Al leer en la prensa que se habían descubierto un par de poemas inéditos de Benedetti, me acordé de una reseña que preparé en 2007 sobre uno de los últimos libros publicados por el inmortal escritor uruguayo y que, al final, quedó sin publicar. Os la reproduzco ahora.
Hay autores a los que el lector se aproxima sabiendo que lo que va a encontrar no va a romper su universo de expectativas. Con 87 años y más de 80 libros publicados, Benedetti es uno de ellos. Su último libro, Canciones del que no canta, editado por Visor, es un buen ejemplo de un sabio hacer poético. De acuerdo que no estamos ante su mejor obra, pero se me antoja un libro imprescindible, en el que aparece un Mario Benedetti más centrado en su intimidad, pues es una confesión a media voz ante los fieles lectores sobre el vacío que ha dejado la muerte, hace doce meses, de Luz López Alegre, con la que ha compartido 60 años.
Desde este punto de partida reflexiona, cargado de emoción pero con la serenidad y madurez impuestas por los años, no solo sobre la pérdida de los seres queridos, sino también sobre la fragilidad de la vida o el paso inexorable del tiempo -temas recurrentes a lo largo de toda su dilatada producción poética-, para pasar a tomar conciencia tanto de la vejez como una verdad indeleble que va dejando una fría huella tanto en el rostro como en el alma como de la presencia continua de una muerte y de una soledad que se van colando por todos los resquicios de casa: “la campana se calló / y me esperan en la cama / sábana almohada y colchón” o “Cada vez que cumplo años / no estoy para festejos / entro conmigo en la soledad / y me pongo a escuchar / una aurícula cualquiera / que al menos por ahora / no dice basta”.
No obstante, desde una de las últimas vueltas del camino, Benedetti sigue confiando en el poder salvador del amor, capaz de provocar toda una catarsis espiritual, aunque lo que se ame sea una ausencia o, más concretamente, el recuerdo de una vida plena junto a su mujer: “Amar sin nadie / vaya cosa triste / sin nada que abrazar / sin Eva que nos abrace”.
Junto a este Benedetti más íntimo, convive -en las dos primeras partes del libro, “Canciones del que no canta” y “Sonetos con destino”- otro que no olvida el compromiso ético con el mundo que lo rodea y, así, en los versos son censurados algunos de los problemas del mundo actual: la avaricia, la violencia, la guerra, la mentira... Todas las miserias del hombre son fustigadas con ironía y sin tapujos, apostando siempre por la solidaridad, la dignidad del hombre y la justicia, como principios que deben regir la convivencia humana.
Aunque la estructura de los poemas se rija por la libertad, el poeta uruguayo acude en “Sonetos con destino” a la rígida estructura de la estrofa italiana, pero, eso sí, sin perder, en ningún momento, la espontaneidad expresiva al evocar el verano, el tango, la guerra, la memoria, la mentira que tejen los medios de comunicación, la lucha de clases, el poder del dinero... Cierra el conjunto con un soneto espléndido, “Soneto del invierno”, que adelanta el tono de las dos partes siguientes con un rotundo cierre: “de las cuatro ordenadas estaciones / el invierno ese erial de la tristeza / es un anuncio de la muerte tibia”.
En “De amor y de vida”, el tono se vuelve mucho más íntimo y existencialista. Desde el bello pórtico que es “De vez en cuando”, el poeta adelgaza su voz y se centra en las experiencias más íntimas. Los recuerdos invaden todo. Semejante camino de introspección debe estar construido sobre las dudas e inseguridades: “lo peor es cómo pesa / la maleta de las dudas / y que el implacable espejo / no perdone las arrugas”. Aborda una realidad marcada por la vejez y la soledad, con el amor como arma para luchar contra ellos, una vejez en la cual vuelve a las lecturas más recurrentes y, así, homenajea a una serie de escritores –Juan Rulfo, Machado, Vallejo, Neruda, Cortázar, Onetti, Kafka, Gelman, García Márquez, Proust- que han sido fieles compañeros de viaje durante décadas. De ellos dice: “Son mi vino / y cuando me desarmo y los encuentro / brindo con ellos en copa de letras”.
En “Más o menos”, en cambio, el tono es más reflexivo. Guiado por la brújula de la duda y la certeza, de cuya antitética conjunción nacen muchos de los mejores versos, comienza reflexionando de manera general sobre la brevedad de la vida, la soledad, la vejez... para, a continuación, aterrizar en su propia intimidad en poemas como “Hojas secas”, “Lágrimas”, “Recuerdos” o “Somos”, antes de cerrar el libro con dos bellísimas composiciones en las que de nuevo evoca los pequeños momentos vividos al lado de su mujer desaparecida: “pese a todo / apareció el alzheimer / esa enfermedad / misteriosa / tan maldita que me la / quitó sin más de entre los brazos / la cambió en otra imagen / en otra voz / otro cuerpo / otras manos”.
Canciones del que no canta condensa, en 90 poemas más un epílogo, despojados de adornos, directos y emocionantes, todo el cuaderno de bitácora de un escritor que teje, con la aguja de la melancolía, los recuerdos e inquietudes vividas y compartidas junto a su mujer, en una obra de emoción contenida y de una conmovedora reflexión sobre el paso del tiempo y la frágil caducidad de la existencia humana.
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