Que la madrileña Tres hermanas se está convirtiendo en una de las editoriales de referencia del cuento de nuestro país parece indudable y que Ernesto Calabuig (Madrid, 1966) es uno de sus buques insignia es obvio, como atestigua el hecho de que haya publicado sus dos últimos libros en ella: La playa y el tiempo (2020) y Frágiles humanos (2021). Las quince historias que conforman este nuevo volumen continúan indagando en la memoria y en la conciencia del paso inexorable del tiempo y la consiguiente sensación de fragilidad por parte del ser humano, que se ha hecho más evidente durante la pandemia provocada por el covid-19.
Los recuerdos, las sensaciones, las emociones y el pensamiento son la espina dorsal de unos cuentos impecables, que muestran la madurez narrativa de un autor esencial, capaz de expresar toda una visión de la existencia con claridad y sencillez, y de conseguir, al mismo tiempo, una cercanía emocional con el lector. Y lo logra con la elegante naturalidad del léxico y de la sintaxis; con la milimétrica precisión y sobriedad de la palabra justa; con el primoroso y cuidado desarrollo de una acción en la que no hay grandes acontecimientos, y con el eficaz trazo, a base de pinceladas esenciales, de unos personajes que asisten perplejos al espectáculo de la vida en sus detalles mínimos, sabedores de que el tiempo se escapa inevitablemente y de que apenas hay certezas a las que aferrarse. Esta íntima grieta es la que los sitúa entre la melancolía y la plenitud, entre la pérdida y la gratitud por todo lo vivido, entre el fracaso y la confianza ante el camino por recorrer.
La variada extensión de las quince composiciones da una singular musicalidad al conjunto y demuestra la confianza del autor en su apuesta narrativa. Entre las treinta y nueve páginas de “La reaparición de Stefan” -un escritor salva de una novela inédita de juventud la historia de amor entre un músico alemán “new age” que da clases de piano en España y una joven estudiante universitaria- y las cinco palabras de “Frágil historia del mundo”, magistral cierre del volumen, destacan las historias de dos compañeros de clase a los que una repetición de curso y el deporte unió durante un tiempo (“De su veloz vuelo”); la de dos vecinos a los que el confinamiento separa (“Arnau”); el recuerdo de los viajes de la infancia en el viejo Mini Cooper rojo (“De los viejos estados de ánimo”), la evocación provocada por la etiqueta del descolorido bañador de un desconocido en la playa (“Saint Tropez"); el breve encuentro con Aute de un adolescente cuyos padres se acaban de separar (“Ingravidez”); la remembranza de la celebración de una boda el mismo día en el que Induráin ganaba el oro olímpico en Atlanta (“Aniversarios”); la salida de un matrimonio anciano en bicicleta por un parque del noroeste de Madrid un domingo por la mañana (“Los ciclistas de septiembre”); la salvífica y reincidente oración escrita en el muro de una iglesia (“Maravillas”) o la plenitud de un viejo librero berlinés que acude a un parque con una amiga para contemplar una espectacular luna (“Luna naranja”).
Con este libro, Ernesto Calabuig logra mantener -y, me atrevería a decir, superar- la altura e intensidad de La playa y el tiempo, confirmándose como uno de los cuentistas más importantes de hoy, por la elegancia de su prosa y por la sutil arquitectura de sus historias, que brotan de la mirada abierta al asombro de un narrador que evoca pequeños detalles cotidianos a partir de percepciones y sensaciones, en apariencia, intrascendentes, y con las que logra hilvanar, sin estridencias, emoción y pensamiento.
viernes, 27 de octubre de 2023
La fragilidad humana. 'Frágiles humanos', de Ernesto Calabuig
domingo, 22 de octubre de 2023
Arquitectura ósea. 'Hueso', de José García Obrero
Apenas un año después de Tocar arcilla al fondo (La Isla de Siltolá, 2021), José García Obrero (Santa Coloma de Gramanet, 1973) regresa a los anaqueles con Hueso, editado por Godall edicions dentro de su cuidada colección Alcaduz. Los cuarenta poemas en prosa que conforman esta nueva entrega suponen un ahondamiento en los presupuestos éticos y estéticos trazados en su anterior libro, con el cual entroncan tanto en el andamiaje levantado sobre las connotaciones del número cuarenta y sobre una estructura cuaternaria -aunque aparentemente se articule en tres secciones, la segunda se subdivide en otras dos- como en la construcción del poema a partir de una expresión simbólica e intimista, que brota de la mirada reflexiva y perpleja ante la realidad que lo rodea, aunque, en esta ocasión, se apueste por el cauce formal del poema en prosa, en apariencia más narrativo, que se pliega sobre las lindes de la narratividad para convertirse en vehículo de ahondamiento en su interioridad por parte del sujeto poético.
El tono del conjunto viene marcado por las citas iniciales de tres autores con poéticas muy diferentes, que atestiguan el lector heteróclito que asimila aquellos materiales que mejor se adaptan a su propósito: de Olvido García Valdés, la búsqueda de la esencia; de Antonio Colinas, lo telúrico y la sugerencia; de Gabriel Ferrater, la palabra austera y realista, no exenta de cierto hermetismo; y de los tres, un complejo simbolismo sustentado en unas imágenes brillantes que, en ocasiones, rozan lo onírico.
La primera parte, sin título, está compuesta por quince poemas construidos en torno a los símbolos del hueso y de la luz. Lo primigenio y lo natural, el misterio y el asombro, el enigma y la grieta se funden en unos versos que merodean alrededor de las preguntas que sostienen la propia existencia en un intento de definir su lugar en el mundo, la fractura de la cual emergemos, la médula que nos configura.
En el segundo bloque, “Sol”, la música se convierte en el eje vertebrador, como queda de manifiesto en el subtítulo de cada composición. Estas trece piezas se organizan, a su vez, en dos movimientos en los cuales, tras los correspondientes “preludios”, se disponen cinco danzas en idéntico orden, repitiéndose en el primero el “minueto”, con lo que se fractura cualquier posible simetría: “Sol mayor”, donde el poeta escucha el pentagrama de la naturaleza y contempla con perplejidad y mirada celebrativa sus misterios cotidianos, al tiempo que el silencio y el tono meditativo adensan el discurso, volviéndolo más hermético y conceptual; y “Sol menor”, en el que su mirada escudriña los tendederos de las calles y azoteas de una ciudad de provincias, y busca cobijo en los vestigios de naturaleza que sobreviven en ella.
La música es también el eje de los doce poemas de “Aire”, de marcado tono elegíaco, en los cuales el escritor afincado en Córdoba aborda la ausencia y cierto sentimiento de privación, que se entrelaza sutilmente con el de renuncia, como forma de alcanzar la plenitud y la serenidad necesarias para escudriñar lo que nos rodea con la mirada abierta al asombro.
Los poemas de García Obrero nacen, pues, de la observación de quien pasea con la intención de hilvanar percepciones, intuiciones y reflexiones en un poema en apariencia sencillo -aunque de una complejidad simbólica asombrosa-, que nace de lo perceptible y de lo cotidiano, pero que busca lo incomprensible, lo que nos desborda y permanece oculto, aquello de lo que tan solo se pueden intuir, y de manera fragmentaria, algunas esquirlas.
Para ello su mirada oscila de la realidad exterior a la interior, a través de un ejercicio intelectual exento de cualquier fuego de artificio y de cualquier fácil concesión. Sin embargo, en este vaivén solo puede captar las interrogantes sobre las que se construyen tanto la propia identidad como la relación del sujeto con el fragmento de mundo que le ha tocado habitar, y lo hace a través de unas poderosas imágenes, de la riqueza expresiva, de una personal musicalidad sustentada tanto en la selección léxica como en la sintaxis y de una palabra exacta y sugerente, sobre la que actúa como un orfebre, moldeándola, sabedor de sus fisuras y de sus aristas, pero también de su energía, de su resistencia y de su poder evocador, revelador y prodigioso.
sábado, 21 de octubre de 2023
Merodear por el alrededor. 'Mapas del vagabundo', de Miguel Floriano
Mapas del vagabundo es el sexto poemario del joven Miguel Floriano (Oviedo, 1992) y viene a sumarse a dos entregas iniciales omitidas por el propio autor en su bibliografía -Diablos y virtudes (Seleer, 2013) y Tratado de identidad (Oblicuas, 2015)-, a Quizá el fervor (La Isla de Siltolá, 2015), a Claudicaciones (Renacimiento, 2016) y a La materia y la envidia (Alhulia, 2019; XII Premio de poesía Antonio Gala). Presente en antologías como Diversos (2015), Regeneración (2016), Mucho por venir (2017), La luz a ti debida (2017) y Los últimos del XX (2020), se ha convertido en una de las voces más nombradas entre los poetas menores de 30 años.
En esta nueva entrega, su poesía busca un tono metafísico ya desde el poema sin título que abre el conjunto -uno de los más conseguidos- y en las trece composiciones de la sección primera (“El reino”), auténtica espina dorsal del volumen, que se completa con “El eco”, doce poemas de tono menos solemne, y una interesante “Coda” final.
A lo largo de todo el libro el poeta merodea entre las cosas que lo rodean, al tiempo que realiza un viaje interior en el que contrapone el ser a la realidad en una búsqueda incesante de respuestas ante los indicios que le ofrece esta. Con una dicción cuidada que, en la segunda parte, no renuncia al coloquialismo y con una palabra pulcra, el poeta se mueve entre la objetividad y la subjetividad como formas de desvelar el alrededor, al tiempo que apuesta por cierto distanciamiento como vía para abordar la identidad. Para ello acude a una polifonía de personas, dando la impresión de ser todas ellas una prolongación de la primera; de hecho, la segunda persona se fusiona con esta, frecuentemente, en un poliédrico nosotros.
En definitiva, Floriano apuesta en este nuevo libro por una poesía existencial sustentada en un frágil puñado de certidumbres, que duda de los propios límites del yo y de la única herramienta de este para conocerse, la palabra, definida por la erosión y la connotación.
miércoles, 18 de octubre de 2023
'Anuario', de Elena Felíu; 'Las sílabas y el cuerpo', de Reiniel Pérez Ventura; y 'Materia', de Yolanda Castaño
Según el DLE, “anuario” es un “libro que se publica cada año como guía para determinadas profesiones, con información, direcciones y otros datos de utilidad”. Este es el sintético título del cuarto poemario de Elena Felíu Arquiola (Valencia, 1974), una suerte de guía íntima y personal en la que se recogen los vértices sobre los que se sustenta la obra y la existencia de la poeta, que plantea, a través de cuatro secciones, un viaje desde la asunción de las fallas que nos conforman (“En medio de estas sombras”) hasta la gratitud que inunda “Los asideros”, once poemas en los que hace un recuento de las personas que la sostienen: los hijos, la pareja, al padre, los amigos… Entre medias, el lector se encuentra con “Transición”, siete poemas construidos a partir de diferentes citas de Antonio Lucas en los cuales aborda el asombro ante lo inédito como catalizador de la creación y de la existencia; y “Mirar atrás”, donde se detiene un instante para contemplar la senda transitada. La mirada reflexiva de la poeta observa con extrañeza el alrededor y el asombro cristaliza en unos poemas breves, de tono aparentemente sencillo, cargados de sugerencia e inteligencia.
Con Las sílabas y el cuerpo el poeta cubano Reiniel Pérez Ventura ha conseguido dos hitos en la historia del premio Loewe: se ha convertido en el ganador más joven de todas las ediciones, con tan solo 23 años, y es el primer autor inédito que se alza con el prestigioso galardón. El explícito título declara los dos pilares sobre los que se sustenta la arquitectura de este soñado debut literario: la poesía y el cuerpo. La plenitud y sensualidad del cuerpo femenino es el manantial del que brota la palabra. De este modo, el cuerpo se convierte no solo en el ámbito de encuentro entre un tú y un yo, sino entre la palabra y el poeta. No en vano, poesía y cuerpo se presentan como las dos caras de una misma realidad: el amor. Escribir es un acto de amor. Amar es un acto de escritura. Se funden, así, palabra y sensualidad, ritmo y carnalidad… en un incesante vaivén de sensaciones que el poeta intenta transmitir al lector con un tono que se mueve entre lo hímnico y lo celebrativo a través de un desbordante verso libre y de un rico entramado verbal y metafórico que le otorgan una profunda unidad a los diez largos poemas que conforman este libro.
Materia es el séptimo poemario de Yolanda Castaño, una de las voces más importantes de la actual poesía gallega. La obra, en edición bilingüe con traducción de la propia poeta, agrieta el concepto de “matria” y, a partir de la paranomasia resultante al añadir la letra “e”, indaga en los nexos existentes entre las raíces familiares, la identidad y la renuncia a la maternidad. Tal labor de introspección se lleva a cabo a lo largo de tres secciones que se corresponden con los estados de la materia -líquido, sólido y gaseoso-, asociados a los distintos tiempos -pasado, presente y futuro-.
En los dos poemas de “Un río subterráneo”, Castaño sondea la memoria y las raíces familiares mediante las historias de sus dos abuelas. En cambio, en “Iceberg”, excava la parte menos visible que conforma la esencia de un yo libre y poliédrico: el amor, la identidad o la amistad. Finalmente, en “Nube o el peso de la ingrávida” escudriña la dimensión más inestable de la materia para conversar a media voz con la hija que ha decidido no tener, abandonando cualquier esquema heredado y transitado, con sugerente y arrebatadora potencia.
lunes, 16 de octubre de 2023
La poesía erótico-mística de Rumí
Bajo el título de Pequeño gran Rumí. Poesía escogida, la editorial Cántico publica una interesante selección del poeta y místico sufí del siglo XIV. La edición y traducción corre a cargo de José M. Carte, quien recoge casi un centenar de poemas, organizados en dos secciones: “Selección de poemas”, al final de los cuales se ofrecen dos textos en prosa, y “Poemas breves”.
Lo primero que debemos tener presente al acercarnos a la obra de Rumi, como a la de cualquier místico, es que difumina el concepto de autoría al sentir que su creación es parte de la obra divina y, por tanto, contribuye a revelarla; además, el hecho de considerarse miembro de una comunidad, al igual que el hindú Kabir, le lleva a compartir la paternidad de lo escrito con diversos amigos: en un primer momento, con Shams de Trabriz y, tras la muerte o desaparición de este, con Hussam Chelebi.
Sus composiciones, como es habitual en los monjes sufíes, presentan cierto hermetismo en la medida en que el poeta intenta expresar lo inefable, es decir, aquello de lo que no se puede hablar, aquello que no puede decirse o es imposible explicar, con lo cual debe acudir al poder connotativo del símbolo para intuirlo. Ahora bien, mientras los demás caen en la abstracción y en la oscuridad, el poeta persa logra una calidez y humanidad inusuales, sostenidas en el tono a media voz, en la selección léxica precisa y en el uso de un sutil y delicado entramado metafórico (taberna, vino, viento, río, jardín, mano, rosa, narciso, ruiseñor….) mediante el cual aborda temas como la naturaleza del amor, el dolor, la amistad, el cuerpo, la incapacidad de los sentidos para vislumbrar la auténtica realidad, el deseo, el instante, la soledad pretendida como forma de estar abierto al hallazgo, la unidad del cosmos, la belleza de Dios, la confianza en el ser humano -que es reflejo de la belleza divina-, el éxtasis, la anulación del yo o la insuficiencia del lenguaje para nombrar a Dios y la unión con él.
Y aquí radica el germen de toda su obra: el anhelo de encontrar a Dios y de unirse con él. Dios es nombrado como el Amado y es el objeto ilimitado de deseo, aquello que se busca y que, al encontrarse, embriaga el alma. Se trata de una búsqueda continua que le obliga a vagar sin rumbo por una serie de espacios naturales, entre los que destacan el jardín y el río. Sin embargo, antes de iniciar este camino de persecución incondicional, debe despojarse de todo lo que le sobra, de toda ambición y de toda pasión, para alcanzar un estado de ataraxia y reducirse a simple esencia, lo que le permitirá fluir plácidamente y en armonía con el alrededor, gozando sin excesos de la vida y ansiando solo el disfrute del instante. Llegado a tal estado, el sabio ha de entregarse al silencio como vía para borrar las fronteras de la propia identidad, intuir la divinidad y ascender hacia ella. Solo así puede elevarse, salir de él, incendiarse, llenarse de transparencia, alcanzar la plenitud y arder en la unión hasta consumarse en la unidad. Este momento de plenitud, aspiración última del creyente, es la “fana” o fusión con Dios que, a pesar de su condición efímera, da sentido a toda la existencia.
Aunque conoce a la perfección el Corán, Rumi fundamenta todo su pensamiento en el sincretismo y en el respeto a las demás religiones, en una fascinante huida de los dogmas y en una conmovedora apuesta por la vida, por la tolerancia y por la libertad a la hora de abordar el deseo de plenitud del ser humano. Semejante modernidad es puesta en valor por la presente edición, que descubre poemas hasta ahora desconocidos en nuestra lengua y nos da la medida de la altura de los versos de Rumi, considerados una de las expresiones más sublimes de la mística universal y cuya humanidad sigue emocionando al lector de hoy.
jueves, 5 de octubre de 2023
La belleza de la herida
Belleza sin nosotros es el título del nuevo libro de Marcos Díez (Santander, 1976), con el que ha conseguido el XXIV Premio de poesía Generación del 27, un paso más en una trayectoria reconocida y reconocible que contiene obras como Puntos de apoyo (Creática, 2011), Combustión (Visor, 2014; Premio de poesía Hermanos Argensola y Premio de poesía Alcalá de Henares) y Desguace (Visor, 2018; Premio de poesía Ciudad de Burgos).
Fiel a sus presupuestos éticos y estéticos, el escritor santanderino plantea a lo largo de los cuarenta y ocho poemas articulados en dos secciones pretendidamente asimétricas, “Nadie sabe de mí” y la que da título al conjunto, la vaciedad del concepto de belleza, entendido como un simple constructo, inútil en la medida en que el mundo se mueve sin necesidad de él, y constata la herida que brota de la realidad cotidiana, a partir de la cual el artista puede crear lo que tradicionalmente se ha llamado belleza.
Para ello actúa como un mecánico sobre el lenguaje, eliminando todo lo accesorio, hasta llegar a percibir las cosas de una manera más limpia y menos connotada. Solo así se puede acometer una labor de introspección que va indisolublemente unida a la otredad, creando un espacio en que las fronteras entre el tú y el yo se diluyen en un complejo nosotros. En este sentido, el título del libro nos recuerda a Tierra sin nosotros (1947) de José Hierro. No es el único guiño al poeta nacido en Madrid, cuya infancia transcurrió en Santander; de hecho, una de las tres citas que abre el conjunto también es suya y el título de la primera sección nos trae a la memoria el mítico Cuanto sé de mí (1957).
La mirada reflexiva que caracteriza a Díez, capaz de extrañarse ante lo que tiene delante de los ojos, se adensa y busca el cauce de una palabra más intensa, despojada y sobria, al tiempo que ahonda en los pilares que sustentan su producción poética: la reflexión existencial, la contemplación serena del paso del tiempo, el desengaño, la soledad, las dudas, cierto pesimismo que no niega el goce del instante, el amor cotidiano y los seres que ya no están pero siguen formando parte de su geografía interior.