martes, 17 de junio de 2014

Escribir desde los márgenes


Apenas dos meses después de la muerte de Leopoldo María Panero, la editorial Huerga y Fierro publica Rosa enferma, título que remite al poeta romántico inglés William Blake y que sitúa al lector en el plano de la confesión, de la confidencia, por parte del hombre que sabe que la vida se le va escapando irremediablemente, como se aprecia en los descarnados versos que cierran el poemario: “Ya los pájaros comen de mi boca / Como si estuviera por fin solo / Colgando del último verso”. Pese a este aparente carácter testamentario, los dieciocho poemas que componen el libro póstumo del poeta madrileño evitan lo melodramático (“Lo mejor de mi vida es que nunca he existido”)
y ahondan en los temas y en la voz que han hecho de él uno de los poetas más significativos de la segunda mitad de siglo. El resultado es un conjunto que estremece por la extrema desnudez y por la crudeza al abordar la soledad (“Nunca lloverá sobre mi tumba / Y nadie vendrá a llorar sobre mi tumba”), el afán de trasgresión, la autodestrucción, la extraterritorialidad del loco –y, por ello mismo, del poeta-, la inutilidad de la acción humana o la muerte presente en la propia vida (“Contra el pez que nada sobre la ruina / Y que solo rima con la muerte, mi única amada, / Mi esposa única”).
Pero este tal vez no sea su último poemario, pues el propio Antonio Huerga ha confirmado que Evelyn, la amiga que acompañaba al poeta en los últimos años y que, incluso, le pasaba a ordenador los poemas, les entregó tanto a él como a Charo Fierro un conjunto de composiciones escritas por Panero, de aliento cercano a Rosa enferma, y que estos materiales están siendo revisados con la intención de completar su obra poética; de publicarse, el editor adelanta que llevarán el título de La flor es una mentira.
Entre tanto, Huerga y Fierro ha comenzado la reedición de algunos de los volúmenes más significativos del recientemente finado poeta: Así se fundó Carnaby Street, Teoría, Narciso en el acorde último de las flautas y Last River Together; al tiempo que está preparando la de Dióscuros, El último hombre y Orfebre, de momento.

Nacido en Madrid, el 16 de junio de 1948, hijo del poeta Leopoldo Panero, uno de los poetas oficiales del régimen franquista pese a haber sido de ideas afines a la república, y de Felicidad Blanc, y hermano del también poeta Juan Luis –desaparecido seis meses antes- y de José Moisés, “Michi”, tuvo una infancia y adolescencia marcada por la relación amor-odio con respecto a su progenitor, que falleció en la finca familiar de Astorga en el verano de 1962, cuando Leopoldo María contaba con catorce años.
Esta familia, acomodada, culta y desestructurada, fue retratada magistralmente por Jaime Chávarri en el documental El desencanto (1976), donde se plantea el ocaso del franquismo a través de los recelos, la infelicidad y el rencor entre los diferentes miembros, oprimidos aún, a pesar de su ausencia, por la figura paterna. Casi dos décadas después de esta disección insólita y cruel, convertida en objeto de culto, Ricardo Franco se acercaría también a los Panero en Después de tantos años (1994), documental que refleja el olvido, la ruina y la desesperanza que el paso del tiempo ha provocado en los tres hermanos, muerta ya la madre.
Desde muy pequeño, Leopoldo, que aún no había unido María a su nombre, se sintió atraído por la poesía, como no podía ser de otra manera en una casa que, pese a las grietas y fallas afectivas, transpiraba literatura no solo por las aficiones del padre y de la madre, sino también por los amigos de ambos que allí se reunían. Según Felicidad, con cinco años era capaz de sorprender a Dámaso Alonso recitando sus propios poemas. Estudió bachillerato en el Liceo Italiano de Ríos Rosas y en verano de 1966, tras recibir el título de bachiller expedido por el Instituto Ramiro de Maeztu, estuvo en París. Ese mismo año ingresó en la Universidad Complutense para cursar estudios de Filosofía y Letras –siendo compañero de clase de Vicente Molina Foix, con quien entabló amistad- y se afilió al prohibido Partido Comunista, donde conoció a su primera novia, Elena Llácer. Por su participación en sendas manifestaciones de protesta contra el gobierno franquista, fue detenido en tres ocasiones entre diciembre de 1966 y el mismo mes de 1967, y pasó varios días en la cárcel. En 1967, Molina Foix le presentó a Pere Gimferrer y también tuvo contacto con Félix de Azúa. Poco después decidió abandonar la militancia política y se marchó a Barcelona, donde se enamoró de Ana María Moix, el amor imposible que durante años se mostró reincidente y obsesivo –y que curiosamente falleció apenas una semana antes, el pasado 28 de febrero- y conoció a Guillermo Carnero. En estos meses empezó a tomarse en serio la escritura.
En enero del 68 regresó a Madrid e intentó suicidarse, lo que supuso su primer internamiento psiquiátrico. Después volvió a Barcelona, donde trabó amistad con Eduardo Haro Ibars, intentó suicidarse otra vez y comenzó su adicción a la marihuana. Tanto el nuevo intento de acabar con su vida como el consumo de drogas lo llevaron a ser internado en diversos centros psiquiátricos de Barcelona y Tarragona. En diciembre fue detenido con Eduardo Haro por posesión de marihuana e ingresó, en aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes, en una cárcel de Zamora, donde comenzaron, según él mismo, sus experiencias homosexuales.
Al salir de la cárcel, su adicción a las drogas llevó a su madre a ingresarlo en varios centros de Madrid, Reus o Barcelona, Leganés, Ciempozuelos, Guipúzcoa, Elizondo y Basurto, de algunos de los cuales intentó fugarse, continuando así con el trágico, inhumano y descorazonador periplo que sería toda su vida y que tendría como breves paréntesis un viaje en 1970 a Cambridge, donde durante medio año profundizó en la lengua y tradición literaria anglosajonas; su matriculación en la Universidad Central de Barcelona, en Filología Francesa -estudios que abandonó en 1972-, y su relación con Mercedes Blanco, con la que vivió en París durante un año. El 25 de noviembre de 1986 fue ingresado por su madre en el Sanatorio Psiquiátrico de San Juan de Dios, de Mondragón, donde permanecería diez años, pese a algún estéril y accidentado intento de fuga. En esta década fue contertulio, junto con otros cuatro enfermos mentales, del programa de radio La ventana, conducido por Javier Sardà y el señor Casamajor, en la cadena SER, y columnista de dos periódicos tan dispares como ABC  o Egin. En 1990 fallece su madre. Su muerte, pese a las diferencias abismales que los separaban, y al olvido y burocratización del sentimiento materno, supuso un golpe anímico para nuestro poeta, quien el 21 de julio de 1997 decidió abandonar el “manicomio de Mondragón”. El 23 de octubre del mismo año, y tras pasar tres meses en casa de un amigo, el poeta italiano Claudio Rizzo, ingresa por propia voluntad en el Hospital Psiquiátrico Insular de Las Palmas, hoy Hospital Juan Carlos I, donde permaneció en régimen abierto hasta su fallecimiento el pasado 5 de marzo. En estos diecisiete años solo ha salido de manera ocasional del “manicomio del Dr. Rafael Inglot” para participar en recitales, conferencias, congresos, la feria del libro de Madrid o en el programa Crónicas marcianas, dirigido por Javier Sardà, donde apareció en 2001.

 Por mucho que a él le incomodase la etiqueta, lo cierto es que el autor de Así se fundó Carnaby Street o Narciso en el acorde último de las flautas encarna como nadie la imagen del poeta maldito en España. El malditismo de Panero, más que un marbete utilizado por los editores con fines comerciales –como él mismo denuncia-, arranca de una existencia trágica que busca la transgresión y la rebeldía ante una sociedad vana y caduca –bisexualidad, alcoholismo, politoxicomanía-; de una idea persistente de autodestrucción, concretada tanto en la adicción a diversas drogas como en los distintos intentos de suicidio; y de la continua y explícita negación de la vida en unos poemas que transpiran dolor, angustia y desesperación ante una realidad incomprensible, en la que el yo poético se encuentra desubicado y sometido a una serie de fuerzas superiores que escapan de la razón. La inadaptación al entorno social, político y moral lo lleva a luchar contra el sistema de valores establecido y contra quienes ostentan el poder a través de un discurso que se opone de modo radical al mundo y a cualquier intento de transformación por parte del ser humano.
La intención del poeta es subvertir los valores de una sociedad que se ahoga en unos principios obsoletos –familia, religión, patria, nacionalismo, moral-; para ello se propone escandalizar al lector, golpearlo a través del horror, de la repugnancia, de la obscenidad y de lo prohibido, que atrae y repele a partes iguales. Así, son continuas las alusiones a los desechos, a las heces, a la vejez sórdida, a la sexualidad salvaje y sadomasoquista, al incesto, a la violación, a la enajenación, al anhelo de autodestrucción, a la herejía, a la coprofagia y a la coprofilia, a la magia negra, a la homosexualidad, al alcoholismo, a la drogadicción…, motivos temáticos a partir de los cuales el poeta pretende crear, como ya hizo Baudelaire, belleza. Para alcanzar este objetivo, utiliza una palabra cercana al delirio, inconformista y rebelde, terrible y demoledora, que ahonda en el sentimiento de desamparo y que, por ello mismo, es reflejo de la fragilidad del ser humano, de su vulnerabilidad, del dolor y de la soledad. De este modo, esta poesía rebelde e incómoda para el sistema despliega una profunda humanidad.
Se trata, pues, de una propuesta singular y radical que desprecia cualquier etiqueta que la crítica, en su necesario pero insuficiente y reduccionista afán categorizador, ha intentado aplicarle. Así, en palabras de Túa Blesa, estamos ante “el poeta más radical e inclasificable de la literatura española de los últimos años”, al que algunos han intentado definir como el más transgresor de los novísimos, como irracionalista, como posmoderno, como poeta de la experiencia, como culturalista, como hermético…

Cuando fue incluido por José María Castellet en la imprescindible, aunque controvertida, antología Nueve novísimos poetas españoles (1970), tenía publicado tan solo un cuaderno, Por el camino de Swann (1968). El mismo año fundacional del grupo, del que el poeta siempre se sintió al margen, publica Así se fundó Carnaby Street (Ocnos, 1970). Le siguieron Teoría (Lumen, 1973), Narciso en el acorde último de las flautas (Visor, 1979), Last River Together (Ayuso, 1980), El que no ve (La banda de Moebius, 1980), Dióscuros (Ayuso, 1982) y El último hombre (Ediciones Libertarias, 1984), todos recopilados en 1986 por Visor bajo el título Poesía. 1970-1985, con prólogo de Eugenio García Fernández y con una sección final titulada “Últimos poemas”, en la cual se incluyen dieciocho poemas inéditos. Estos poemarios están marcados por cierto culturalismo y, paradójicamente, por la ruptura de cualquier convencionalismo estético e ideológico. Dicha voluntad rupturista así como el afán de provocación se acentúan en poemarios como Poemas del manicomio de Mondragón (Hiperión, 1987), Contra España y otros poemas de no amor (Ediciones Libertarias, 1990), Heroína y otros poemas (Ediciones Libertarias, 1992), Locos (Gasset, 1992), Piedra negra o del temblar (Ediciones Libertarias, 1992) y Orfebre (Visor, 1994).
Entre tanto, aparecen las primeras antologías de su obra: Antología (Ediciones Libertarias, 1985) y Globo rojo. Antología de la locura (Hiperión, 1989). A ellas habrá que sumar la publicación en 1992 de Agujero llamado Nevermore (Selección poética 1968-1992), en edición de Jenaro Talens. Este libro supone todo un hito pues es el primero de sus compañeros de generación en editar, con apenas 44 años, en Cátedra Letras Hispánicas, con lo que queda consagrado como un clásico de nuestra poesía. Tres años después, Túa Blesa publica Leopoldo María Panero, el último poeta (Valdemar, 1995), donde, además de recogerse la obra escrita por el poeta hasta el momento, se realiza un sugerente análisis literario. En el año 2000 Agujero llamado Nevermore se reedita con el subtítulo de Selección poética 1968-1999. Un año antes aparece publicada la biografía El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero  (Tusquets, 1999), escrita por J. Benito Fernández.
Desde este instante, Panero cuenta con el aplauso de la crítica, aunque no sea de manera unánime, y de una parte importante del público lector, que descubre fascinado la fuerza de una poética que busca la transgresión como forma de existencia y que parece, de antemano, condenada a vagar por las afueras de la literatura. De este modo se da en él la extraña confluencia del favor de los lectores –la reedición de muchas de sus obras  y la presencia del autor en Internet son un claro indicio de ello- y del respeto de una parte de la crítica; sin embargo, esta valoración contrasta profundamente con el olvido y con la indiferencia de la crítica y los sectores más institucionalizados, con lo que su obra ha quedado relegada a lo marginal –pese a estar presente en antologías, programas académicos, congresos…- mientras que el resto de sus compañeros de generación ha ido acumulando premios y reconocimientos.
A partir de los brotes esquizofrénicos, de los internamientos y de los inhumanos tratamientos, la obra de Panero se vuelve más difícil de desentrañar, el poema deviene más breve y calla más de lo que dice, al tiempo que se multiplican los libros y se hace más complejo seguirle la pista con criterio, debido no solo a sus casi compulsivas publicaciones, sino también a la aparición de una docena de libros escritos en colaboración con escritores menores, encargados de dar forma y continuidad a los destellos panerescos, incapaz el autor de articular un texto completo. Con José Luis Pasarín Aristi publica un libro; con Claudio Rizzo, otro; con José Águedo Olivares, dos; y con Félix J. Caballero, ocho.
Así pues, en catorce años aparecen 25 poemarios exentos firmados por él, más dos incluidos en libros colectivos: El tarot del inconsciente anónimo (Valdemar, 1997), Guarida de un animal que no existe (Visor, 1998), Teoría lautreamontiana del plagio (Límite, 1999), Abismo (Endimión, 1999), Teoría del miedo (Igitur, 2001), Suplicio en la cruz de la boca (El gato gris, 2001), Águila contra el hombre / Poemas para un suicidamiento (Valdemar, 2001), Buena nueva del desastre (Scio, 2002), Los señores del alma (Poemas del manicomio del Dr. Rafael Inglot) (Valdemar, 2002), Conversación (Nivola, 2003), Erección del labio sobre la página (Valdemar, 2004), Danza de la muerte (Igitur, 2004), Esquizofrénicas o La balada de la lámpara azul (Hiperión, 2004), Poemas de la locura seguido de El hombre elefante (Huerga y Fierro, 2005), La esquicia, y no el significante (en VVAA, Nuevos horizontes en el arte outsider hispano, Valdemar, 2005), Sombra (Huerga y Fierro, 2008), Gólem (Igitur, 2008), Mi lengua mata (Arena Libros, 2008), Escribir como escupir (Calambur, 2008), Páginas de excremento o dolor sin dolor (Ed. Azotes Caligráficos, 2008), Conjuros contra la vida (en Federico Utrera, Después de tantos desencantos. Vida y obra poéticas de los Panero, 2008), Esphera (El ángel caído, 2009), Tragos ( El ángel caído, 2009), Reflexión (Casus-Belli, 2010) Locos de altar (Alea blanca, 2010) y Cantos del frío (Casus-Belli, 2011). A ellos debemos sumar la última antología aparecida en vida, Sobre la tumba del poema. Antología esencial (Huerga y Fierro, 2011), en cuyo título se aprecia con claridad la idea procedente de Arthur Rimbaud –y sus dos grandes libros: Une saison en enfer e Illuminations- de la escritura posterior al desastre.
Como vemos, el ritmo de escritura, sobre todo en los últimos veinte años de vida, es compulsivo. Ante este maremágnum se hacía necesaria una edición rigurosa de su obra poética. Así, Túa Blesa, profesor de Teoría de la Literatura en la Universidad de Zaragoza y el mayor especialista en la obra paneresca, publica en la editorial Visor Poesía completa (1970-2000) y Poesía completa (2000-2010), donde tan solo se recogen los poemarios escritos de modo individual. Ambos volúmenes pueden considerarse como la edición definitiva de su producción hasta el año 2010 y se han convertido en obras de referencia inevitables tanto para la crítica como para el lector, como se aprecia en la concesión del Premio Estaño de Literatura en 2003 al primer volumen y en la aceptación del público -el primer tomo ha alcanzado la quinta edición en octubre de 2013; del segundo acaba de aparecer la segunda-.
Además de fijar el corpus paneresco con rigor y de depurar los poemas tanto de erratas como de errores –que en algunas ediciones eran numerosísimos-, siempre de acuerdo con el autor –con quien también se ha consensuado cambiar un título fallido como Locos de altar por Poesía-, el gran mérito de esta magna edición es el hecho de hacer accesibles al lector todos los poemarios del poeta madrileño, que se disponen con un criterio cronológico y a los que se añaden algunos poemas aparecidos en revistas y en otros medios. De este modo, Poesía completa permite al lector tomar clara conciencia de que la obra está dotada de una profunda unidad, en tanto y en cuanto supone un canto de denuncia de la soledad del poeta, que intenta buscarse en los versos y tan solo halla un yo destruido; del sufrimiento; del dolor provocado por la falta de sentido de la existencia, y del horror ante el vacío. Pero, además, el hecho de tener al alcance de la mano todos los poemarios le permite comprobar que, dentro de esa unidad, el autor transita cuatro tendencias estilísticas que no se suceden en el tiempo: el poema en prosa; el poema extenso, articulado en largas tiradas de versículos, a través de una serie de imágenes inconexas que se suceden en un largo fluir; el poema que deviene reflexivo y busca el camino de la depuración léxica y semántica, y el poema breve y conceptual.
Leopoldo María Panero es, como vemos, un escritor fecundísimo, que ha cultivado, sobre todo, la poesía, con más de cuarenta libros propios – a los que podría sumarse la docena escritos en colaboración-. Además de esta ingente obra poética, ha publicado cinco libros de relatos, tres ensayos, diversas traducciones y un singular libro de memorias.
Todas sus controvertidas traducciones de Catulo, Guilhem Peitieu, John Clare, Robert Browning o Edward Lear, entre otros, han sido recogidas en un volumen titulado Traducciones / Perversiones por Túa Blesa (Visor, 2011). Como traductor, el poeta antepone la lectura personal a la literal y no duda en intervenir en los vacíos que encuentra en el texto, dando lugar a lo que él mismo califica como “antitraducción”; así, añade versos que no aparecen en los originales o deja sin traducir estrofas enteras, al tiempo que acude a palabras que, en ocasiones, se contraponen al sentido de las originales.
Como narrador ha publicado: El lugar del hijo (Tusquets, 1976), Dos relatos y una pervesión (Ediciones Libertarias, 1984), Y la luz no es nuestra (Los infolios, 1991), Palabras de un asesino (Ediciones liberarias, 1992) y Papá, dame la mano que tengo miedo (Cahoba Ediciones, 2007), todos recopilados por Túa Blesa en Cuentos completos (Editorial Páginas de Espuma, 2007). Igualmente ha dado a la luz tres ensayos: Aviso a los civilizados (Ediciones Libertarias, 1990), Mi cerebro es una rosa (Roger, 1998) y Prueba de vida. Autobiografía de la muerte (Huerga y Fierro, 2002). A ellos habría que sumar el epistolario entre el poeta y el escritor Diego Medrano, publicado bajo el título de Los héroes inútiles (Ellago Ediciones, 2005).
Este es, en suma, el legado que nos deja el autor de la obra, sin duda, más provocadora del siglo XX, una apuesta que rompe con todos los límites establecidos y en la que se plasma la soledad, la complejidad de la mente humana, el dolor, la honda desesperación y la angustia de vivir en un mundo que es considerado como un auténtico infierno en el que el poeta está atrapado y del que no puede escapar.

(Publicado en Cuadernos del Sur, 14 de junio de 2014, pp. 5-6)

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