No
siempre un libro inicial es el de un principiante. El cuadro del dolor,
el esperado debut de Ana Castro (Pozoblanco, 1990), con el que ha conseguido el
III Premio de Poesía Juana Castro, solo puede ser escrito por una persona que controla
los mecanismos del verso y que sabe hacia dónde camina. Semejante madurez se
observa no solo en la sólida construcción de los poemas sino también en la
concepción unitaria de un poemario estructurado con solidez en cinco partes
pretendidamente asimétricas - “La nana que no fue”, “Raíces”, “El dolor”, “La
niña y la casa” y “Y después”-, sustentadas en un proceso de introspección a
partir del dolor y de la soledad de un yo poético devastado.
Se trata,
pues, de una obra profundamente vivencial, en la cual la joven poeta
pozoalbense asume la realidad y la muestra sin impostura, sin un estéril ropaje
lírico, como se explicita desde el propio título, una auténtica declaración de
intenciones. Por un lado, la polisemia del mismo no solo hace referencia al conjunto
de síntomas sufridos por la paciente, sino que, por extensión, es una
proyección artística de un tormento, con sus múltiples perfiles, convertido en
espacio de encuentro con el lector; por otro, propone, con una profunda
coherencia desde el punto de vista poético, un discurso tejido a partir de una
expresión clara y directa, en apariencia sencilla, en el que la presencia justa
y estratégica de una serie de símbolos que trascienden la realidad (el dedal,
el hilo, las hilanderas, los murciélagos…) sacude con fuerza al lector.
De todo
el compacto volumen, que se abre con “Canción de cuna”, donde se presentan los
dos temas vertebradores del mismo, el dolor y la soledad, destacan la segunda
parte, “Raíces”, y la tercera, “El dolor”.
En
“Raíces”, sin duda, la más potente, la poeta ahonda en los orígenes, que
configuran la mirada y, por ende, la identidad. Estas raíces son la familia y
Los Pedroches. Además de “Mujer entraña”, un explícito homenaje al magisterio
de Juana Castro como poeta y como mujer, destacan “Orfandad”,
“Simetrías”, “Las hilanderas” y “Cadena trófica”, cuatro piezas en las
que, a partir de un íntimo juego de proyecciones, Ana Castro ahonda en la raíz
matriz, la abuela muerta, cimiento de “la manada”, y en su madre, que le han
enseñado a zurcir las grietas del mundo para hacerlo menos inhóspito.
En “El
dolor”, por su parte, se imponen la desnudez y la sinceridad de un sentimiento
estremecedor y el fértil misterio de convertir la devastación en materia a
partir de la cual se puede crear belleza. Algunas de las composiciones más
significativas de esta sección son: “Quirófano número 10”, de una naturalidad desgarradora
y reconciliadora, “Hormigón armado”, donde sugiere la imposibilidad de contener
el sufrimiento, “El cuento de nunca acabar”, un espléndido poema en prosa que
obliga al lector a reubicarse antes de volver “a contar la historia desde el
principio”, “El cuadro del dolor”, reflexión acerca del desgaste y la
insuficiencia de las palabras a la hora de expresarlo, y “Mi dolor”, en el cual
plantea que no estamos educados para sufrir y la necesidad de nombrarlo para
que exista.
El libro
es, en definitiva, un fresco emocional y existencial, escrito desde la
fragilidad que el dolor provoca en un sujeto poético que, sin embargo, muestra
una vitalidad y una fuerza envidiables. De su lectura no se puede regresar
indemne, pues está escrito desde la autenticidad de lo contado y desde la
sobriedad y contención de una escritura y de una mirada reparadoras.
Autora: Ana Castro
Título: El cuadro del dolor
Editorial: Renacimiento
Año: 2017
(Publicado en "Cuadernos del Sur", 6 de mayo de 2017, p. 6)
No hay comentarios:
Publicar un comentario