E
l próximo domingo 17 de marzo se entrega el Premio Solienses 2013 a Félix A. Moreno Ruiz por Un revólver en la maleta. El acto tendrá lugar a las 12:00 horas en el Centro de Visitantes de El Guijo, junto a la ermita de la Virgen de las Cruces. Siendo este el acontecimiento literario más destacado de Los Pedroches, capaz de aglutinar en torno a él a todos los escritores de esta comarca, creo oportuno escribir unas líneas sobre mi personal aproximación a una novela policíaca que logra cautivar, incluso, a los lectores no iniciados en el género.
Un revólver en la maleta (Madrid, Cuadernos del Laberinto, 2012) inaugura la atractiva colección “Estrella Negra” y es la “opera prima” del escritor pozoalbense Félix A. Moreno Ruiz, quien, no obstante, no es un recién llegado, sino que, rebasado el ecuador de los 40, cuenta con una interesante trayectoria como escritor de relatos merecedores de diversos reconocimientos, que han sido publicados de modo disperso.
Todo escritor emerge de unas lecturas confesas o inconscientes. Moreno Ruiz lo sabe bien y no se deja llevar por un desenfocado y egocéntrico concepto de originalidad heredado del romanticismo. Por ello, teje toda una maraña de guiños a los escritores clásicos del género, aquellos con los cuales empezó a echar los dientes, literariamente hablando. Así, Homero Pérez, el protagonista, recuerda, por sus iniciales, al inolvidable Hércules Poirot de Agatha Christie; por su parte, Pedro García, contrapunto y fiel acompañante de Homero, es una mezcla del doctor Watson de Conan Doyle y del capitán Hastings de Cristhie, espejos de Sherlock Holmes y Poirot; igualmente, la muerte del catedrático con cianuro es herencia de la mejor novela policíaca de los inicios del género.
Junto a estas referencias, se aprecia la huella de los grandes novelistas españoles de finales del XIX, especialmente Galdós y Baroja, así como la de Eduardo Mendoza, pues las prostitutas asesinadas y el comisario Alejo recuerdan a las víctimas propiciatorias de La verdad sobre el caso Savolta.
Fiel a sus lecturas, Moreno Ruiz plantea de un modo impecable una novela que sigue los preceptos del género, desde el planteamiento inicial –se abre con el descubrimiento del cadáver de un prestigioso abogado, con peluca y el rostro pintado, sobre la cruz del Cristo de Ánimas de la iglesia de San Lorenzo-, el manejo de los tiempos narrativos, tendentes siempre a conseguir que aumente la intriga en el receptor, la presencia de unos diálogos ágiles, la sintaxis sencilla, los párrafos cortos, la delimitación acertada de los rasgos principales de los personajes o el necesario juego deductivo como vehículo para resolver el crimen en un final que, necesariamente, ha de sorprender al lector.
La novela está estructurada en torno a dos tramas, separadas por apenas unos meses y algo más de 400 kilómetros. De ambas, la que sucede antes en el tiempo es la secundaria, que se encuentra perfectamente subordinada a la principal y que sirve para desvelarnos poco a poco el pasado del protagonista, quien siendo estudiante de Filología Hispánica asiste a la muerte en clase de un esperpéntico profesor y contribuye, con su innata capacidad de deducción, a la resolución del asesinato. De este modo se inicia un camino de aprendizaje al lado de Alejo López, que culminará con la resolución de unos asesinatos de prostitutas –el paralelismo con la historia de Jack el Destripador es evidente- cometidos por un grupo de jóvenes de familias influyentes, que, finalmente, quedarán impunes por ser hijos de quienes ostentan el poder, lo que provocará el abatimiento moral del protagonista, que asiste impotente a las injusticias de una sociedad hipócrita y corrupta.
Pero es en la acción principal donde el autor despliega todo su potencial narrativo. De regreso a su ciudad natal, Córdoba, el joven inspector redescubre, y nosotros con él, una ciudad que está comenzando a dejar de ser un pueblo y que, gracias al desarrollo urbanístico y demográfico, se ha abierto a la modernidad, aunque siempre conservará un espíritu provinciano que se contagia a los personajes con los que Homero se cruza a lo largo de su investigación.
Y aquí radica otro de los principales atractivos de la obra: la plasmación literaria de una época hasta ahora no transitada, y cuyos referentes más cercanos son La feria de los discretos de Baroja y Paseos por Córdoba de Ramírez Arellano, aunque ambas obras se sitúan unos años antes. Esta escasez de referentes a la hora de recrear la capital cordobesa implica una ardua labor de documentación que, como debe ser, pasa inadvertida para el lector en la medida en que no lastra la narración y está articulada armónicamente dentro del desarrollo de la trama hasta convertir a la ciudad en un personaje más, un personaje que prefiere no mirar la realidad, sino que se esconde en la hipocresía y las falsas apariencias con tal de que no se tambaleen los cimientos tradicionales del mundo cómodamente concebido en que está instalado.
Y todo esto lo consigue sin excesos lingüísticos ni estériles alardes de tipo esteticista. Utiliza el lenguaje con precisión, la misma que tiene presente al plantear la historia: sabe lo que quiere contar y cómo hacerlo. Cuando el lector transita por las páginas de Moreno Ruiz, tiene la impresión de que todo está donde tiene que estar, en su justa medida. Todo parece pensado al detalle. El novelista no deja ni una sola página al azar. Tiene claro adónde quiere llegar y adónde quiere conducir al lector; y lo hace con un profundo conocimiento de la lengua y de sus posibilidades, sin hacer ostentación de ello, y creando un narrador que consigue situarse ante la historia sin que esta sea un pretexto para demostrar las dotes y excelencias del autor.
Todo lo dicho se resume en una sola palabra: oficio. Moreno Ruiz lo tiene y, por ello, ha logrado plantear y resolver de modo acertado una novela amena y entretenida, que augura una trayectoria que deberá ser tenida en cuenta, pues Félix Ángel Moreno Ruiz puede y debe aportar mucho a un género que goza del favor del público y del crédito de la crítica.