viernes, 20 de marzo de 2015

Los bordes del mundo


Cuando se cumplen veintiséis años de la aparición del cuaderno Cuestiones personales (1988) y veinte de su primer poemario, Juan Bonilla recopila, bajo el inconfundible título de Hecho en falta (Poesía reunida), algunos de sus poemas más significativos. En contra de lo usual, la disposición textual no es cronológica, sino que las setenta y nueve composiciones se organizan de manera unitaria, sin indicar la naturaleza inédita de algunas de ellas ni la pertenencia de la inmensa mayoría a tal o cual libro. De este modo, el lector percibe la tremenda unidad de una producción jalonada por cuatro poemarios entre los que se establece una sutil red de vasos comunicantes: Partes de Guerra (Pre-Textos, 1994), El belvedere (Pre-Textos, 2002), Buzón vacío (Pre-Textos, 2006) o Cháchara (Renacimiento, 2009).
La ironía, la capacidad de dar la vuelta a los lugares comunes y a las frases hechas, los juegos de palabras, la parodia -dignas de recordar son las de sendos poemas de Juan Ramón Jiménez en “De todos y de nadie” y de Jaime Gil de Biedma en “No volverás a ser joven (ni falta que te hace)”-, la desintegración de un yo que ha sido sacralizado por la poesía moderna, el ingenio y el brillo verbal son los pilares sobre los que se articula un discurso que golpea con contundencia al lector al hablar, con aparente frivolidad y con cierto tono humorístico e intrascendente, del propio yo, de fútbol, de sexo, de religión, de la violencia, de la creación literaria o de la dicha provocada por los pequeños detalles (“Cuanto sé de mí”, “Filosofía”, “Cordura de Dios que quitas los pecados del mundo”, “Nadiuska”, “Ventajas de la ficción”, “Anfield Stadium”, “Oferta de empleo”, “Rutina sueño de Maiakovski”, “Poemas míos que otros escribieron” o “Los poetas malditos”); pero que también consigue conmoverlo por la hondura al abordar, sin imposturas ni falsas pretensiones, temas como la identidad, los miedos, la desorientación del ser humano ante el incierto presente, la desintegración del concepto de futuro, la deshumanización, la soledad, el hastío, los sueños, el nihilismo, el escepticismo, el ateísmo, la infancia, la memoria, el amor, la denuncia de las fallas de nuestra sociedad (“El espía”, “Epitafio del enamorado”, “Niño ciego”, “Solo una cosa”, “Cháchara”, “Denominación de origen: extranjero”, “Benarés”, “Primavera”, “El nombre secreto”, “En el tejado”, “Visor” o “Extraña música”).
La muestra, por tanto, aunque no sea exhaustiva, sí que es representativa de la valía de un escritor que ha acudido con fiel regularidad al verso a lo largo del último cuarto de siglo.


Autor: Juan Bonilla
Título: Hecho en falta
Editorial: Visor 
Año: 2014



(Publicado en Cuadernos del Sur, 14 de marzo de 2015, p. 7)

domingo, 8 de marzo de 2015

Un retrato generacional

 
El escalador congelado, editada por Destino, es la última novela del cordobés Salvador Gutiérrez Solís y en ella ofrece una radiografía, a través de cinco historias, de la frustración, el miedo, el escepticismo, el dolor, la soledad, la fragilidad, la impotencia, la inseguridad y el desencanto de una generación, la del propio autor, que ve cómo sus expectativas se han desmoronado. Para ello articula dichas historias mediante capítulos breves y las presenta, inicialmente, de modo aislado, sin más conexión  que el visionado por parte de todos los personajes de un documental acerca de un escalador fallecido por congelación cuando estaba a punto de llegar a la cumbre de una montaña nepalí y que, ante la imposibilidad de los servicios de rescate de recuperar su cuerpo, queda como un impasible espectador que saluda a todos aquellos que buscan la cima.
Pese al riesgo que comporta semejante planteamiento, el autor da muestras de su buen hacer narrativo y consigue que entre todas las tramas se vaya estableciendo, poco a poco, una serie de complejas relaciones. En este sentido, el punto de punto de fuga hacia el que tienden todos los personajes, de un modo u otro, es la pareja formada por Jesús y Susana, cuya relación, desgastada por la monotonía, por el paso del tiempo y por el deseo insatisfecho de ella de ser madre, abre y cierra la novela, adoptando esta, en cierta manera, una estructura cíclica.
La acción es ágil y está bien tramada, pues las otras cuatro historias van imbricándose de manera natural. Así, el joven brasileño Joao, que decide ser la transexual Luna, busca no solo su identidad sino una vida mejor en España, donde conoce a Mario, un cliente del que se enamora; por su parte, el matrimonio cansado de Carolina y Mario acude a experiencias fuera de la pareja: él, además de contratar los servicios de Luna, sale con Jesús algunas noches y en una de esas salidas conocen a Ana López y una amiga, ella acude con Susana a un curso de cocina impartido por Amadeo, hacia el que sienten cierta atracción; este, en cambio, está destrozado por la pérdida de su pareja Marianna y se encuentra sumido en un proceso de reconstrucción íntima a través de la creación culinaria; por último, la funcionaria Ana López ejemplifica la soledad acomodada de quien acude al sexo de manera esporádica para combatir el hastío y el vacío existencial.
El autor ahonda con acierto en los personajes y los construye de un modo bastante creíble. En este sentido, los que me resultan más habitables en su cotidianidad y en la capacidad que despliegan son los personajes femeninos, capaces de conmover al lector, en especial Susana y Ana López.
Pero más allá de las historias individuales y de las conexiones que se establecen entre ellas, Gutiérrez Solís ha sabido crear, con un lenguaje directo y efectivo, que se adapta perfectamente a la acción narrada, una obra coral, capaz de ofrecer un retrato generacional de aquellos que están en la frontera de los 40, esa edad en la que parece obligado hacer balance de las expectativas levantadas acerca de nuestras vidas y de la realidad cotidiana y gris con la que chocan.

 
Autor: Salvador Gutiérrez Solís
Título: El escalador congelado
Editorial: Destino
Año: 2012

(Publicado en Cuadernos del Sur, 4 de mayo de 2013, p. 6)