Apenas un año después de Tocar arcilla al fondo (La Isla de Siltolá, 2021), José García Obrero (Santa Coloma de Gramanet, 1973) regresa a los anaqueles con Hueso, editado por Godall edicions dentro de su cuidada colección Alcaduz. Los cuarenta poemas en prosa que conforman esta nueva entrega suponen un ahondamiento en los presupuestos éticos y estéticos trazados en su anterior libro, con el cual entroncan tanto en el andamiaje levantado sobre las connotaciones del número cuarenta y sobre una estructura cuaternaria -aunque aparentemente se articule en tres secciones, la segunda se subdivide en otras dos- como en la construcción del poema a partir de una expresión simbólica e intimista, que brota de la mirada reflexiva y perpleja ante la realidad que lo rodea, aunque, en esta ocasión, se apueste por el cauce formal del poema en prosa, en apariencia más narrativo, que se pliega sobre las lindes de la narratividad para convertirse en vehículo de ahondamiento en su interioridad por parte del sujeto poético.
El tono del conjunto viene marcado por las citas iniciales de tres autores con poéticas muy diferentes, que atestiguan el lector heteróclito que asimila aquellos materiales que mejor se adaptan a su propósito: de Olvido García Valdés, la búsqueda de la esencia; de Antonio Colinas, lo telúrico y la sugerencia; de Gabriel Ferrater, la palabra austera y realista, no exenta de cierto hermetismo; y de los tres, un complejo simbolismo sustentado en unas imágenes brillantes que, en ocasiones, rozan lo onírico.
La primera parte, sin título, está compuesta por quince poemas construidos en torno a los símbolos del hueso y de la luz. Lo primigenio y lo natural, el misterio y el asombro, el enigma y la grieta se funden en unos versos que merodean alrededor de las preguntas que sostienen la propia existencia en un intento de definir su lugar en el mundo, la fractura de la cual emergemos, la médula que nos configura.
En el segundo bloque, “Sol”, la música se convierte en el eje vertebrador, como queda de manifiesto en el subtítulo de cada composición. Estas trece piezas se organizan, a su vez, en dos movimientos en los cuales, tras los correspondientes “preludios”, se disponen cinco danzas en idéntico orden, repitiéndose en el primero el “minueto”, con lo que se fractura cualquier posible simetría: “Sol mayor”, donde el poeta escucha el pentagrama de la naturaleza y contempla con perplejidad y mirada celebrativa sus misterios cotidianos, al tiempo que el silencio y el tono meditativo adensan el discurso, volviéndolo más hermético y conceptual; y “Sol menor”, en el que su mirada escudriña los tendederos de las calles y azoteas de una ciudad de provincias, y busca cobijo en los vestigios de naturaleza que sobreviven en ella.
La música es también el eje de los doce poemas de “Aire”, de marcado tono elegíaco, en los cuales el escritor afincado en Córdoba aborda la ausencia y cierto sentimiento de privación, que se entrelaza sutilmente con el de renuncia, como forma de alcanzar la plenitud y la serenidad necesarias para escudriñar lo que nos rodea con la mirada abierta al asombro.
Los poemas de García Obrero nacen, pues, de la observación de quien pasea con la intención de hilvanar percepciones, intuiciones y reflexiones en un poema en apariencia sencillo -aunque de una complejidad simbólica asombrosa-, que nace de lo perceptible y de lo cotidiano, pero que busca lo incomprensible, lo que nos desborda y permanece oculto, aquello de lo que tan solo se pueden intuir, y de manera fragmentaria, algunas esquirlas.
Para ello su mirada oscila de la realidad exterior a la interior, a través de un ejercicio intelectual exento de cualquier fuego de artificio y de cualquier fácil concesión. Sin embargo, en este vaivén solo puede captar las interrogantes sobre las que se construyen tanto la propia identidad como la relación del sujeto con el fragmento de mundo que le ha tocado habitar, y lo hace a través de unas poderosas imágenes, de la riqueza expresiva, de una personal musicalidad sustentada tanto en la selección léxica como en la sintaxis y de una palabra exacta y sugerente, sobre la que actúa como un orfebre, moldeándola, sabedor de sus fisuras y de sus aristas, pero también de su energía, de su resistencia y de su poder evocador, revelador y prodigioso.
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