martes, 31 de octubre de 2017

Tres flashes de octubre

El calentamiento global es una realidad. Y este octubre atípico ha sido una prueba evidente. Un sol casi vertical caía sobre Córdoba la tarde del 5 de octubre. A las ocho y media, en la frágil y samaritana penumbra de la sala Orive, compartía versos e inquietudes dentro del ciclo "La voz de los poetas", de Cosmopoética, junto a Raquel Lanseros y Emilio Martín Vargas, conducidos por José García Obrero.

 


Apenas dos semanas después, entre los días 17 y 19, ascendí a "La montaña mágica", de la mano de Raúl Alonso, para encontrarme con Blanca Andreu y Carlos Pardo y dialogar en torno a "Los lugares de la palabra. Espacios de creación". Esta iniciativa -sin igual en la provincia desde las ya olvidadas "Noches literarias" de Diputación- trajo, además de la palabra, el frío y la lluvia a la villa romana de El Ruedo, en Almedinilla, a la Casa de la Viga , de Pozoblanco, y a la Casa Cardona, de Castro del Río.


 


Y con el cambio de hora y la llegada del otoño se cierra el mes; no sin antes encontrarme con otro regalo: "Padre, hijas, luz e incertidumbre: la poesía de Francisco Onieva", un estudio firmado por Ioana Gruia, que ha visto la luz en el volumen 3, número 64, de la revista suiza Versants, en la que, bajo el subtítulo "Poesía española en los albores del siglo XXI",  se analizan algunas de las apuestas estéticas de la poesía española del nuevo siglo. Dicho estudio ha sido presentado hoy como ponencia por la profesora de la Univesidad de Granada en el congreso "La poesía española en los albores del siglo XXI", que se celebra en la Universidad de Zúrich (Suiza) entre los días 30 y 31 de octubre.
Vaya desde aquí mi más sincera gratitud a las personas culpables de estos tres momentos tan intensos: Antonio Agredano, Raúl Alonso y, muy especialmente, a Ioana Gruia, por la confianza depositada en mis versos.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

"Sustrato" versus nacionalismo

Todo nacionalismo es, por definición, reaccionario y excluyente.

*****

Por eso, jamás he sentido envidia de aquellas personas que son capaces de definir su identidad a partir de un territorio monolítico y, fingidamente, impermeable, y que desconocen la ductilidad sobre la que se asienta, queramos o no, la geografía íntima del individuo del siglo XXI.
La mirada del forastero actúa sobre nosotros como un espejo enriquecedor, y se revela hoy más necesaria que nunca, si queremos conservar nuestra condición poliédrica y diversa.
Os dejo un poema de Vértices en el que ahondo en mi condición de "forastero" enraízado en Los Pedroches.



SUSTRATO

Yo no he nacido en el bosque de encinas
que han escrito otros poetas
-lo reconozco-,
pero he aprendido a mirarlo despacio.
Se ha mostrado repetido y perpetuo,
solemne e intacto,
y he llegado a sentirme una de sus raíces.
Lo he hecho sin olvidar la luz de mi ciudad.
Y es que siempre he llevado en mis bolsillos
de forastero
un puñado de mi tierra primera
para mezclarlo con la nueva.
La mezcla es mi ámbito
y con vosotras crezco en él.


miércoles, 16 de agosto de 2017

"Vértices" en "Puentes de papel", de José Luis Morante


Contento y agradecido por esta nueva lectura de Vértices, que sigue encontrando lectores-refugio, realizada por el escritor y crítico José Luis Morante en su blog Puentes de papel. 


PATERNIDAD

 Francisco Onieva (Córdoba, 1976) regresa a la poesía con Vértices, libro ganador del XXVI Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma. Esta cuarta salida del autor propone, con voz meditativa, una indagación sobre la paternidad como estado y sobre los efectos inmediatos en la existencia personal. No se habla de biología sino de esas mutaciones del estar que conceden al protagonista una renovada naturaleza.En ella los sentimientos adquieren un espacio expansivo donde el sujeto puede contemplarse desde las palabras. Con delicada hondura, el poema desbroza la maraña de la intimidad y deja al descubierto sus elementos más notables, sus vértices precisos. Un ejemplo de lo expuesto se halla en el poema que sirve de apertura, “Iluminaciones” al que pertenecen estos versos en los que se definen algunas secuencias de lo contiguo que buscan sentido en la conciencia: “Establece la espera sus fronteras. / Escondidas y frágiles. / Y trama un orden  para lo contiguo. / Las efímeras iluminaciones / ocultan la ventana desde la cual otro hombre / inventa el punto en el que se encuentran hija y padre “. Esta focalización tiene como consecuencia el análisis del puente emotivo entre ambas presencias. En él se cobija una sintaxis inédita que tiene en su devenir algo de primer paso y momento fundacional. Hay que buscar un punto de equilibrio y reordenar palabras y emociones. Se formula en él un nuevo perímetro de la identidad: "(Eres origen. Eres confluencia. ) / Ella lo sabe y acaricia el perímetro / de lo que no es aún, pero ya existe. / Le  habla en voz baja / de una realidad que tan solo ella intuye, / y en la que busca signos previos a la escritura / con los que transmitir el abrazo primero. / Se pierde unos minutos. Queda un silencio elástico."

Para seguir leyendo, sigue este enlace.

viernes, 28 de julio de 2017

La lluvia que reconcilia. Acerca de "La lluvia en el desierto", de Eduardo García


Todo símbolo tiene una estructura significativa múltiple que lo convierte en el ámbito donde tiene lugar el hallazgo, el punto desde el que bucear en los márgenes de la realidad para intuir lo que nos sobrepasa y escapa a la razón, pero nos asombra, aquello que tan solo puede ser vivido, nunca explicado. La lluvia en el desierto, título elegido por el propio Eduardo García (São Paulo, 1965-Córdoba, 2016) para su poesía completa, editada por la Fundación José Manuel Lara, dentro de la reputada colección Vandalia, multiplica su potencialidad semántica en el lector que ha tenido el privilegio de conocer al poeta cordobés. Más allá de la lluvia que purifica y vivifica un espacio yermo o de la capacidad de la palabra para fertilizar el fragmento de mundo circundante e intuir el enigma que lo sustenta, el propio volumen se revela, nada más abrirlo, como una tormenta que nos limpia a partir del estremecimiento sufrido al redescubrir sus versos, sabiéndonos otro lector, y al enfrentarnos a la contundente desnudez de los dos volúmenes inéditos. En este sentido, la palabra de García nos reconcilia, en parte, con la injusticia de su muerte prematura, obligándonos a respirar hondo y dando las gracias –sin saber muy bien a quién- por haberlo leído, haberlo conocido, haberlo admirado y haberse sabido amigo acogido en su diáfana sonrisa y en su cálida palabra.
El libro, cuya publicación es uno de los acontecimientos editoriales del año, se abre con un prólogo de Andrés Neuman, “Eduardo en el oído”, donde se evoca al amigo escritor al hilo desordenado y frágil de la memoria,  y se cierra con un epílogo de Vicente Luis Mora, “Reencantar el mundo: el legado poético y ensayístico de Eduardo García”, en el que analiza con el rigor y  precisión de costumbre la singularidad y el alcance de su apuesta estética. Entre ambos textos se recogen los seis poemarios publicados por el autor y dos regalos inesperados, La hora de la ira y Bailando con la muerte, además de ocho poemas aparecidos en diferentes publicaciones periódicas o colectivas y otros once inéditos. En esta labor de ordenación y preparación del material desconocido han jugado un papel crucial su mujer, Rafaela Valenzuela, y su amigo Federico Abad.
Aunque la aparición de este ambicioso proyecto coincide, prácticamente, con el primer aniversario de su muerte, García tenía pensado recoger toda su obra poética –excepto Duermevela- cuando cumpliese los 50 años; de hecho, redactó el prólogo que abriría dicha edición. Sin embargo, la detección del cáncer lo obligó a cambiar la hoja de ruta, y decidió agrupar los seis libros de poesía publicados junto a otros dos en los que estaba trabajando que, si bien, no están cerrados completamente, cuentan con su “visto bueno”.
En Las cartas marcadas (Libertarias, 1995; Premio de Poesía Ciudad de Leganés), pese a estar claramente instalado en la retórica de la experiencia, se pueden ver ya algunos temas, motivos y usos del lenguaje característicos de un poeta intimista y reflexivo al mismo tiempo, que maneja con precisión tanto el ritmo del metro como la palabra, buscando una comunicación directa con el lector, en la que, bajo una aparente sencillez, se encuentra un discurso muy elaborado  que penetra en las contradicciones del ser.
Pero pronto García nota la estrechez del molde heredado y siente la necesidad de explorar nuevos territorios, aventurándose a lo desconocido, con la incertidumbre que ello genera, pero consciente de que es el camino para el hallazgo y la revelación. Así, desde la publicación de No se trata de un juego (1998; XVIII Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez y Premio Ojo Crítico), que trasciende el realismo y aproxima cotidianidad y misterio, realidad y ensoñación, emoción y pensamiento, razón e imaginación, se convierte en uno de los referentes de la renovación lírica de las últimas décadas.
La aparición de Horizonte y frontera (Hiperión, 2003; VII Premio Internacional de Poesía Antonio Machado en Baeza) supone un hito generacional y muestra la temprana madurez de un poeta joven que, ajeno al exhibicionismo rupturista, deja a un lado las muletas de la poesía realista para sondear los límites confusos del yo, indagar en la frontera que une lo onírico con la realidad y convertir el lenguaje, capaz de desvelar la realidad, en un instrumento de conocimiento, de redefinición del mundo. El resultado es lo que el propio poeta, en quien la creación fue acompañada de una profunda reflexión sobre el hecho poético, define como “realismo visionario”.
Un paso más en este camino es Refutación de la elegía (Antigua Imprenta Sur, 2006; edición no venal), en la que lo irracional se impone, sin estériles alardes efectistas, en unos poemas que, aun partiendo de lo cotidiano, miran hacia lo metafísico e, incluso, hacia lo antropológico, al tiempo que empieza a adivinarse cierto tono celebrativo.
Y así llegamos a sus dos obras mayores: La vida nueva (Visor, 2008; VI Premio de Poesía Fray Luis de León y Premio Nacional de la Crítica en 2009) y Duermevela (Visor, 2014; XXXV Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla), en las que, a partir de la exploración de las posibilidades de un verso libre que le permite enlazar lenguaje y sensorialidad, ahonda en su apuesta ofreciendo nuevas líneas de fuga mediante la indagación en los márgenes del lenguaje, que ya no es concebido como un instrumento, sino como el territorio donde se produce el descubrimiento; mediante la reformulación del “límite”, que ya no es lo que separa dos mundos, sino un espacio que debe ser vivido, con lo que se potencia la dimensión celebrativa y amorosa del poema; y mediante la exploración de una geografía interior poliédrica, e incluso contradictoria, que lleva aparejada la presencia de diversos tonos y de diversos registros.
Ahora bien, si el volumen nos sacude y nos provoca una descarga intensa es por la presencia de los dos presentes que Eduardo nos ofrece a modo de despedida: La hora de la ira y Bailando con la muerte, ambos fechables en el mismo año de su fallecimiento y, por tanto, imposibles de desligar, a la hora de leerlos y valorarlos, de las circunstancias biográficas que los motivan.
La hora de la ira son dieciséis poemas breves, articulados en tres partes, en los que, a través de la experimentación con la puntuación y del tono directo y comprometido, denuncia la injusticia generada por la actual crisis económica y reivindica la  necesidad de solidaridad entre los seres humanos para hacer frente a la ignominia.
Por su parte, Bailando con la muerte está escrito desde la conciencia del final, con lo que es un sereno y vitalista ajuste de cuentas con la vida a lo largo de once poemas cuya lectura nos sobrecoge, entre los que destacan, además del que da título al conjunto, “En el lado oscuro”, “Puerta condenada”, “Hospital”, “Muñeco de trapo” o “Si todo ha de acabar”, con versos que nos dejan sin aliento como: “Ya no me reconozco en el espejo”, “que me deje escribir mi último relato” o “Si todo ha de acabar, muerde muy fuerte / cada hora que le robas a la muerte.”
La lluvia en el desierto, pues, viene a colocar en su justo lugar a un poeta imprescindible a la hora entender la más reciente poesía española, a un poeta esencial que supo mostrar los caminos por los que transitaría la lírica en las primeras décadas del siglo XXI.

(Publicado en Cuadernos del Sur, 22 de julio de 2017, p. 5)

Autor: Eduardo García.
Título: La lluvia en el desierto.
Editorial: Visor.
Año: 2017.

domingo, 2 de julio de 2017

Entrevista en "El ojo crítico"


El jueves 29, a las 19:00, Juan Carlos Morales me hizo una interesante entrevista para el programa El ojo crítico, referente de la cultura en las ondas. A pesar de los nervios del directo, espero haber dado alguna pista acerca de Vértices. Mil gracias a RNE y a Berta Tapia por regalarme esta oportunidad.

Os dejo el enlace al audio del programa.

viernes, 30 de junio de 2017

Manuel Rico escribe sobre "Vértices" en "Babelia"

El pasado sábado 19 de junio, en Babelia, Manuel Rico reflexionaba sobre mis Vértices. Vaya desde aquí mi más sincero agradecimiento por la atenta lectura.







Con Vértices, Francisco Onieva(Córdoba, 1976) obtuvo el Premio Gil de Biedma 2016. Es un libro que aborda lo cotidiano en poemas de una ambición formal depurada, de palabra estricta, seca en ocasiones, pero emocionada y plena de carga significativa. Es la vida y su tuétano, una realidad siempre insegura a la que el poeta asiste experimentando ambas sensaciones a la vez: “Comparto la plenitud del momento y transito las inseguridades”. No de otra forma cabe adentrarse en la conciencia de la continuidad y de la salvación que, en el fondo, es la paternidad. Todo entra en movimiento y se hace nuevo y viejo a la vez. Desde la mirada con que se observa el deambular de la hija en el parque hasta el recuerdo en vida del abuelo muerto.

Onieva tantea con una mirada entre sorprendida y celebratoria los indicios del entorno más próximo y acaricia la esencia de la vida: el árbol frente a la casa, el tobogán, los álamos, el pueblo bajo la lluvia o los residuos de memoria de la ciudad que acompañan un viaje, cobran una luz distinta. Todo invita a meditar sobre la ampliación de los límites de la experiencia. El otro contemplado es sustancia propia, aturde y sorprende y obliga a preguntarse sobre el sentido del poema y del proceso de escritura. 


Para seguir leyendo, pincha en este enlace.

miércoles, 28 de junio de 2017

Años 10. El lugar del poeta. ¿Otro canon?

Os dejo hoy otra de esas reseñas que se han quedado perdidas durante el último año en el ordenador de alguna redacción.



Pese a la desconfianza por parte del lector actual ante cualquier propuesta de canon –incluso cuando ya hay voces que pregonan oficialmente la defunción de la posmodernidad-, continúan proliferando las antologías y los volúmenes que tratan de poner orden en el heterogéneo maremágnum de los poetas nacidos desde la década de los 60. Y es, precisamente, su carácter heteróclito el factor que imposibilita citar a un poeta o una corriente dominante. La respuesta natural a tal hueco es el empeño de llenarlo; y semejante intención, siempre interesada y parcial, es la que subyace en casi la totalidad de tales libros, por más que se acabe delegando en la calidad –y en el inevitable gusto del antólogo- como único criterio de discriminación válido.
El número tres de la revista Años Diez, dirigida por los poetas Abraham Gragera y Juan Carlos Reche, y editada con mimo por la editorial granadina Cuadernos del vigía, es otro intento de reivindicación. En el volumen, pretendidamente diverso en su apariencia –pero profundamente unitario en su concepción-, se combinan textos teóricos de índole variada y una buena muestra de la obra de algunos de los poetas que, a juicio de los directores de la publicación, suponen una renovación efectiva del discurso poético. El volumen fluctúa, pues, en todo momento entre la afirmada diversidad y un innegable interés unificador, que sirva de altavoz de una apuesta poética determinada que, partiendo de la asunción de una tradición actualizada, mira inevitablemente hacia el referente al tiempo que busca revitalizar un lenguaje desgastado, como sistematiza el propio Reche en “El cometido del poeta”.
Además de este interesante artículo, que abre el volumen, destacan los firmados por Pere Ballart, “Mezquitas que eran fábricas o el poder transformador de la poesía”, por Lorena Ventura, “Como un árbol que cae del fruto: sobre el sentido y la referencia en poesía”, y por Carlos Pardo sobre el “Mensaje”. Completan el armazón teórico “Neorromantizar: una poética de la necesidad”, de Juan Andrés García Román, y los breves artículos sobre el emisor, receptor, contexto y código, firmados, respectivamente, por Guillermo López Gallego, Fruela Fernández, Martín López Vega y Unai Velasco.

Junto a este corpus teórico, conviven, bajo el título de “Las voces y los hechos. Diálogos”, sendas entrevistas bidireccionales entre Luis Muñoz y Ana Gorría, por un lado, y David Leo y Álvaro García, por otro. Como cierre de la revista,  en la sección “Poemas”, se recogen inéditos de María do Cebreiro, Ismael Ramos, Juan Antonio Bernier, Alberto Acerete, Martha Asunción Alonso, Alberto Carpio, Mariano Peyrou y Luis Melgajero, que, sumados a los nueve poemas presentados por Abraham Gragera en la sección “Poética”, ejemplifican los principios teóricos expuestos y son presentados como una alternativa a las dos corrientes hegemónicas de la poesía finisecular, que irradian en la poesía de estos primeros años del siglo XXI: la poesía de la experiencia y la poesía neoculturalista. 



Autor: VVAA.
Título: Años diez. El lugar del poeta.
Editorial: Cuadernos del Vigía. 
Año: 2016.



domingo, 18 de junio de 2017

Cirlot visto por Rivero Taravillo


Coincidiendo con el centenario del nacimiento de Juan Eduardo Cirlot (Barcelona, 1916-1973), la Fundación José Manuel Lara y la Fundación Cajasol editan la biografía Cirlot. Ser y no ser de un poeta único, con la que el escritor, traductor y crítico sevillano Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963) ha conseguido el Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías.
Cirlot es un autor aún desconocido para el lector común, pese al reconocimiento y la admiración de gran parte de la crítica y de un número cada vez más significativo de poetas que ven en su singular apuesta poética, ajena a las principales corrientes vertebradoras de la poesía del siglo pasado, una de las más valiosas y originales, capaz de proyectarse hacia el futuro.
Utilizando un epistolario desconocido en gran parte y abundante material inédito, y ahondando en los propios textos del poeta barcelonés, Rivero Taravillo consigue crear una atípica biografía con la que aspira a reflejar el carácter complejo de un poeta singular que, debido precisamente a su singularidad, ha quedado al margen de todos los mapas poéticos elaborados.
Hijo de militares, tras cursar bachillerato con los jesuitas y correspondencia mercantil y contabilidad, trabajó como aprendiz en una agencia de aduanas, primero, para, después de varios empleos, ser contable del Banco Hispanoamericano. De modo paralelo a estas actividades puramente nutricias, sintió la necesidad de dar cauce a sus inquietudes artísticas. Así, además estudiar piano y composición, en 1936 empezó a escribir versos. Al cumplir la mayoría de edad, fue movilizado por el ejército republicano; pero, apenas un año más tarde, se cambió de bando y, tras una breve estancia en un campo de concentración, terminó luchando en las filas golpistas. Una vez acabada la contienda, tuvo que hacer, paradójicamente, el servicio militar en Zaragoza, donde entabló relaciones con diversos intelectuales y descubrió el surrealismo. De vuelta a su ciudad natal, en 1943, retomó su empleo en el Banco Hispanoamericano -antes de adentrarse en el mundo editorial y trabajar en la editorial Gustavo Gili-, participó activamente en diversas tertulias literarias y círculos artísticos de sello vanguardista, estableciendo lazos con múltiples creadores, entre los que destacan los integrantes del grupo Dau al Set, y publicó sus primeros poemas en diversas revistas.
Desde este momento, se suceden, a un ritmo frenético, las publicaciones: Árbol agónico, El canto de la vida muerta, Canto de la vida y Susan Lenox, el primero de sus poemas inspirados por la visión de una obra cinematográfica, publicado en 1947, el mismo año en que contrae matrimonio con Gloria. En estas obras iniciales ya tenemos presentes los temas y obsesiones propiamente cirlotianos, así como algunos de sus logros formales y la peculiar formar de difundir su poesía: ediciones de autor, en casi su totalidad, con tiradas muy reducidas.
1949, el año en que nace su primera hija, Lourdes, será una fecha crucial en su trayectoria literaria, pues, además de publicar el Diccionario de los ismos, conoce personalmente a Breton y a Schneider. Si el primero supone la fascinación por el surrealismo, el segundo encarna el descubrimiento de la simbología tradicional, que le permitirá adentrarse en el mundo de las correspondencias, utilizando el símbolo como principal herramienta para intuir una realidad oculta, para cristalizar los fantasmas interiores de un hombre poliédrico y para renombrar la realidad. Fruto de este interés, escribirá dos décadas más tarde su obra más conocida internacionalmente: Diccionario de símbolos (1968).
Otra fecha altamente significativa es 1955, año de nacimiento de su segunda hija, Victoria. Al acercarse a la frontera de los 40, su obra crece exponencialmente y, tomando como punto de partida el surrealismo y el simbolismo, llega, como él mismo dice, “el gran descubrimiento de mi vida poética”: la poesía permutatoria.
En 1960 visita Carcasona -años después volverá con su mujer-, inicia una serie de viajes a París, donde se reúne con Breton y los surrealistas, y acude a la Bienal de Venecia. Tras cinco años volcado en la crítica de arte, regresa a la poesía con Regina tenebrarum, Las oraciones oscuras y, muy especialmente, el ciclo Bronwyn (1967-1971), uno de los mayores logros de la poesía en lengua española de la segunda mitad del XX, una obra que anticipa varios de los caminos por los que está discurriendo la lírica de principios del siglo XXI. Se trata de dieciséis cuadernos que conforman un largo poema místico, de raíz erótica, necesariamente fragmentario, dedicados a la protagonista de El señor de la guerra. Las homofonías, las aliteraciones, el adelgazamiento del verso, la ruptura de la sintaxis y de la frase, la agramaticalidad, el uso constante de las repeticiones, la experimentación con diversos tipos de rima, la técnica del collage, el retorcimiento de la sintaxis… llevan el lenguaje al límite, sometiéndolo a un continuo ejercicio de tensión.
De entre sus últimas publicaciones, siempre en reducidas ediciones de autor, destacamos Los poemas de Cartago, Cosmogonía y, sobre todo, sus Cuarenta y cuatro sonetos de amor, donde experimenta formalmente con esta estrofa clásica para conseguir la mayor intensidad y concentración posibles.
Pese al reconocimiento y el respeto de muchos de sus coetáneos, no será hasta 1969 cuando Juan Pedro Quiñorero y la Editora Nacional planteen una edición de su obra más reciente, principalmente la del ciclo Bronwyn, en una editorial que llegue a las librerías. La edición de Poesía 1966-1972, a cargo de Leopoldo Azancot, se publicó finalmente un año después de la muerte del poeta, crítico de arte y compositor catalán.
En silencio, se marchó el más vanguardista de nuestros poetas, cuya poesía, insólita y radicalmente distinta, nace de un profundo conocimiento tanto de nuestra tradición como de otras tradiciones inexploradas hasta el momento. Un creador único, para quien el poema era una forma de exploración de las propias grietas. No en vano, toda su obra brota de un continuo sentimiento de extranjería, lo que le lleva a sentirse al margen de la sociedad. Tal conflicto desemboca en el nihilismo, en la insatisfacción radical y en una enconada reacción contra el mundo que le ha tocado vivir, ante el que se estrellan continuamente sus aspiraciones, convirtiéndose la poesía en un medio de evasión.
De este modo, vida y obra conforman una misma realidad en él. Un hombre proteico. Nihilista. Trabajador incansable. Cinéfilo. Lector voraz. De movimientos impetuosos. De carácter vehemente. Apasionado de la arqueología y de la historia. Entusiasta de las más insólitas religiones, culturas o mitologías. Interesado por la numismática. Fanático de las espadas. Filogermánico y amante de la cultura hebrea… Un escritor vertiginoso. Visionario y metafísico. Vanguardista y tradicional. Ortodoxo y heterodoxo…
Un personaje imposible de encasillar, que no deja impasible a nadie, en cuyas contradicciones radica la fascinación que ejerce sobre sus seguidores y cuyos versos son descargas que estallan en el lector, quien, tras el asombro inicial, se siente irremediablemente perdido en un laberinto con vistas al abismo y reconoce en Cirlot a un auténtico renovador de la poesía en lengua española, referente inevitable para cualquier poeta de hoy.


Autor: Antonio Rivero Taravillo.
Título: Cirlot. Ser y no ser de un poeta único
Editorial: Fundación Lara. 
Año: 2016.

viernes, 9 de junio de 2017

Testamento poético. Santiago Castelo


“Cuando siento no escribo”, afirmaba con rotundidad Bécquer en la segunda de las Cartas literarias a una mujer para dejar constancia de que se escribe a partir del recuerdo de lo sentido (o “memoria viva”, como lo define el poeta sevillano) y no de la experiencia directa de los sentimientos. Desde entonces, no son pocos los críticos y escritores que han hecho suyas, con diferentes matices, dichas palabras. Sin embargo, poemarios como La sentencia, de Santiago Castelo, revelan lo erróneo de tal pensamiento o, por decirlo de un modo más suave, suponen la excepción que toda regla contiene, en la medida en que consiguen crear arte a partir de los escombros del propio ser. Para ello, el poeta se sumerge en su dolor, en su sufrimiento, en su enfermedad, sin tiempo para distanciarse de ellos y consigue trascender la experiencia personal, convirtiéndola en una verdad universal. El resultado es sentimiento y poesía fusionados, en estado puro, sin cortapisas. Y es esta condición la que provoca que el libro, pese a la serenidad del dolor aceptado, golpee con una contundencia inusitada a un lector que, una vez lo cierre, ya no volverá a ser el mismo.
El poemario, que consiguió el XXV Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma por “aclamación”, en palabras de Gonzalo Santonja, supone, según reza en la contraportada, “el broche de oro a la obra poética” de José Miguel Santiago Castelo (Granja de Torrehermosa, 1948 – Madrid, 2015), quien falleció un par de semanas antes de conocer el fallo, y refuerza, sin duda alguna, el prestigio de uno de los galardones más importantes de nuestro panorama poético.
Se trata de un libro contundente y estremecedor, que sobrecoge aún más al conocer las circunstancias vitales del poeta extremeño. Concebido como la crónica de una enfermedad, de una lucha por la vida, arranca con el poema que da título al conjunto y actúa como un golpe directo al ánimo del lector, al igual que las palabras del médico que le anuncian que padece cáncer (“Sonó la palabra. Seca y rotunda lo mismo que / un disparo”). Esta es la terrible palabra que articula todo el discurso sin aparecer una sola vez. Nada más escucharla, toda su existencia pasa por delante de sus ojos, como fotogramas mal montados de una historia íntima: “toda la vida en un instante: la niñez en el pueblo; el viaje a Madrid; / los primeros amores.” Es así como la vida y la percepción que el sujeto tiene de ella cambian radicalmente: “Se acabaron las citas, las agendas. / De pronto nada sirve de un día para otro. / Ni tú mismo mandas. / Es tu propio organismo, tu luz y tu ceguera.”
Una vez aceptada la realidad, se suceden las pruebas a las que el enfermo debe someterse, las sesiones de quimioterapia, el deterioro del propio cuerpo (“El cuerpo es un castillo en continuo derrumbe”), que lo lleva, incluso, a no reconocerse físicamente (“Veo mis manos. ¿Pero estas son mis manos?”), las mejorías transitorias, el dolor instalado en el costado, las recaídas… En estos instantes, la memoria se convierte en un salvavidas al que aferrarse y, así, se suceden los poemas elegíacos dedicados a los amigos que marcharon antes que él, los recuerdos de la infancia y la adolescencia o el amor a su tierra natal, Extremadura; y todo con la característica variedad métrica del autor. Verso libre, romancillos, décimas o sonetos se funden creando una sutil polifonía de emociones y sensaciones.
Pese al dolor que atraviesa cada verso hay un sosiego y una resignación de honda raíz religiosa que no está reñido con el ansia de seguir viviendo. De esta singular tensión nacen unos poemas despojados y definitivos, de una fuerza e intensidad singulares, capaces de transmitir una innegable serenidad y, al mismo tiempo, desgarrar el alma. Castelo, al notar que la vida se le escapa, decide ajustar cuentas con la vida y con uno mismo y se despide de manera sosegada, con lo que La sentencia supone, como se recoge en la nota preliminar anónima, el “testamento poético y vital de quien contempla con serenidad su paulatina extinción y quiere dejar constancia de los días vividos, de los días gozados y llorados y también de los días que ansía vivir”. Un testamento escrito, como no puede ser de otra manera, desde la perspectiva de quien se sabe ya en la otra orilla (título de la composición que cierra el volumen): “Viviré en los encinares / cuando solo sea memoria, / cuando me borre la historia / y mis versos sean cantares… / Por encinas y olivares / irá vagando mi alma / y al atardecer en calma / de la clara primavera / oiréis mi nombre en la era / y en el rumor de la palma.”

Autor: Santiago Castelo
Título: La sentencia

Editorial: Visor
Año: 2015

(Publicado en Cuadernos del Sur, 3 de junio de 2017, p. 6)

jueves, 1 de junio de 2017

Dos sonetos fragmentados de Góngora



El pasado 14 de mayo, tuve el honor de participar en el Día de Góngora 2017, realizando la Ofrenda Poética ante el supuesto sepulcro del patrón laico de la Real Academia de Córdoba. Como cierre a unas líneas que reivindicaban la modernidad del poeta cordobés al desplazar el centro de gravedad de la poesía del yo al mundo exterior, planteando, por vez primera, que la poesía debe ser el ámbito de la palabra, leí dos sonetos creados a partir de otros veintiocho del autor de la Fábula de Píramo y Tisbe. El único requisito de este juego que intenta respetar la sintaxis poética de una de las poliédricas caras de la obra gongorina es tomar prestado un único verso de cada poema. Para potenciar una mayor multiplicidad significativa y hacer partícipe al lector, he decidido eliminar los signos de puntuación.



                         I

Descaminado enfermo peregrino
pisado he vuestros muros calle a calle
los suspiros lo digan que os envío
nunca merecieron mis ausentes ojos
un humor de perlas destilado
y nada temí más que mis cuidados
cada sol repetido es un cometa
por que aquel ángel fieramente humano
no yace no en la tierra mas reposa
toda fácil caída es precipicio
la encendida región del ardimiento
huirá la nieve de la nieve ahora
hilaré tu memoria entre las gentes
que la beldad es vuestra la voz mía


                        II

Oh cuánto tarda lo que se desea
en estas apacibles soledades
edificio al silencio dedicado
sobre este fuego que vencido envía
denso es mármol la que era fuente clara
pues la por quien helar y arder me siento
cuya cerviz así desprecia el yugo
goza cuello cabello y frente
el santo olor a la ceniza fría
desata montes y reduce fieras
inexorable es guadaña aguda
no destrozada nave en roca dura
poco después que su cristal dilata
la razón abre lo que el mármol cierra

lunes, 29 de mayo de 2017

"Vértices", por Custodio Tejada

El escritor y profesor granadino Custodio Tejada deja en su blog esta acertada lectura de Vértices. La grandeza de la literatura es que permite establecer lazos con las personas antes de conocerlas personalmente.  Mil gracias por la atención prestada y las palabras hilvanadas con precisión.



Buscando lo efímero, nuestro poeta lo que alcanza es la eternidad del vértice de una habitación, de una casa, de un mundo y un libro, cuerpo-cuna que se hace recinto de paz y plenitud. Y que no te dé miedo tu alegría por ella(s), disfrútalas sin perder tiempo, porque no hay mayor tesoro que hacerse poesía viva y moldear la realidad para preservar tu “única certeza”: Ella(s) que, al fin y al cabo, son tu escritura misma, confluencia y proyección de tus versos y tus miembros que intuyen la magia de la lluvia en sus ojos. “Ella es vértice” (página 15) cima o punto en el que coinciden todas las aristas de este poemario poliédrico donde se superponen distintas lecturas dentro de la misma lectura. “Me invento entre vosotras” –nos dice el poeta en la página 14 – hijas y palabras que se vuelven también hijas, origen y confluencia del hombre y del poeta, porque Ella(s) son “la alquimia permanente de la vida” (página 18), y esa mezcla es su ámbito: Una poética de la existencia. “Vivir es compartir un zeugma/ y no emplear palabras connotadas.” –nos dice en la página 24. Este libro es un “lugar de paso de los pájaros y de la luz”, plano secuencia que desvela el truco de transmutación que el poemario tiene.


Para leer la reseña completa,  pinchad en ese enlace.

sábado, 20 de mayo de 2017

Antonio Praena escribe sobre "Vértices"

El pasado 16 de mayo, Antonio Praena, con quien tengo el honor de compartir un accésit del Premio Adonáis, se ocupaba en su blog, El atril, de mis Vértices. Mi más sincera gratitud por su generosas palabras y por su atentísima lectura.






Es un riesgo abordar algunos temas en poesía. Lo difícil ante ellos es resistirse a la atracción de ciertos polos, como pueden ser el sentimentalismo, el subjetivismo, la emotividad como reclamo, los lugares comunes. Hay que poseer el don de la mesura, ese equilibrio que mantiene a raya el pálpito inmediato pero, a su vez, no ahoga en la frialdad de la inteligencia la pujanza de las cosas verdaderamente sentidas. Dificilísimo, vamos.
“Vértices”, de Francisco Onieva (Visor 2016) es un poemario impecable y ejemplar en ese sentido. ¿Cómo ir más allá en estas cosas de la emoción sin sucumbir al confesionalismo sensiblero que aquello que tiene que ver con la propia biografía parece demandar algún tipo de lector? Perdón, que aún no lo he dicho y sin decirlo estos comentarios no se entienden: “Vértices” aborda, como poco, la paternidad del poeta.
Las hijas se convierten en patria: Sois la única patria / en la que vale la pena creer, leemos en un poema titulado “Blanca y Marta”, y que no necesita más de dos versos para estar pleno.
Ya aquí hay un elemento fundamental. El poeta está separado de sí. No mira su rostro. No le importa su imagen. Si algo queda de un “yo”, es su fuga. Si hay primera persona, lo es desubjetivada, mediada a través de quien ha salido de sí y se contempla desde los ojos de sus niñas -esto no es sólo un retruécano-, o desde los propios ojos, no ya desposeídos, sino luminosamente ofrendados, plenificados de don.
 Podéis seguir leyendo en El atril.

jueves, 11 de mayo de 2017

Belleza en el dolor


No siempre un libro inicial es el de un principiante. El cuadro del dolor, el esperado debut de Ana Castro (Pozoblanco, 1990), con el que ha conseguido el III Premio de Poesía Juana Castro, solo puede ser escrito por una persona que controla los mecanismos del verso y que sabe hacia dónde camina. Semejante madurez se observa no solo en la sólida construcción de los poemas sino también en la concepción unitaria de un poemario estructurado con solidez en cinco partes pretendidamente asimétricas - “La nana que no fue”, “Raíces”, “El dolor”, “La niña y la casa” y “Y después”-, sustentadas en un proceso de introspección a partir del dolor y de la soledad de un yo poético devastado.
Se trata, pues, de una obra profundamente vivencial, en la cual la joven poeta pozoalbense asume la realidad y la muestra sin impostura, sin un estéril ropaje lírico, como se explicita desde el propio título, una auténtica declaración de intenciones. Por un lado, la polisemia del mismo no solo hace referencia al conjunto de síntomas sufridos por la paciente, sino que, por extensión, es una proyección artística de un tormento, con sus múltiples perfiles, convertido en espacio de encuentro con el lector; por otro, propone, con una profunda coherencia desde el punto de vista poético, un discurso tejido a partir de una expresión clara y directa, en apariencia sencilla, en el que la presencia justa y estratégica de una serie de símbolos que trascienden la realidad (el dedal, el hilo, las hilanderas, los murciélagos…) sacude con fuerza al lector.
De todo el compacto volumen, que se abre con “Canción de cuna”, donde se presentan los dos temas vertebradores del mismo, el dolor y la soledad, destacan la segunda parte, “Raíces”, y la tercera, “El dolor”.
En “Raíces”, sin duda, la más potente, la poeta ahonda en los orígenes, que configuran la mirada y, por ende, la identidad. Estas raíces son la familia y Los Pedroches. Además de “Mujer entraña”, un explícito homenaje al magisterio de Juana Castro como poeta y como mujer, destacan “Orfandad”,  “Simetrías”, “Las hilanderas” y “Cadena trófica”, cuatro piezas en las que, a partir de un íntimo juego de proyecciones, Ana Castro ahonda en la raíz matriz, la abuela muerta, cimiento de “la manada”, y en su madre, que le han enseñado a zurcir las grietas del mundo para hacerlo menos inhóspito.
En “El dolor”, por su parte, se imponen la desnudez y la sinceridad de un sentimiento estremecedor y el fértil misterio de convertir la devastación en materia a partir de la cual se puede crear belleza. Algunas de las composiciones más significativas de esta sección son: “Quirófano número 10”, de una naturalidad desgarradora y reconciliadora, “Hormigón armado”, donde sugiere la imposibilidad de contener el sufrimiento, “El cuento de nunca acabar”, un espléndido poema en prosa que obliga al lector a reubicarse antes de volver “a contar la historia desde el principio”, “El cuadro del dolor”, reflexión acerca del desgaste y la insuficiencia de las palabras a la hora de expresarlo, y “Mi dolor”, en el cual plantea que no estamos educados para sufrir y la necesidad de nombrarlo para que exista.
El libro es, en definitiva, un fresco emocional y existencial, escrito desde la fragilidad que el dolor provoca en un sujeto poético que, sin embargo, muestra una vitalidad y una fuerza envidiables. De su lectura no se puede regresar indemne, pues está escrito desde la autenticidad de lo contado y desde la sobriedad y contención de una escritura y de una mirada reparadoras.

Autora: Ana Castro
Título: El cuadro del dolor
Editorial: Renacimiento
Año: 2017

(Publicado en "Cuadernos del Sur", 6 de mayo de 2017, p. 6)

jueves, 4 de mayo de 2017

Plurilingüismo

Mi modesta contribución a la V Feria de Plurilingüismo:

Hay tantas formas de mirar el mundo como lenguas hablan de él. 


Gracias a mi compañero Manolo y a mis compañeras Beatriz, Leonor, Trini y Margarita por hacerme parte de este cartel colectivo. Con los amigos, los derechos de autor quedan en un agradable café y en una sincera gratitud.

jueves, 27 de abril de 2017

Manuel Gahete escribe acerca de "Vértices"

Vértices no deja de darme alegrías. La última fue el pasado sábado, 22 de abril. Manuel Gahete escribía acerca del libro en su columna "Seres de Babel" del suplemento Cuadernos del Sur.


Vaya desde aquí mi más sincera gratitud por su lectura.

domingo, 23 de abril de 2017

80 años de la batalla de Pozoblanco

Para conmemorar los ochenta años de la batalla de Pozoblanco, una de las grandes desconocidas de nuestra última guerra civil y marco narrativo en el que se sitúan la mayoría de las historias de mi libro de relatos Los que miran el frío (Editorial Espuela de Plata, 2011), he preparado este reportaje que publica hoy Diario Córdoba.
Reproduzco, a continuación, el texto íntegro, pues ha habido que cortar alguna frase para que cupiese en la página del periódico.


80 años después, la batalla de Pozoblanco sigue siendo la gran desconocida de nuestra última guerra civil. Iniciada por Queipo de Llano, no fue una simple escaramuza para reactivar el frente en Andalucía; ni siquiera una  ambiciosa maniobra de auxilio a los doscientos guardias civiles y más de mil vecinos de Andújar sitiados en el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza; ni un intento de hacerse con las minas de mercurio de Almadén; ni un conato de tomar las provincias de Ciudad Real y parte de Toledo con la intención de aislar Jaén y Granada, por un  lado, e intensificar el cerco de Madrid, por otro. No. La batalla de Pozoblanco, que tuvo lugar entre el 6 de marzo y el 21 de abril de 1937, y cuyos combates más intensos y sangrientos se libraron en Villanueva del Duque, supuso un ensayo en toda regla de la masacre definitiva, la del Ebro. Las sierras, los arroyos, la dehesa, las cercas, las lomas, el coto minero de El Soldado, los escombros de Villanueva del Duque y de Alcaracejos se convirtieron en un gran tablero de ajedrez sobre el que ambos contendientes distribuyeron un número de efectivos humanos y de recursos materiales sin precedentes, tanto españoles como extranjeros.
La partida se saldó con una de las grandes victorias republicanas, comparable a las de Belchite, Jarama o Guadalajara. Sin embargo, ni los vencedores ni los vencidos le concedieron la importancia que realmente tuvo. Estos prefirieron callar la única derrota del invicto general, Jefe del Ejército del Sur; aquellos, en cambio, no la valoraron en su justa medida por dos motivos: la coincidencia en el tiempo con la toma de Guadalajara, operación diseñada por el alto mando gubernamental con la intención de que el rival no acumulase más efectivos en el Frente de Córdoba, y la desconfianza sectaria y el recelo cainita de los comunistas hacia el artífice de la gesta, el teniente coronel Joaquín Pérez Salas, militar de formación que no simpatizaba con las ideas de estos y que, consciente de la necesidad de un ejército estructurado, nunca estuvo a favor de las milicias.
La contienda adquiere unas dimensiones épicas no solo por la elevada concentración de soldados y de efectivos, por el extremo desgaste de los combatientes debido tanto a la brutalidad y a la crueldad de los ataques como a las pésimas condiciones atmosféricas durante la ofensiva golpista, sino también por la resistencia heroica de un contingente menos numeroso, que supo reorganizarse a la espera de refuerzos, por el efecto sorpresa de una contraofensiva que puso contra las cuerdas a las todopoderosas huestes sublevadas, pero, sobre todo, por las historias individuales de supervivencia que encierra y por el compromiso de unos batallones de pedrocheños que luchaban por su tierra.
Sin querer quitarle mérito a Pérez Salas, cuya figura emerge con rotundidad, es obvio que en esta quijotesca labor de resistencia jugaron un papel crucial otras personas como el poeta y comisario político Pedro Garfias, quien, cuando el enemigo se encontraba a las puertas de Pozoblanco, arengó a los miembros del Estado Mayor para que el pueblo no se abandonase, y, por supuesto, los milicianos de la comarca de Los Pedroches –integrados en los batallones Pozoblanco, Pedroches y Garcés-, quienes no querían dejar sus pueblos en manos de los moros y de los fascistas y que, en un Madrid en miniatura, hicieron suyo el grito de “¡No pasarán!”.



La ofensiva franquista se inició la noche del 6 de marzo y enfrentó a cuatro columnas perfectamente estructuradas, apoyadas por un gran número de piezas de artillería y por la aviación,  contra un par de brigadas y un puñado de baterías. Aunque era un enfrentamiento desigual, la lucha se llevó a cabo con una ferocidad e intensidad inimaginables. El primer episodio tuvo lugar en el cruce de El Cuartanero y duró tres días, hasta que la guerra mostró todo su horror, salvajismo y sinsentido en Villanueva del Duque. El pueblo fue bombardeado sin cesar por cazas italianos y arrasado por el fuego de artillería, antes de ser tomado el día 10 por los sublevados. Consciente de la importancia del enclave, Pérez Salas planteó un contraataque nada más recibir los primeros refuerzos. Apoyados por las baterías y el fuego de ametralladoras, ambos rivales pelearon casa a casa, cuerpo a cuerpo, a sablazo puro y a bayoneta calada, dejando un número de cadáveres estremecedor, hasta el punto de que, en la noche del día 13, el pueblo fue tomado alternativamente en cinco ocasiones. Tremendamente sanguinaria fue también  la entrada en Alcaracejos el día 15 por parte de Álvarez Rementería y Barutone.
Una vez replegados los leales al Gobierno a un Pozoblanco derruido, la contienda entró en un frágil compás de espera. El avance de las columnas se hizo en dos direcciones, por la carretera de Alcaracejos y por la de Villaharta. Los que venían por la primera se quedaron a dos kilómetros por el sudeste; los que avanzaban por la segunda se atrincheraron en el lavadero de El Pilar de los Llanos y trabaron una intensa refriega con los defensores de la República, que se hicieron fuertes en la plaza de toros.


Pozoblanco resistía a duras penas. La noche del 17 se produjo la evacuación de los vecinos y las tropas se replegaron a una línea de trincheras al otro lado del arroyo de Santa María. La caída parecía inminente. Pese a las órdenes del Estado Mayor de abandonar el pueblo, los escasos y agotados efectivos volvieron a sus primeras líneas de trincheras y resistieron como pudieron los envites.
Con la llegada de nuevos refuerzos, entre ellos los ansiados cazas, el XX batallón internacional de Aldo Morandi, una compañía de tanques T-26 y varias baterías, el 24 de marzo se inició la contraofensiva republicana. El factor sorpresa del ataque de Pérez Salas, el desgaste de las tropas fascistas y el número superior de unas brigadas más frescas y con más medios presentaban un mapa de operaciones completamente diferente. Incapaz de contener el avance, el mando golpista ordenó la retirada tras unos intensos combates en Alcaracejos. Este pueblo, Villanueva del Duque, el Calatraveño, Cabeza Mesada y El Soldado fueron tomados entre los días 30 y 31.
Pero la estrategia del teniente coronel no era solo recuperar el terreno perdido, sino hacerse con Peñarroya. Con tal fin, siguieron llegando refuerzos al frente, entre ellos la XIII Brigada Internacional, y se constituyeron dos Agrupaciones: una a las órdenes del coronel Mena, que atacó la rica localidad minera e industrial, y otra mandada por Pérez Salas, con las brigadas y batallones más veteranos en el subsector, que avanzó por las carreteras de Espiel y Villaharta.
El 6 de abril, las tropas de Pérez Salas lanzaron un brutal ataque por esta última carretera y se hicieron, en una nueva sangría, con el cerro de La Chimorra, Sierra Noria y la Loma de Buenavista.
Por su parte, las brigadas mandadas por Mena se adueñaron sin apenas encontrar oposición del triángulo Valsequillo-Los Blázquez-La Granjuela; sin embargo, tras un encarnizado choque en Sierra Mulva vieron frenadas todas sus aspiraciones.
Queipo de Llano, previendo el peligro, envió rápidamente numerosos refuerzos a Peñarroya, que, unidos al cansancio de las tropas republicanas y a la pérdida del factor sorpresa, hicieron que la contraofensiva se estancase y ambos contendientes se afanasen en una estéril y cruenta lucha por hacerse con diversos cerros y altozanos que cambiaban de dueño. El avance por la carretera de Villaharta se detuvo, igualmente, y sus hombres fueron trasladados a Valsequillo y a la zona de Peñarroya. A partir de este momento solo hubo débiles refriegas, lo cual implica que no haya unanimidad entre los historiadores a la hora de dar por concluida la batalla de Pozoblanco, cuya fecha de fin oscila entre el 13 y el 21 de abril.

Olvidada en los libros de historia, pese a las monografías de José Manuel Martínez Bande, La batalla de Pozoblanco y el cierre de la bolsa de Mérida, de Francisco Moreno Gómez, La guerra civil en Córdoba, o de Laura López Romero, Joaquín Pérez Salas y la batalla de Pozoblanco, este enfrentamiento encierra un potencial narrativo tremendo, tanto en las historias mínimas como en el gran mosaico épico que estas componen. Sin embargo, dicha potencialidad aún no ha sido aprovechada por el cine ni por la literatura –excepción hecha del libro de relatos Los que miran el frío, de quien firma las presentes líneas-, que, en la exploración de sus respectivos códigos comunicativos, pueden, y deben, aportar nuevos enfoques que muestren lo que la historia intuye, haciéndonos tomar conciencia de nuestro pasado y de su complejidad poliédrica.

(Publicado en Diario Córdoba, 23 de abril de 2017, p. 27)

martes, 18 de abril de 2017

Carlos Alcorta escribe acerca de "Vértices"



Profundamente agradecido a Carlos Alcorta por hacerle hueco en su blog a Vértices, y por la inteligencia de sus palabras.


Muchos son los poemas de este libro que pueden emplearse a modo de sumario del libro íntegro, muchos resumen su argumento: el poeta acepta la paternidad como la más comprometida posibilidad de transformar no solo la vida, sino, también, la escritura, una escritura, una poesía que celebra el milagro de la existencia a la vez que se celebra a sí misma, no en vano estamos hablando de creación en ambos sentidos, aunque la palabra solo colinde con la vida verdadera cuando trasmite incertidumbre y emoción, no mera información. Quizá uno de los poemas que mejor ejemplifique esta idea sea el titulado «Mi lugar en el mundo»: «Mi lugar en el mundo/ es tan solo el de un hombre/ que vive con vosotras/ y que, de vez en cuando, acude a las palabras,/ con las que intenta definirse,/ para que estas no sean artificio/ sino descarga, temblor, sacudida». Las hijas del poeta, vosotras, están presentes, unas veces de forma velada y otras de manera evidente, en estos poemas de Vértices, libro galardonado con el Premio Jaime Gil de Biedma y que hace el cuarto de Francisco Onieva (Córdoba, 1976). Sigue leyendo en carlosalcorta.wordpress.com.