Pese a que para no pocos lectores sea más conocido como
traductor, biógrafo, ensayista, antólogo, crítico literario, prosista,
exdirector de las revistas Mercurio y
El libro andaluz, exdirector
literario de Paréntesis Editorial, columnista de El Mundo o bloguero, el sevillano Antonio Rivero Taravillo
(Melilla, 1963) es dueño de una interesante trayectoria poética jalonada por el
cuaderno Bajo otra luz (1986) y los
libros Farewell to Poesy (Pre-Textos,
2002), El árbol de la vida (Colección
Puerta del Mar, Diputación de Málaga, 2004), Lejos (La isla de Siltolá, 2011) y La lluvia, editado en la colección Calle del Aire de la editorial
Renacimiento y que, según reza en el colofón, “se terminó de imprimir el día 21
de septiembre de 2013, CXI aniversario del nacimiento de Luis Cernuda”, poeta
al que aparece inevitablemente unido el nombre de Rivero Taravillo, autor de
los monumentales Luis Cernuda. Años
españoles (1902-1938), XX Premio Comillas de Historia, Biografía y
Memorias, y Luis Cernuda. Años del exilio
(1938-1963).
Desde el propio título, sencillo y sugerente, queda claro
que el agua que cae se convierte en el eje que da unidad a los cincuenta y dos
poemas y los articula en cuatro secciones. Las dos primeras, “Acuarelas” y
“Lluvia de Oriente”, son las más breves y en ellas la palabra se adelgaza y
roza la rotunda evanescencia propia del haiku o de la pieza breve de base
impresionista. Esta lluvia (“un xilófono monótono […] sobre las tejas”) moja no
solo el mundo sino también la mirada del hombre que contempla la fracción de
existencia en que vive, y es, en sí misma, capaz de hacer germinar cualquier
terreno, por hostil que este sea, con lo que el discurso se convierte en una
celebración de la vida y, por ende, del amor (“somos dos amebas amándose /
porque sí y por amor / antes de separarse en otras nuevas”). Sin embargo, y paradójicamente,
en ella está también la memoria, la muerte y el dolor provocado por la ausencia
(“Lluvia: / árbol genealógico de la vida, / empapadas dinastías / del recuerdo
que vuelve” o “Todavía los cementerios / se aroman solitarios / ya lavada la
cara / para el Día de los Difuntos”). Los recuerdos de la infancia (“Peleas de 1975”) y del pasado más
reciente (“Desocupados”) se entrelazan y conforman los mimbres con que está
tejida la tercera sección, “Aguafuertes”, en la que el poema, al tiempo que se
hace más extenso, se tiñe de una sugestiva melancolía y de una aguda reflexión
que, sobre todo en la última parte, “Sed”, adquiere cierto aire elegíaco capaz
de esquivar el lamento a través de un sutil sentido del humor, necesario y
fértil contrapunto.
En este nuevo poemario, el poeta, convencido de que la
poesía debe nacer de la contemplación de los pequeños detalles cotidianos y de
que el pensamiento es la herramienta necesaria para transformar la anécdota más
trivial en materia literaria capaz de provocar una emoción en el lector, continúa
apostando por el empleo de un lenguaje claro y preciso, de la ironía y de la
metáfora imaginativa, fruto de una percepción fragmentaria de la realidad. El
resultado es un conjunto bastante homogéneo en que Rivero Taravillo sabe evitar
los lugares comunes y las palabras manoseadas, ofreciendo una poesía fresca que
insinúa, y por tanto desvela, más de lo que muestra.
(Publicado en Cuadernos del Sur, 21 de diciembre de 2013, p. 7)