El escritor y profesor granadino Custodio Tejada deja en su blog esta acertada lectura de Vértices. La grandeza de la literatura es que permite establecer lazos con las personas antes de conocerlas personalmente. Mil gracias por la atención prestada y las palabras hilvanadas con precisión.
Buscando lo efímero, nuestro poeta lo que alcanza es la eternidad del vértice de una habitación, de una casa, de un mundo y un libro, cuerpo-cuna que se hace recinto de paz y plenitud. Y que no te dé miedo tu alegría por ella(s), disfrútalas sin perder tiempo, porque no hay mayor tesoro que hacerse poesía viva y moldear la realidad para preservar tu “única certeza”: Ella(s) que, al fin y al cabo, son tu escritura misma, confluencia y proyección de tus versos y tus miembros que intuyen la magia de la lluvia en sus ojos. “Ella es vértice” (página 15) cima o punto en el que coinciden todas las aristas de este poemario poliédrico donde se superponen distintas lecturas dentro de la misma lectura. “Me invento entre vosotras” –nos dice el poeta en la página 14 – hijas y palabras que se vuelven también hijas, origen y confluencia del hombre y del poeta, porque Ella(s) son “la alquimia permanente de la vida” (página 18), y esa mezcla es su ámbito: Una poética de la existencia. “Vivir es compartir un zeugma/ y no emplear palabras connotadas.” –nos dice en la página 24. Este libro es un “lugar de paso de los pájaros y de la luz”, plano secuencia que desvela el truco de transmutación que el poemario tiene.
Para leer la reseña completa, pinchad en ese enlace.
lunes, 29 de mayo de 2017
sábado, 20 de mayo de 2017
Antonio Praena escribe sobre "Vértices"
El pasado 16 de mayo, Antonio Praena, con quien tengo el honor de compartir un accésit del Premio Adonáis, se ocupaba en su blog, El atril, de mis Vértices. Mi más sincera gratitud por su generosas palabras y por su atentísima lectura.
Es un riesgo abordar algunos temas en poesía. Lo difícil ante ellos es resistirse a la atracción de ciertos polos, como pueden ser el sentimentalismo, el subjetivismo, la emotividad como reclamo, los lugares comunes. Hay que poseer el don de la mesura, ese equilibrio que mantiene a raya el pálpito inmediato pero, a su vez, no ahoga en la frialdad de la inteligencia la pujanza de las cosas verdaderamente sentidas. Dificilísimo, vamos.
“Vértices”, de Francisco Onieva (Visor 2016) es un poemario impecable y ejemplar en ese sentido. ¿Cómo ir más allá en estas cosas de la emoción sin sucumbir al confesionalismo sensiblero que aquello que tiene que ver con la propia biografía parece demandar algún tipo de lector? Perdón, que aún no lo he dicho y sin decirlo estos comentarios no se entienden: “Vértices” aborda, como poco, la paternidad del poeta.
Las hijas se convierten en patria: Sois la única patria / en la que vale la pena creer, leemos en un poema titulado “Blanca y Marta”, y que no necesita más de dos versos para estar pleno.
Ya aquí hay un elemento fundamental. El poeta está separado de sí. No mira su rostro. No le importa su imagen. Si algo queda de un “yo”, es su fuga. Si hay primera persona, lo es desubjetivada, mediada a través de quien ha salido de sí y se contempla desde los ojos de sus niñas -esto no es sólo un retruécano-, o desde los propios ojos, no ya desposeídos, sino luminosamente ofrendados, plenificados de don.
Podéis seguir leyendo en El atril.
jueves, 11 de mayo de 2017
Belleza en el dolor
No
siempre un libro inicial es el de un principiante. El cuadro del dolor,
el esperado debut de Ana Castro (Pozoblanco, 1990), con el que ha conseguido el
III Premio de Poesía Juana Castro, solo puede ser escrito por una persona que controla
los mecanismos del verso y que sabe hacia dónde camina. Semejante madurez se
observa no solo en la sólida construcción de los poemas sino también en la
concepción unitaria de un poemario estructurado con solidez en cinco partes
pretendidamente asimétricas - “La nana que no fue”, “Raíces”, “El dolor”, “La
niña y la casa” y “Y después”-, sustentadas en un proceso de introspección a
partir del dolor y de la soledad de un yo poético devastado.
Se trata,
pues, de una obra profundamente vivencial, en la cual la joven poeta
pozoalbense asume la realidad y la muestra sin impostura, sin un estéril ropaje
lírico, como se explicita desde el propio título, una auténtica declaración de
intenciones. Por un lado, la polisemia del mismo no solo hace referencia al conjunto
de síntomas sufridos por la paciente, sino que, por extensión, es una
proyección artística de un tormento, con sus múltiples perfiles, convertido en
espacio de encuentro con el lector; por otro, propone, con una profunda
coherencia desde el punto de vista poético, un discurso tejido a partir de una
expresión clara y directa, en apariencia sencilla, en el que la presencia justa
y estratégica de una serie de símbolos que trascienden la realidad (el dedal,
el hilo, las hilanderas, los murciélagos…) sacude con fuerza al lector.
De todo
el compacto volumen, que se abre con “Canción de cuna”, donde se presentan los
dos temas vertebradores del mismo, el dolor y la soledad, destacan la segunda
parte, “Raíces”, y la tercera, “El dolor”.
En
“Raíces”, sin duda, la más potente, la poeta ahonda en los orígenes, que
configuran la mirada y, por ende, la identidad. Estas raíces son la familia y
Los Pedroches. Además de “Mujer entraña”, un explícito homenaje al magisterio
de Juana Castro como poeta y como mujer, destacan “Orfandad”,
“Simetrías”, “Las hilanderas” y “Cadena trófica”, cuatro piezas en las
que, a partir de un íntimo juego de proyecciones, Ana Castro ahonda en la raíz
matriz, la abuela muerta, cimiento de “la manada”, y en su madre, que le han
enseñado a zurcir las grietas del mundo para hacerlo menos inhóspito.
En “El
dolor”, por su parte, se imponen la desnudez y la sinceridad de un sentimiento
estremecedor y el fértil misterio de convertir la devastación en materia a
partir de la cual se puede crear belleza. Algunas de las composiciones más
significativas de esta sección son: “Quirófano número 10”, de una naturalidad desgarradora
y reconciliadora, “Hormigón armado”, donde sugiere la imposibilidad de contener
el sufrimiento, “El cuento de nunca acabar”, un espléndido poema en prosa que
obliga al lector a reubicarse antes de volver “a contar la historia desde el
principio”, “El cuadro del dolor”, reflexión acerca del desgaste y la
insuficiencia de las palabras a la hora de expresarlo, y “Mi dolor”, en el cual
plantea que no estamos educados para sufrir y la necesidad de nombrarlo para
que exista.
El libro
es, en definitiva, un fresco emocional y existencial, escrito desde la
fragilidad que el dolor provoca en un sujeto poético que, sin embargo, muestra
una vitalidad y una fuerza envidiables. De su lectura no se puede regresar
indemne, pues está escrito desde la autenticidad de lo contado y desde la
sobriedad y contención de una escritura y de una mirada reparadoras.
Autora: Ana Castro
Título: El cuadro del dolor
Editorial: Renacimiento
Año: 2017
(Publicado en "Cuadernos del Sur", 6 de mayo de 2017, p. 6)
jueves, 4 de mayo de 2017
Plurilingüismo
Mi modesta contribución a la V Feria de Plurilingüismo:
Hay tantas formas de mirar el mundo como lenguas hablan de él.
Gracias a mi compañero Manolo y a mis compañeras Beatriz, Leonor, Trini y Margarita por hacerme parte de este cartel colectivo. Con los amigos, los derechos de autor quedan en un agradable café y en una sincera gratitud.
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