Empaparse del afuera; construir un horizonte interior más allá de la propia piel, de manera que esta sea permeable y absorba la esencia de lo que la rodea a la par que tienda a diluirse en el exterior a través del lenguaje; ser consciente de que la persona que habla se desdobla y su voz es el eco de otro ser, con lo que el territorio en que queda incardinado el sujeto y sus límites ya no es el espacio clásico y cerrado de la representación sino el ámbito múltiple y diverso de la creación, donde tiene lugar el conocimiento y donde la palabra literaria se desarrolla a sí misma, sin límites y sin tiempo. Estos son los puntos de fuga sobre los que Arturo Tendero (Albacete, 1961) construye su séptimo poemario, El otro ser, editado por La isla de Siltolá. El conjunto, de juanramoniano título, está compuesto por treinta y ocho poemas concebidos como un todo plural, compacto y bien trabado, que gira en torno al paso del tiempo, a la memoria y a la identidad. Y, para conseguirlo con la soltura a la que nos tiene acostumbrados, el poeta centra su atención en los pequeños detalles que conforman la existencia: la espera de una grúa “en la cuneta/de lo que fue un polígono industrial”, la primera relación sexual, la fértil desidia de una mañana de fin de semana “tirado en el sofá”, la búsqueda de las perseidas, la triste función de unos tertulianos televisivos que hablan a gritos y mendigan “el aplauso/de un público que vibra en el combate”, el exterminio de unas cucarachas que aparecen en la cochera, la sensación provocada al escuchar unas grabaciones con las voces infantiles de sus hijos, la ascensión de “Mi primer tresmil”, el adentramiento en un “castillo vacío”, el regreso a casa tras un largo viaje, el calambrazo que provoca la contemplación de un atardecer desde la azotea, los cafés literarios, el oficio de profesor y el encuentro con un antiguo alumno, el descubrimiento de los tesoros mínimos que encierra la naturaleza, cuyos secretos mantienen “vivo el mundo al que regreso”… Estos instantes deben guardar la fragilidad necesaria para que se produzca el prodigio de que una mirada reflexiva e inquieta se asombre ante ellos -fertilizando así la palabra- y se detenga, por un instante, el tiempo, consiguiendo una eternidad momentánea, que radica en lo cotidiano. Ante el espectáculo del mundo, que no puede ni debe ser pensado, solo cabe una actitud: aceptarlo sin más, contemplarlo y asombrarse ante lo inédito diario, como Tendero deja patente desde el programático y rotundo poema inicial “Selfie”. De esta manera, el ser humano consigue una suerte de reconciliación con la vida.
(Publicado en Cuadernos del Sur, 30 de marzo de 2019, p. 6)
Título: El otro ser
Editorial: La isla de Siltolá
Año: 2018