ELEGÍA Y CANTO A LA VIDA
Con una palabra desnuda y directa, Carlos Alcorta (Torrelavega, 1959) construye en Aflicción y equilibrio (Calambur Editorial, 2020) una casa de vida a partir de la enfermedad y la muerte del padre (“Me propuse escribir este poema / como quien construye la casa natural / de la vida”), que se erige en la figura capital de un poemario concebido como un diálogo entre este y el hijo, ya sea en presencia o en ausencia (“Entre nosotros nada ha cambiado. En la mente / de un niño la muerte, más que un enigma, / es un mendrugo de pan que obstruye la garganta.”).
Los veintiún poemas, escritos en acertados versos blancos –con los encabalgamientos característicos del autor-, son de una extensión considerable –suelen sobrepasar los cien versos- y en ellos se impone un tono reflexivo, en el que la meditación y el lirismo parco y contenido se dan la mano para provocar una honda emoción en el lector. Esta emoción nace no solo de la autenticidad de lo vivido, sino, sobre todo, del empleo de una palabra honesta, sencilla y acertada, de una mirada incardinada en el terreno de la duda (“pero he intentado siempre reflejar / en las páginas mis propios conflictos, / sin buscar amparo fuera de mí.”) y de la capacidad de esta para oscilar entre el exterior y el interior y conseguir, así, universalizar la experiencia poetizada, logrando que el lector identifique sus propios muertos con el padre.
De este modo, el poeta escudriña el mundo que lo rodea, con sus contradicciones y su belleza, con sus injusticias y sus prodigios, para buscar la trascendencia a partir de lo cotidiano y, en apariencia, trivial: “Se balancea inquieto de adelante hacia atrás, / como un remero, con la mascarilla / de oxígeno encajada en su anguloso / rostro que antes fue más redondeado / -aunque nunca tuviera las mejillas rollizas-/ buscando una postura que le permita / respirar mejor. Cuando al fin se tranquiliza”.
Trascendida la anécdota, Alcorta plantea un proceso de indagación introspectiva por medio de la escritura, con lo que vida y poesía se unen de manera indisoluble: “Quiero ser –pensaba– no parecer, por eso he buscado sentido / a la vida a través de las palabras”. Estas palabras encierran su eficiencia lírica en su desnudez y en su franqueza: “quiero hablar claro, sin las tretas de la literatura; / sin palabras, solo con el silencio”. Este es el único camino para hablar de sí mismo sin imposturas, sin máscaras (“Para mí, basta ya de hipocresía / fue un estorbo al que terminé / habituándome”) y convertir la poesía en una tabla de salvación que le permita enfrentarse a la adversidad y soportar “la sordidez de una vida mediocre y rutinaria”.
Pero esta palabra siempre ha de estar abierta al otro (“¿Puede la poesía defender / la neutralidad y mostrarse indiferente / ante las catástrofes cotidianas?”), con lo que su discurso se llena de una profunda humanidad que estremece en la medida en que aflora de la manera más natural posible en los momentos más terribles y duros: “Tú buscas en nosotros un cielo que no existe. / Yo busco en ti, madre, para enfrentarme / a lo desconocido, el calor de tu mano, / esos hospitalarios abrazos que disipan / temores, como cuando era un niño, / y me reconcilian con el mundo”.
Esta es la argamasa con la que se ha edificado Aflicción y equilibrio, un libro desprovisto de adornos vacuos, cuya intensidad radica en la parquedad, en la sencillez, en la precisión de un vocabulario encendido y reflexivo, vibrante y sosegado, con el que traza un discurso elegíaco que, al mismo tiempo, es un canto a la vida (“Entonces ignoraba que pasar / de puntillas por la realidad / era una forma de estar muerto” o “El temor a la muerte da sentido a la vida”) y una invitación a disfrutarla en plenitud, como queda condensado en los dos versos con los cuales cierra el poema final, que da título al volumen: “Hacer vida es aprender a morir. / Pasada la aflicción, empieza el equilibrio”.
Título: Aflicción y equilibrio
Editorial: Calambur
Año: 2020