miércoles, 19 de octubre de 2016

"El cajón de su ropa", en "Diez y cuento"

Con motivo del décimo aniversario del nacimiento de la Asociación Cultural Mucho Cuento, esta ha editado la antología Diez y cuento, en la que, tras un breve pero lúcido prólogo de Juan José Téllez, se recogen cuarenta cuentos de otros tantos autores que, de un modo u otro, mantienen cierta relación con dicha asociación. He aquí mi breve contribución, "El cajón de su ropa", perteneciente al libro El extraño escritor y otras devastaciones (Editorial Espuela de Plata, Sevilla, 2016).



EL CAJÓN DE SU ROPA


Después de más de medio año sin ir al cine, hemos quedado para ver la última de Almodóvar. Aunque a ella no le gusta, ha accedido, no sin antes mostrar cierta oposición. La película está a punto de empezar. La llamo para ver lo que le queda. El móvil se encuentra apagado o fuera de cobertura. De repente, noto que mi bolsillo vibra. Es ella. “Voy de camino. A última hora se me ha acumulado el trabajo. Para no variar.” Se ha especializado en llegar puntualmente tarde. “Entra y siéntate. En la fila 13, como siempre. En diez minutos estoy ahí.” Empieza la proyección. Aún no se han encontrado los protagonistas cuando noto en la nuca, como recién salidos de la nada, los fríos dedos de Lucía. Inmediatamente, e igual que si de una cuidada maniobra militar se tratase, me planta un beso en los labios. “Te quiero”, me dice. Le estrecho la mano. Una vez que encienden las luces, nos fundimos en la cola monótona que abandona la sala comentando el film. Nos encaminamos a un bar cercano para tomar algo. Es de pocas palabras. La miro como quien mira el mar desde la ventana abierta de un apartamento y sabe que lo que tiene delante existe porque él está enfrente. Volvemos a casa dando un paseo. Me sorprende. Pues no le gusta nada andar. Sirvo un par de copas de vino blanco de Rueda. La ocasión lo merece. Seducción. Elegancia. Frescor. Acidez final. Expresivo bouquet. Nos miramos y sin prisas nos desnudamos. Tenemos toda la noche. Caemos exhaustos y nos dormimos abrazados. Cuando me despierto, ella no está. Sin gafas, me levanto. Voy al baño. He desarrollado una habilidad especial  para no tropezar con lo que me rodea. Distingo y organizo de manera aleatoria la realidad por bultos y colores. Todo está recogido. Es una maniática del orden. Nunca deja nada por medio. Vuelvo a la cama. Me siento en el borde. El cajón de su ropa está abierto. Busco sobre la mesilla mis lentes. Al encontrarlas, la realidad me golpea en la boca del estómago. El interior está revuelto. Aún no he podido hacerme a la idea de que lleve un mes muerta. Intento ordenarlo, como si nada.

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