viernes, 31 de enero de 2014

Mística de lo humano



Con su cuarto poemario, Yo he querido ser grúa muchas veces, Antonio Praena (Purullena –Granada-, 1973) cristaliza, como ya intuíamos en Poemas para mi hermana (accésit del Premio Adonáis en 2006), una de las apuestas más interesantes y auténticas de la poesía más reciente en nuestra lengua. Este nuevo libro, que ha merecido el XXVI Premio Tiflos de Poesía y que ha sido editado por la editorial Visor, es un ahondamiento en los planteamientos éticos y estéticos propuestos en Actos de amor (XXII Premio Nacional de Poesía José Hierro), donde defiende una poesía que podríamos definir como “mística de lo humano”, en la que se fusionan sin fricciones la cultura posmoderna, las referencias grecolatinas y un hondo humanismo, de base renacentista, que coloca al hombre en el centro del verbo. La empatía con el otro, que ha de ser necesariamente coetáneo, no es una simple impostura sino que deviene un modo de relacionarse con el mundo que le ha tocado en suerte al asumir la entrega incondicional a los demás como vía para encontrar la armonía, e irradia unos versos que nacen de y buscan la emoción con precisión, agilidad y claridad, sin olvidar la sugerencia y la musicalidad.
Se trata, por tanto, de la confirmación de una obra original y arriesgada que integra diversas tradiciones; una poesía en la que lo profundo y lo cotidiano se dan la mano en el poema.

 (Publicado en Cuadernos del Sur, 25 de enero de 2014, p. 7) 
 


lunes, 27 de enero de 2014

"La piel de los extraños", de Ignacio Ferrnado


LA TEMPERATURA DE OTRA PIEL

La piel de los extraños, de Ignacio Ferrando (Trubia –Asturias-, 1972), Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en 2013, corrobora el excelente momento que atraviesa el género en nuestra lengua. Los once cuentos que componen el volumen, dedicado “a los que cierran los ojos”, es decir, a los que no se conforman con lo que son y deciden complicarse la existencia, suponen la tercera incursión del escritor asturiano en la narrativa breve, tras Ceremonia interior (2005) y Sicilia, invierno (2009).
Se trata de un conjunto nada convencional en la medida en que el autor crea unas historias complejas, de una profunda carga conceptual y simbólica, al tiempo que mima la palabra, dando como resultado una prosa cuidada y precisa que encierra en sí misma un enorme poder de evocación. Dichas historias están protagonizadas por personajes en situaciones límite, lo que contribuye a potenciar y agilizar los conflictos, que, en su mayoría, giran en torno al tema de la identidad.
El libro se abre con una pieza magnífica, “Los atardeceres de Tagfraut”, donde un profesor enseña a sus alumnos a viajar a un lugar paradisíaco que, de repente, toma consistencia real y se convierte en una pesadilla para el protagonista. Junto a ella, destacamos “Los sistemas”, el intento estéril de un profesor de reducir la realidad y el inexplicable misterio que la conforma a un sistema de variables que permita predecir el futuro; “Tres violines”, tejido a partir de la desazón del protagonista, que regresa a su pueblo tras un conflicto armado y se encuentra con la sorpresa de que nadie lo recuerda; “Matilda y el hombre del tiempo”, donde, en medio del caos que invade una urbanización de la costa oeste de Estados Unidos ante la amenaza de un tsunami, una pareja decide esperar en soledad el inevitable fin; o “Liberación”, el relato más poético y el que encierra una mayor dureza al contar la historia de supervivencia de una mujer en un campo de concentración nazi y su lucha por conservar la dignidad. Pero de todos, quizás el más conseguido sea el que da título al conjunto, la historia de una pareja que, cansada por la monotonía, decide desconocerse como medio para salvar la convivencia y deciden vivir, durante una tarde a la semana, al margen uno del otro con la intención de recuperar el misterio perdido y la sensación de convivir con alguien a quien no se conoce del todo.

En definitiva, un libro urdido con oficio y con buenos mimbres que no dejará impasible al lector. 

(Publicado en Cuadernos del Sur, 25 de enero de 2014, p. 7)

jueves, 23 de enero de 2014

'Música tenaz", de José Martí

Su labor como político y líder intelectual de la independencia cubana, así como sus escritos periodísticos, han oscurecido la producción poética de José Martí. A este olvido ha contribuido también el hecho de que, en vida, tan solo publicase dos breves poemarios que pasaron casi desapercibidos en la época: Ismaelillo (1882), una obra plenamente modernista aparecida seis años antes que Azul de Rubén Darío, y Versos sencillos (1891). De toda su producción inédita destaca Versos libres, superación de la encorsetada apuesta modernista que, callando más de lo que dice, plantea una poesía más trascendente, capaz de bucear en la realidad concreta en la que el yo poético vive. Y aquí radica la novedad que Martí -conocedor de nuestra tradición y de la literatura clásica, pero también de los poetas norteamericanos, franceses, ingleses y alemanes coetáneos- aporta a la lírica hispánica. Consciente de la necesidad de renovar una poesía anclada en una retórica manida, los poemas del poeta habanero, nacidos de una angustia existencial íntima, tienen la intención de provocar extrañeza en el lector, para lo que recurre al uso del verso blanco, a una sintaxis distorsionada -fruto de la complejidad emocional del yo poético y de la dificultad de reducirla a palabras-, al uso de imágenes carentes de coherencia racional, a la sorprendente desconexión temática entre las partes del poema y a las inesperadas inflexiones coloquiales.

La antología Música tenaz (Renacimiento, 2013), título tomado de un verso de Martí, es una buena ocasión para acercarse a un poeta aún no suficientemente valorado. 

(Publicado en Cuadernos del Sur, 21 de diciembre de 2013, p. 7)

domingo, 19 de enero de 2014

Vida y muerte. 'Sarajevo', de Sarajlic

Hace diez años que la desaparecida colección lucentina 4 Estaciones editó por primera vez en España la poesía de Sarajlic (Doboj, 1930 – Sarajevo, 2002). La antología, titulada Una calle para mi nombre, corría a cargo de Juan Vicente Piqueras. Ahora, la editorial Valparaíso recupera al poeta bosnio más importante y traducido del siglo XX. Bajo el título de Sarajevo, el granadino Fernando Valverde, quien ha contado con la ayuda de Sinan Gudzevic, selecciona y traduce los poemas nacidos de la contemplación de los horrores de la guerra  -en su mayoría, pertenecientes al libro más conocido del autor eslavo, Diario de guerra de Sarajevo .
Los textos recogidos tienen, por tanto, una dimensión vivencial, pues al hecho de que Sarajlic decidiese quedarse en la capital bosnia durante los casi cuatro años de cerco hay que añadir que concibe la creación artística como una prolongación de la vida; semejante condición los vuelve aún más desgarrados y conmovedores.

La presencia constante de la muerte, convertida en una inquietante compañía, y la espera del inminente fin hacen más intensa la vida. Aquí radica gran parte de la fuerza de las imágenes de un poeta que, con un tono narrativo, consigue cincelar unos poemas estremecedores que, más allá de la infamia, la sinrazón y la crueldad de la guerra, ahonda en la importancia de los pequeños detalles cotidianos, de la amistad y de los afectos, del cálido contacto del cuerpo y de la palabra amiga; un poeta que sabe volar por encima de la muerte y encontrar en ella misma una afirmación de la vida.

(Publicado en Cuadernos del Sur, 18 de enero de 2014, p. 7)

jueves, 9 de enero de 2014

Caligrafía de la lluvia


Pese a que para no pocos lectores sea más conocido como traductor, biógrafo, ensayista, antólogo, crítico literario, prosista, exdirector de las revistas Mercurio y El libro andaluz, exdirector literario de Paréntesis Editorial, columnista de El Mundo o bloguero, el sevillano Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963) es dueño de una interesante trayectoria poética jalonada por el cuaderno Bajo otra luz (1986) y los libros Farewell to Poesy (Pre-Textos, 2002), El árbol de la vida (Colección Puerta del Mar, Diputación de Málaga, 2004), Lejos (La isla de Siltolá, 2011) y La lluvia, editado en la colección Calle del Aire de la editorial Renacimiento y que, según reza en el colofón, “se terminó de imprimir el día 21 de septiembre de 2013, CXI aniversario del nacimiento de Luis Cernuda”, poeta al que aparece inevitablemente unido el nombre de Rivero Taravillo, autor de los monumentales Luis Cernuda. Años españoles (1902-1938), XX Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias, y Luis Cernuda. Años del exilio (1938-1963).
Desde el propio título, sencillo y sugerente, queda claro que el agua que cae se convierte en el eje que da unidad a los cincuenta y dos poemas y los articula en cuatro secciones. Las dos primeras, “Acuarelas” y “Lluvia de Oriente”, son las más breves y en ellas la palabra se adelgaza y roza la rotunda evanescencia propia del haiku o de la pieza breve de base impresionista. Esta lluvia (“un xilófono monótono […] sobre las tejas”) moja no solo el mundo sino también la mirada del hombre que contempla la fracción de existencia en que vive, y es, en sí misma, capaz de hacer germinar cualquier terreno, por hostil que este sea, con lo que el discurso se convierte en una celebración de la vida y, por ende, del amor (“somos dos amebas amándose / porque sí y por amor / antes de separarse en otras nuevas”). Sin embargo, y paradójicamente, en ella está también la memoria, la muerte y el dolor provocado por la ausencia (“Lluvia: / árbol genealógico de la vida, / empapadas dinastías / del recuerdo que vuelve” o “Todavía los cementerios / se aroman solitarios / ya lavada la cara / para el Día de los Difuntos”). Los recuerdos de la infancia (“Peleas de 1975”) y del pasado más reciente (“Desocupados”) se entrelazan y conforman los mimbres con que está tejida la tercera sección, “Aguafuertes”, en la que el poema, al tiempo que se hace más extenso, se tiñe de una sugestiva melancolía y de una aguda reflexión que, sobre todo en la última parte, “Sed”, adquiere cierto aire elegíaco capaz de esquivar el lamento a través de un sutil sentido del humor, necesario y fértil contrapunto.

En este nuevo poemario, el poeta, convencido de que la poesía debe nacer de la contemplación de los pequeños detalles cotidianos y de que el pensamiento es la herramienta necesaria para transformar la anécdota más trivial en materia literaria capaz de provocar una emoción en el lector, continúa apostando por el empleo de un lenguaje claro y preciso, de la ironía y de la metáfora imaginativa, fruto de una percepción fragmentaria de la realidad. El resultado es un conjunto bastante homogéneo en que Rivero Taravillo sabe evitar los lugares comunes y las palabras manoseadas, ofreciendo una poesía fresca que insinúa, y por tanto desvela, más de lo que muestra.

(Publicado en Cuadernos del Sur, 21 de diciembre de 2013, p. 7)