Peñas –artesano del granito-. Del mismo modo, me siento obligado a corresponder delante de todos al editor de Solienses, Antonio Merino, capaz de inmiscuirse, a través de un blog, en nuestros hábitos cotidianos y hacernos sentir la necesidad de asomarnos a un espacio cibernético construido con perspicacia, inteligencia y fina crítica, capaz de convertir una idea personal en un proyecto colectivo que aúna esfuerzos y voluntades en favor de una tierra y de sus gentes; a él siempre le agradeceré el hecho de que, cuando era un completo desconocido –literariamente hablando- en la comarca, me prestase atención con motivo de la concesión de un accésit del Adonáis en el 2006 y se plantease en una entrada “¿Qué es <escritor de Los Pedroches>?”. La respuesta a esta pregunta no tardó en llegar con la creación de una nueva etiqueta, “otros” (dentro de la sección “Escritores de Los Pedroches”), en la que va dando cabida a aquellos que, aunque no hayamos nacido aquí, hemos echado raíces y hemos mezclado la textura de nuestra tierra primera con la nueva, haciendo de la fusión nuestro ámbito. Precisamente, en esa categoría, lejos de sentirme incómodo o indefinido, encuentro mi definición: Córdoba, Villanueva del Duque y Pozoblanco conforman los tres vértices del triángulo en que he decidido convertir mi vida.
En cuanto a las dedicatorias, debo comenzar señalando que este premio es para mis tres mujeres -Guía, Blanca y Marta-, a quienes pertenece –y leo literalmente de las “Dedicatorias y homenajes” que cierran el volumen- “todo lo que pueda guardar belleza en Las ventanas de invierno”, porque ellas son “capaces de cerrarlas siempre que el viento se presenta sin avisar y de mantener el frío a la debida distancia, dando calor <de ventanas adentro>”. También debo ofrecerlo a mis padres, a mi hermano y, sobre todo, a mis abuelos, Manolo y Sole, a quienes está dedicado el libro -especialmente a él, que, después de varios años de lucha desigual contra el cáncer, se marchó sin ver publicado un poemario que parecía condenado a quedar en el olvido de los cajones institucionales.
Después de hechos los agradecimientos y dichas las dedicatorias, tengo que reconocer que me siento como Maribel Verdú al recibir el “Goya a la Mejor Interpretación Femenina Protagonista” por Siete mesas de billar francés, después de haber estado nominada previamente con Amantes, La buena estrella y El laberinto del fauno; o como Javier Cámara, quien también ha necesitado cuatro nominaciones para conseguir el “Goya a la Mejor Interpretación Masculina Protagonista” por su excelente papel en Vivir es fácil con los ojos cerrados, donde encarna a un profesor que enseña inglés a sus alumnos a través de las canciones de los Beatles. Y aquí parezco proyectarme aún más, no solo por mi afición al cuarteto de Liverpool, sino también porque, como Antonio, el protagonista del film, soy docente. Y después de catorce cursos –doce de ellos en el IES Antonio Mª Calero-, puedo afirmar que sigo estando muy orgulloso de serlo. Ser docente hoy –y creer en la necesidad de la enseñanza pública- es adquirir un compromiso con la sociedad, un compromiso en la sombra, en silencio, entregando al otro lo mejor de uno mismo, sin horarios, sin esperar nada a cambio. Y aquí radica la grandeza de la profesión que siempre he soñado desempeñar.
Quizás alguno de ustedes se pregunte por qué reivindico el papel de los que nos dedicamos a la enseñanza. Si la libertad ofrecida por la estructura del propio molde discursivo no parece suficiente, me permitirán que acuda a mi memoria literaria, donde se funden, con un abierto agradecimiento, los recuerdos de aquellos que me abrieron el misterio de la poesía -Doña Manoli y Don Antonio- y me acercaron a autores como Bécquer, Espronceda, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez,  García Lorca o Miguel Hernández, sin olvidar a nuestros clásicos del siglo de Oro. A esto hay que unir mi convencimiento de la importancia de las profesoras y maestros –junto a las bibliotecas municipales- como puertas o elementos vertebradores del frágil tejido cultural de las zonas periféricas y olvidadas.
Y, precisamente, en este frágil tejido juega un papel de primer orden también la existencia del Premio Solienses. Este galardón, el único de tales características que se concede en toda la provincia, ha conseguido trascender el ámbito del blog y convertirse en una de las señas de identidad de la cultura de Los Pedroches, en una construcción colectiva capaz de agrupar en torno a sí a todos los creadores de esta tierra, a las instituciones, a múltiples empresas, a diversos colectivos y a cualquier amante de la cultura. Esta sinergia debe ser aprovechada para pedir un mayor apoyo y una mayor implicación de todos en la difusión de las obras de nuestros autores, que, además, en tiempos de crisis suponen una alternativa infinitamente más económica. Que cualquier escritor o escritora pueda llevar su obra por los diferentes pueblos de Los Pedroches, sin que eso suponga una excepción, es el reto que todos deberíamos asumir.
Pero volvamos al discurso de agradecimiento que se espera de todo autor premiado.  Aunque no me guste nada hablar de mí mismo, parece que la ocasión me exige el indecoroso ejercicio de intentar definirme y definir mi poesía. Ser finalista del Solienses –y créanme que sé de lo que hablo- es ya un premio en sí, pues no solo implica la satisfacción de que alguien reconozca tu labor, sino que también supone la ocasión perfecta para que nuevos y desconocidos lectores se aproximen a mi obra. En este sentido, quiero resaltar que estoy muy orgulloso y profundamente agradecido por haberlo sido en otras tres ocasiones. Y no querría dejar pasar la oportunidad de extraer una lectura de este hecho. Como profesor y como persona educada por sus padres en el trabajo y en el respeto a los demás, creo en el esfuerzo y en el afán de superación como medios para alcanzar cualquier objetivo. Y es en esta justa dimensión donde más valoro el presente reconocimiento. La dificultad para conseguirlo demuestra, por un lado, el alto nivel de la literatura de Los Pedroches; por otro, sirve de fiel imagen de lo que es mi breve trayectoria literaria, construida con paciencia y con sacrificio, convencido de que esto es una carrera de fondo –y, en ocasiones, de obstáculos- en la que hay que saber dosificarse y no vanagloriarse con los pequeños hitos conseguidos –pues un premio no hace mejor ni peor un libro- y en la que se debe trabajar en silencio, con la intención de crear una obra coherente y propia.
Desconfío de las verdades absolutas y, por eso, estoy seguro de que la creación nace de la duda, de la incertidumbre, de la ausencia de dogmas que definan nuestra esencia y la relación dialéctica establecida con el fragmento de mundo que nos ha tocado vivir y del que debemos dejar constancia, una realidad exterior que tan solo puede ser experimentada desde la propia interioridad. Es utópico afirmar que el creador ilumina la realidad, poliédrica e inabarcable, y que es, por tanto, capaz de extraer una verdad que actúe de firme asidero para explorar la complejidad del ser humano. Yo me inclino a pensar que el poeta sondea, a ciegas, los abismos del propio ser e intenta arrojar un atisbo de luz a las áreas en sombra que conforman su existencia particular, para lo que siente la necesidad de buscar un lenguaje depurado de los excesos verbales a los que otros han sometido la palabra poética. De este modo, adquiere, de manera irrenunciable, un compromiso con el mundo en que vive, pero también con el lenguaje, que es la materia con la que trabaja y que, pese a estar desgastada y connotada por factores sociales, culturales, ideológicos e históricos, es el único instrumento de que dispone para la citada labor introspectiva. Y aquí nace la paradoja que sustenta la creación literaria. Con esta materia el creador debe explorar las fallas interiores y, para ello, experimenta las grietas del lenguaje, incapaz de desvelar la realidad, por lo que tiene que situarse en los límites de la propia lengua e intentar ensancharlos, actuando con la paciencia y el oficio del buen artesano hasta crear el poema, un misterioso ensamblaje en que se conjuga sencillez, sugerencia, emoción, musicalidad y reflexión. Y este poema, lejos de encontrar respuestas y ofrecer verdades eternas, prefiere centrarse en las preguntas, pues la poesía es una indagación en lo desconocido, en aquello que no puede ni debe ser desvelado, tan solo intuido.
Desde estos principios abordo la creación del poemario que hoy recibe el Premio Solienses 2014, Las ventanas de invierno, en cuya escritura invertí dos años –concretamente desde noviembre de 2006 hasta octubre de 2008-; de hecho, supuso un paréntesis en la redacción de Los que miran el frío, con el cual comparte no solo época de escritura sino una misma simbología e, incluso, unos mismos personajes. Siempre he dicho que este libro es el reverso de aquel otro. Si en aquella ocasión me interesé por la guerra civil, un momento crucial en la infancia o adolescencia de una serie de personas mayores que forman parte de mi geografía sentimental, en esta me preocupaba por los problemas que las definían en el momento presente. Estos 37 poemas, curiosamente la edad que tengo, han sido concebidos, pues, como un particular homenaje a ellas. Y es tal intención primera la que justifica que el poemario esté construido en torno a diversos núcleos temáticos surgidos de la observación cotidiana como el cáncer, el alzheimer, la soledad, la incomunicación, la convivencia con los recuerdos o el inevitable ajuste de cuentas ante la vida por parte de quien se sabe en una de las últimas curvas del camino.
Se trata, sin duda alguna, de un libro duro en cuanto al tema tratado, pero escrito con mucho respeto y cariño, intentando situarse en el lugar de quien sufre; sin embargo, no creo que sea pesimista, sino que todo él encierra una idea de vida implícita en la capacidad de empatizar con un tú y en las diferentes figuras infantiles que lo recorren.
Este poemario supone, por tanto, un ahondamiento en los presupuestos éticos y estéticos presentes desde mi primer libro. La búsqueda de una poesía meditativa, abierta al otro, caracterizada por la sencillez y la claridad discursiva, con la que hablo de lo que me preocupa, a media voz, sin efectistas pirotecnias verbales. Para esto intento convertir los pequeños detalles de mi entorno en símbolos, al cargarlos de connotaciones que trascienden la mera contemplación particular y, así, buscar la universalidad del conflicto planteado, provocando una emoción compartible por el lector, que tan solo la aceptará si ve en ella autenticidad. Y en este punto es donde juega un papel crucial la Naturaleza de Los Pedroches. El pájaro, la lluvia, la nieve, el frío, el árbol, el álamo, la encina, la sombra son parte de un paisaje interior al que ahora se añaden dos nuevos elementos que intensifican la presencia del elemento humano en mi poesía: las ventanas, frontera difusa entre la intimidad y el mundo exterior que permite cierto distanciamiento de uno mismo antes de proceder a la irrenunciable tarea de introspección, y la casa, territorio sagrado e íntimo donde encontrarse a través del amor y de la escritura.
Y, de este modo, se abre la puerta a los poemas de mi nuevo proyecto, en el que abordo el tema de la paternidad y el cambio de perspectiva que ello supone en mi concepción del mundo, al tiempo que lo conecto con la incertidumbre de la que nace la creación literaria.