jueves, 30 de diciembre de 2021

Mirada celebrativa: 'Un tigre se aleja', de Rubén Martín Díaz


Cinco años después de Fracturas y del volumen de relatos Azul nocturno, Rubén Martín Díaz (Albacete, 1980) publica Un tigre se aleja en la editorial sevillana Renacimiento. El simbólico título incardina el discurso poético en las coordenadas vitales del escritor: cruzada la frontera de los cuarenta, esa frágil linde en la cual la juventud parece quedar atrás, y habiendo sido padre, mira el camino recorrido para hacer balance de lo vivido, sin nostalgia, en una celebrativa afirmación del presente: “Desnudo ante el espejo, pienso: No eres ya un crío. / No lo eres. Y a pesar de ello podrías / hacer girar la Tierra devastándolo todo”.

Los treinta y tres poemas que componen el sexto libro de poesía del albaceteño se organizan en cinco partes, entre las que hay una serie de vasos liberianos y leñosos por los que discurre la savia de un árbol “que medita entre las sombras, / ausente en su raíz / de cuanto desconoce, / no intuye más certeza / que el silencio del bosque / ni más posteridad que un nuevo golpe / de viento”. La conciencia del paso del tiempo y, en relación con ello, la identidad actúan como ejes de ordenadas y abscisas de un conjunto bien trabado, en el que el tono elegíaco ha sido sustituido por otro hímnico y celebrativo de la existencia, en el que late una evidente gratitud por lo vivido, de lo que forman parte tanto la dicha, las huellas y la plenitud, como las dudas, las heridas y el dolor.

Las dos secciones iniciales entroncan directamente con los tres primeros libros del autor -Contemplación (2009), El minuto interior (2010, Premio Adonáis y Premio Ojo Crítico de RNE) y El mirador de piedra (2012, Premio Internacional de Poesía Hermanos Argensola)-, quien apuesta por un poesía que indaga en la grieta de la cual brota el misterio, un fértil territorio en el que adquiere una importancia axial la naturaleza, para, a partir de la contemplación de los pequeños detalles cotidianos, conseguir una suerte de trascendencia. 

Así, en los cinco poemas de “Hombre asomado en el espejo”, entre los destacan el programático “Cosmología”, “Luz de otoño” o “Invisibles”, se presenta la pequeñez de quien mira hacia afuera para, en una singular proyección, conocerse a sí mismo y asombrarse ante el misterio de la existencia, que lo desborda y lo sobrecoge. La única actitud posible ante ello es la de impregnarse del enigma, ser parte de él, sin malgastar palabras (“escucho atento y miro sin decir / palabra”). 

En las ocho teselas de “La imperfección del todo”, este yo meditativo sigue centrando su atención en el alrededor para celebrar la belleza de su imperfección (“La espina” o “Imperfección”) e intuir la incertidumbre y la transitoriedad de su esencia, presente ya en algunos versos de Fracturas (“Árbol ausente”, “A contraluz” o “Extraña sencillez”). 

Este mundo exterior, que es mirado por el yo, proyecta, a su vez, la mirada del yo hacia adentro de sí mismo en los nueve fragmentos de “Un pedazo de vida irrepetible”, con lo que el tono se vuelve más intimista. Aparecen, así, temas como la paternidad (“Hijo” y “Entre mis brazos”), la memoria tejida junto a los seres queridos (“Arte de cetrería” o “Las ruinas”), el deporte (“Un encuentro”) y la poesía como instrumento para acceder a lo indecible y sondear el misterio de la existencia (“Certeza”, “Eso que no se nombra” o “Tiempo de quimeras”). 

Semejante labor de introspección continúa en las seis catas en la juventud del sujeto poético ofrecidas en “Los tiempos sin nombre”, donde este evoca, sin melancolía, algunas vivencias sobre las que se ha cimentado el hombre actual (“Salvajes”, “Sala Alcatraz” o “Lámpara de lava”).

La labor de evocación y de celebración de lo vivido se convierte, pues, en un intento de construir la identidad de un hombre, desdoblado y en soledad, que sondea los abismos de su ser en las cinco piezas de “Ese animal salvaje” (“Lo que eres”, “Paisaje con ausencias”, “Noche de lluvia” o “El tigre”) .

Toda esta arquitectura temática es trabajada con un estilo sobrio, elegante y cuidado, en el que, además de la propia selección léxica, destaca la sintaxis limpia, el pulcro ritmo del verso blanco, la brillante selección de las imágenes y el inteligente empleo de recursos tan arriesgados como el hipérbaton, la sinestesia o la hipérbole, que no restan naturalidad a un libro honesto, de una gran homogeneidad y coherencia.



Autor: Rubén  Martín Díaz 
Título: Un tigre se aleja 
Editorial: Renacimiento 
Año: 2021


(Publicado en Cuadernos del Sur, en Diario Córdoba,  11 de diciembre de 2021, p. 10)

domingo, 19 de diciembre de 2021

Monográfico de 'Ánfora Nova' homenaje a Pablo García Baena



 
Tengo el honor de participar en el monográfico que la revista Ánfora Nova, que dirige José María Molina Caballero, ha dedicado a la figura y a la obra de Pablo García Baena, con un artículo titulado "Entre la celebración del amor como forma de disidencia y el arrepentimiento: de Rumor oculto Óleo".







 

martes, 14 de diciembre de 2021

'Cuerpos de Cristo': la mirada ética de Praena


La muerte de su mejor amigo, Francisco José Pujante Pellicer, con tan solo 48 años, en los meses más duros e inciertos de esta brutal pandemia que aún hoy sufrimos, precipitó la escritura de Cuerpos de Cristo, el sexto libro de Antonio Praena (Purullena, Granada, 1973), tras Humo verde (2003), Poemas para mi hermana (2007, accésit del Premio Adonáis), Actos de amor (2011, Premio Nacional José Hierro), Yo he querido ser grúa muchas veces (2013, Premio Tiflos) y el controvertido Historia de un alma (2017, Premio Jaime Gil de Biedma, Premio Andalucía de la Crítica y Premio de la Crítica Valenciana). Este nuevo título le ha valido el XIX Premio Emilio Alarcos y aparece, al igual que los dos anteriores, en la editorial madrileña Visor. 

Pese a las dolorosas circunstancias vitales que motivan su escritura, en Cuerpos de Cristo no hay un sentimiento elegíaco, sino que late en él la celebración de la amistad y la gratitud por la resurrección. La muerte del amigo lleva al poeta a reflexionar, más que sobre la muerte o la ausencia, sobre la quintaesencia de la vida y la otredad. La necesidad de buscar consuelo y de hallar un sentido a la existencia, que es compartida con la intención de que el dolor propio se convierta en tabla de salvación para los demás, es la columna vertebral de los trece poemas de “Ecce homo”, la segunda sección, que actúa de catalizador del libro todo y precipita la revisión y ajuste de los trece poemas de la primera parte, “Vosotros”, aparecidos en su mayoría en diferentes publicaciones periódicas o libros colectivos.

Por tanto, más allá del diálogo íntimo con el amigo fallecido, se trata de un libro abierto al otro, como reza en la contracubierta: “El estilo de Cuerpos de Cristo consiste en un modo de escucharos, hablaros y ser vuestro. Abrazos en la libertad del lenguaje, que es el misterio”. La poesía se convierte, así pues, en un compromiso con el resto de la humanidad. Este sentido de apertura y de entrega hace que cada poema, aparezca de manera explícita o no, esté dedicado a una persona, siendo todos estos destinatarios los auténticos “cuerpos de Cristo”, desde la viuda que, a veces, acude a Cáritas en busca de comida y que le regala una pastilla de jabón (“Mujer con pastilla de jabón”) hasta la madre del amigo muerto, para la que el poeta es casi como un hijo (“Ecce mulier”). Entre dicho atrio y ábside hay homenajes a los 43 estudiantes de la escuela de maestros desaparecidos en Ayotzinapa, a Santa Teresa (“Al corazón transverberado de Santa Teresa”), a San Juan de la Cruz (“Como tú”), a García Lorca, a Zhang Yimou (“Amor bajo el espino blanco”) o a Pablo García Baena.

Esta mirada ética de Praena transita las lindes del misterio, para lo que utiliza una palabra humilde y unos símbolos austeros que resuenan en su parquedad. Así, conviven sin estridencias Amy Winehouse y Santa Teresa de Jesús, Dolores O’Riordan y San Juan de la Cruz, los gimnasios y los conventos, el lavatorio de pies y el hombre que orina sobre un valle, las dudas y la fe, el dolor y la gratitud, la incertidumbre y la confianza. Además de los citados, esta nueva entrega del poeta dominico alberga poemas memorables como “Cartas de amigos”, “Las cinco llagas”, “Teodramática” o “Tú contra mí”. 


Autor: Antonio Praena 
Título: Cuerpos de Cristo 
Editorial: Visor
Año: 2021


(Publicado en Cuadernos del Sur, en Diario Córdoba,  11 de diciembre de 2021, p. 10)


viernes, 10 de diciembre de 2021

Exposición 75 años de Adonáis

 

Para conmemorar los 75 años de vida del premio Adonáis, creado en 1943, se ha preparado una exposición bibliogŕáfica con todos los ganadores y accesits, comisariada por Carmelo Guillén  Acosta, que puede ser visitada hasta el próximo 17 de diciembre en la Biblioteca Nacional de Madrid.

Quince años después, he vuelto a sentir un vértigo similar a aquel 18 de diciembre, cuando recibí una llamada de teléfono mientras preparaba unos espaguetis (el trabajo me impidió acudir a la ceremonia del fallo) y unas horas después vi mi nombre en la web de Rialp, junto al de tantos maestros y voces esenciales de la poesía del XX.

El honor de estar en esa nómina de ganadores y accesits se veía multiplicado por el hecho de que el libro gustase a un jurado compuesto por Diego Jesús Jiménez, Antonio Colinas, Joaquín Benito de Lucas, Julio Martínez Mesanza y Carmelo Guillén Acosta. 

Pero, además de ese vértigo, el premio deja una suerte de fraternidad con muchos de los premiados, cuyas apuestas estéticas respeto y admiro.  Junto a amigos previos como José Luis Rey, Joaquín Pérez Azaústre, Rafael Antúnez o Rogelio Guedea, conviven amigos como Raquel Lanseros, Javier Vela y, muy especialmente, mi querido Antonio Praena, al que me unió aquel accésit compartido, y poetas a los que aún no conozco en persona pero que siento muy cerca, como José Gutiérrez Román, María Higueruelo, Diego Medina Poveda y, sobre todo, Rubén Martín Díaz, con quien comparto múltiples hilos vitales y literarios. 



Solo tengo una palabra para definir lo que Adonáis ha supuesto en mi vida: gratitud.

lunes, 29 de noviembre de 2021

Juego de abalorios




Escribiendo mandalas es el título de la nueva propuesta poética de Jorge Díaz Martínez (Córdoba, 1977), que ve la luz nueve años después de Transbordo. Poemas del metro de Barcelona (La Garúa, 2012). Como el propio poeta explica en una breve nota introductoria, “en sánscrito, el término mandala significa círculo, aplicándose a un tipo de figuras geométricas utilizadas desde hace milenios como instrumento de meditación”; así pues, los mandalas, cuya arquitectura es una sutil combinación de cuadrados y círculos para crear “figuras tridimensionales”, devienen simple cauce para el conocimiento y carecen de valor en sí. De hecho, uno de los rituales más conocidos es aquel en el que, durante varios días, los monjes budistas tibetanos del monasterio Drepung Loseling “dibujan un mandala con arena de colores” que, una vez terminado, es barrido de manera inmediata, en una de las más estéticas lecciones de desapego. 
Durante su estancia en China, nuestro poeta ahondó en la simbología de esta representación espiritual y ritual del macrocosmos y del microcosmos, utilizada por el budismo y el hinduismo, y la percibió en numerosos objetos cotidianos, al tiempo que se planteó “su proyección literaria”. Así, reconoce que “este poemario es un intento de aplicar a la literatura cierta idea de mandala”, entendida más bien como “un simple ejercicio de escritura”, cuyo objetivo último es “componer un pequeño e imperfecto glasperlenspiel”. Esta imagen, con la que Hesse tituló una de las novelas, hace referencia a aquellas obras que, aunque combinen pensamiento y juego, buscan ser, ante todo, divertimento y entretenimiento.
Como si de un juego se tratase, Díaz Martínez se impone la creación de  poemas de 144 sílabas -que sería el cuadrado de doce, la medida predominante de los versos-. Este corsé lo lleva a forzar en ocasiones el metro y el lenguaje, que se incardina en el plano de lo cotidiano y lo conversacional, en los veintiocho poemas sin título, distribuidos en bloques de cuatro (cuatro son los lados del cuadrado) y dispuestos cada uno en una página, que se funden con las ilustraciones de la también cordobesa María Ortega Estepa, ofreciendo al lector un libro de gran belleza física, cuya forma es -y no es casual- la de un cuadrado de apenas diecinueve centímetros y medio de lado.
Tras las citas de Carl Gustav Jung, Herman Hesse y Julio Cortázar se dispone una página con el símbolo del círculo, con lo cual se cierra la estructura de mandala y se abre el espacio para la lectura de unos poemas de tono intimista, en los que lo coloquial e, incluso, la ironía se dan la mano a la hora de sondear, a través de diversos símbolos, el interior de un yo escéptico y afable que tantea los misterios de la existencia y del lenguaje.





Autor: Jorge Díaz Martínez 
Título: Escribiendo mandalas
Editorial: Ediciones En Huida 
Año: 2021


(Publicado en Cuadernos del Sur, en Diario Córdoba,  20 de noviembre de 2021, p. 11)


jueves, 25 de noviembre de 2021

Budismo zen y confinamiento

 


En menos de dos años, Álvaro Galán Castro (Málaga, 1979) ha conseguido publicar en tres de las editoriales más prestigiosas de España, a través de sendos premios. A finales de 2018 logró el Premio de Poesía Ciudad de Córdoba Ricardo Molina con Ficciones familiares (Hiperión, 2019); meses después, el Certamen Rafael de Cózar con El pájaro que canta en los días aciagos (Renacimiento, 2019); y en noviembre de 2020, el Premio de Poesía Generación del 27 con Plenitud y vacío (Visor, 2021), título de clara raigambre oriental, que recuerda al ensayo Vacío y plenitud, de François Cheng, quien explora el sistema pictórico chino a partir de la noción de “vacío”, eje vertebrador de la concepción taoísta del universo. 

El libro, que, como el círculo del “enso”, tiene una estructura circular y cerrada, se articula en tres secciones aritméticas que atienden a una marcada cronología cuyo epicentro es el confinamiento vivido entre los meses de marzo y abril de 2020 a raíz de la crisis sanitaria provocada por el coronavirus: “Precuelas”, formada por cuatro poemas en los que aborda el enigma de la existencia y la necesidad de vivir el aquí y el ahora; “Vacío y plenitud”, la médula del conjunto, ocho composiciones de tono más intimista, en las cuales se impone lo cotidiano y lo confesional junto al concepto de “vacío” que, según el budismo, es un elemento dinámico, sin el cual no podría entenderse la “plenitud”, que no es una idea abstracta sino el lugar (o no-lugar) donde suceden las transformaciones que construyen la identidad, para lo que son esenciales el silencio y la meditación frente al ruido y al exceso de estímulos sensoriales; y “Secuelas”, cuatro textos en los que la mirada del poeta va hacia afuera, en busca de la transparencia de las cosas pequeñas, al tiempo que se intensifica la conciencia de hacerse legado a la hija, consciente del “raquítico consejo” de quien no es “un padre muy sensato”.

Esta es la urdimbre con la que Galán Castro teje los dieciséis poemas extensos que componen el libro, escritos en verso blanco, en los que el tono coloquial se mezcla con un eficaz lirismo y con una samaritana ironía, dotando de autenticidad a un discurso que se asienta sobre las dudas que conforman la existencia de un yo que mira con asombro la realidad cotidiana y que halla, por momentos, en el vacío el instante de plenitud necesario para diluirse en el todo.  


Autor: Álvaro Galán Castro 
Título: Plenitud y vacío 
Editorial: Visor
Año: 2021


(Publicado en Cuadernos del Sur, en Diario Córdoba,  6 de noviembre de 2021, p. 4)

martes, 23 de noviembre de 2021

Desde la periferia


 

Antología de la poesía viejoven, aunque lleve como subtítulo “casting de poetas sin foto”, se ofrece como una fotografía de una parte del panorama poético actual en la que se recogen, según Marisol Sánchez Gómez, una serie de voces que plantean “una mirada intensa de exploración desde los márgenes del discurso poético establecido que constituye una nueva realidad”.

La coordinación del volumen y la selección de los antologados ha corrido a cargo de los escritores cordobeses Ana Patricia Moya y Manuel Guerrero Cabrera, quienes relanzaron la sección “No es país para viejóvenes”, de la revista digital Odisea cultural, de donde han escogido con un criterio paritario aquellos veinte que, en su opinión, presentaban más calidad. El resultado es una heteróclita nómina de autores nacidos entre 1956 y 1985, que aparecen ordenados alfabéticamente, entre los que hay algunos prácticamente inéditos (María Beleña, Lydia Ceña, Esther García, Mercedes Márquez o Jackie Rivero), junto a otros con una reconocida y reconocible trayectoria, como Ramón Bascuñana o Elena Román. Entre medias, se encuentran poetas tan interesantes como Txema Anguera, Pilar Cámara, Javier Castro, Óscar Navarro o Julia Navas.

Estamos, pues, ante “otra instantánea del panorama actual” presentada sin dogmatismos, lo cual es de agradecer en los tiempos que corren, en los que los libros colectivos se disfrazan bajo el nombre de antologías con la intención de salir en una fotografía que, en la mayoría de los casos, es efímera. Es la triste paradoja de la imagen digital. 


Autor: VVAA
Título: Antología de la poesía viejoven 
Editorial: Versátiles 
Año: 2020


(Publicado en Cuadernos del Sur, en Diario Córdoba,  6 de noviembre de 2021, p. 11)

lunes, 15 de noviembre de 2021

El instante y el temblor. Sobre 'Antonov', de Antonio Luis Ginés


 

Un hombre lee, relee, tantea versos, desecha palabras, aquilata instantes o intenta conciliar el sueño cuando “un sonido bronco, profundo, áspero / venido de tierras eslavas” cruza el cielo de una ciudad de provincias con enigmática puntualidad y rompe el silencio de medianoche. Son apenas unos segundos, hasta que “el ruido del motor se pierde / de forma gradual, hacia el sur”. Quizás la primera vez, el hombre dejase la lectura o la escritura y se acercase a la ventana; o tal vez se quedase en la cama sobrepasado y en vela, buscando refugio en el cuerpo amado (“mientras pongo mis labios a salvo en los tuyos”). En ningún caso encontraría respuesta alguna. No comprendería nada, pero el sonido lo estremecería. Noche a noche el estruendo se volvería rutinario y pasaría a ser un signo más de septiembre, ese momento del año en el cual regresamos a los hábitos y costumbres, fingiendo una concepción cíclica del tiempo que nos permita hacer más habitable nuestro fragmento de mundo (“Septiembre. Vuelta al comienzo, / a insistir sobre las pisadas, / sobre las costumbres / como si no supiésemos hacer otra cosa”).

El enigma se repitió durante dos meses, hasta que la Subdelegación del Gobierno de dicha capital desveló el misterio: el responsable era un viejo avión ucraniano de carga, un Antonov AN-12 de 51 años que, con sus cuatro motores de hélice, hacía la ruta desde Derby (Reino Unido) a Tetúan (Marruecos) a una velocidad de 450 km/h, sin sobrepasar los 7000 metros de altura; sin embargo, el asombro provocado por el sonido quedó en la cabeza del hombre.

Esta posmoderna redefinición del mito de Sísifo, que marcó el tránsito del verano al otoño de 2014, sirvió de cauce a los nuevos poemas de Antonio Luis Ginés, quien, con Antonov, editado por Bartleby Editores, ha roto un silencio poético de más de siete años. Tras Aprendiz (La Isla de Siltolá, 2013), el autor cordobés regresa a Bartleby, donde publicó Picados suaves sobre el agua en el año 2008. Estos tres libros forman una trilogía de madurez y ponen bocarriba las cartas de una apuesta estética al margen de los círculos mediáticos y de poder, caracterizada por la honestidad y sencillez de un discurso que ahonda en la propia interioridad con un lenguaje cuidado y parco, con la intención de mover al lector a la reflexión a partir de la emoción y de la sugerencia.

En ese instante en el que la quietud exterior se rompe y el interior tiembla, resuenan versos, emociones, sensaciones, recuerdos que se funden con el sonido áspero de los cuatro motores turbohélice, estableciendo una líquida frontera entre el interior y el exterior, entre el yo y el alrededor, en un fértil redeficinión de fronteras. La escueta sonoridad del nombre del avión que da título al libro, su fuselaje y su misteriosa carga se convierten en una imagen de la creación, pero también de la propia interioridad del poeta. Así, en “Deja”, uno de los mejores poemas del conjunto, afirma: “Deja de escribir de tu hijo, de tu madre, de tu pareja […] Y avanza, desnúdate, saca a bailar los miedos / los delitos, que se cubra tu nombre / de preguntas. Tú eres el punto / donde se tensan los hilos / de tu hija, tu padre, tu pareja”. La magnífica portada de Rafael Jiménez Reyes hecha con plastilina sobre una fotografía del autor apoya semejante afirmación.

A partir de las sensaciones y del recuerdo de la misteriosa nave que atravesaba el cielo de medianoche (“Pienso entonces en todos los años / que puedo salvar de la quema. / Y este frío, por fin, pegado a la piel, / evaporando todo el calor / que aún nos queda dentro”), el poeta escribe sobre lo que le preocupa y conforma el núcleo de su poética: el paso del tiempo, la naturaleza, la memoria, el amor,… la vida, en fin, destilada en los mínimos instantes que le confieren sentido a nuestras existencias (“Tan solo nos pertenece este segundo”).

Y aquí juega un papel crucial la mirada escrutadora de quien confía en el lenguaje no solo como instrumento de comunicación sino también como medio de autoconocimiento y de reconstrucción de la subjetividad. El poeta, que intuye una realidad superior con la que intenta conectar a través de la palabra y de un replanteamiento de la imagen, contempla lo que lo rodea y aguarda para capturar distintos instantes a partir de los cuales aprehender la sintaxis del mundo y, al mismo tiempo, las raíces del propio yo, produciéndose el salto de lo cotidiano a lo universal en tanto y en cuanto se logra escribir “de lo sencillo como si fuera un acontecimiento”.

Con estos mimbres Ginés consigue un libro honesto en su desnudez, de una profunda solidez, que nos confirma la altura de un poeta que descree de los juegos pirotécnicos y que apuesta por la precisión, la contención, la sencillez y la sugerencia, dando poemas memorables como “Petición”, “Hipótesis del eje”, “Conocerse”, “Medidas”, “Reunión”, “Tubos de colores”, “La luz de la vela”, “Elevación”, “Puntos en la pizarra”, “Rotar”, “Cielo único”, “Deja” o “Bosques de Polonia”, además de algún olvido.


Autor: Antonio Luis Ginés 
Título: Antonov
Editorial: Bartleby
Año: 2020

(Publicado en Estación  Poesía,  número 22, pp. 68-69)

sábado, 6 de noviembre de 2021

Cuatro décadas de cuentos. Francisco Morales Lomas

 



Francisco Morales Lomas recopila cuarenta y dos años de narrativa breve bajo el título de El ojo del huracán. En todo este tiempo, el escritor jiennense de nacimiento y malagueño de adopción ha publicado cuatro libros: El sudario de las estrellas (Málaga, 1999), Juegos de goma (Málaga, 2002), Tesis de mi abuela (Málaga, 2009) y El viento entre los lirios (Sevilla, 2019). En el presente volumen, que lleva como subtítulo Relatos completos (1979-2020), se incluyen, además, dos secciones de inéditos: El hombre sin sonrisa  y Narraciones 1979-1981, siete composiciones primerizas en las que se observan algunos de los planteamientos narrativos y de los motivos temáticos propios del autor. El explícito título que enmarca estas noventa y nueve historias alude al carácter diverso y plural de unos cuentos heterodoxos, que descreen de los axiomas y que aspiran a presentar la estructura poliédrica del ser humano, para lo que sondean lo cotidiano y la fractura de la que nace el misterio.

Aunque sus primeros escarceos con el género se remonten a 1979, no será hasta 1999 cuando aparezca su ópera prima, El sudario de las estrellas, en cuyas once teselas se aprecia un autor que controla tanto el lenguaje como los resortes narrativos. Los textos son variados en su estructura, intensidad y tono, para lo que acude a lo irracional, al absurdo, al humor o a la sugerencia. Merecen destacarse “El cielo de Godzia Nebraska”, la triste peripecia de un trabajador polaco que roba dinero a su jefe para que su mujer haga realidad el sueño de vivir en París; “Julius Thonsems, el conserje”, donde se conectan el misterioso cambio de identidad de un hombre y la muerte de una joven adinerada; “El infierno son los otros”, la pesadilla de una joven marroquí que llega a España en busca de un vida mejor y sufre palizas y humillaciones hasta que mutila a su agresor; “Las calles de Alfama”, la inquietante y sensual vida de una mujer sofisticada que mata por placer; “El ictonopus”, la anodina existencia de una pareja que es puesta del revés por una extraña planta; “El vendedor de pizza”, sobre la enigmática desaparición de una bella joven y un repartidor de pizzas; o “Voy a apagar la luz”, acerca de la controvertida y obsesiva tesis de un joven sobre un novelista de éxito. 

Juegos de goma, por su parte, está compuesto por una docena de piezas en las que el autor camina en equilibrio sobre el fino alambre que une realidad y fantasía y ahonda en la soledad del ser humano, en la insatisfacción y en los miedos que conforman la identidad, intensificando el humor, los matices negros, la provocación y el lenguaje descarnado, especialmente en las escenas de sexo, que rozan lo delirante en ocasiones. Junto a la creación de caracteres, especialmente los femeninos (la obsesiva mujer que se enamora del autorretrato de Velázquez en “El lienzo”, la ardiente protagonista de “Diccionario caníbal” o la rotunda Ivanova Botera, “La búlgara”, que, en su búsqueda de una vida mejor, vive una aventura de insatisfacción y humillación que la llevará a cometer un asesinato), es destacable la variedad de registros, de enfoques y de construcciones narrativas: desde el empleo del monólogo dramático (el inquietante “Ocaso en el Genil”, el sugerente “El regreso de la bruma” o el enardecido “A.S.A”), hasta la tensión borgiana (“Las estrellas del Rex”, “El telescolpio Bedford”, “El lienzo” o “La búlgara”), pasando por la hilarante conversación de unos niños que da título al volumen, el sexo más alucinante de “A.S.A.”, el humor de “El humus de la vida”, la desolación bajo la mirada infantil de “La metamorfosis del príncipe” o la honda humanidad de “Amor constante más allá de la muerte”.

En Tesis de mi abuela indaga en el humor, en lo surrealista, en lo irracional, en lo sarcástico, en la ironía y en el sexo (“Una historia eslava” o “Billar a las 8”), sin olvidar el camino trazado en sus anteriores entregas (“Un intruso en el cielo”, “La culpa fue de Alonso Quijano”, “El ordenador” o “Impostura”) , al tiempo que aparece la memoria histórica (“El regreso” o el que da título al conjunto) y el humor más disparatado (“Historias de culos”), que toma tintes macabros en “La doble eme” o El fútbol de los difuntos”. 

El viento entre los lirios, en cambio, está compuesto por cuarenta y cinco relatos, muchos de los cuales son microrrelatos. Entre estos, sobresalen “El extraño caso de Caperucita Roja”, “El farmacéutico y su prima de riesgo” o “Asperger”; entre los más extensos, “Jaimito en Bilbao” -la desgarrada petición de un niño marroquí a unos turistas para que lo lleven a Bilbao, donde se encuentra su madre-, “El secreto del agua” -un intenso monólogo en el que Cervantes cuenta una aventura amorosa durante una estancia en Salobreña- o “La rata”, cuya presencia obsesiva en un coche provocará un cortocircuito que acabará con la vida de toda una familia. 

Bajo el título de “El hombre sin sonrisa”, finalmente, se recogen doce cuentos escritos en 2020, en los que transita las líneas de fuga planteadas en sus composiciones más logradas: lo irracional se convierte en kafkiano en “La otra mirada” y “El cangrejo”; el monólogo interior es el armazón de “El crimen verdadero de Ariel García”, donde asume el riesgo de un narrador protagonista que está muerto, o de “El follador de Boston”, en el cual alterna con un narrador omnisciente; la sugerencia y el lirismo dejan semblanzas tan conmovedoras como la que da título al libro o “Memoria de una tarde con campanas”.

El volumen, cuidadosamente editado por Ediciones Carena, ofrece la posibilidad de descubrir o profundizar en una de las facetas menos conocidas de Morales Lomas, en la que, sin embargo, consigue algunos de sus mejores logros. 


Autor: Francisco Morales Lomas
Título: El ojo del huracán 
Editorial: Ediciones Carena
Año: 2021


(Publicado en Cuadernos del Sur, en Diario Córdoba,  23 de octubre de 2021, p. 8)




lunes, 1 de noviembre de 2021

Música, vida y misterio. 'Solo inclasificable', de Efi Cubero



El sentimiento de dolor provocado por la muerte de la persona amada es el germen de Solo inclasificable, de Efi Cubero (Granja de Torrehermosa, Badajoz, 1949). Un yo, que permanece y que es contemplado con cierta extrañeza por la poeta, siente cómo se tambalean los cimientos de su vida mientras el pesar se cuela por los intersticios de la piel hasta llegar a los recovecos más profundos y transformarse en soledad, en orfandad, en vacío, en angustia y en desamparo.

El rotundo poema que sirve de pórtico y da título al libro marca el “tempo” de este, en el que todo es música -el silencio también lo es-, vida y misterio: “Un solo se interpreta en el vacío: / su ejecución te impedirá el reposo. / Aristas acusadas / en una dimensión extemporal, / abismo de absoluto, / ascensión de fracaso. / Solo inclasificable”.

Tras los seis “acordes” iniciales y las quince piezas en las que el amado y su ausencia convergen con la poeta y su desasosiego en un armónico “contrapunto”, el “tempo” va “diminuendo” desde el “allegro” hasta el “adagio”, cuando el dolor se remansa, se mastica y se poetiza con serenidad para ser asidero y “hallar el corazón / del acontecimiento, / descorrer las cortinas, / reivindicar el hecho / de que sigues aquí. / Para eludir la muerte / atestiguar la vida”. 

Ante la intemperie, la poeta asume la ausencia de respuestas y busca refugio en la palabra, que es la herramienta para acercar al amado ausente y fijarlo en nuestra memoria, con lo que su recuerdo es otro modo de aferrarse a la vida. Así, la palabra no solo es evocación, sino que deviene celebración de la existencia y de lo vivido, con gratitud y asombro. Para ello, los poemas se centran en los pequeños instantes, en los que radica la esencialidad de la vida, y permiten intuir que existe otra realidad más allá de la que percibimos por los sentidos y que nos desborda.

Se trata, por tanto, de un poemario sereno y honesto en su dolor, que no decae en el ritmo ni en la tensión ni se pierde en el sentimentalismo ni en la exageración y que, una vez cerrado, nos ofrece el deseo de amar y, en consecuencia, de elevarnos y ser “en la sed bautismal de lo inefable”. 


Autora: Efi Cubero
Título: Solo inclasificable
Editorial: Siltolá Poesía
Año: 2021


(Publicado en Cuadernos del Sur, en Diario Córdoba,  23 de octubre de 2021, p. 11)

miércoles, 27 de octubre de 2021

Adrienne Rich, compromiso e inteligencia

 


La editorial Visor vuelve a editar, treinta y cinco años después, la primera antología en nuestra lengua de la escritora estadounidense Adrienne Rich (Baltimore, 1929 - San Francisco, 2012), que llevaba el sucinto título de Antología poética (1951-1985). La traducción corría y corre a cargo de Myriam Diocaretz, quien selecciona cuarenta y cinco poemas pertenecientes a diez libros -no doce, como en la anterior ocasión-, de entre los veinticinco publicados por la escritora y activista feminista: Un cambio de mundo (1951), Los talladores de diamantes (1956), Instantáneas de una nuera (1963), Necesidades de la vida (1966), La voluntad de cambiar (1971), Buceando hacia el naufragio (1973), Veintiún poemas de amor (1976), El sueño de un lenguaje común (1978), Una paciencia salvaje me ha traído hasta aquí (1971) y Tu tierra natal, tu vida (1986). El volumen se abre con el interesante “Prólogo” de la propia Rich y con un serio estudio preliminar firmado por la traductora, en el cual desvela algunas de las claves de su poesía.

Convencida de que el germen de la poesía se encuentra en las propias experiencias vitales -para ello utiliza una primera persona del singular-, la eterna candidata al Nobel apuesta por la claridad y por la sencillez del lenguaje para abordar la construcción de una identidad femenina común, creando una obra en la que se funden compromiso e inteligencia.

La conciencia de ser mujer, el compromiso con el progreso, el poder subversivo de la imaginación, las grietas e injusticias del capitalismo, la dignidad y la lucha por la supervivencia de los desfavorecidos, la reivindicación del amor en libertad, el poder del lenguaje como elemento creador de realidades, la otredad, la crítica a los autoritarismos, el cuestionamiento del patriarcado institucional y de una tradición literaria masculina, la inclusión como parte de una cadena de mujeres que busca crear una identidad y un lenguaje, el conflicto identitario entre su linaje norteamericano y su herencia judía, el papel de la escritura en la liberación de la mujer y en la reflexión sobre su propia identidad son el andamiaje sobre el que se levanta una obra inteligente y provocadora, caracterizada por la valentía, por la honestidad y por la sinceridad, que hace de Rich una de las más veneradas representantes del movimiento feminista y una de las poetas en lengua inglesa más importantes de todo el siglo XX.


Autor: Adrienne Rich
Título: Antología poética 
Editorial: Visor
Año: 2020


(Publicado en Cuadernos del Sur, en Diario Córdoba,  23 de octubre de 2021, p. 11)

sábado, 23 de octubre de 2021

Gabriel Aresti, las raíces de la piedra

 


Gabriel Aresti (Bilbao, 1933-1975) fue, pese a su temprana desaparición, uno de los grandes renovadores de la poesía vasca en la década de los sesenta. Dentro de su breve obra, destacan los tres libros que componen el ciclo Harria (piedra): Harri eta herri (Piedra y pueblo, 1964), Euskal harria (La piedra vasca, 1967) y Harrizko herri hau (Este pueblo de piedra, 1970).

En El ciclo de la piedra Jon Kortazar selecciona los poemas más significativos de esta trilogía, que supuso un punto de inflexión en la literatura en euskera por su compromiso social, que desplazó al simbolismo de las décadas precedentes, y por su apuesta por la necesidad de una lengua unificada que fuese entendible por todos los vascos en un primer acercamiento al poema.

Además, con estos tres libros, el poeta bilbaíno logró crear un imaginario personal y colectivo a partir de  la antropología y la historia de Euskadi, utilizando para ello varios símbolos, entre los cuales destaca la piedra, que aparece como imagen de identidad y de resistencia frente a la dictadura de Franco y, al mismo tiempo, frente al capitalismo.

Aresti, pues, abre una nueva senda en la poesía del País Vasco con su apuesta por un verso directo y por una palabra clara y sencilla, fusionando la tradición con la modernidad -la poesía de los “versolaris” con el verso libre-, cuya materia literaria es su propia vida (“Hablo sobre mí mismo porque yo soy / la medida del mundo”), que es convertida en una alegoría de carácter político y social.


Autor: Gabriel Aresti
Título: El ciclo de la piedra
Editorial: Visor
Año: 2020.


(Publicado en Cuadernos del Sur, en Diario Córdoba,  9 de octubre de 2021, p. 11)

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Intimismo social. Kirmen Uribe


Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) es uno de los escritores en euskera más reconocidos, sobre todo, desde la publicación de la novela Bilbao-New York-Bilbao, por la que recibió el Premio Nacional de Literatura y el Premio Nacional de la Crítica en euskera. 

17 segundos -publicado originalmente en vasco por la editorial Susa- es su segundo libro de poesía, tras la publicación en 2001 del exitoso Bitartean heldu eskutik (traducido dos años después bajo el título de Mientras tanto cógeme la mano), que, según la crítica, supuso una “revolución tranquila en la poesía vasca”. 

Esta nueva colección de poemas, escritos durante diecisiete años, entre 2002 y 2019, aparecen, traducidos por Gerardo Markuleta, en la colección Palabra de Honor, de Visor. El conjunto se divide en siete secciones, desiguales en tono e intensidad, pero en las que se reconoce una misma voz que bebe de la tradición de poetas en euskera, desde el simbolismo de Xabier Lizardi a la poesía social de Gabriel Aresti, pasando por la personal síntesis de Xabier Lete.

Este volumen diverso, pues, se mueve entre el intimismo y la crítica social. La infancia, el terrorismo, las drogas, los billares, la familia, el amor, la primera huelga, la caída del muro de Berlín, el proceso de paz, una estancia en prisión, la pérdida de varios seres cercanos, la identidad vasca, la denuncia de las desigualdades y contradicciones de la sociedad actual son los temas de unos poemas que, con un tono coloquial y directo, pretenden emocionar al lector para “traer a la superficie lo que no es evidente”.


Autor: Kirmen Uribe.
Título: 19 segundos.
Editorial: Visor.
Año: 2020.


(Publicado en Cuadernos del Sur, en Diario Córdoba,  26 de junio de 2021, p. 9)


domingo, 19 de septiembre de 2021

Delimitar un territorio propio



Hombres con un diente de leche es el provocador título del primer libro de Luis Díaz (Alcalá de Henares, 1994), que le ha valido el IV Premio de Poesía Irreconciliables por mayoría. Según la nota del jurado que portica el volumen, su gran mérito es “tensionar los límites y las posibilidades de la palabra poética para alcanzar una reflexión en torno a los engranajes del género, el territorio y la tradición”.

Los cuarenta y siete poemas en prosa, sin título y de extensión más o menos breve, nacen de las contradicciones íntimas de quien se siente orgulloso de pertenecer a “una estirpe de hombres con un diente de leche”, aunque “esto según las leyes de la genética significa muy poco”, de ser parte de una cadena de hombres con “escasa capacidad a la hora de poner nombres”, pero que busca, a sabiendas de que un día heredará el territorio familiar (“mi abuelo me pasa la mano por el hombro me promete que todo será mío”), su propia identidad a través de la exploración de las grietas y de las contradicciones que lo definen. Para ello utiliza una palabra directa, un verso sin artificio, una sintaxis que no se conforma con la estructura lógica y que busca una tensión emocional a la hora de retratar a este nuevo hombre, que ahonda en sus cimientos para delimitar un territorio personal, a base de piquetas, dentro del mundo rural que ha heredado. 

Autor: Luis Díaz.
Título: Hombres con un diente de leche.
Editorial: Cántico.
Año: 2020


(Publicado en Cuadernos del Sur libros para el verano, en la sección de Cultura de Diario Córdoba,  4 de julio de 2021, p. 40)

miércoles, 25 de agosto de 2021

'Los que miran el frío' cumple diez años

El concejal de Cultura de Villanueva del Duque, Tomás Ruiz, me pidió una colaboración para la revista de "no feria ni fiestas" de este 2021. Dado que se han cumplido diez años de Los que miran el frío, que tanto le debe a Villanueva del Duque decidí escribir sobre ello. Comparto con vosotros el texto publicado.



El pasado mes de junio se cumplieron diez años de la aparición de Los que miran el frío, que, aparte de ser reconocido con el premio Andalucía de la Crítica a la Ópera Prima, me regaló la satisfacción de cientos de lectores. 

El libro, cuidadosamente editado por Ediciones Espuela de Plata (de la editorial sevillana Renacimiento), es un conjunto unitario formado por nueve relatos ambientados en un pequeño pueblo del norte de Córdoba, Retamal, que fue línea de frente durante los tres años que duró la guerra civil. Bajo este espacio mítico se encuentra, como cualquier vecino puede intuir, Villanueva del Duque, cuyo origen está en un pequeño asentamiento así denominado que los investigadores sitúan en el actual barrio de la Fuente Vieja. Este detalle, en apariencia intrascendente, encierra toda una declaración de intenciones: a la hora de recrear el pasado huyo de visiones edulcoradas y apuesto por la seriedad y el rigor histórico, sin olvidar en ningún momento que estoy creando una obra de ficción, con lo que la información se hilvana como mejor interesa narrativamente, buscando siempre la verosimilitud.

Más allá de la repetición de símbolos, imágenes y motivos, y de la presencia de unos personajes que deambulan por varios cuentos, el auténtico protagonista es el frío, que simboliza la derrota, el dolor y la humillación. Este frío condiciona la mirada de unos personajes que se afanan en sobrevivir un día más en un mundo hostil y los mueve a actuar. 

Aunque se ha escrito muchísimo sobre la guerra civil en Los Pedroches, ningún escritor se ha atrevido a zambullirse en un momento tan doloroso de nuestra historia reciente –salvo la visión dulce que Juan Eslava Galán hace en La mula, novela escrita durante su breve estancia en Pozoblanco, que tiene como protagonista a un acemilero franquista que, al final del conflicto, cruza la línea de frente en busca de su mula y vive una serie de hilarantes peripecias en nuestra sierra-. Como mucho, hay quien ha hecho referencia a algún episodio esporádico que ha pervivido en la memoria colectiva, quien ha escrito algún cuento ocasional o quien se ha ocupado de la posguerra. Ese era uno de los riesgos que asumía: centrarme en esos tres años en los que un frente estático, con ligeras variaciones, dejó terribles historias de supervivencia, de derrota y de sufrimiento; y que el resultado fuese creíble.  

Sin duda, el momento más estudiado y más llamativo literariamente se corresponde con la batalla de Pozoblanco, que tuvo lugar entre marzo y abril de 1937, y cuyos combates más intensos y sangrientos se llevaron a cabo en las calles de Villanueva del Duque y Alcaracejos. Esta batalla fue una de las grandes victorias del ejército republicano y supuso una concentración de fuerzas sin precedentes por parte de ambos bandos; no en vano, sirvió como ensayo de la batalla del Ebro y como banco de pruebas para los tanques y los cazas alemanes e italianos. 

Por supuesto, Los que miran el frío es ficción, pero tiene un importante aporte histórico. En este sentido, hay una ingente labor de documentación que me llevó a leer todas las fuentes escritas disponibles, a caminar por los lugares donde quería situar muchas escenas y, sobre todo, a echar largas horas de agradable conversación con algunas de las personas mayores que sufrieron el enfrentamiento fratricida, quienes contribuyeron a crear la atmósfera de los relatos. Desgraciadamente, ya no están con nosotros ni Benedicto Cabrera Blasco ni Resurrección Quebrajo Fernández ni Josefa Granados Medina, abuela de mi mujer, a quien está dedicado el libro; pero su aliento se percibe en esta reconstrucción de Villanueva del Duque que late en cada página. 

 Con motivo de este artículo, he llevado a cabo el extraño y desasosegante trabajo de relectura de lo publicado y debo confesar que, una década después, aunque me ha costado reconocerme en ciertos momentos, sigo viendo con total nitidez los espacios y personajes que hacen de este libro un instrumento privilegiado para adentrarse en un momento crucial de la historia de nuestro pueblo y de Los Pedroches, en el cual se configuran muchas de las señas de identidad de ambos.   

A continuación, os dejo un fragmento de “Entre líneas”, en el que recreo una historia real encontrada en la prensa de la época: en unos días en que el pueblo fue tomado varias veces por unos y por otros y se luchó casa a casa, cuatro milicianos defendían la posición desde el campanario de la Iglesia de San Mateo con una ametralladora. Cuando los suyos abandonaron la localidad, no pudieron acompañarlos y siguieron disparando durante tres días contra todo lo que se movía. Finalmente, fueron apresados y ejecutados en la plaza para que sirviera de escarmiento a los pocos vecinos que quedaban. 

*****

Al caer la noche, una ametralladora, controlada por un sargento de milicias y tres soldados, recorría desde el campanario lo que quedaba del pueblo, de modo que los organizados batallones rebeldes tenían que moverse casi a gatas entre los cercados y los escombros para sortearla. Los cuatro milicianos escudriñaban el perímetro desolado y disparaban contra cualquier bulto que rompiese las siluetas. En la oscuridad intuían las colinas de Las Chorreras y las sombras de los eucaliptos que anunciaban la estación de Las Viñas, donde se encontraba una batería a las órdenes del capitán Francisco Blanco Pedraza. Él y el coronel Morales eran la única esperanza que les quedaba. Cada vez que la oían rugir por el este se agarraban a la vida. Solo tenían que resistir y esperar a que los suyos volviesen a tomar Retamal. Tenían como misión dificultar el avance de las tropas de Queipo para que no asentase una estructura defensiva y apoyar la entrada de las Brigadas 20 y 25. Habían conseguido que los fascistas retirasen la batería de montaña improvisada en la plaza de Pablo Iglesias para bombardear la colina sobre la que se levantaban la ermita y el camposanto.

-¡Por allí van cuatro fascistas! –dijo uno de los milicianos, que llevaba un casco verde abollado y que, cuando fumaba tabaco de picadura, aspiraba hondo después de dejarse caer el cigarrillo al lado izquierdo de la comisura de los labios. -¡Veréis cómo tumbo a alguno! – Apretó el gatillo dos veces tan seguidas que parecía todo un mismo disparo. Inmediatamente los otros milicianos vieron desplomarse sendos cuerpos y se sucedieron los comentarios eufóricos que les hacía olvidarse, aunque fuese por unos segundos, de la precaria situación en que se encontraban. No tenían escapatoria. Se sentían como las personas mayores que no habían podido salir del pueblo y que, en más de una ocasión, veían ir desde el corral al interior de sus casas o moverse por las ruinas donde antes vivían. 

De los cuatro, tan solo el soldado Bautista, un joven moreno y alto que siempre llevaba el gorro cuartelero doblado sobre el hombro de la camisa, sabía escribir. Aprovechaba las lentas horas del día agazapado entre las rocas para hacerlo, pues cada uno le había pedido una carta de despedida a sus respectivas familias. El más joven, David, un soldado gaditano de apenas 18 años, lo miraba en silencio. Le había encargado una para la novia que no volvería a ver. Nunca se la entregaría; no obstante, pensar que alguien podría dársela cuando él muriese le hacía no desesperar. Si los cogían, siempre que no los matase antes una bomba, los fusilarían y los cuerpos serían arrojados a una fosa, como tantas otras que él había visto; por ello, lo mejor sería que la carta no estuviese con él. Decidió guardarla en la escalera que conducía a la torre, en un hueco que quedaba entre las piedras de la pared. Si alguien la encontraba y la leía, quizá creyera conveniente hacérsela llegar a la auténtica destinataria. 

Bautista escribió tres cartas, sin embargo no tuvo valor para escribir la suya. Se limitó a coger el machete y, mientras el pueblo permanecía en una quebradiza y agónica calma, grabó su nombre y el de su novia sobre la piel de la piedra herida. Al rasgarla lamentaba no haberlos escrito nunca en el tronco de un álamo.

Las cajas de munición se vaciaban con rapidez y no tenían comida. No dormir durante dos noches, paradójicamente, les permitía no tener sueño. El pueblo se iluminaba al ritmo de las explosiones de las bombas, los obuses, los cartuchos de dinamita, las granadas y las ráfagas de ametralladora. Apenas intuían dónde se encontraban los suyos. Los grupos reducidos de dinamiteros, los pelotones de seis o diez soldados que improvisaban un parapeto tras los escombros para intentar controlar una calle y las patrullas que violaban la quietud de los hogares abandonados a la busca de adversarios eran objetivos fáciles para un sargento de milicias y una ametralladora. 

En no pocas ocasiones llegaron a disparar, intencionadamente, contra los que llevaban su mismo uniforme. Se trataba de pequeños grupos de resistencia entre las casas que, al ser sorprendidos por el rival, se rendían para salvar la vida o que, aprovechando el desorden de la lucha casa a casa, querían pasarse al bando contrario.

Los últimos disparos que salieron de la torre con un sentido concreto fueron la noche del 14 de marzo, cuando las brigadas republicanas contraatacaron para hacerse con el control de la carretera de Peñarroya. El día 15, en cambio, tras comprender que los suyos habían dejado Retamal –y a ellos- en manos hostiles, el desánimo se propagó entre los cuatro, que disparaban sin ton ni son, buscando un destello en el horizonte que les permitiese seguir pensando en un mañana, al tiempo que intentaban rechazar, como podían, el asedio al que estaban sometidos.

Al notar que los enemigos estaban en el interior de la iglesia trabaron la vieja puerta de madera que daba acceso al campanario. Eran conscientes de que se trataba de una frágil resistencia que no aguantaría las embestidas. 

-Lo único sensato que podemos hacer es rendirnos –sentenció el sargento-. Apenas nos queda munición. Cuando se den cuenta de que no tenemos balas, entrarán a por nosotros y esa puerta no aguantará mucho.

-Eso nunca. Antes muerto –le repuso uno de los supuestos subordinados-. Si nos rendimos nos fusilarán. Si no quieres defender este puesto, entrégate tú; pero ni yo ni la ametralladora bajaremos de esta torre, si no es con los pies por delante.

David contemplaba la escena. La tensión iba en aumento, hasta el punto de que el sargento tuvo que apuntar a la frente del insubordinado para sofocar el conato de rebeldía. Compartía las palabras del compañero, sin embargo sabía que debía obedecer a un superior. Además, fuese cual fuese su actuación, morirían; por eso callaba y no tomaba partido, mientras su memoria volaba lejos de los despojos. Sin apenas tener tiempo de reaccionar, se vieron rodeados por tres fusiles. Para ellos no había posibilidad de cambiarse de bando. Técnicamente no se habían rendido y, además, habían causado demasiadas bajas al contrario. Solo había una manera de redimir la culpa que habían cometido. Serían un ejemplo para los pocos que quedaban en el pueblo de la justicia de la nueva España.

Tras leer el sufrimiento en los ojos del miliciano anónimo, Elías levantó la mirada hacia la desmochada torre, donde sabía que el próximo febrero no volverían las cigüeñas.  



domingo, 1 de agosto de 2021

'Okaeri', de Eduardo Chivite: Bienvenido a casa


 

“Okaeri”, cuya traducción podría ser “bienvenido a casa”, es la expresión coloquial japonesa que utilizan las personas que viven bajo un mismo techo para dirigirse a quien regresa al hogar. Este es el escueto y significativo título del primer poemario de Eduardo Chivite (Córdoba, 1976), trece años después de la aparición de Sharaija murió con trece años (La Bella Varsovia, 2008), una obra singular e inclasificable en torno a la infancia, en la cual se funden poesía, narrativa y teatro. 

“Okaeri”, por tanto, sería el saludo gozoso y agradecido con que el autor se dirige a una creación que regresa, ahora completa, al espacio íntimo que supone las manos del lector. Pero, al mismo tiempo, le sirve, por un lado, para incardinar su discurso en lo cotidiano -con tal finalidad, acude a un lenguaje sencillo y directo, cargado de sugerencia y de dulzura-; por otro, para situarlo en la esfera de lo personal, pues nace de las circunstancias vitales de quien escribe, con lo que la escritura se convierte en confidencia.

Chivite es uno de esos poetas para los que la poesía es camino y, así, desde los dieciocho años ha coordinado varias actividades culturales que han dinamizado la vida poética de su ciudad y ha publicado en múltiples medios antes de atreverse con el formato libro. No en vano, quien lo conoce desde sus primeros escarceos cae inevitablemente en la tentación de realizar una prescindible labor de arqueología con la intención de localizar los versos o títulos que le son familiares. De hecho, el lector ha podido leer con anterioridad nueve o diez poemas en alguna “plaquette” (Limbo n.º 8), blog (Las afinidades electivas), página web (Biblioteca universitaria de Córdoba), libro colectivo (En pie de paz) o antología (Edad presente, Las Noches del Cangrejo. Poetas en Platea, Antología del beso, Terreno fértil ). De ellos, que apenas hayan sufrido modificaciones tan solo hay dos: “Las hermosas” y “La meditación de Xue Xie”. Lo normal es que el proceso de reescritura haya sido intenso. Así, los hay que únicamente mantienen el título -“Poema para leer en tren”, antes publicado como “Poema de amor para leer en tren”, del que solo permanecen dos versos; “In vino veritas”, del cual sobrevive el título; y “De cómo mi madre nos enseñó a contemplar la muerte”, adelgazado a conciencia-; que han sido desbrozados y pulidos al tiempo que se le han añadido partes completas -“Les mains de Jeanne-Marie”, cuya primera sección, que serían los versos más antiguos, ha sido limada hasta engastarla con los versos más recientes; y “Anotaciones para una futura poética del amor”, amplificación de un poema de tres versos-; que son fusión de varios poemas y conservan el título de uno -“De los efectos de la tristeza” y “Cosas de pájaro”-, e, incluso, que han sido creados a partir de algún verso y no guardan ni el título -”Canción indígena”-.

Este estéril ejercicio filológico no le resta valor al volumen, sino que viene a ratificar la concepción unitaria del mismo, pues aunque recoja textos separados por casi dos décadas, el proceso de revisión, reescritura y corrección ha conseguido dar unidad a un conjunto que corría el riesgo de quedar deslavazado. Dicha unidad se sustenta tanto en el punto de vista que adopta el poeta, cuyos poemas están fuertemente imbricados en sus coordenadas vitales, como en su peculiar mirada, que configura una cosmovisión en la que la infancia y el amor son los ejes de ordenadas y abscisas. 

La infancia deja composiciones tan interesantes como “La casa enterrada” o “Infancia” y llega a imbricarse con la adolescencia, creando un espacio mítico (“Adolescente”) en el que tienen gran importancia la amistad -que se celebra en poemas como “De los efectos de la tristeza” o “De Amicitia”- y la poesía -“Escribir lento” o “Collage”-. Sin embargo, el gran pilar de este territorio es la madre, cuya presencia irradia sobre varios textos, convirtiéndose en la protagonista de “De cómo mi madre nos enseñó a contemplar la muerte”. 

Pero, el tema fundamental de Okaeri es el amor, no en vano está precedido por la explícita dedicatoria “A mi esposa Marta”. La importancia axial del matrimonio le lleva a anteponer el sustantivo “esposa”, que actúa como núcleo del sintagma. En este sentido, son varios los poemas en los que se celebra el amor correspondido y vivido en plenitud: “Los peligros de amar a una lexicógrafa”, “Poema nupcial”, “Mañana de domingo sin paisaje”, “Carta para después de la lluvia”, “Nuestra hija”, donde además late el deseo de ser padre como forma máxima de consumar el amor, o “Canción indígena”. Junto a este amor correspondido, también aparece el idealizado y añorado (“Cosas de pájaro”) y el desengañado y doloroso (“In vino veritas”).  

El tono idílico, mágico y mítico con que la mirada del escritor acomete la recreación del pasado y del presente se sustenta en la propia selección léxica y de las imágenes, pero también en lo oriental, que va más allá del título o de textos como “La meditación de Xue Xie”, “Kangis” o el protocolario haiku impuro que actúa de cierre (“Octubre”), y condiciona su visión del mundo, que indaga en los pequeños detalles para buscar, a partir de ellos, una suerte de trascendencia.

El resultado son veintiocho poemas en prosa, íntimamente trabados -entre los que se intercalan armónicamente diez láminas de Miguel Gómez Losada- que escudriñan la fértil grieta de la que brota el misterio y se mueven entre la inocencia y el asombro, entre la delicadeza y la gratitud, entre la ternura y la celebración.  


Autor: Eduardo Chivite.
Título: Okaeri.
Editorial: Cántico.
Año: 2021.

(Publicado en 'Culturamas', 29 de julio de 2021)


lunes, 28 de junio de 2021

sábado, 12 de junio de 2021

Andrea Alzati, la abrupta sutileza de lo cotidiano

 


Animal doméstico es el debut literario de la mejicana Andrea Alzati (Guanajuato, 1989), autora de otros dos poemarios: Algo tan oscuro que no tiene nombre (2018) y Todos mi quchillos (2019).

El libro, editado en 2017 en su país por Juan Malasuerte Editores, está compuesto por tres secciones asimétricas a través de las cuales la poeta ofrece un itinerario introspectivo desde el paraíso perdido de la infancia hasta la herida presente, sin nostalgia, sabiendo dosificar el dolor para extraer de él la palabra precisa –“volver / a un patio es / volver a / volver a / volver a / volver a / otra casa / donde el aire no deshace la materia”- que, a veces, roza la limpieza de la sentencia: “a cada pájaro lo habita un caos anterior al caos íntimo / del aire”.

La primera parte, que es la columna vertebral del conjunto, lleva por título “Miel” y está compuesta por veintisiete fragmentos en los que, a partir del contacto con los pequeños objetos cotidianos y con los instantes en apariencia banales, el yo poético realiza un viaje interior, en el cual la duda (“un muelle / es una forma / de habitar la indecisión / una forma de saber si movernos / o quedarnos quietos”) y la memoria (“la memoria es un animal silencioso / vive se alimenta / de nosotros”) son los ejes de rotación y traslación de unos poemas en los que fluye la infancia, el primer amor, la familia (los padres, la abuela…), la reivindicación, el perro, las grietas, todo con un lenguaje hondamente simbólico...  Este simbolismo se intensifica en las secciones siguientes: “Huevo” y “Leche”, en las cuales el poema se vuelve más extenso y narrativo. 

Alzati, pues, sabe manejar el ritmo de pensamiento del verso libre, ocasionalmente combinado con un cuidado verso blanco, al tiempo que casa el lenguaje abrupto con la sutileza y lo onírico, para lo que acude tanto a las imágenes como a los símbolos, administrados con habilidad, en una apuesta clara por la sugerencia y la evocación. 



Autora: Andrea Alzati.
Título: Animal doméstico.
Editorial: Ediciones Liliputienses.
Año: 2020


(Publicado en Cuadernos del Sur, 22 de mayo de 2021, p. 8)


martes, 1 de junio de 2021

'Un invierno en mitad del verano'

Desgraciadamente, hay poemas que se repiten y vuelven a ser actuales con una dolorosa cadencia cíclica. Esta aproximación al conflicto entre Israel y Palestina tiene ya dos décadas.


La densidad del dolor es idéntica

a ambos lados de la franja de niebla.

No su geometría ni sus causas.

La textura del odio es idéntica 

y fractura la luz deshabitada de los atardeceres. 

No la devastación ni la ignominia.


Las palabras higiénicas nunca sacian la sed,

aunque sean la manta

con que se cubre este fracaso

que no cruza fronteras,

porque la muerte  llega como un invierno en mitad del verano.

(de Los lugares públicos, Córdoba,  1998, corregido y ampliado en 2008)

domingo, 30 de mayo de 2021

Una genealogía femenina


Ni diosa, ni dulce ni serpiente
es el verso de Juana Castro que sirve de título a la más reciente antología de poesía femenina cordobesa, que, según el poeta lucentino Jacob Lorenzo, responsable de la misma, “abarca las inquietudes y el ritmo de la vida poética de nuestras escritoras”. 

El volumen, editado con elegancia y mimo por la Diputación de Córdoba, con una sutil combinación de ahuesado y fucsia oscuro, se abre con dos breves notas introductorias: una firmada por la Diputada de Cultura, Salud Navajas, y otra por el antólogo, titulada “Esta guarida azul no estaba escrita”. Acto seguido, se ofrece la escueta muestra de la producción poética de las treinta y cinco autoras seleccionadas. Cada una de ellas es presentada en una página fucsia oscuro, en la cual aparecen, además de su nombre, una poética, el lugar y la fecha de nacimiento. Tras esta página de presentación, se dispone otra en la que se incluye una reseña biobibliográfica y, por último, dos poemas, que, aunque sepan a poco, sirven, en la mayoría de los casos, para confirmar la talla de múltiples voces conocidas o para dejar la puerta entornada y avivar la curiosidad del lector. 

Este libro supone una piedra más en la construcción y en la reivindicación de una genealogía femenina, que ha sido y es el gran legado de escritoras como la desaparecida Concha Lagos o de las actuales madres de la poesía cordobesa: Juana Castro, Soledad Zurera, Ángeles Mora, Concha García y María Rosal; no en vano, aparece cuando se cumplen veinte años de la publicación de la célebre antología Estirpe en femenino, en la cual Pilar Sanabria reunió a veintiocho poetas cordobesas. De hecho, el propio Lorenzo confiesa que su selección es la continuación de “un camino abierto hace veinte años por la poeta Pilar Sanabria”.

La aparición de cualquier antología suscita suspicacias y elogios a partes desiguales, pues deviene, por definición, en una instantánea parcial e incompleta de la poesía contemporánea y de los gustos, de las inquietudes, de las amistades o de los intereses de la persona que la realiza. Y es, precisamente, esta dimensión la que sirve para calibrar la necesidad o contingencia de la misma, pues el tiempo será el juez implacable de todas y cada una de las decisiones tomadas por el colector.

Jacob Lorenzo lo sabe y en la citada nota inicial reconoce que ha sido “una selección difícil, que ha tenido como referencia el recorrido y la calidad de las obras seleccionadas”. Además de resaltar la dificultad de la empresa, explicita los dos criterios de selección: por un lado, la trayectoria de las poetas; por otro, la calidad de sus obras. La primera pauta parece más objetivable; en la segunda, radica el riesgo innato que asume todo antólogo y su agudeza lectora. 

Sin intención de polemizar, pues no creo que conduzca a ningún lado enredarse en ausencias o presencias, y partiendo del convencimiento de que toda antología es una apuesta personal de quien la firma, llama la atención, además de que no estén cuatro autoras tan significativas como Matilde Cabello, Inmaculada Mengíbar, Elena Medel o María Sánchez, el hecho de que diecinueve de las treinta y cinco mujeres antologadas hayan nacido después de 1978. 

La primera observación puede ser simple contingencia y escapar a lo puramente literario; en cambio, la segunda, aunque es incuestionable que hoy hay más poetas jóvenes que nunca, es una arriesgada apuesta por parte de quien realiza la selección. 

El resultado es un volumen heterogéneo, que nos muestra a treinta y cinco poetas muy dispares, separadas por un arco temporal de 56 años, los que hay entre el nacimiento de Juana Castro (Villanueva de Córdoba, 1945) y Victoria García (Sevilla, 2001). Entre medias, se ofrecen diversos planteamientos éticos y estéticos ante el acto creativo, en la mayoría de los cuales late un innegable componente reivindicativo que, en los casos más destacables, lleva aparejada una inevitable reflexión a partir de la propia praxis poética.

Ahora es el turno de que el lector se demore en los contornos de la fotografía que se le ofrece, en la que hay voces de una altura e intensidad incuestionables junto a ecos, algunos de los cuales aún deben pulir el latido del poema, y se deje llevar más allá de los bordes de la misma para disfrutar de la fértil y compleja realidad poética de la provincia de Córdoba.



Autor: VVAA.
Título: Ni diosa ni dulce ni serpiente.
Editorial: Diputación de Córdoba 
Año: 2020


(Publicado en Cuadernos del Sur, 22 de mayo de 2021, p. 8)