lunes, 29 de noviembre de 2021
Juego de abalorios
jueves, 25 de noviembre de 2021
Budismo zen y confinamiento
En menos de dos años, Álvaro Galán Castro (Málaga, 1979) ha conseguido publicar en tres de las editoriales más prestigiosas de España, a través de sendos premios. A finales de 2018 logró el Premio de Poesía Ciudad de Córdoba Ricardo Molina con Ficciones familiares (Hiperión, 2019); meses después, el Certamen Rafael de Cózar con El pájaro que canta en los días aciagos (Renacimiento, 2019); y en noviembre de 2020, el Premio de Poesía Generación del 27 con Plenitud y vacío (Visor, 2021), título de clara raigambre oriental, que recuerda al ensayo Vacío y plenitud, de François Cheng, quien explora el sistema pictórico chino a partir de la noción de “vacío”, eje vertebrador de la concepción taoísta del universo.
El libro, que, como el círculo del “enso”, tiene una estructura circular y cerrada, se articula en tres secciones aritméticas que atienden a una marcada cronología cuyo epicentro es el confinamiento vivido entre los meses de marzo y abril de 2020 a raíz de la crisis sanitaria provocada por el coronavirus: “Precuelas”, formada por cuatro poemas en los que aborda el enigma de la existencia y la necesidad de vivir el aquí y el ahora; “Vacío y plenitud”, la médula del conjunto, ocho composiciones de tono más intimista, en las cuales se impone lo cotidiano y lo confesional junto al concepto de “vacío” que, según el budismo, es un elemento dinámico, sin el cual no podría entenderse la “plenitud”, que no es una idea abstracta sino el lugar (o no-lugar) donde suceden las transformaciones que construyen la identidad, para lo que son esenciales el silencio y la meditación frente al ruido y al exceso de estímulos sensoriales; y “Secuelas”, cuatro textos en los que la mirada del poeta va hacia afuera, en busca de la transparencia de las cosas pequeñas, al tiempo que se intensifica la conciencia de hacerse legado a la hija, consciente del “raquítico consejo” de quien no es “un padre muy sensato”.
Esta es la urdimbre con la que Galán Castro teje los dieciséis poemas extensos que componen el libro, escritos en verso blanco, en los que el tono coloquial se mezcla con un eficaz lirismo y con una samaritana ironía, dotando de autenticidad a un discurso que se asienta sobre las dudas que conforman la existencia de un yo que mira con asombro la realidad cotidiana y que halla, por momentos, en el vacío el instante de plenitud necesario para diluirse en el todo.
martes, 23 de noviembre de 2021
Desde la periferia
Antología de la poesía viejoven, aunque lleve como subtítulo “casting de poetas sin foto”, se ofrece como una fotografía de una parte del panorama poético actual en la que se recogen, según Marisol Sánchez Gómez, una serie de voces que plantean “una mirada intensa de exploración desde los márgenes del discurso poético establecido que constituye una nueva realidad”.
La coordinación del volumen y la selección de los antologados ha corrido a cargo de los escritores cordobeses Ana Patricia Moya y Manuel Guerrero Cabrera, quienes relanzaron la sección “No es país para viejóvenes”, de la revista digital Odisea cultural, de donde han escogido con un criterio paritario aquellos veinte que, en su opinión, presentaban más calidad. El resultado es una heteróclita nómina de autores nacidos entre 1956 y 1985, que aparecen ordenados alfabéticamente, entre los que hay algunos prácticamente inéditos (María Beleña, Lydia Ceña, Esther García, Mercedes Márquez o Jackie Rivero), junto a otros con una reconocida y reconocible trayectoria, como Ramón Bascuñana o Elena Román. Entre medias, se encuentran poetas tan interesantes como Txema Anguera, Pilar Cámara, Javier Castro, Óscar Navarro o Julia Navas.
Estamos, pues, ante “otra instantánea del panorama actual” presentada sin dogmatismos, lo cual es de agradecer en los tiempos que corren, en los que los libros colectivos se disfrazan bajo el nombre de antologías con la intención de salir en una fotografía que, en la mayoría de los casos, es efímera. Es la triste paradoja de la imagen digital.
lunes, 15 de noviembre de 2021
El instante y el temblor. Sobre 'Antonov', de Antonio Luis Ginés
Un hombre lee, relee, tantea versos, desecha palabras, aquilata instantes o intenta conciliar el sueño cuando “un sonido bronco, profundo, áspero / venido de tierras eslavas” cruza el cielo de una ciudad de provincias con enigmática puntualidad y rompe el silencio de medianoche. Son apenas unos segundos, hasta que “el ruido del motor se pierde / de forma gradual, hacia el sur”. Quizás la primera vez, el hombre dejase la lectura o la escritura y se acercase a la ventana; o tal vez se quedase en la cama sobrepasado y en vela, buscando refugio en el cuerpo amado (“mientras pongo mis labios a salvo en los tuyos”). En ningún caso encontraría respuesta alguna. No comprendería nada, pero el sonido lo estremecería. Noche a noche el estruendo se volvería rutinario y pasaría a ser un signo más de septiembre, ese momento del año en el cual regresamos a los hábitos y costumbres, fingiendo una concepción cíclica del tiempo que nos permita hacer más habitable nuestro fragmento de mundo (“Septiembre. Vuelta al comienzo, / a insistir sobre las pisadas, / sobre las costumbres / como si no supiésemos hacer otra cosa”).
El enigma se repitió durante dos meses, hasta que la Subdelegación del Gobierno de dicha capital desveló el misterio: el responsable era un viejo avión ucraniano de carga, un Antonov AN-12 de 51 años que, con sus cuatro motores de hélice, hacía la ruta desde Derby (Reino Unido) a Tetúan (Marruecos) a una velocidad de 450 km/h, sin sobrepasar los 7000 metros de altura; sin embargo, el asombro provocado por el sonido quedó en la cabeza del hombre.
Esta posmoderna redefinición del mito de Sísifo, que marcó el tránsito del verano al otoño de 2014, sirvió de cauce a los nuevos poemas de Antonio Luis Ginés, quien, con Antonov, editado por Bartleby Editores, ha roto un silencio poético de más de siete años. Tras Aprendiz (La Isla de Siltolá, 2013), el autor cordobés regresa a Bartleby, donde publicó Picados suaves sobre el agua en el año 2008. Estos tres libros forman una trilogía de madurez y ponen bocarriba las cartas de una apuesta estética al margen de los círculos mediáticos y de poder, caracterizada por la honestidad y sencillez de un discurso que ahonda en la propia interioridad con un lenguaje cuidado y parco, con la intención de mover al lector a la reflexión a partir de la emoción y de la sugerencia.
En ese instante en el que la quietud exterior se rompe y el interior tiembla, resuenan versos, emociones, sensaciones, recuerdos que se funden con el sonido áspero de los cuatro motores turbohélice, estableciendo una líquida frontera entre el interior y el exterior, entre el yo y el alrededor, en un fértil redeficinión de fronteras. La escueta sonoridad del nombre del avión que da título al libro, su fuselaje y su misteriosa carga se convierten en una imagen de la creación, pero también de la propia interioridad del poeta. Así, en “Deja”, uno de los mejores poemas del conjunto, afirma: “Deja de escribir de tu hijo, de tu madre, de tu pareja […] Y avanza, desnúdate, saca a bailar los miedos / los delitos, que se cubra tu nombre / de preguntas. Tú eres el punto / donde se tensan los hilos / de tu hija, tu padre, tu pareja”. La magnífica portada de Rafael Jiménez Reyes hecha con plastilina sobre una fotografía del autor apoya semejante afirmación.
A partir de las sensaciones y del recuerdo de la misteriosa nave que atravesaba el cielo de medianoche (“Pienso entonces en todos los años / que puedo salvar de la quema. / Y este frío, por fin, pegado a la piel, / evaporando todo el calor / que aún nos queda dentro”), el poeta escribe sobre lo que le preocupa y conforma el núcleo de su poética: el paso del tiempo, la naturaleza, la memoria, el amor,… la vida, en fin, destilada en los mínimos instantes que le confieren sentido a nuestras existencias (“Tan solo nos pertenece este segundo”).
Y aquí juega un papel crucial la mirada escrutadora de quien confía en el lenguaje no solo como instrumento de comunicación sino también como medio de autoconocimiento y de reconstrucción de la subjetividad. El poeta, que intuye una realidad superior con la que intenta conectar a través de la palabra y de un replanteamiento de la imagen, contempla lo que lo rodea y aguarda para capturar distintos instantes a partir de los cuales aprehender la sintaxis del mundo y, al mismo tiempo, las raíces del propio yo, produciéndose el salto de lo cotidiano a lo universal en tanto y en cuanto se logra escribir “de lo sencillo como si fuera un acontecimiento”.
Con estos mimbres Ginés consigue un libro honesto en su desnudez, de una profunda solidez, que nos confirma la altura de un poeta que descree de los juegos pirotécnicos y que apuesta por la precisión, la contención, la sencillez y la sugerencia, dando poemas memorables como “Petición”, “Hipótesis del eje”, “Conocerse”, “Medidas”, “Reunión”, “Tubos de colores”, “La luz de la vela”, “Elevación”, “Puntos en la pizarra”, “Rotar”, “Cielo único”, “Deja” o “Bosques de Polonia”, además de algún olvido.
sábado, 6 de noviembre de 2021
Cuatro décadas de cuentos. Francisco Morales Lomas
Francisco Morales Lomas recopila cuarenta y dos años de narrativa breve bajo el título de El ojo del huracán. En todo este tiempo, el escritor jiennense de nacimiento y malagueño de adopción ha publicado cuatro libros: El sudario de las estrellas (Málaga, 1999), Juegos de goma (Málaga, 2002), Tesis de mi abuela (Málaga, 2009) y El viento entre los lirios (Sevilla, 2019). En el presente volumen, que lleva como subtítulo Relatos completos (1979-2020), se incluyen, además, dos secciones de inéditos: El hombre sin sonrisa y Narraciones 1979-1981, siete composiciones primerizas en las que se observan algunos de los planteamientos narrativos y de los motivos temáticos propios del autor. El explícito título que enmarca estas noventa y nueve historias alude al carácter diverso y plural de unos cuentos heterodoxos, que descreen de los axiomas y que aspiran a presentar la estructura poliédrica del ser humano, para lo que sondean lo cotidiano y la fractura de la que nace el misterio.
Aunque sus primeros escarceos con el género se remonten a 1979, no será hasta 1999 cuando aparezca su ópera prima, El sudario de las estrellas, en cuyas once teselas se aprecia un autor que controla tanto el lenguaje como los resortes narrativos. Los textos son variados en su estructura, intensidad y tono, para lo que acude a lo irracional, al absurdo, al humor o a la sugerencia. Merecen destacarse “El cielo de Godzia Nebraska”, la triste peripecia de un trabajador polaco que roba dinero a su jefe para que su mujer haga realidad el sueño de vivir en París; “Julius Thonsems, el conserje”, donde se conectan el misterioso cambio de identidad de un hombre y la muerte de una joven adinerada; “El infierno son los otros”, la pesadilla de una joven marroquí que llega a España en busca de un vida mejor y sufre palizas y humillaciones hasta que mutila a su agresor; “Las calles de Alfama”, la inquietante y sensual vida de una mujer sofisticada que mata por placer; “El ictonopus”, la anodina existencia de una pareja que es puesta del revés por una extraña planta; “El vendedor de pizza”, sobre la enigmática desaparición de una bella joven y un repartidor de pizzas; o “Voy a apagar la luz”, acerca de la controvertida y obsesiva tesis de un joven sobre un novelista de éxito.
Juegos de goma, por su parte, está compuesto por una docena de piezas en las que el autor camina en equilibrio sobre el fino alambre que une realidad y fantasía y ahonda en la soledad del ser humano, en la insatisfacción y en los miedos que conforman la identidad, intensificando el humor, los matices negros, la provocación y el lenguaje descarnado, especialmente en las escenas de sexo, que rozan lo delirante en ocasiones. Junto a la creación de caracteres, especialmente los femeninos (la obsesiva mujer que se enamora del autorretrato de Velázquez en “El lienzo”, la ardiente protagonista de “Diccionario caníbal” o la rotunda Ivanova Botera, “La búlgara”, que, en su búsqueda de una vida mejor, vive una aventura de insatisfacción y humillación que la llevará a cometer un asesinato), es destacable la variedad de registros, de enfoques y de construcciones narrativas: desde el empleo del monólogo dramático (el inquietante “Ocaso en el Genil”, el sugerente “El regreso de la bruma” o el enardecido “A.S.A”), hasta la tensión borgiana (“Las estrellas del Rex”, “El telescolpio Bedford”, “El lienzo” o “La búlgara”), pasando por la hilarante conversación de unos niños que da título al volumen, el sexo más alucinante de “A.S.A.”, el humor de “El humus de la vida”, la desolación bajo la mirada infantil de “La metamorfosis del príncipe” o la honda humanidad de “Amor constante más allá de la muerte”.
En Tesis de mi abuela indaga en el humor, en lo surrealista, en lo irracional, en lo sarcástico, en la ironía y en el sexo (“Una historia eslava” o “Billar a las 8”), sin olvidar el camino trazado en sus anteriores entregas (“Un intruso en el cielo”, “La culpa fue de Alonso Quijano”, “El ordenador” o “Impostura”) , al tiempo que aparece la memoria histórica (“El regreso” o el que da título al conjunto) y el humor más disparatado (“Historias de culos”), que toma tintes macabros en “La doble eme” o El fútbol de los difuntos”.
El viento entre los lirios, en cambio, está compuesto por cuarenta y cinco relatos, muchos de los cuales son microrrelatos. Entre estos, sobresalen “El extraño caso de Caperucita Roja”, “El farmacéutico y su prima de riesgo” o “Asperger”; entre los más extensos, “Jaimito en Bilbao” -la desgarrada petición de un niño marroquí a unos turistas para que lo lleven a Bilbao, donde se encuentra su madre-, “El secreto del agua” -un intenso monólogo en el que Cervantes cuenta una aventura amorosa durante una estancia en Salobreña- o “La rata”, cuya presencia obsesiva en un coche provocará un cortocircuito que acabará con la vida de toda una familia.
Bajo el título de “El hombre sin sonrisa”, finalmente, se recogen doce cuentos escritos en 2020, en los que transita las líneas de fuga planteadas en sus composiciones más logradas: lo irracional se convierte en kafkiano en “La otra mirada” y “El cangrejo”; el monólogo interior es el armazón de “El crimen verdadero de Ariel García”, donde asume el riesgo de un narrador protagonista que está muerto, o de “El follador de Boston”, en el cual alterna con un narrador omnisciente; la sugerencia y el lirismo dejan semblanzas tan conmovedoras como la que da título al libro o “Memoria de una tarde con campanas”.
El volumen, cuidadosamente editado por Ediciones Carena, ofrece la posibilidad de descubrir o profundizar en una de las facetas menos conocidas de Morales Lomas, en la que, sin embargo, consigue algunos de sus mejores logros.
lunes, 1 de noviembre de 2021
Música, vida y misterio. 'Solo inclasificable', de Efi Cubero
El sentimiento de dolor provocado por la muerte de la persona amada es el germen de Solo inclasificable, de Efi Cubero (Granja de Torrehermosa, Badajoz, 1949). Un yo, que permanece y que es contemplado con cierta extrañeza por la poeta, siente cómo se tambalean los cimientos de su vida mientras el pesar se cuela por los intersticios de la piel hasta llegar a los recovecos más profundos y transformarse en soledad, en orfandad, en vacío, en angustia y en desamparo.
El rotundo poema que sirve de pórtico y da título al libro marca el “tempo” de este, en el que todo es música -el silencio también lo es-, vida y misterio: “Un solo se interpreta en el vacío: / su ejecución te impedirá el reposo. / Aristas acusadas / en una dimensión extemporal, / abismo de absoluto, / ascensión de fracaso. / Solo inclasificable”.
Tras los seis “acordes” iniciales y las quince piezas en las que el amado y su ausencia convergen con la poeta y su desasosiego en un armónico “contrapunto”, el “tempo” va “diminuendo” desde el “allegro” hasta el “adagio”, cuando el dolor se remansa, se mastica y se poetiza con serenidad para ser asidero y “hallar el corazón / del acontecimiento, / descorrer las cortinas, / reivindicar el hecho / de que sigues aquí. / Para eludir la muerte / atestiguar la vida”.
Ante la intemperie, la poeta asume la ausencia de respuestas y busca refugio en la palabra, que es la herramienta para acercar al amado ausente y fijarlo en nuestra memoria, con lo que su recuerdo es otro modo de aferrarse a la vida. Así, la palabra no solo es evocación, sino que deviene celebración de la existencia y de lo vivido, con gratitud y asombro. Para ello, los poemas se centran en los pequeños instantes, en los que radica la esencialidad de la vida, y permiten intuir que existe otra realidad más allá de la que percibimos por los sentidos y que nos desborda.
Se trata, por tanto, de un poemario sereno y honesto en su dolor, que no decae en el ritmo ni en la tensión ni se pierde en el sentimentalismo ni en la exageración y que, una vez cerrado, nos ofrece el deseo de amar y, en consecuencia, de elevarnos y ser “en la sed bautismal de lo inefable”.