Es un riesgo abordar algunos temas en poesía. Lo difícil ante ellos es resistirse a la atracción de ciertos polos, como pueden ser el sentimentalismo, el subjetivismo, la emotividad como reclamo, los lugares comunes. Hay que poseer el don de la mesura, ese equilibrio que mantiene a raya el pálpito inmediato pero, a su vez, no ahoga en la frialdad de la inteligencia la pujanza de las cosas verdaderamente sentidas. Dificilísimo, vamos.
“Vértices”, de Francisco Onieva (Visor 2016) es un poemario impecable y ejemplar en ese sentido. ¿Cómo ir más allá en estas cosas de la emoción sin sucumbir al confesionalismo sensiblero que aquello que tiene que ver con la propia biografía parece demandar algún tipo de lector? Perdón, que aún no lo he dicho y sin decirlo estos comentarios no se entienden: “Vértices” aborda, como poco, la paternidad del poeta.
Las hijas se convierten en patria: Sois la única patria / en la que vale la pena creer, leemos en un poema titulado “Blanca y Marta”, y que no necesita más de dos versos para estar pleno.
Ya aquí hay un elemento fundamental. El poeta está separado de sí. No mira su rostro. No le importa su imagen. Si algo queda de un “yo”, es su fuga. Si hay primera persona, lo es desubjetivada, mediada a través de quien ha salido de sí y se contempla desde los ojos de sus niñas -esto no es sólo un retruécano-, o desde los propios ojos, no ya desposeídos, sino luminosamente ofrendados, plenificados de don.
Podéis seguir leyendo en El atril.
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