Aunque descreo de los marbetes simplificadores y de cualquier tipo de determinismo geográfico aplicado a la creación, debo reconocer que el paisaje y el paisanaje de un determinado lugar acaban impregnando el discurso de un autor. La poesía escrita por autores nacidos o enraizados en Andalucía ha sido y continúa siendo inagotable.
Dicho esto, es necesario establecer la difusa frontera que define a un poeta joven. A sabiendas de que quedan fuera grandes voces, he decidido fijar la discutible linde en los treinta y cinco años, como suelen hacer la mayoría de certámenes. Debido a la corta edad y a que cada autor tiene un ritmo de maduración propio, gran parte de lo que diga ha de estar sujeto a revisión y matización.
No es que los autores jóvenes tengan hoy más repercusión ni más ventas, ni siquiera que haya más cuantitativa y cualitativamente que en la década precedente, lo que ocurre es que Internet, desde hace unos años, y las redes sociales han facilitado unos lugares de encuentro y unas formas de relación inexistentes, han ensanchado el concepto de tradición de manera impensable, han enriquecido las formas de transmisión del discurso poético y han sacudido los espacios donde se construye el prestigio literario.
En este proceso de visibilización y consolidación de nuevos creadores juegan un papel importante las editoriales independientes, la diversificación de los premios literarios destinados exclusivamente a ellos, la edición de numerosas antologías, una mayor sensibilización de las instituciones, la labor de múltiples revistas digitales e impresas y la celebración de diversos encuentros, recitales o jornadas.
En lo que respecta a la proliferación de pequeñas editoriales independientes, fue crucial la aparición en 2004 tanto de El Gaviero, fundada por Ana Santos Payán, como de La bella Varsovia, ideada por Elena Medel y Alejandra Vanessa. Desde entonces, el panorama se ha enriquecido mucho y, junto a editoriales como Renacimiento, La Isla de Siltolá o Valparaíso, encontramos otras más pequeñas en las que la poesía joven tiene un lugar destacado: Amargord, Bandaàparte, Candaya, Cántico, Ediciones del 4 de agosto, Ediciones en Huida, Ediciones Liliputienses, Ediciones Paralelo, Editorial Dieciséis, entropía ediciones, Esdrújula Ediciones, Harpo libros, La Garúa, Letraversal, Libero Editorial, Maclein y Parker, Origami, Sonámbulos Ediciones, Ultramarinos o Ya lo dijo Casimiro Parker.
En cuanto a la diversificación de los premios, es evidente que, aunque el Adonáis continúa siendo un referente, la creación por parte de la editorial Hiperión del certamen homónimo en 1986, al que le seguirían el Antonio Carvajal y el València Nova, revitalizó el panorama. En este proceso de atención creciente a la poesía más nueva jugó un papel crucial DVD, que se hizo cargo de la publicación del Andalucía Joven de Poesía, nacido en 2001, y del Premio de Poesía Joven de RNE, cuya primera edición tuvo lugar en 2002. Tras su desaparición, dichos concursos acabarían siendo publicados por Renacimiento y Pre-Textos, respectivamente. Este último sello también haría su apuesta con el Emilio Prados y el Arcipreste de Hita; mientras que Visor abriría el Loewe con una categoría joven. A los citados habría que sumar el Gloria Fuertes, editado por Torremozas; el Félix Grande, rebautizado este año como Grande Aguirre, publicado por La Universidad Popular José Hierro; el Ojo Crítico de RNE; y el Miguel Hernández, convocado por el Ministerio de Cultura desde 2011.
Asimismo, merece ser destacado el certamen UCOpoética, organizado desde 2013 por la Universidad de Córdoba, bajo la dirección de Javier Fernández, no tanto como semillero sino como catalizador de nuevas apuestas. Los ganadores y finalistas han ido apareciendo, edición tras edición, en diferentes antologías. Los nueve galardonados han sido María Sánchez, Laura Franco Carrión -nacida un año antes de la fecha linde-, Carlos Catena, Rosa Berbel, Jorge Villalobos Portalés, Abraham Guerrero Tenorio, Natalia Velasco, Enrique Fuenteblanca y Markel Hernández.
Respecto a la mayor sensibilización de las instituciones, cabe citar su presencia en los premios como colaborador o como convocante y su colaboración con múltiples editoriales a nivel de coedición o de patrocinio.
Entre las antologías, resulta crucial la aparición de Algo se ha movido. 25 jóvenes poetas andaluces (Esdrújula Ediciones, 2018), coordinada por Juan Domingo Aguilar y Jorge Villalobos, que hacen un exhaustivo y acertadísimo recorrido por la joven poesía andaluza. Tras el prólogo de Joaquín Pérez Azaústre se disponen, sin presentación previa, cinco textos de cada uno de los antologados. Se trata de un volumen que está llamado a ser la antología de referencia para acercarse al momento que nos ocupa. Sin embargo, antes de ella han visto la luz otras muchas, entre las que destacan Tenían 20 años y estaban locos (La bella Varsovia, 2011), Sais. Diecinueve poetas desde La bella Varsovia (La bella Varsovia, 2012) o La vida por delante: antología de jóvenes poetas andaluces (Ediciones en Huida, 2012). Mención aparte merece Verdes brotes, el ambicioso proyecto de Ediciones en Huida que, en 2015, recogió en ocho volúmenes los autores más destacados de cada provincia, y cito por orden alfabético: La luz más bella, Salitre 15, La punta del iceberg, Pero yo vuelo, Luz nueva del suroeste, Después de veintitantos casi treinta, Una nueva melancolía y La pirotecnia peligrosa.
A estas antologías habría que sumar los recuentos nacionales, en los que siempre son parte importante los autores andaluces. De ellos destaca Re-generación (Valparaíso, 2016), a cargo de José Luis Morante. Otras selecciones interesantes son Nacer en otro tiempo (Renacimiento, 2016), coordinada por Miguel Floriano y Antonio Rivero Machina, y Piel fina (Ediciones Maremagnum, 2019), cuyos responsables son Juan Domingo Aguilar, Rosa Berbel y Mario Vega.
Por su parte, el papel de las revistas literarias empezó a cambiar a finales del siglo XX, cuando muchas de ellas dejaron de ser concebidas como elemento aglutinador de propuestas estéticas y se convirtieron en espacios abiertos en los que se prestaba atención preferente a los poetas nuevos. En esta línea han seguido revistas tan activas e interesantes como Anáfora, Apostasía, La caja nocturna, Oculta Lit, Maremagum, Nayagua, Piedra del molino, Quimera o Zéjel. Un caso singular es Estación poesía, donde se aúnan voces consagradas junto con nuevos autores.
Todas estas revistas tienen, en mayor o menor grado, presencia en Internet, donde, además, existen otros espacios que difunden la poesía joven, como blogs o plataformas, entre las que destaca Poscultura. Igualmente, al amparo de las redes sociales, muchos autores se han unido en espacios como Facebook, Instagram o Tumblr, que han venido a sustituir a los bares y a los fanzines como lugares de encuentro de la poesía marginal -escrita en los márgenes-.
A esto se suman la presencia de festivales (Cosmopoética en Córdoba, el FIP de Granada o Irreconciliables en Málaga…), encuentros, seminarios e, incluso, becas (Fundación Antonio Gala), que están permitiendo que los jóvenes reciten sus versos públicamente, publiquen algunos poemas en diferentes revistas, den a la luz “plaquettes” o debuten en libros colectivos o antologías antes de entregar su primer libro. Obviamente, en este proceso de maduración y de publicación no hay nada nuevo.
Esta condición dinámica de la poesía joven hace imposible nombrar a todos los poetas jóvenes actuales. Sé que dejo fuera a algunos y que pronto aparecerán otros que no nombro. Por eso, debo confesar que el presente acercamiento no pretende establecer un canon, sino solo ofrecer algunos árboles significativos en su diversidad ética y estética dentro de un complejo bosque y, por tanto, debería estar en continua revisión y reescritura.
Las provincias más fértiles siguen siendo Córdoba, Granada -no tanto por el número de voces nacidas allí, sino por las que aglutina en torno a su universidad- y Málaga, a las que se suman Jaén y Sevilla.
En Almería destacan Sabina Bengoechea, que hace unos meses ganó el Premio Eduardo de Ory con Renunciaré a toda herencia; Julio Béjar, con Manual de uso para mudanzas (2013); y Enrique Morales Martínez, Interregno (2017; Premio Nacional de Poesía Joven Félix Grande).
De Cádiz llaman la atención Abraham Guerrero Tenorio, quien firma Los días perros (La isla de Siltolá, 2018) y Toda la violencia (Rialp, 2021; Premio Adonáis); Ana Rodríguez Callealta, autora de Vértigo (2010) y Ave, Eros (Isla de Siltolá, 2018); Marina Rosado, con Nadie sangra sin herida (2016), Las flores homicidas (Ediciones en Huida, 2016), Las bestias inocentes (2019) y La mujer de las mil ubres (Maclein y Parker, 2020); Álvaro Macías, autor de Los inocentes y las ruinas (Ediciones en Huida, 2016) y Como sobrevive lo débil (Ediciones en Huida, 2020); y Cristóbal Domínguez Durán, que ha debutado con Secuelas, (Pre-Textos, 2018; Premio de Poesía Arcipreste de Hita).
En Córdoba, además de María Sánchez con Cuaderno de campo (La bella Varsovia, 2017), donde la memoria, las raíces, lo telúrico y la reivindicación de lo femenino en el mundo rural se dan la mano, sobresalen María González, autora de El año en que murió Jean Genet (La bella Varsovia, 2010), El espejo (Ediciones en Huida, 2015) y El hambre (Maclein y Parker, 2020); Ana Castro, quien pretende visibilizar el dolor con El cuadro del dolor (Renacimiento, 2017; Premio de Poesía Juana Castro); Alba Moon, que está preparando su primer libro; Estefanía Cabello, con 13 segundos para escapar (Torremozas, 2017; Premio de Poesía Joven Gloria Fuertes) y La teoría de los autómatas (Hiperión, 2018; Premio València Nova); y Félix Moyano, quien firma Insostenible (Valparaíso Ediciones, 2017; Premio Valparaíso) y Los amores autómatas (Diputación de Granada, 2019; Premio Villa de Peligros).
En Granada, junto a Paula Bozalongo, ganadora del Hiperión en 2014 con su deslumbrante Diciembre, y nos besamos, sobresale Carlos Allende, autor de La raíz del grito (Esdrújula Ediciones, 2017), y el aún inédito Álvaro Cruzado.
Huelva deja autores como Rocío Bueno con Cracketeo (2014) y Alejandro Marín con Ocupando un espacio póstumo (2019), ambos aparecidos en Ediciones en Huida.
Jaén cuenta con tres voces tan potentes y bien definidas como las de la prolífica y premiada por doquier Begoña M. Rueda, entre cuyas múltiples publicaciones y reconocimientos destacan Princesa Leia (La Isla de Siltolá, 2016; Premio de Poesía Joven Antonio Colinas), Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa (2019; Premio Dionisia García); Error 404 (Visor, 2019; Premio Ciudad de Burgos) y el estremecedor y afilado Servicio de lavandería (Hiperión, 2021; Premio Hiperión); María Elena Higueruelo, con dos poemarios tan intensos y sugerentes como El agua y la sed (Hiperión, 2015; Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal) y Los días eternos (Rialp, 2021; Premio Adonáis y Premio de Poesía Miguel Hernández de Poesía Joven), donde el mito y el juego se unen a la memoria para abordar la identidad femenina; y Carlos Catena Cózar, quien ha deslumbrado con su comprometido y visceral Los días hábiles (Hiperión, 2019; Premio Hiperión). Junto a ellos, es justo nombrar a Juan Domingo Aguilar, La chica de amarillo (Esdrújula Ediciones, 2018) y Nosotros, tierra de nadie (Diputación de Granada, 2018; Premio Villa de Peligros).
Por la calidad y cantidad de nombres propios también sobresale Málaga, donde se concentran otras tres voces tan definidas como las de Ángelo Néstore, autor de Adán o nada (Bandaàparte, 2017), Actos impuros (Hiperión, 2017; Premio Hiperión) y Hágase mi voluntad (Valencia, Pre-Textos, 2020; Premio Emilio Prados); David Leo, quien lleva las palabras al límite en Urbi et Orbi (Hiperión, 2006; Premio Hiperión), Dime qué (2011, DVD; Premio Cáceres Patrimonio de la Humanidad) y Nueve meses sin lenguaje (Ultramarinos, 2019); y Jorge Villalobos, con su poliédrica y visceral aproximación al dolor en títulos como La ceniza de nombre (Valparaíso, 2017; Premio Andalucía de la Crítica a la Ópera Prima), El desgarro (Hiperión, 2018; Premio Hiperión); No es nada personal (Diputación de Málaga, 2020) y Para morir los dos basta con que uno muera (Valparaíso, 2020). Junto a ellos, demandan su espacio Christian Alcaraz, autor de Turismo de interior (La bella Varsovia, 2010; Premio Pablo García Baena), La orientación de las hormigas (Renacimiento, 2013; Premio Andalucía Joven Desencaja) e Individuo armado (Letraversal, 2021); Daniel Díaz Godoy, con Desnudo entre ortigas (Monosabio, 2017) y Perfil de sombra (2019); Sergio Navarro Ramírez, quien explora el asombro ante el mundo en que vivimos en Telarañas (2014), La lucha por el vuelo (Ediciones Rialp, 2017; Premio Adonáis) y La imagen imposible (Pre-Textos, 2018; Premio de Poesía Joven de RNE); Antonio Díaz Mola y su Apostasía (2020, Pre-Textos; Premio de Poesía Joven RNE); Ignacio Pérez Cerón, con Restos de sal (Monosabio, 2019) y Márgenes de error (Rialp, 2021; accésit del Premio Adonáis); y Natalia Velasco, que ha publicado El cielo de la boca (Letraversal, 2021).
En Sevilla, despuntan dos nombres propios: Rosa Berbel y su discurso sobrio y desnudo para explorar la propia identidad y, por consiguiente, la identidad femenina en su brillante Las niñas siempre dicen la verdad (Hiperión, 2018; Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal, Premio Andalucía de la Crítica a la Ópera Prima y Premio Ojo Crítico de Poesía de RNE); y el intimismo de Gonzalo Gragera, quien tantea, con una mirada apacible y con una palabra despojada, la compleja interioridad y la línea que separa la juventud de la madurez en Génesis (Jirones de Azul, 2011), en La vida y algo más (La Isla de Siltolá, 2015) y, sobre todo, en La suma que nos resta (Editorial Pre-Textos, 2017; Premio Poesía Joven RNE). También llaman la atención Juan F. Rivero, con Canícula (2019) y Las hogueras azules (Candaya, 2020); Narciso Raffo y su Implosión de la memoria (Ediciones en Huida 2015); Juan José Ruiz Bellido y Seno (Cántico, 2020); Enrique Fuenteblanca con Des-naturalicaciones (Liberoamérica, 2020); María Domínguez del Castillo, autora de El presente y el mar (Esdrújula Ediciones, 2017) y El regreso de la lluvia (Esdrújula Ediciones, 2019); Juan Gallego Benot y su Oración en el huerto (Hiperión, 2020; Premio de Poesía Joven Tino Barriuso); y la aún inédita Dafne Benjumea.
Aunque estén unidos en su diversidad por un arco temporal de apenas quince años, mantengan unas relaciones que, más allá de las tradicionales, se sustentan en gran parte en las nuevas tecnologías e Internet y compartan inquietudes y circunstancias vitales -temas como la insatisfacción, el amor, el deseo, la sexualidad, el dolor, la identidad, la propia escritura o el compromiso social-, los poetas citados plantean una tremenda variedad de apuestas estéticas que confirman el gran momento de la poesía escrita en Andalucía.
(Publicado en Cuadernos del Sur, en Diario Córdoba, 18 de diciembre de 2021, pp. 30-31)