Apenas dos meses después de la
muerte de Leopoldo María Panero, la editorial Huerga y Fierro publica
Rosa enferma, título que remite al poeta
romántico inglés William Blake y que sitúa al lector en el plano de la
confesión, de la confidencia, por parte del hombre que sabe que la vida se le
va escapando irremediablemente, como se aprecia en los descarnados versos que
cierran el poemario: “Ya los pájaros comen de mi boca / Como si estuviera por
fin solo / Colgando del último verso”. Pese a este aparente carácter
testamentario, los dieciocho poemas que componen el libro póstumo del poeta
madrileño evitan lo melodramático (“Lo mejor de mi vida es que nunca he
existido”)
y ahondan en los temas y en la voz
que han hecho de él uno de los poetas más significativos de la segunda mitad de
siglo. El resultado es un conjunto que estremece por la extrema desnudez y por
la crudeza al abordar la soledad (“Nunca lloverá sobre mi tumba / Y nadie
vendrá a llorar sobre mi tumba”), el afán de trasgresión, la autodestrucción,
la extraterritorialidad del loco –y, por ello mismo, del poeta-, la inutilidad
de la acción humana o la muerte presente en la propia vida (“Contra el pez que
nada sobre la ruina / Y que solo rima con la muerte, mi única amada, / Mi
esposa única”).
Pero este tal vez no sea su último
poemario, pues el propio Antonio Huerga ha confirmado que Evelyn, la amiga que
acompañaba al poeta en los últimos años y que, incluso, le pasaba a ordenador los
poemas, les entregó tanto a él como a Charo Fierro un conjunto de composiciones
escritas por Panero, de aliento cercano a Rosa
enferma, y que estos materiales están siendo revisados con la intención de
completar su obra poética; de publicarse, el editor adelanta que llevarán el
título de La flor es una mentira.
Entre tanto, Huerga y Fierro ha
comenzado la reedición de algunos de los volúmenes más significativos del
recientemente finado poeta: Así se fundó
Carnaby Street, Teoría, Narciso en el acorde último de las flautas
y Last River Together; al tiempo que
está preparando la de Dióscuros, El último hombre y Orfebre, de momento.
Nacido en Madrid, el 16 de junio de 1948, hijo del poeta
Leopoldo Panero, uno de los poetas oficiales del régimen franquista pese a
haber sido de ideas afines a la república, y de Felicidad Blanc, y hermano del
también poeta Juan Luis –desaparecido seis meses antes- y de José Moisés,
“Michi”, tuvo una infancia y adolescencia marcada por la relación amor-odio con
respecto a su progenitor, que falleció en la finca familiar de Astorga en el
verano de 1962, cuando Leopoldo María contaba con catorce años.
Esta familia, acomodada, culta y desestructurada, fue
retratada magistralmente por Jaime Chávarri en el documental El desencanto (1976), donde se plantea
el ocaso del franquismo a través de los recelos, la infelicidad y el rencor
entre los diferentes miembros, oprimidos aún, a pesar de su ausencia, por la
figura paterna. Casi dos décadas después de esta disección insólita y cruel,
convertida en objeto de culto, Ricardo Franco se acercaría también a los Panero
en Después de tantos años (1994), documental
que refleja el olvido, la ruina y la desesperanza que el paso del tiempo ha
provocado en los tres hermanos, muerta ya la madre.
Desde muy pequeño, Leopoldo, que aún no había unido María a
su nombre, se sintió atraído por la poesía, como no podía ser de otra manera en
una casa que, pese a las grietas y fallas afectivas, transpiraba literatura no
solo por las aficiones del padre y de la madre, sino también por los amigos de
ambos que allí se reunían. Según Felicidad, con cinco años era capaz de
sorprender a Dámaso Alonso recitando sus propios poemas. Estudió bachillerato
en el Liceo Italiano de Ríos Rosas y en verano de 1966, tras recibir el título
de bachiller expedido por el Instituto Ramiro de Maeztu, estuvo en París. Ese
mismo año ingresó en la Universidad
Complutense para cursar estudios de Filosofía y Letras
–siendo compañero de clase de Vicente Molina Foix, con quien entabló amistad- y
se afilió al prohibido Partido Comunista, donde conoció a su primera novia,
Elena Llácer. Por su participación en sendas manifestaciones de protesta contra
el gobierno franquista, fue detenido en tres ocasiones entre diciembre de 1966
y el mismo mes de 1967, y pasó varios días en la cárcel. En 1967, Molina Foix
le presentó a Pere Gimferrer y también tuvo contacto con Félix de Azúa. Poco
después decidió abandonar la militancia política y se marchó a Barcelona, donde
se enamoró de Ana María Moix, el amor imposible que durante años se mostró
reincidente y obsesivo –y que curiosamente falleció apenas una semana antes, el
pasado 28 de febrero- y conoció a Guillermo Carnero. En estos meses empezó a
tomarse en serio la escritura.
En enero del 68 regresó a Madrid e intentó suicidarse, lo
que supuso su primer internamiento psiquiátrico. Después volvió a Barcelona,
donde trabó amistad con Eduardo Haro Ibars, intentó suicidarse otra vez y
comenzó su adicción a la marihuana. Tanto el nuevo intento de acabar con su
vida como el consumo de drogas lo llevaron a ser internado en diversos centros
psiquiátricos de Barcelona y Tarragona. En diciembre fue detenido con Eduardo
Haro por posesión de marihuana e ingresó, en aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes, en
una cárcel de Zamora, donde comenzaron, según él mismo, sus experiencias
homosexuales.
Al salir de la cárcel, su adicción a las drogas llevó a su
madre a ingresarlo en varios centros de Madrid, Reus o Barcelona, Leganés,
Ciempozuelos, Guipúzcoa, Elizondo y Basurto, de algunos de los cuales intentó
fugarse, continuando así con el trágico, inhumano y descorazonador periplo que
sería toda su vida y que tendría como breves paréntesis un viaje en 1970 a Cambridge, donde
durante medio año profundizó en la lengua y tradición literaria anglosajonas;
su matriculación en la
Universidad Central de Barcelona, en Filología Francesa
-estudios que abandonó en 1972-, y su relación con Mercedes Blanco, con la que
vivió en París durante un año. El 25 de noviembre de 1986 fue ingresado por su
madre en el Sanatorio Psiquiátrico de San Juan de Dios, de Mondragón, donde permanecería
diez años, pese a algún estéril y accidentado intento de fuga. En esta década
fue contertulio, junto con otros cuatro enfermos mentales, del programa de
radio La ventana, conducido por
Javier Sardà y el señor Casamajor, en la cadena SER, y columnista de dos
periódicos tan dispares como ABC o Egin.
En 1990 fallece su madre. Su muerte, pese a las diferencias abismales que los
separaban, y al olvido y burocratización del sentimiento materno, supuso un
golpe anímico para nuestro poeta, quien el 21 de julio de 1997 decidió abandonar
el “manicomio de Mondragón”. El 23 de octubre del mismo año, y tras pasar tres
meses en casa de un amigo, el poeta italiano Claudio Rizzo, ingresa por propia
voluntad en el Hospital Psiquiátrico Insular de Las Palmas, hoy Hospital Juan
Carlos I, donde permaneció en régimen abierto hasta su fallecimiento el pasado
5 de marzo. En estos diecisiete años solo ha salido de manera ocasional del
“manicomio del Dr. Rafael Inglot” para participar en recitales, conferencias,
congresos, la feria del libro de Madrid o en el programa Crónicas marcianas, dirigido por Javier Sardà, donde apareció en
2001.
Por mucho que a él le
incomodase la etiqueta, lo cierto es que el autor de Así se fundó Carnaby Street o Narciso
en el acorde último de las flautas encarna como nadie la imagen del poeta
maldito en España. El malditismo de Panero, más que un marbete utilizado por
los editores con fines comerciales –como él mismo denuncia-, arranca de una
existencia trágica que busca la transgresión y la rebeldía ante una sociedad
vana y caduca –bisexualidad, alcoholismo, politoxicomanía-; de una idea
persistente de autodestrucción, concretada tanto en la adicción a diversas
drogas como en los distintos intentos de suicidio; y de la continua y explícita
negación de la vida en unos poemas que transpiran dolor, angustia y
desesperación ante una realidad incomprensible, en la que el yo poético se
encuentra desubicado y sometido a una serie de fuerzas superiores que escapan
de la razón. La inadaptación al entorno social, político y moral lo lleva a
luchar contra el sistema de valores establecido y contra quienes ostentan el
poder a través de un discurso que se opone de modo radical al mundo y a
cualquier intento de transformación por parte del ser humano.
La intención del poeta es subvertir los valores de una
sociedad que se ahoga en unos principios obsoletos –familia, religión, patria,
nacionalismo, moral-; para ello se propone escandalizar al lector, golpearlo a
través del horror, de la repugnancia, de la obscenidad y de lo prohibido, que
atrae y repele a partes iguales. Así, son continuas las alusiones a los
desechos, a las heces, a la vejez sórdida, a la sexualidad salvaje y
sadomasoquista, al incesto, a la violación, a la enajenación, al anhelo de
autodestrucción, a la herejía, a la coprofagia y a la coprofilia, a la magia
negra, a la homosexualidad, al alcoholismo, a la drogadicción…, motivos
temáticos a partir de los cuales el poeta pretende crear, como ya hizo
Baudelaire, belleza. Para alcanzar este objetivo, utiliza una palabra cercana
al delirio, inconformista y rebelde, terrible y demoledora, que ahonda en el
sentimiento de desamparo y que, por ello mismo, es reflejo de la fragilidad del
ser humano, de su vulnerabilidad, del dolor y de la soledad. De este modo, esta
poesía rebelde e incómoda para el sistema despliega una profunda humanidad.
Se trata, pues, de una propuesta singular y radical que
desprecia cualquier etiqueta que la crítica, en su necesario pero insuficiente y
reduccionista afán categorizador, ha intentado aplicarle. Así, en palabras de
Túa Blesa, estamos ante “el poeta más radical e inclasificable de la literatura
española de los últimos años”, al que algunos han intentado definir como el más
transgresor de los novísimos, como irracionalista, como posmoderno, como poeta
de la experiencia, como culturalista, como hermético…
Cuando fue incluido por José María Castellet en la
imprescindible, aunque controvertida, antología Nueve novísimos poetas españoles (1970), tenía publicado tan solo
un cuaderno, Por el camino de Swann
(1968). El mismo año fundacional del grupo, del que el poeta siempre se sintió
al margen, publica Así se fundó Carnaby
Street (Ocnos, 1970). Le siguieron Teoría
(Lumen, 1973), Narciso en el acorde
último de las flautas (Visor, 1979), Last
River Together (Ayuso, 1980), El que
no ve (La banda de Moebius, 1980), Dióscuros
(Ayuso, 1982) y El último hombre
(Ediciones Libertarias, 1984), todos recopilados en 1986 por Visor bajo el
título Poesía. 1970-1985, con prólogo
de Eugenio García Fernández y con una sección final titulada “Últimos poemas”,
en la cual se incluyen dieciocho poemas inéditos. Estos poemarios están
marcados por cierto culturalismo y, paradójicamente, por la ruptura de
cualquier convencionalismo estético e ideológico. Dicha voluntad rupturista así
como el afán de provocación se acentúan en poemarios como Poemas del manicomio de Mondragón (Hiperión, 1987), Contra España y otros poemas de no amor (Ediciones
Libertarias, 1990), Heroína y otros
poemas (Ediciones Libertarias, 1992), Locos
(Gasset, 1992), Piedra negra o del temblar
(Ediciones Libertarias, 1992) y Orfebre (Visor,
1994).
Entre tanto, aparecen las primeras antologías de su obra: Antología (Ediciones Libertarias, 1985)
y Globo rojo. Antología de la locura
(Hiperión, 1989). A ellas habrá que sumar la publicación en 1992 de Agujero llamado Nevermore (Selección poética
1968-1992), en edición de Jenaro Talens. Este libro supone todo un hito
pues es el primero de sus compañeros de generación en editar, con apenas 44
años, en Cátedra Letras Hispánicas, con lo que queda consagrado como un clásico
de nuestra poesía. Tres años después, Túa Blesa publica Leopoldo María Panero, el último poeta (Valdemar, 1995), donde,
además de recogerse la obra escrita por el poeta hasta el momento, se realiza
un sugerente análisis literario. En el año 2000 Agujero llamado Nevermore se reedita con el subtítulo de Selección poética 1968-1999. Un año
antes aparece publicada la biografía El
contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero (Tusquets, 1999), escrita por J. Benito
Fernández.
Desde este instante, Panero cuenta con el aplauso de la
crítica, aunque no sea de manera unánime, y de una parte importante del público
lector, que descubre fascinado la fuerza de una poética que busca la
transgresión como forma de existencia y que parece, de antemano, condenada a
vagar por las afueras de la literatura. De este modo se da en él la extraña
confluencia del favor de los lectores –la reedición de muchas de sus obras y la presencia del autor en Internet son un
claro indicio de ello- y del respeto de una parte de la crítica; sin embargo, esta
valoración contrasta profundamente con el olvido y con la indiferencia de la
crítica y los sectores más institucionalizados, con lo que su obra ha quedado
relegada a lo marginal –pese a estar presente en antologías, programas
académicos, congresos…- mientras que el resto de sus compañeros de generación
ha ido acumulando premios y reconocimientos.
A partir de los brotes esquizofrénicos, de los
internamientos y de los inhumanos tratamientos, la obra de Panero se vuelve más
difícil de desentrañar, el poema deviene más breve y calla más de lo que dice,
al tiempo que se multiplican los libros y se hace más complejo seguirle la
pista con criterio, debido no solo a sus casi compulsivas publicaciones, sino
también a la aparición de una docena de libros escritos en colaboración con
escritores menores, encargados de dar forma y continuidad a los destellos panerescos,
incapaz el autor de articular un texto completo. Con José Luis Pasarín Aristi
publica un libro; con Claudio Rizzo, otro; con José Águedo Olivares, dos; y con
Félix J. Caballero, ocho.
Así pues, en catorce años aparecen 25 poemarios exentos
firmados por él, más dos incluidos en libros colectivos: El tarot del inconsciente anónimo (Valdemar, 1997), Guarida de un animal que no existe
(Visor, 1998), Teoría lautreamontiana del
plagio (Límite, 1999), Abismo
(Endimión, 1999), Teoría del miedo
(Igitur, 2001), Suplicio en la cruz de la
boca (El gato gris, 2001), Águila
contra el hombre / Poemas para un suicidamiento (Valdemar, 2001), Buena nueva del desastre (Scio, 2002), Los señores del alma (Poemas del manicomio
del Dr. Rafael Inglot) (Valdemar, 2002), Conversación (Nivola, 2003), Erección
del labio sobre la página (Valdemar, 2004), Danza de la muerte (Igitur, 2004), Esquizofrénicas o La balada de la lámpara azul (Hiperión, 2004), Poemas de la locura seguido de El hombre
elefante (Huerga y Fierro, 2005), La
esquicia, y no el significante (en VVAA, Nuevos horizontes en el arte outsider hispano, Valdemar, 2005), Sombra (Huerga y Fierro, 2008), Gólem (Igitur, 2008), Mi lengua mata (Arena Libros, 2008), Escribir como escupir (Calambur, 2008), Páginas de excremento o dolor sin dolor
(Ed. Azotes Caligráficos, 2008), Conjuros
contra la vida (en Federico Utrera, Después
de tantos desencantos. Vida y obra poéticas de los Panero, 2008), Esphera (El ángel caído, 2009), Tragos
( El ángel caído, 2009), Reflexión
(Casus-Belli, 2010) Locos de altar
(Alea blanca, 2010) y Cantos del frío
(Casus-Belli, 2011). A ellos debemos sumar la última antología aparecida en
vida, Sobre la tumba del poema. Antología
esencial (Huerga y Fierro, 2011), en cuyo título se aprecia con claridad la
idea procedente de Arthur Rimbaud –y sus dos grandes libros: Une saison en enfer e Illuminations- de la escritura posterior
al desastre.
Como vemos, el ritmo de escritura, sobre todo en los últimos
veinte años de vida, es compulsivo. Ante este maremágnum se hacía necesaria una
edición rigurosa de su obra poética. Así, Túa Blesa, profesor de Teoría de la Literatura en la Universidad de
Zaragoza y el mayor especialista en la obra paneresca, publica en la editorial
Visor Poesía completa (1970-2000) y Poesía completa (2000-2010), donde tan
solo se recogen los poemarios escritos de modo individual. Ambos volúmenes
pueden considerarse como la edición definitiva de su producción hasta el año
2010 y se han convertido en obras de referencia inevitables tanto para la
crítica como para el lector, como se aprecia en la concesión del Premio Estaño
de Literatura en 2003 al primer volumen y en la aceptación del público -el
primer tomo ha alcanzado la quinta edición en octubre de 2013; del segundo
acaba de aparecer la segunda-.
Además de fijar el corpus paneresco con rigor y de depurar
los poemas tanto de erratas como de errores –que en algunas ediciones eran
numerosísimos-, siempre de acuerdo con el autor –con quien también se ha
consensuado cambiar un título fallido como Locos
de altar por Poesía-, el gran
mérito de esta magna edición es el hecho de hacer accesibles al lector todos
los poemarios del poeta madrileño, que se disponen con un criterio cronológico
y a los que se añaden algunos poemas aparecidos en revistas y en otros medios. De
este modo, Poesía completa permite al
lector tomar clara conciencia de que la obra está dotada de una profunda
unidad, en tanto y en cuanto supone un canto de denuncia de la soledad del
poeta, que intenta buscarse en los versos y tan solo halla un yo destruido; del
sufrimiento; del dolor provocado por la falta de sentido de la existencia, y
del horror ante el vacío. Pero, además, el hecho de tener al alcance de la mano
todos los poemarios le permite comprobar que, dentro de esa unidad, el autor
transita cuatro tendencias estilísticas que no se suceden en el tiempo: el
poema en prosa; el poema extenso, articulado en largas tiradas de versículos, a
través de una serie de imágenes inconexas que se suceden en un largo fluir; el
poema que deviene reflexivo y busca el camino de la depuración léxica y
semántica, y el poema breve y conceptual.
Leopoldo María Panero es, como vemos, un escritor
fecundísimo, que ha cultivado, sobre todo, la poesía, con más de cuarenta
libros propios – a los que podría sumarse la docena escritos en colaboración-. Además
de esta ingente obra poética, ha publicado cinco libros de relatos, tres
ensayos, diversas traducciones y un singular libro de memorias.
Todas sus controvertidas traducciones de Catulo, Guilhem
Peitieu, John Clare, Robert Browning o Edward Lear, entre otros, han sido
recogidas en un volumen titulado Traducciones
/ Perversiones por Túa Blesa (Visor, 2011). Como traductor, el poeta antepone
la lectura personal a la literal y no duda en intervenir en los vacíos que
encuentra en el texto, dando lugar a lo que él mismo califica como
“antitraducción”; así, añade versos que no aparecen en los originales o deja
sin traducir estrofas enteras, al tiempo que acude a palabras que, en ocasiones,
se contraponen al sentido de las originales.
Como narrador ha publicado: El lugar del hijo (Tusquets, 1976), Dos relatos y una pervesión (Ediciones Libertarias, 1984), Y la luz no es nuestra (Los infolios,
1991), Palabras de un asesino
(Ediciones liberarias, 1992) y Papá, dame
la mano que tengo miedo (Cahoba Ediciones, 2007), todos recopilados por Túa
Blesa en Cuentos completos (Editorial
Páginas de Espuma, 2007). Igualmente ha dado a la luz tres ensayos: Aviso a los civilizados (Ediciones
Libertarias, 1990), Mi cerebro es una
rosa (Roger, 1998) y Prueba de vida.
Autobiografía de la muerte (Huerga y Fierro, 2002). A ellos habría que
sumar el epistolario entre el poeta y el escritor Diego Medrano, publicado bajo
el título de Los héroes inútiles (Ellago
Ediciones, 2005).
Este es, en suma, el legado que nos deja el autor de la
obra, sin duda, más provocadora del siglo XX, una apuesta que rompe con todos
los límites establecidos y en la que se plasma la soledad, la complejidad de la
mente humana, el dolor, la honda desesperación y la angustia de vivir en un
mundo que es considerado como un auténtico infierno en el que el poeta está
atrapado y del que no puede escapar.
(Publicado en Cuadernos del Sur, 14 de junio de 2014, pp. 5-6)